sábado, 11 de septiembre de 2010

Lección 12: El amor y la ley / Notas de Elena G. de White


Sábado 11 de septiembre

La santificación expuesta en las Santas Escrituras abarca todo el ser: espíritu, cuerpo y alma... Se pide a los cristianos que presenten sus cuerpos en "sacrificio vivo, santo, acepto a Dios" (Romanos 12: 1, VM). Para ello, todas sus facultades deben conservar-se en la mejor condición posible. Toda costumbre que tienda a debilitar la fuerza física o mental incapacita al hombre para el servicio de su Creador... Cristo dijo: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón" (Mateo 22:37). Los que aman a Dios de todo corazón desearán darle el mejor servicio de su vida y tratarán siempre de poner todas las facultades de su ser en armonía con las leyes que aumentarán su aptitud para hacer su voluntad. No debilitarán ni mancharán la ofrenda que presentan a su Padre celestial abandonándose a sus apetitos o pasiones.

Dios quiere que comprendamos que él tiene derecho a nuestra mente, nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestro espíritu; a todo lo que poseemos. Le pertenecemos por creación y redención. Como Creador nuestro, reclama la totalidad de nuestro servicio. Como nuestro Redentor, tiene una demanda de amor como asimismo de derecho; un amor sin paralelo... Nuestros cuerpos, nuestras almas, nuestras vidas son suyos no solo porque nos los ha concedido como un don gratuito, sino porque nos está supliendo constantemente de sus beneficios y nos da fuerza para usar nuestras facultades.

¿No le daremos entonces a Cristo aquello por cuya redención debió morir? Si lo hacéis, vivificará vuestra conciencia, renovará vuestro corazón, santificará vuestros afectos, purificará vuestros pensamientos y pondrá todas vuestras facultades a trabajar para él. Cada motivo, cada pensamiento, serán traídos a la cautividad de Jesucristo.

Los que son hijos de Dios lo representarán en carácter. Sus obras estarán perfumadas con la infinita ternura, la compasión, el amor y la pureza del Hijo de Dios. Y mientras más completamente estén sometidos al Espíritu Santo la mente y el cuerpo, mayor será la fragancia de nuestra ofrenda a él (La maravillosa gracia de Dios, p. 245).


Sacrificio vivo
Domingo 12 de septiembre

Consideremos la apelación que el apóstol Pablo hace a sus hermanos, por las misericordias de Dios, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios... La santificación no es una mera teoría, una emoción, ni un conjunto de palabras, sino un principio viviente y activo, que se compenetra de la vida de cada día. La santificación requiere que los hábitos referentes a la comida, la bebida y la indumentaria sean de tal naturaleza que preserven la salud física, mental y moral, de modo que podamos presentar nuestros cuerpos al Señor –no como una ofrenda corrompida por los malos hábitos– sino como "un sacrificio vivo, santo, y agradable a Dios" (Romanos 12:1).

Que nadie que profesa piedad considere con indiferencia la salud del cuerpo haciéndose la ilusión de que la intemperancia no es pecado ni afectará su espiritualidad. Existe una relación estrecha entre la naturaleza física y la moral. Los hábitos físicos elevan o rebajan la norma de la virtud. El consumo excesivo de los mejores alimentos producirá una condición mórbida de los sentimientos morales. Y si esos alimentos no son de los más saludables, los efectos son todavía más detrimentales. Cualquier hábito que no promueva la salud del cuerpo humano, degrada las facultades elevadas y nobles del individuo. Los hábitos equivocados de comer y beber conducen a la comisión de errores de pensamiento y acción. La complacencia de los apetitos fortalece los instintos animales, dándoles la supremacía sobre las facultades mentales y espirituales (Consejos sobre la salud, pp. 66, 67).

En el servicio judaico antiguo se exigía que todo sacrificio fuera sin tacha. En el texto se nos dice que presentemos nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios, que es nuestro racional culto. Somos la obra de Dios. El salmista, al meditar en la obra maravillosa de Dios revelada en la estructura humana, exclamó: "Asombrosa y maravillosamente he sido formado" (Salmo 139:14, VM). Hay muchas personas que se educan en las ciencias y se familiarizan con la teoría de la verdad, pero no entienden las leyes que gobiernan su propio ser. Dios nos ha dado facultades y talentos; y es nuestro deber, como hijos e hijas de Dios, hacer el mejor uso de ellos. Si debilitamos estas facultades de la mente o del cuerpo por medio de hábitos erróneos o por la complacencia de un apetito pervertido, será imposible que honremos a Dios como debiéramos (Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 22).

Debemos afirmar nuestros pies sobre la plataforma de la verdad eterna; la verdad, tal como es en Jesús, será nuestra salvación. Y si el Espíritu de verdad está en nuestro corazón, brillará a través de nuestras palabras y acciones. Cristo es el ejemplo, el alto ideal de la ley divina que debemos alcanzar. No debemos conformarnos al mundo sino ser transformados por la renovación de nuestra mente. Hemos sido tomados de la cantera del mundo, pero ahora debemos someternos al cincel para ser esculpidos y preparados para el edificio celestial. Tendremos pruebas y desilusiones, pero éstas no deben separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro. El amor de Dios es un amor infinito, y si estamos por desconfiar de ese amor, miremos a la cruz del Calvario; ¿No vemos allí la infinita compasión de nuestro Padre celestial? El que no escatimó ni a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿acaso nos negará algo que es para nuestros mejores intereses y para nuestro bien? "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16) (Review and Herald, 12 de junio, 1888).


Pensar en sí mismo
Lunes 13 de septiembre

El verdadero cristiano no tendrá un concepto de sí mismo más elevado del que debiera tener. No ambicionará el honor y la estima del mundo. El estudiante en la escuela de Cristo será gentil y desconfiado de sí mismo. Su vida simple será semejante a la de Cristo, sin que le atraiga el lujo, las riquezas y la vida fácil, porque tratará de seguir al Varón de dolores, experimentado en quebranto, quien fue herido por nuestras rebeliones y por su llaga fuimos nosotros curados. El adorno interior de un espíritu manso y apacible testificará por sí mismo en buenas obras. Esto es lo que distingue al pueblo de Dios de los mundanos; la simpatía, mansedumbre, ternura y humildad de corazón revelarán a los que llevan el yugo de Cristo y son recipientes de los dones del Espíritu Santo (The Youth's Instructor, 6 de diciembre, 1900).

La amabilidad no cuesta mucho, pero tiene poder para suavizar las naturalezas que se volverían duras y agresivas sin ella. La cortesía cristiana debería reinar en todo hogar. El cultivo de una cortesía constante y de una disposición a hacer por otros lo que nos gustaría que hicieran por nosotros, anularía la mitad de los males de la vida. El principio inculcado en el mandato: "Amaos los unos a los otros con amor fraternal" (Romanos 12:10), es la piedra angular del carácter cristiano.

Dios desea que seamos tolerantes los unos con los otros mientras nos asociamos con diferentes temperamentos. La consideración mutua debiera suavizar las peculiaridades, los prejuicios y los rasgos duros del carácter. A menudo en una misma familia se encuentran diferentes temperamentos y caracteres, lo que puede ser beneficioso si todos los miembros lo reconocen y viven en armonía. La cortesía cristiana es la cadena de oro que une a los miembros de la familia con vínculos de amor, haciéndolos más cercanos y más fuertes cada día (The Health Reformer, 1º de agosto, 1877).


Relación con el gobierno
Martes 14 de septiembre

Una de las cosas más deplorables que suceden en la tierra es el hecho de que hay gobernantes soberbios y jueces injustos. Se olvidan de que están bajo la autoridad del gran Gobernante, el Dios omnisciente, y que él está por sobre todo gobernante, príncipe, soberano o rey.

Los gobernantes son siervos de Dios, y deben actuar como quienes aprenden de él. Para bien de ellos deben seguir fielmente el claro "Así dice Jehová", conservando el camino del Señor para hacer justicia y juicio. Deben desempeñar su cargo sin parcialidad y sin hipocresía, no dejándose comprar ni vender, rechazando todo soborno y manteniendo su independencia moral y su dignidad ante Dios. No deben tolerar ningún acto de fraude o injusticia. No deben cometer ningún acto vil o injusto, ni apoyar los actos de opresión de otros. Los gobernantes sabios no permitirán que el pueblo sea oprimido debido a la envidia y celos de los que menosprecian la ley de Dios... Todos deben tener en cuenta la eternidad, y no deben proceder en una forma tal que Dios no pueda ratificar su proceder en los atrios celestiales (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1081).

No se nos pide que desafiemos a las autoridades. Nuestras palabras, sean habladas o escritas, deben ser consideradas cuidadosamente, no sea que por nuestras declaraciones parezcamos estar en contra de la ley y del orden y dejemos constancia de ello. No debemos decir ni hacer ninguna cosa que pudiera cerramos innecesariamente el camino. Debemos avanzar en el nombre de Cristo, defendiendo las verdades que se nos encomendaron. Si los hombres nos prohíben hacer esta obra, entonces podemos decir, como los apóstoles: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios; porque no podemos dejar de decir 10 que hemos visto y oído" (Los hechos de los apóstoles, pp. 56, 57).

Ví que en cada caso es nuestro deber obedecer las leyes de nuestro país, a menos que estén en conflicto con la ley superior que Dios pronunció con voz audible desde el Sinaí, y que grabó luego en piedra con su propio dedo. "Daré mi ley en sus entrañas, y escribiréla en sus corazones; y seré yo a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo" (Jeremías 31:33.) El que tiene la ley de Dios escrita en el corazón obedecerá a Dios antes que a los hombres, y desobedecerá a todos los hombres antes que desviarse en lo mínimo del mandamiento de Dios. Los hijos de Dios, enseñados por la inspiración de verdad e inducidos por una buena conciencia a vivir según toda Palabra de Dios, tendrán su ley escrita en el corazón como la única autoridad que puedan reconocer u obedecer. La sabiduría y la autoridad divina son supremas (Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 49).


Relaciones con otros
Miércoles 15 de septiembre

Los primeros cuatro mandamientos del Decálogo están resumidos en el primer gran precepto: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón". Los últimos seis están incluidos en el otro: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos son la expresión del principio del amor. No se puede guardar el primero y violar el segundo, ni se puede guardar el segundo mientras se viola el primero. Cuando Dios ocupe en el trono del corazón su lugar legítimo, nuestro prójimo recibirá el lugar que le corresponde. Le amaremos como a nosotros mismos. Únicamente cuando amemos a Dios en forma suprema, será posible amar a nuestro prójimo imparcialmente.

Y puesto que todos los mandamientos están resumidos en el amor a Dios y al prójimo, se sigue que ningún precepto puede quebrantarse sin violar este principio. Así enseñó Cristo a sus oyentes que la ley de Dios no consiste en cierto número de preceptos separados, algunos de los cuales son de gran importancia, mientras otros tienen poca y pueden ignorarse con impunidad. Nuestro Señor presenta los primeros cuatro y los últimos seis mandamientos como un conjunto divino, y enseña que el amor a Dios se manifestará por la obediencia a todos sus mandamientos (El Deseado de todas las gentes, p. 559).

Cristo es nuestro ejemplo. Él anduvo haciendo bienes y vivió para bendecir a otros. El amor embelleció y ennobleció todas sus acciones, y se nos ordena que sigamos sus pisadas. Recordemos que Dios envió a su Hijo unigénito a este mundo de dolor para "redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras" (Tito 2:14). Sigamos los requerimientos de Dios y cumplamos su ley recordando que "el cumplimiento de la ley es el amor" (Romanos 13:10). El que murió para que nosotros podamos vivir, nos ha dado el mandamiento de amamos unos a otros como él nos ha amado para que el mundo sepa que somos sus discípulos (Review and Herald, 5 de junio, 1888).

"El cumplimiento de la ley es el amor". Dios es amor, y cuando amamos a Dios en forma suprema y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, reflejamos el carácter del Padre y del Hijo. Aquellos que verdaderamente aman a Dios obedecerán todos sus mandamientos, porque la obediencia es la prueba del amor (Signs of the Times, 22 de octubre, 1894).

El tener el nombre escrito en los libros de la iglesia y cumplir con las ceremonias externas de la religión, no hace a nadie un hijo de Dios, porque las formalidades no tienen valor. El de corazón puro verá a Dios en su verdadero carácter, como un Dios de amor, y reflejará la pureza y el amor divinos como lo hizo Cristo en el mundo. El que tiene el amor divino en el corazón no tendrá enemistad contra la ley de Dios sino que la obedecerá voluntariamente. Esto es verdadero cristianismo, y ese amor a Dios se revelará en amor hacia sus prójimos que han sido comprados por creación y redención. El cumplimiento de la ley es el amor y es el deber de cada hijo de Dios obedecer a sus mandamientos (The Youth's Instructor, 26 de julio, 1894).


Más cerca que cuando creímos
Jueves 16 de septiembre

Los cristianos sinceros no practican una piedad dudosa. Se han revestido del Señor Jesucristo, y no dan lugar a la carne para ceder ante sus concupiscencias. Acuden a Jesús constantemente en busca de sus órdenes, como un siervo acude a su amo o una sierva a su ama. Dondequiera que los conduzca la providencia de Dios, están listos para ir. No se atribuyen la gloria a sí mismos. No consideran como suyo nada que posean –conocimiento, talentos, propiedades– sino que se consideran solo como mayordomos de la multiforme gracia de Cristo y siervos de la iglesia por causa de Cristo. Son mensajeros del Señor, luz en medio de las tinieblas. Sus corazones laten al unísono con el gran corazón de Cristo (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1081).

Lo que Satanás ha llevado a muchos a hacer en el pasado, intentará que lo hagan nuevamente. La iglesia naciente fue engañada por el enemigo de Dios y de la humanidad, y la apostasía apareció en medio de los que profesaban amar a Dios. En nuestros días, a menos que el pueblo de Dios despierte de su sueño, será entrampado por los engaños satánicos. Entre los que dicen creer en la pronta venida de Cristo, hay muchos que han perdido su primer amor, han retrocedido, y pueden ser descritos como la iglesia de Laodicea: ni fríos ni calientes. Y Satanás hará todo lo posible por mantenerlos en ese estado de indiferencia y estupor. Que el Señor pueda revelarles los peligros que enfrentan para que puedan despertarse de su somnolencia espiritual y preparar sus lámparas, para que cuando el Esposo venga, los encuentre esperándole (Review and Herald, 22 de noviembre, 1892).

"Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne" (Romanos 13:14).
Dios emplea diversos instrumentos para salvar a los hombres. Les habla por medio de su Palabra y de sus ministros, y por medio de su Espíritu les envía mensajes de amonestación, reprensión e instrucción. Estos medios tienen como propósito iluminar el entendimiento de la gente, para revelarle su deber, sus pecados, y las bendiciones que pueden recibir, para despertar en ellos una sensación de necesidad espiritual a fin de que puedan ir a Cristo y encontrar en él la gracia que necesitan...

Todo individuo, por decisión propia, se aparta de Cristo al no albergar su Espíritu y seguir su ejemplo, o entra en una unión personal con Cristo por la renuncia propia, la fe y la obediencia. Cada uno de nosotros debe elegir por sí mismo a Cristo, puesto que él nos eligió primero. Esta unión con Cristo debe ser realizada por aquellos que están naturalmente enemistados con él. Es ésta una relación de total dependencia en la que debe entrar un corazón orgulloso. Es una obra minuciosa y muchos de los que profesan ser seguidores de Cristo no saben nada de ella. Nominalmente aceptan al Salvador, pero no como el único conductor de sus corazones...

Renunciar a su propia voluntad, tal vez a los objetos preferidos de afecto y propósito, requiere un esfuerzo, y muchos vacilan, abandonan y retroceden. Pero esta batalla debe ser librada por cada corazón verdaderamente convertido. Debemos luchar con las tentaciones externas e internas. Debemos obtener la victoria sobre el yo, crucificando los afectos y las concupiscencias; y entonces comienza la unión del alma con Cristo... Después que esta unión se ha producido, se la puede conservar solo mediante esfuerzo permanente, ferviente y penoso. Cristo ejerce su poder para preservar y guardar este sagrado vínculo, y el pecador dependiente e indefenso debe hacer su parte con incansable energía, o en caso contrario, Satanás, mediante su poder cruel y astuto, lo separará de Cristo.

No basta creer acerca de él. Debéis descansar plenamente en su gracia salvadora (La maravillosa gracia de Dios, p. 321).


Para estudiar y meditar
Viernes 17 de septiembre

Mensajes selectos, tomo 1, pp. 66-69; Joyas de los testimonios, tomo 2, pp. 211-213; Patriarcas y profetas, pp. 364, 365; El discurso maestro de Jesucristo, pp. 46-48; Testimonios para la iglesia, tomo 6, pp. 394-397.






Guía de Estudio de la Biblia: "La Redención en Romanos" / Notas de Elena G. de White
Periodo: Trimestre 3 / julio-setiembre de 2010
Autor: Don Neufeld

Dirección general: Clifford Goldstein
Dirección editorial: Carlos A. Steger
Traducción: Rolando A. Itin

No hay comentarios:

Publicar un comentario





Mientras estudia la Lección o Guía de Estudio de la Biblia / Escuela Sabática, en Ojo Adventista, lo invitamos -para beneficio de todos- escribir sus comentarios y consideraciones sobre dicho estudio al pie de cada entrada.