Sábado 20 de febrero
La mansedumbre es un fruto del Espíritu y una evidencia inequívoca de que somos pámpanos de la vid viviente y que llevamos mucho fruto. También es una evidencia de que, por la fe, contemplamos al Rey en su hermosura y estamos siendo transformados a su semejanza. Si se muestra mansedumbre es porque las tendencias naturales están bajo el control del Espíritu. No es una especie de cobardía sino todo lo contrario: es el espíritu de Cristo mostró cuando era insultado, abusado y lastimado. No significa renunciar a nuestros derechos, sino controlarnos para no caer en la tentación de dar lugar a la ira y la venganza, y para que nuestras pasiones no se salgan de su lugar (Signs of the Times, agosto 22, 1895).
Dios desea que la mansedumbre y la bondad, las características distintivas en la vida de Cristo, sean vistas en las vidas de sus seguidores. El Salvador hace la invitación: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (S. Mateo 11:28, 29).
En el amor al yo, la exaltación propia y el orgullo, hay gran debilidad; pero en la humildad hay gran fuerza. Nuestra verdadera dignidad no se mantiene cuando pensamos más en nosotros mismos, sino cuando Dios está en todos nuestros pensamientos y en nuestro corazón arde el amor hacia nuestro Redentor y hacia nuestros semejantes. Al separarnos de Dios, nuestro orgullo nos lleva constantemente a elevarnos a nosotros mismos, y nos olvidamos que el ser humildes de corazón nos brinda verdadero poder. La fuerza de nuestro Salvador no residía en un gran despliegue de palabras agudas que podían penetrar hasta el alma, era su amabilidad lo que conquistaba los corazones. Se nos invita a aprender de aquel que era manso y humilde de corazón (The Youth's Instructor, diciembre 6, 1900).
Manso y humilde de corazón.
Domingo 21 de febrero
La aceptación de la verdad es uno de los medios que Dios utiliza para santificar. Cuanto más claramente la entendamos, y más fieles seamos en obedecerla, más humildes seremos en la estima propia. En consecuencia, más exaltado será el concepto que tendrá de nosotros el universo celestial. Cuanto menos egoístas sean nuestros esfuerzos en favor de Dios, seremos más semejantes a Cristo, y, como consecuencia, mayor será nuestra influencia para el bien.
Hay una diferencia abismal entre el espíritu del mundo y el de Cristo. Uno conduce al egoísmo, que se afana por los tesoros que serán destruidos por el fuego en el día final, y el otro conduce al renunciamiento propio y a la abnegación para obtener los tesoros imperecederos.
Cuando es recibido por la fe, el Espíritu Santo quebranta los corazones contumaces. Esta es la esencia del poder santificador de la verdad, la fuente de la fe que obra por amor y purifica el corazón. Toda verdadera exaltación nace de la humillación desarrollada en la vida de Cristo, y demostrada en el maravilloso sacrificio que realizó para salvar a los que perecen. El que es exaltado por Dios, primero se ha humillado a sí mismo. El Padre ensalzó a Cristo por sobre todo otro nombre, y sin embargo, al simpatizar con la raza caída, primero descendió a las profundidades de la miseria humana a fin de compartir su suerte con mansedumbre y bondad. De este modo, estableció el ejemplo que deben seguir todos los que desean participar en su servicio (Recibiréis poder, p. 57).
Cristo dice: "Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga" (S. Mateo 11:28-30). El que acaricia orgullo y sentimientos egoístas, buscará constantemente exaltarse a sí mismo, tanto en las cosas pequeñas como en las cosas grandes de la vida... Los que realmente son dignos de recibir atención y preferencia, nunca se colocarán en primera fila, porque considerarán que la mejor posición y los lugares más elevados son para otros, a quienes consideran mejores que ellos mismos. Pero la modestia y la humildad de carácter no se puede esconder. Los que no buscan ser reconocidos y exaltados, serán estimados por todos, porque su vida mostrará la fragancia de sus acciones generosas. No habrá ostentación en ellos ni el deseo de mostrarse superiores a los demás. La gracia divina trabajará silenciosamente, educando al alma en los principios en los cuales la verdadera educación está fundada. Es el Espíritu de Dios quien modela al ser humano a la semejanza del carácter de Cristo. Y al prestar atención y ser fieles en las cosas pequeñas, formarán un carácter que los llevará a ser fieles en asuntos mayores. Tendrán la fe que obra por amor y purifica el alma.
Dios nos ha hecho suyos por creación y por redención, y si estamos dispuestos a ocupar una posición humilde en esta vida, y nos contentamos con no ser grandemente reconocidos aquí, recibiremos pleno reconocimiento en la vida futura cuando nuestro Redentor nos dirá: "Hijo, sube a las alturas". Y así como Dios permite que el sol alumbre no solamente las altas montañas sino los valles y las llanuras, también hará que el Sol de justicia ilumine las almas de aquellos que son sencillos y contritos; que son mansos y humildes de corazón. El amor y la gracia de Cristo llenarán el alma de aquel que camina humildemente delante de su Dios como lo hizo Enoc. Y en la medida en que el corazón sea santificado por la gracia y llenado del amor por Dios y por el prójimo, no se hará nada que busque la exaltación o el reconocimiento humano (Review and Herald, octubre 8, 1895).
Modelos de mansedumbre.
Lunes 22 de febrero
La combinación de la fe y las obras de Noé condenó al mundo. No sólo predicó la verdad presente apropiada para su época, sino que puso en práctica cada sermón que pronunció. Aunque nunca hubiera elevado su voz para formular sus amonestaciones, sus obras, su carácter santo en medio de los corruptos e impíos, habrían sido sermones condenatorios para los incrédulos y disolutos de aquella época. Soportó con paciencia y humildad semejante a la de Cristo las provocaciones, los insultos, las burlas y los escarnios (Cada día con Dios, p. 235).
Este pedido no fue presentado con un espíritu desafiante, sino solicitado como un gran favor... Daniel y sus compañeros... fueron corteses, bondadosos, respetuosos y poseían la gracia de la mansedumbre y la modestia. Y ahora que Daniel y sus compañeros fueron llevados a la prueba, se colocaron totalmente del lado de la justicia y de la verdad. No actuaron caprichosamente, sino inteligentemente. Decidieron que así como la carne no había compuesto su dieta en el pasado, tampoco sería incluida en su dieta en el futuro; y como el uso del vino había sido prohibido a todos aquellos que debían ocuparse en el servicio de Dios, decidieron que no participarían de él (En lugares celestiales, p. 261).
La atención de Elías fue atraída por Eliseo, el hijo de Safat, que junto con sus siervos araba con doce yuntas de bueyes. Era educador, director y obrero. Eliseo no vivía en las ciudades densamente pobladas. Su padre trabajaba la tierra, era agricultor. Eliseo había recibido su educación lejos de la ciudad y de la corrupción de la corte. Había adquirido hábitos de sencillez, de obediencia a sus padres y a Dios. Así, en la quietud y el contentamiento, estaba preparado para la humilde obra de cultivar la tierra. Pero aunque era de un espíritu humilde y tranquilo, Eliseo no tenía un carácter voluble. Poseía integridad, fidelidad, y amor y temor de Dios. Tenías las características de un dirigente, pero además poseía la humildad del que está dispuesto a servir. Su mente se había ejercitado en las cosas pequeñas para ser fiel en cualquier cosa que le correspondiera realizar. De manera que si Dios lo llamaba para ocuparse en algo más directo para el cielo, estaba preparado para oír su voz (Comentario bíblico adventista, t. 2, p. 1029).
Moisés era un hombre humilde. Dios lo llamó el hombre más manso de la tierra. Era generoso, noble, bien equilibrado. No era defectuoso y sus cualidades no estaban meramente a medio desarrollar. Podía exhortar con éxito a su prójimo porque su vida misma era una representación viviente de lo que el hombre puede llegar a ser y realizar con Dios como su ayudador. Sabía de lo que enseñaba a otros, de lo que deseaba que fueran y de lo que Dios requería de él. Hablaba de corazón, y llegaba al corazón. Era versado en conocimiento y, sin embargo, sencillo como un niño en la manifestación de sus profundas simpatías. Dotado de un instinto notable, podía juzgar instantáneamente acerca de las necesidades de los que lo rodeaban y de las cosas que andaban mal y requerían atención, y no las descuidaba (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 1127).
Piense en la vida de Moisés. La mansedumbre en medio de las murmuraciones, reproches y provocaciones constituía el rasgo más destacado de su carácter. Daniel tenía un espíritu humilde. Aunque estaba rodeado de desconfianza y sospechas y sus enemigos habían puesto precio a su vida, él nunca se desvió de sus principios. Mantuvo una serena y tranquila confianza en Dios. Por encima de todo, permita que Cristo sea su maestro. Cuando fue ultrajado, no respondió con otro ultraje. Cuando sufrió, no amenazó. Aprenda esta lección o, de otro modo, nunca entrará al cielo. Haga de Cristo su fuerza. En su nombre será más que un conquistador. No prevalecerá ningún encantamiento contra Jacob ni ninguna adivinación contra Israel. Si su alma está engarzada en la Roca eterna, estará seguro. Ni viento ni marea lo apartarán de la justicia (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 361).
La importancia de la mansedumbre.
Martes 23 de febrero
El conservarse paciente y amable al ser maltratado no era característica digna de aprecio entre los gentiles o entre los judíos. La declaración que hizo Moisés por inspiración del Espíritu Santo, de que fue el hombre más manso de la tierra, no habría sido considerada como un elogio entre las gentes de su tiempo, más bien habría excitado su compasión o su desprecio. Pero Jesús incluye la mansedumbre entre los requisitos principales para entrar en su reino. En su vida y carácter se reveló la belleza divina de esta gracia preciosa (El discurso maestro de Jesucristo, p. 17).
Si somos corteses y amables en casa, nos acompañará el sabor de una disposición placentera cuando nos ausentemos del hogar. Si manifestamos tolerancia, paciencia, mansedumbre y fortaleza en el hogar, podremos ser una luz para el mundo (El hogar cristiano, p. 389).
El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre. Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influencia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina. La comprensión capta toda verdad divina, y la voluntad se inclina ante todo precepto de Dios, sin dudar ni murmurar. La verdadera mansedumbre suaviza y subyuga el corazón, y adecua la mente a la palabra injertada. Coloca los pensamientos en obediencia a Jesucristo. Abre el corazón a la Palabra de Dios, como fue abierto el corazón de Lidia. Nos coloca, junto con María, como personas que aprenden a los pies de Jesús. "Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera" (Salmo 25:9) (Reflejemos a Jesús, p. 256).
... El éxito espiritual es solamente para los que han adquirido mansedumbre y humildad en la escuela de Cristo (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 48).
El manso de espíritu, el que es más puro y más semejante a un niño, será fortalecido para la batalla con poder por medio del Espíritu de Dios en el hombre interior. Quien percibe su debilidad y lucha con Dios como lo hizo Jacob, y como este siervo de antaño clama: "no te dejaré si no me bendices", avanzará con una renovada unción del Espíritu Santo. La atmósfera del cielo lo rodeará. Andará haciendo bienes. Su influencia será positiva en favor de la religión de Cristo (Alza tus ojos, p. 44).
Practicar el fruto de la mansedumbre.
Miércoles 24 de febrero
Hay una condición para el descanso y la paz que aquí nos ofrece Cristo. Es estar unidos en yugo con él. Todos los que acepten esta condición, encontrarán que el yugo de Cristo los ayudará a llevar cada carga que sea necesario que lleven. Sin Cristo a nuestro lado para llevar la parte más pesada de la carga, ciertamente debemos decir que es pesada. Pero unidos en yugo con él para cumplir nuestro deber, todas las cargas de la vida serán llevadas fácilmente. Y en la misma proporción en que actúe el hombre en obediencia voluntaria a los requisitos de Dios, vendrá el descanso de su espíritu...
La mansedumbre y la humildad caracterizarán a todos los que son obedientes a la ley de Dios, a todos los que llevan con sumisión el yugo de Cristo. Esas gracias proporcionarán los resultados deseables de paz en el servicio de Dios (A fin de conocerle, p. 122).
La paz de Cristo no puede ser comprada con dinero; el talento brillante no puede disponer de ella; el intelecto no la puede asegurar: es un don de Dios. ¿Cómo podría yo hacer comprender a todos la gran pérdida que experimentan si no siguen los santos principios de la religión de Cristo en la vida diaria? La mansedumbre y la humildad de Cristo constituyen el poder del cristiano. Son a la verdad más preciosas que todo lo que el genio puede crear o las riquezas comprar. De todas las cosas buscadas, apreciadas o cultivadas, no hay nada tan valioso a la vista de Dios como un corazón puro, una disposición rebosante de agradecimiento y paz (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 579).
La mansedumbre es una gracia preciosa, que nos hace dispuestos a sufrir en silencio y a soportar las pruebas. La mansedumbre es paciente, y trabaja para ser feliz en toda circunstancia. La mansedumbre es siempre agradecida, compone sus propios cantos de felicidad y llena el corazón de melodías para Dios. La mansedumbre no consiste en callar y enfurruñarse. Un temperamento sombrío es lo opuesto de la mansedumbre; porque no hace sino herir y causar dolor a otros, sin obtener placer para sí (Joyas de los testimonios, t. 3, pp. 48, 49).
Cuando él [Cristo] ve a los hombres levantando las cargas, tratando de llevarlas con mente humilde, desconfiando de sí mismos y confiando en él, añade a la obra de ellos la perfección y suficiencia de él, y eso es aceptado por el Padre. Somos aceptos en el Amado. Los defectos del pecador son cubiertos por la perfección y plenitud del Señor, justicia nuestra. Los que con la voluntad sincera y corazón contrito se esfuerzan humildemente para vivir a la altura de los requerimientos de Dios, son considerados por el Padre con amor compasivo y tierno (En lugares celestiales, p. 23).
En vista de lo que pronto ha de sobrevenir a la tierra, os suplico, hermanos y hermanas, que caminéis delante de Dios con toda mansedumbre y humildad, recordando el cuidado que Jesús tiene de vosotros. Todos los humildes de la tierra son exhortados a buscar a Dios... Rómpase el yo en pedazos delante de Dios. Es difícil hacerlo; pero se nos amonesta a caer delante de la Roca y ser quebrantados, de lo contario ella caerá sobre nosotros y nos reducirá a polvo. Jesús habla a los humildes de corazón. Sus brazos eternos los rodean y no los dejará que perezcan en las manos de los impíos (En lugares celestiales, p. 30).
La recompensa de los mansos.
Jueves 25 de febrero
"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad" (S. Mateo 5:5). La tierra ofrecida a los mansos será una tierra mejor que la actual; purificada de toda mancha y pecado, tendrá la impronta de la imagen divina. Satanás ha establecido su trono en esta tierra; pero aquí, donde el usurpador ha gobernado, Jesús establecerá su trono y no habrá mas maldición. La gloria de Jehová cubrirá la tierra como las aguas cubren los mares. Jesús desea ofrecer a sus hijos un hogar donde no habrá más pecado, sufrimiento o muerte. Todo será gozo y felicidad...
El Señor desea que cada hijo e hija de Adán sea purificado; que sea levantado de su miseria, degradación y pecado, para que pueda llegar a ser heredero de su glorioso descanso. Es la incredulidad y la impiedad humanas lo que previene que Dios haga su obra en la humanidad. Jesús murió por todo el mundo, pero muchos rechazan ser transformados a la divina similitud debido a su obstinación e incredulidad (The Bible Echo, junio 1°, 1892).
Jesús espera que su nobleza y condescendencia sea reproducida en aquellos a quienes él bendice. Cuando él vino a este mundo, eligió la vida más sencilla y la posición más humilde, dejándonos ejemplo para que sigamos sus pisadas. La Majestad del cielo fue manso y humilde de corazón, y espera que sus seguidores tengan el mismo espíritu para ayudar a los enlutados. No hay un momento en esta vida en que no necesitemos ser mansos y humildes de corazón. Especialmente los que ministran con Cristo deben mostrar estos atributos a los que se están iniciando en la escuela de Cristo. Ser gentiles y nobles como lo fue Cristo manifestará la verdadera dignidad. El adorno de un espíritu manso y humilde es de gran valor a la vista de Dios; de mucho más valor que el oro, la plata y las piedras preciosas.
Los atributos de Dios son la bondad, la misericordia, el amor y la paciencia, y sus seguidores deben alcanzar estos mismos atributos del carácter para representar a Cristo en su vida espiritual y cotidiana. La mansedumbre, un tesoro de inapreciable riqueza interior, puede poseerse en medio de la pobreza o el sufrimiento; tiene su origen en la fuente de todas las bendiciones, produce verdadera unidad entre los seguidores de Cristo, y muestra que el alma está en armonía con el Padre y con el Hijo. Si la mansedumbre y el amor no son parte de nuestro carácter, no somos verdaderamente discípulos del Señor Jesucristo, y nuestra experiencia completa es débil e incierta (Signs of the Times, agosto 22, 1895).
Guía de Estudio de la Biblia: El Fruto del Espíritu / Notas de Elena G. de White.
Periodo: Trimestre Enero-Marzo de 2010
Autor: Richard O'Fill, es escritor (El Cristiano Victorioso, Un Fruto Divino entre otros libros) y orador del ministerio Revival Sermons, ha trabajado para la iglesia en tres continentes, incluyendo siete años en las oficinas centrales de la Asociación General. Reside actualmente en Orlando, Florida, EE.UU.
Editor: Clifford Goldstein
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