sábado, 7 de agosto de 2010

Lección 7: Victoria sobre el pecado / Notas de Elena G. de White


Victoria sobre el pecado
Sábado 7 de agosto

"¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?" (Romanos 6:16). Muchos que profesan ser siervos de Cristo, están engañando sus propias almas porque no son obedientes a su voluntad; obedecen a otro maestro y obran en contra de Aquel a quien profesan servir. ''Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menos-preciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mateo 6:24).

Intereses egoístas y mundanos envuelven la mente, las fuerzas y el alma de muchos profesos seguidores del Señor, lo que los hace siervos de las riquezas. Son muy pocos los que han crucificado al mundo y pueden decir con el apóstol: "Pero lejos esté de mi gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo". "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 6:14; 2:20). Si el verdadero amor y una obediencia voluntaria caracterizan la vida de los que forman el pueblo de Dios, su luz brillará en el mundo con un santo resplandor (Review and Herald, 5 de mayo, 1885)


Gracia abundante
Domingo 8 de agosto

Cristo no vino para excusar el pecado ni justificar al pecador para que siga pecando; vi-no para dar su vida y para vindicar y exaltar la ley. Si hubiera sido posible abolir la ley, Cristo no hubiera tenido necesidad de morir, el Justo por el injusto. En ese caso, Dios hubiese anulado la ley y hubiera recibido nuevamente al pecador. Pero eso no era posible, porque la ley coloca al pecador bajo servidumbre, lo condena, y no puede limpiar-lo del pecado. El pecador solo puede ser justificado ante Dios mediante el arrepentimiento y la fe en los méritos de Cristo. La ley es un gran espejo en el que el pecador puede discernir los defectos morales de su carácter, pero no le puede remover esos defectos. El evangelio señala a Cristo como el único que puede remover las manchas de pecado por medio de su sangre. La ley no perdona al pecador; solo le explica lo que es realmente pecado. Pablo nos dice que sin la ley, el pecado está muerto; pero por la ley es el conocimiento del pecado (Signs of the Times, 18 de julio, 1878).

No podemos continuar en el pecado para que la gracia abunde; debemos dejar de pecar. El amor de Cristo, manifestado en el infinito sacrificio hecho en el Calvario, no tiene paralelo; es sin medida, incomparable, sin igual, y ofrece al pecador para resolver su emergencia. A la luz que se refleja del Calvario, la ley es vista como santa, justa y buena, y despierta en el corazón del pecador respeto y reverencia por la santa ley de Dios. Cuando comprende el carácter ofensivo del pecado y cuánto le costó al Hijo de Dios pagar la deuda de su transgresión para redimirlo y darle otra oportunidad, su corazón se llena de amor y gratitud, y se despierta en él esa fe ferviente que obra por amor y purifica el alma.

El que experimenta en su alma la verdadera conversión y siente el amor divino en su vida, también experimentará el pesar y el arrepentimiento por sus transgresiones pasa-das. Si Cristo tuvo que hacer tal sacrificio y soportar tales sufrimientos por mis pecados, ¿no me arrodillaré humildemente y le pediré perdón por haberle traído tales sufrimientos sobre su alma divina? ¿No sentiré temor de crucificar nuevamente al Hijo de Dios, exponiéndolo a la vergüenza? El alma que verdaderamente aprecia el maravilloso don de la salvación, contemplará constantemente a Cristo en la cruz, y el lenguaje de su alma será el de expresiones de tristeza por haber cometido pecados que hirieron al Hijo de Dios, que lo traspasaron y le produjeron tal angustia. Cuando llegamos a comprender el sacrificio que ha sido hecho en nuestro favor, no pediremos tener el privilegio de continuar en transgresión; por el contrario, nuestros corazones endurecidos se enternecerán al ver el inigualable amor de Cristo por nuestras almas (Signs of the Times, 28 de octubre, 1889).


La condición humana
Lunes 12 de julio

La maldad que llena nuestro mundo es el resultado del rechazo de Adán de tomar la palabra de Dios como suprema. Desobedeció y cayó bajo la tentación del enemigo. "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12). Dios declaró: "El alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:20). Aparte del plan de redención, los seres humanos están condenados a muerte, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Pero Cristo dio su vida para salvar al pecador de la sentencia de muerte. Murió para que nosotros podamos vivir. Y a todos aquellos que le reciben, les da poder para separarse de todo lo que podría llevarlos nuevamente a la condenación y el castigo.

Cristo es la única esperanza del pecador. Mediante su muerte puso la salvación al alcance de todos, y mediante su gracia todos pueden llegar a ser súbditos leales de su reino. Su sacrificio hizo posible que todos los hombres y mujeres puedan cumplir las condiciones establecidas en los concilios del cielo.

Cristo vino a esta tierra y vivió una vida de perfecta obediencia a fin de que, mediante su gracia, todos puedan vivir vidas de perfecta obediencia. Esto es necesario para su salvación puesto que sin la santidad nadie podrá ver al Señor.

Ante nosotros está la maravillosa posibilidad de ser obedientes como Cristo a todos los principios de la ley de Dios. Pero somos extremadamente incapaces de alcanzar por nosotros mismos esa condición. Todo lo que es bueno en el hombre le llega mediante Cristo. La santidad que la Palabra de Dios dice que debemos tener antes de poder ser salvados es el resultado de la obra de la gracia divina cuando nos sometemos a la disciplina y a la influencia moderadora del Espíritu de verdad.

La obediencia del hombre puede ser hecha perfecta solo por el incienso de la justicia de Cristo que llena de fragancia divina cada acto de verdadera obediencia. La parte del cristiano consiste en perseverar en la tarea de vencer toda falta. Debe orar constantemente al Salvador para que sane las dolencias de su alma enferma. No tiene la sabiduría y la fuerza sin las cuales no puede vencer. Estas pertenecen al Señor quien las concede a aquellos que con humildad y contrición lo buscan pidiendo ayuda (Review and Herald, 15 de marzo, 1906; parcialmente en, Dios nos cuida, p. 172).

Si el transgresor fuera tratado de acuerdo con la letra de este pacto, en ese caso no habría esperanza para la raza caída, pues todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios. La raza caída de Adán no puede contemplar en la letra de este pacto otra cosa sino el ministerio de muerte, y la muerte será la retribución de todo el que procure vanamente idear una justicia propia que cumpla las demandas de la ley. Dios se ha comprometido mediante su Palabra a ejecutar el castigo de la ley sobre todos los transgresores. Los hombres cometen pecados vez tras vez, y sin embargo no parecen creer que deben sufrir el castigo por quebrantar la ley. Presentan sus buenas intenciones ante el Señor y calman sus conciencias rogando por su misericordia. Pero la única esperanza para los caídos hijos e hijas de Adán es separarse de sus pecados y aceptar la justicia de Cristo; deben abandonar toda esperanza de salvación basada en su propia justicia, porque el Señor no puede salvar a nadie por sus buenas obras (Signs of the Times, 5 de septiembre, 1892; parcialmente en, Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1095).


Del siglo I al siglo XXI
Martes 13 de julio

Los antiguos filósofos se enorgullecían de su conocimiento superior. Leamos la comprensión inspirada del apóstol acerca de este asunto. Dice: "Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles... Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador" (Romanos 1:22-25). El mundo no puede conocer a Dios en su sabiduría humana. Sus sabios obtienen un conocimiento imperfecto de Dios, de sus obras creadas, y luego, en su necedad, exaltan la naturaleza y sus leyes por encima del Dios de la naturaleza. Los que no tienen un conocimiento de Dios mediante la aceptación de la revelación que ha hecho de sí mismo en Cristo, obtendrán solamente un conocimiento imperfecto de él en la naturaleza, y ese conocimiento, lejos de dar conceptos elevados de Dios y de colocar a todo el ser en conformidad con la voluntad divina, convierte a los hombres en idólatras.

Profesando ser sabios, se hacen necios.

Los que creen que pueden obtener un conocimiento de Dios aislados de su Representante, a quien la Palabra declara "la imagen misma de su sustancia" (Hebreos 1:3), necesitarán reconocerse como necios ante sí mismos antes de que puedan ser sabios. Es imposible obtener un perfecto conocimiento de Dios por la naturaleza sola, pues la naturaleza en sí es imperfecta. En su imperfección, no puede representar a Dios, no puede revelar el carácter de Dios en su perfección moral. Pero Cristo vino como un Salvador personal para el mundo. Representó a un Dios personal. Como un Salvador personal, ascendió a lo alto y vendrá otra vez como ascendió al cielo: como Salvador personal. Es la expresa imagen de la sustancia del Padre. "En él habita corporalmente la plenitud de la Deidad" (Colosenses 2:9) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 346, 347).

La sabiduría del mundo no logra conocer a Dios. Muchos han hablado con elocuencia acerca de él, pero sus razonamientos no acercan a los hombres a Dios, porque ellos mismos no tienen una relación vital con él. Al pretender ser sabios, llegan a ser insensatos. Su conocimiento de Dios es imperfecto. No concuerdan con él.

No podemos descubrir a Dios mediante la investigación. Pero él se ha revelado en su Hijo, que es el resplandor de la gloria del Padre y la expresa imagen de su persona. Si deseamos un conocimiento de Dios, debemos ser como Cristo... El vivir una vida pura por fe en Cristo como Salvador personal, llevará al creyente a un concepto más claro y elevado de Dios.

Cristo es una perfecta revelación de Dios. "A Dios nadie le vio jamás –dice él– el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Juan 1:18). Solo si conocemos a Cristo podremos conocer a Dios. Y a medida que lo contemplemos, seremos transformados a su imagen, preparados para salir a su encuentro cuando venga (¡Maranata: El Señor viene!, p. 74).


Judíos y Gentiles juntos
Miércoles 14 de julio

La frase "Tú que juzgas haces lo mismo", no alcanza a describir la magnitud del pecado del que se atreve a censurar y a condenar a su hermano. Dijo Jesús: "¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?" Sus palabras describen al que está pronto para buscar faltas en sus prójimos. Cuando él cree haber descubierto una falla en el carácter o en la vida, se apresura celosamente a señalarla; pero Jesús declara que el rasgo de carácter que se fomenta por aquella obra tan opuesta a su ejemplo resulta, al compararse con la imperfección que se crítica, como una viga al lado de una paja. La falta de longanimidad y de amor mueve a esa persona a convertir un átomo en un mundo. Los que no han experimentado la contrición de una entrega completa a Dios no manifiestan en la vida el influjo enternecedor del amor de Cristo. Desfiguran el espíritu amable y cortés del evangelio y hieren las almas preciosas por las cuales murió Cristo. Según la figura empleada por el Salvador, el que se complace en un espíritu de crítica es más culpable que aquel a quien acusa; porque no solamente comete el mismo pecado, sino que le añade engreimiento y murmuración.

Cristo es el único verdadero modelo de carácter, y usurpa su lugar quien se constituye en dechado para los demás. Puesto que el Padre "todo el juicio dio al Hijo", quienquiera que se atreva a juzgar los motivos ajenos usurpa también el derecho del Hijo de Dios. Los que se dan por jueces y críticos se alían con el anticristo, "el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios".

El pecado que conduce a los resultados más desastrosos es el espíritu frío de crítica inexorable, que caracteriza al farisaísmo. Cuando no hay amor en la experiencia religiosa, no está en ella Jesús ni el sol de su presencia. Ninguna actividad diligente, ni el celo desprovisto de Cristo, pueden suplir la falta. Puede haber una agudeza maravillosa para descubrir los defectos de los demás; pero a toda persona que manifiesta tal espíritu, Jesús le dice: "¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano". El culpable del mal es el primero que lo sospecha. Trata de ocultar o disculpar el mal de su propio corazón condenando a otro. Por medio del pecado fue como los hombres llegaron al conocimiento del mal; apenas Adán y Eva incurrieron en pecado, empezaron a recriminarse mutuamente. Esta será la actitud inevitable de la naturaleza humana, siempre que no sea gobernada por la gracia de Cristo (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 106-108).


Arrepentimiento
Jueves 15 de julio

La palabra inspirada pregunta a quienes rechazan ser llevados a Cristo: "¿Menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?" (Romanos 2:4). ¿Qué significa esto? Significa que las agencias celestiales están constantemente tratando de poner a los seres humanos en armonía con Dios. Cada medio posible, en el cielo y en la tierra, es empleado para acercarlos al gran centro de esperanza para el mundo, y cuando los seres humanos fijan sus ojos en el desfalleciente Hombre del Calvario y exclaman: ¿Por qué, oh, por qué tanto sufrimiento?, llega la respuesta, diciéndoles: "Es la bondad de Dios; es la que te lleva al arrepentimiento".

Cristo sufrió la penalidad por la transgresión del pecador a la santa ley de Dios. La misericordia y el amor divinos, tan plenos, tan ricos, tan gratuitos, quiebran toda barrera y el alma se rinde a Dios. Tal agonía, tal humillación del Hijo de Dios, lleva al pecador a arrepentirse de sus pecados que costaron tal sacrificio. Se arrepiente de haber transgredido su santa ley y mira con fe a Jesús, su única esperanza, como Aquel que puede salvar hasta 10 sumo a los que con fe se acercan a Dios por él. Entonces, la posición del pecador frente a Dios es la de uno cuyos pecados han sido perdonados y cubiertas sus transgresiones; es la de alguien que puede ser participante "de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia" (2 Pedro 1:4). Se le brinda un nuevo elemento de vida y poder. Pero éste no es impartido hasta que el pecador ve a Cristo como su única esperanza y comprende la magnitud de su culpa por haber transgredido la ley de Jehová.

La inspiración pronuncia juicio contra todo aquel que recibe esta maravillosa revelación del amor de Dios y rehúsa aceptar el don que el Padre le ha dado al mundo en su Hijo unigénito. "Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia" (Romanos 2:5-8). Debemos tomar nota de estas palabras puesto que es esencial conocer las condiciones a fin de trabajar por nuestra salvación con temor y temblor. Debemos permitir que Dios obre en nosotros, "así el querer como el hacer, por su buena voluntad". No podemos confiar en la multitud porque sus caminos son falsos caminos. Debemos conocer por nosotros mismos los requerimientos de Dios y estar seguros de que los estamos obedeciendo (Signs of the Times, 16 de noviembre, 1891).


Para estudiar y meditar
Viernes 16 de julio

Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 233-237; El camino a Cristo, pp. 15-20; El ministerio de curación, pp. 392-394; Joyas de los testimonios, tomo 2, pp. 35, 36. 22






Guía de Estudio de la Biblia: "La Redención en Romanos" / Notas de Elena G. de White
Periodo: Trimestre 3 / julio-setiembre de 2010
Autor: Don Neufeld

Dirección general: Clifford Goldstein
Dirección editorial: Carlos A. Steger
Traducción: Rolando A. Itin

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