sábado, 16 de enero de 2010

Lección 4: El fruto del Espíritu es paz / Notas de Elena de White


Sábado 16 de enero

Jesús dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo". La paz a la cual se refirió el gran Maestro es más amplia y abarcante de lo que nos hemos imaginado. Cristo está dispuesto a realizar grandes cosas en favor nuestro; listo a restaurar nuestra naturaleza haciéndonos participantes de su naturaleza divina. El Señor está deseoso de unir nuestro corazón con su corazón de amor infinito para que nos reconciliemos totalmente con Dios; pero también es nuestro privilegio comprender que Dios nos ama tanto como ama a su propio Hijo. Cuando creemos en Cristo como nuestro Salvador personal, la paz de Cristo se hace nuestra. El fundamento de nuestra paz es la reconciliación provista para nosotros mediante el sacrificio expiatorio de Cristo; pero los sentimientos sombríos no constituyen una evidencia de que las promesas de Dios no sean efectivas. A veces nos dejamos llevar por los sentimientos, y puesto que las cosas no nos parecen brillantes, comenzamos a apretar más el manto de pesadumbre alrededor del alma. Nos miramos a nosotros mismos, y pensamos que Dios se ha olvidado de nosotros. Hay que mirar a Cristo. En mí, dice Cristo, hallaréis paz. Nos adentramos en el terreno de la paz, cuando comenzamos a tener comunión (Exaltad a Jesús, p. 326).

La felicidad derivada de fuentes mundanales es tan mudable como la puede hacer las circunstancias variables; pero la paz de Cristo es constante, permanente. No depende de las circunstancias de la vida, ni de la cantidad de bienes materiales ni del número de amigos que se tenga en esta tierra. Cristo es la fuente de agua viva, y la felicidad que proviene de él no puede agotarse jamás (Reflejemos a Jesús, p. 255).

Paz con Dios (Rom. 5:1).
Domingo 17 de enero

El pecado ha destruido nuestra paz. Mientras el yo no sea subyugado, no podemos encontrar descanso. Ningún poder humano puede regir las dominantes pasiones del corazón. En esto somos tan impotentes como lo fueron los discípulos para dominar la rugiente tempestad. Pero aquel que apaciguó las olas de Galilea ha pronunciado las palabras que proporcionan paz a cada alma. No importa cuán fiera sea la tempestad, los que se vuelven a Jesús clamando "Señor, sálvanos", hallarán liberación. La gracia de Jesús, que reconcilia el alma con Dios, aquieta la contienda de la pasión humana y en su amor halla descanso el corazón... "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1). "El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre" (Isaías 32:17).

Todo el que consiente en renunciar al pecado y abre su corazón al amor de Cristo, se hace participante de esta paz celestial. No hay otro fundamento para la paz fuera de éste. La gracia de Cristo, recibida en el corazón, subyuga la enemistad; apacigua la lucha y llena el alma de amor. El que está en paz con Dios y su prójimo no puede ser desdichado. La envidia no estará en su corazón; no encuentran lugar allí las malas conjeturas; no puede existir el odio. El corazón que está en armonía con Dios es participante de la paz del cielo y difundirá por doquiera su bendita influencia. El espíritu de paz actuará como rocío sobre los corazones cansados y turbados con las contiendas mundanales.

Los seguidores de Cristo son enviados al mundo con el mensaje de paz. Quienquiera que, mediante la influencia silenciosa e involuntaria de una vida piadosa, dé a conocer el amor de Cristo; quienquiera que, por medio de sus palabras o de sus obras, lleve a otro a abandonar el pecado y a entregar su corazón a Dios, es un pacificador (En lugares celestiales, p. 35).

En nuestra búsqueda por los dones celestiales, somos dirigidos a un don que incluye todos los demás: Creer en aquel a quien Dios ha enviado para reconciliar al ser humano con él. Los atributos de Cristo deben ser estudiados e imitados para que, completos en él, podamos revelar la belleza de su carácter. Cuando el ser humano, mediante Cristo, se acerca a Dios y renueva su lealtad hacia él, gozará de descanso, paz y seguridad (Review and Herald, agosto 13, 1901).

Encontrar paz: Parte 1 (Mat. 11:28, 29).
Lunes 18 de enero

Debemos llevar el yugo de Cristo para que nos coloquemos en completa unión con él. "Llevad mi yugo sobre vosotros", dice él. Obedeced mis requerimientos; pero estos requerimientos quizá sean diametralmente opuestos a la voluntad y propósitos de una persona en particular. ¿Qué se debe hacer entonces? Oíd lo que dice Dios: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame". El yugo y la cruz son símbolos que representan una misma cosa: la entrega de la voluntad a Dios. Cuando el hombre limitado lleva el yugo, se une en compañerismo con el amado Hijo de Dios. Cuando toma la cruz, el egoísmo se elimina del alma, y el hombre queda en condiciones de aprender a llevar las cargas de Cristo. No podemos seguir a Cristo sin llevar su yugo, sin llevar su cruz y seguirlo. Si nuestra voluntad no está de acuerdo con los requerimientos divinos, debemos renunciar a nuestras inclinaciones, abandonar nuestros deseos acariciados y seguir en las pisadas de Cristo...

Los hombres preparan yugos para su propio cuello, yugos que parecen fáciles y agradables de llevar, pero resultan ser extremadamente pesados. Jesús lo ve y dice: "Tomad mi yugo sobre vosotros. El yugo que vosotros colocaréis sobre vuestro cuello, pensando que es muy adecuado, no conviene en lo más mínimo. Colocad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí las lecciones esenciales que debéis aprender; pues soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Mi yugo es fácil y ligera mi carga". El Señor nunca se equivoca en el avalúo que hace su heredad. Él mide a los hombres con quienes trabaja. Cuando se sometan a su yugo, cuando renuncien a la lucha que ha sido estéril para ellos y para la causa de Dios, encontrarán paz y descanso. Cuando sientan sus propias debilidades y deficiencias, se deleitarán en cumplir con la voluntad de Dios. Se someterán al yugo de Cristo. Entonces Dios podrá obrar en ellos tanto el querer como el hacer por su buena voluntad, que con frecuencia es diametralmente opuesta a los planes de la mente humana. Cuando la unción celestial nos sobrevenga, aprenderemos la lección de humildad y mansedumbre que siempre proporciona descanso al alma (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1066).

Nuestra tarea no es llevar nuestra propia carga sino tomar las cargas que Cristo quiere darnos. Al estudiar la Biblia comprenderemos qué tipo de cargas nos ofrece. Nos dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (S. Mateo 11:28, 29). Es verdad: hay un yugo que llevar; pero mediante la fe aceptaremos la promesa divina de colocar sobre nosotros el yugo de Cristo, el yugo que él quiere que llevemos. A menudo pensamos que nos toca llevar cargas muy pesadas, y en verdad ese es el caso, porque estamos cargando cosas para las cuales el Señor no ha hecho provisión. En cambio, cuando aceptamos su yugo y su carga, podemos testificar que su yugo es fácil y ligera su carga, y que él ha hecho provisión para tales circunstancias.

Si nos sentimos deprimidos y desanimados, no abandonemos la lucha; tenemos un Salvador que nos ayuda y en quien podemos hallar descanso. No intentemos poner sobre nosotros yugos que el Señor no ha diseñado para nosotros; yugos que el mundo y sus modas quieren establecer. En cambio, si buscamos llevar lo que Dios quiere que llevemos, hallaremos descanso para nuestras almas porque Cristo ha dicho: "Mi yugo es fácil, y ligera mi carga". Si el yugo que soportamos está irritando nuestro cuello, podemos saber que no es el yugo de Cristo, porque el suyo es fácil de llevar. Lo que el Señor quiere es que aprendamos cada día cómo formar caracteres para este tiempo y la eternidad (Review and Herald, mayo 10, 1887).

Encontrar paz: Parte 2 (Juan 14:27).
Martes 19 de enero

La vida del Salvador en esta tierra, pese a haber sido vivida en medio de conflictos, fue una vida de paz... Ninguna tormenta de la ira satánica pudo alterar la calma de aquella perfecta comunión con Dios. Y nos dice: "Mi paz os doy".

Aquellos que aceptan la palabra de Cristo y confían sus almas a su cuidado, sus vidas a su ordenación, encontrarán paz y quietud. Nada en el mundo podrá ponerlos tristes siendo que Jesús les da gozo con su presencia. En la perfecta conformidad hay perfecto descanso. El Señor dice: "Tu guardarán en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado" (Isaías 26:3).

Es el amor al yo el que destruye la paz. Mientras el yo está vivo, permanecemos continuamente listos para guardarlo de mortificación e insulto. Pero cuando el yo está muerto y nuestra vida está oculta con Cristo en Dios no nos dejaremos afectar por descuidos o menosprecios...

Cuando recibimos a Cristo en el alma como un huésped permanente, la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones y mentes. No hay otros fundamento de paz sino éste. La gracia de Cristo, recibida dentro del corazón, domina la enemistad, apacigua la contienda y llena el alma con amor (En lugares celestiales, p. 249).

La vida de cada hombre testifica acerca de la verdad de las palabras de la Escritura: "Los impíos son como la mar en tempestad, que no puede estarse quieta... No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos". El pecado ha destruido nuestra paz. Mientras el yo no está subyugado, no podemos hallar descanso. Las pasiones predominantes en el corazón no pueden ser regidas por facultad humana alguna. Somos tan impotentes en esto como los discípulos para calmar la rugiente tempestad. Pero el que calmó las olas de Galilea ha pronunciado la palabra que puede impartir paz a cada alma. Por fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús: "Señor, sálvanos" hallarán liberación. Su gracia, que reconcilia al alma con Dios, calma las contiendas de las pasiones humanas, y en su amor el corazón descansa. "Hace parar la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Alégranse luego porque se reposaron; y él los guía al puerto que deseaban".

"Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo". "Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre" (El Deseado de todas las gentes, pp. 303, 304).

Poco antes de su crucifixión, Cristo había dejado a sus discípulos un legado de paz: "La paz os dejo -dijo- mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo". Esta paz no es la paz que proviene de la conformidad con el mundo. La que Cristo dejó a sus discípulos es interior más bien que exterior. Afuera habrá guerras y luchas, oposición de los enemigos declarados y frialdad y suspicacia de los que dicen ser amigos. La paz de Cristo no destierra la división y las luchas sino que permanece en el corazón en medio de los conflictos (Review and Herald, enero 16, 1900).

Paz en el hogar (Heb. 12:14).
Miércoles 20 de enero

Dios desea que su pueblo tenga manos limpias y corazones purificados. ¿Será posible que esto los haga infelices? ¿Acarrearía infelicidad a sus familias el hecho de que fueran bondadosos y pacientes, corteses y tolerantes? Lejos de ello. La bondad que manifiesten hacia sus familias se reflejará sobre ellos mismos. Esta es la clase de obra que debería llevarse a cabo en el hogar. Si los miembros de una familia no están preparados para vivir en paz aquí, tampoco están preparados para formar parte de la familia que se reunirá alrededor del gran trono blanco. Invariablemente el pecado produce oscuridad y esclavitud; pero el bien hacer produce paz y santo regocijo (Exaltad a Jesús, p. 135).

Dios quisiera que nuestras familias fuesen símbolos de la familia del cielo. Recuerden esto cada día los padres y los hijos, y relaciónense unos con otros como miembros de la familia de Dios. Entonces su vida será de tal carácter que dará al mundo una lección objetiva de lo que pueden ser las familias que aman a Dios y guardan sus mandamientos. Cristo será glorificado; su paz, su gracia y su amor compenetrarán el círculo familiar como un perfume precioso (El hogar cristiano, p. 13).

Si un hermano nos hiere, no debemos tratar de hacerle lo mismo; y si nosotros lo hemos herido, debemos ir a él y pedirle que nos perdone. Una herida entre hermanos no debe dejarse sin solucionar ni siquiera una noche; por el contrario, debemos decirnos: "Quiero dejar esto solucionado; quiero que haya armonía entre mi alma y la de mi hermano". Al hacerlo así estaremos dando un ejemplo a los demás. Y si un hermano cae en una falta. ¡Cuán ansiosos deberíamos estar de que se vuelva de sus malos caminos y retorne al Señor, quien tendrá misericordia de él y le ofrecerá su perdón abundante! Si vemos que nuestro hermano tropieza, nuestro primer deber será ayudarlo a pararse sobre sus pies para proseguir por el camino de la vida. Si el amor de Jesús está en el alma seremos misericordiosos con todos, porque él también es misericordioso. Pero si juzgamos y condenamos a otros, seremos juzgados por el Juez de toda la tierra.

Dios desea que los padres y las familias se alleguen a los pies de la cruz para que la paz de Jesús habite con cada miembro de la familia. Si le permitimos entrar a Jesús a nuestro hogar, el dirá: "Paz a vosotros"; pero no entrará donde haya riñas, irritabilidad y críticas entre los miembros de la familia. ¿Qué dice la Palabra? "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (Hebreos 12:14).

Y esto es l oque significa seguir la paz con todos: Si alguien nos hiere, mantendremos la paz con él, no levantándonos contra él, porque recordaremos que somos hijos y siervos de Dios no queremos que haya algo que se interponga entre nuestra alma y Dios. ¿Qué es la santidad? Es la voluntad de servir de todo corazón a nuestro Redentor; es ser un representante de Dios en el mundo; es llevar nuestra religión a todas nuestras actividades y negocios y recordar que somos representantes de Cristo. Nuestro Padre celestial nos dará fuerza para huir del mal, para no caer en la tentación y para no llegar a ser cautivos de Satanás; nos ayudará a perfeccionar un carácter cristiano de tal manera que cada acto de nuestra vida sea un sermón. De esta forma, cuando lleguemos para adorar a Dios, nuestra conciencia no nos condenará, porque hemos revelado a Cristo en todos nuestros actos y conversaciones, y hemos hablado palabras de consuelo a las almas cansadas y abatidas (Review and Herald, agosto 14, 1888).

Paz en la iglesia (Mat. 5:23, 24).
Jueves 21 de enero

El Salvador estableció los pasos que debemos seguir al tratar con los demás. En el Sermón del Monte declaró: "Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda" (S. Mateo 5:23, 24). Si hay una diferencia con otro hermano en la iglesia, debemos acercarnos a él y tratar de solucionarla para que continúe la comunión entre nosotros. Es un deber y una obligación que debemos cumplir antes de presentar nuestras ofrendas, para que las mismas sean aceptables ante Dios. Si la falta ha sido nuestra, debemos quitar la piedra de tropieza que hemos colocado delante de sus pies.

El esfuerzo ferviente de remover cualquier mal entendido que exista entre hermanos abrirá nuevamente las puertas para recibir las bendiciones divinas. En cambio sus bendiciones quedarán retenidas si no se manifiesta la voluntad de solucionar los problemas debido a la falta de humildad de un corazón orgulloso. ¡Cuántas pequeñas diferencias podrían ser solucionadas fácilmente! Y hasta que esto ocurra no estaremos preparados para participar de los ritos y las ordenanzas del Señor (Pacific Union Recorder, diciembre 1, 1904).

Las relaciones en la iglesia no son un asunto sin importancia, por el contrario, cada creyente debiera preocuparse de todo corazón por mantener buenas relaciones en la iglesia de Dios. La prosperidad de la misma debiera ser su primer interés. Y si un miembro no siente la sagrada obligación de conectarse con el pueblo de Dios de tal manera que sea una bendición para toda la iglesia, en lugar de buscar solamente sus propios intereses, quizá la iglesia podría estar mejor sin él. Pero nadie necesita quedarse afuera porque sus talentos y medio sean limitados. Todos pueden hacer algo por la causa de Dios; todos pueden ilustrar en sus vidas y caracteres las enseñanzas de Cristo al buscar vivir en paz y en perfecta armonía. Por otra parte, todos pueden sacrificarse un poco para colaborar con las cargas financieras de la iglesia, y no pensar en recibir sus beneficios y privilegios sin hacer nada por ellos. Cuanto más entreguemos de los medios que Dios nos ha confiado, tanto más él colocará en nuestras manos (The Bible Echo, septiembre 1, 1888).

La obra del pueblo de Dios en el mundo consiste en refrenar el mal, en elevar, ennoblecer y purificar a la humanidad. Los principios del amor, de la bondad y la benevolencia deben desarraigar cada fibra de egoísmo que ha impregnado toda la sociedad y corrompido a la iglesia...

Si los hombres y las mujeres quieren abrir sus corazones a la influencia celestial de la verdad y del amor, estos principios fluirán de nuevo, como corrientes en el desierto, refrigerándolo todo, y produciendo frescura donde ahora hay sólo esterilidad y hambre. La influencia de los que siguen el camino del Señor será tan abarcante como la eternidad. Llevarán consigo la alegría de la paz celestial como un poder permanente, refrigerante e iluminador (La maravillosa gracia de Dios, p. 124).



Guía de Estudio de la Biblia: El Fruto del Espíritu / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Enero-Marzo de 2010

Autor: Richard O'Fill, es escritor (El Cristiano Victorioso, Un Fruto Divino entre otros libros) y orador del ministerio Revival Sermons, ha trabajado para la iglesia en tres continentes, incluyendo siete años en las oficinas centrales de la Asociación General. Reside actualmente en Orlando, Florida, EE.UU.
Editor: Clifford Goldstein

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