sábado, 19 de junio de 2010

Lección 13: Apoyo social: el vínculo que une / Notas de Elena G. de White


Apoyo social: el vínculo que une
Sábado 19 de junio

Los que aman a Dios no pueden abrigar odio o envidia. Mientras que el principio celestial del amor eterno llena el corazón, fluirá a los demás, no simplemente porque se reciban favores de ellos, sino porque el amor es el principio de acción y modifica el carácter, gobierna los impulsos, domina las pasiones, subyuga la enemistad y eleva y ennoblece los afectos. Este amor no se reduce a incluir solamente "a mí y a los míos", sino que es tan amplio como el mundo y tan alto como el cielo, y está en armonía con el de los activos ángeles. Este amor, albergado en el alma, suaviza la vida entera, y hace sentir su influencia en todo su alrededor. Poseyéndolo, no podemos sino ser felices, sea que la fortuna nos favorezca o nos sea contraria. Si amamos a Dios de todo nuestro corazón, debemos amar también a sus hijos. Este amor es el Espíritu de Dios. Es el adorno celestial que da verdadera nobleza y dignidad al alma y asemeja nuestra vida a la del Maestro. Cualesquiera que sean las buenas cualidades que tengamos, por honorables y refinados que nos consideremos, si el alma no está bautizada con la gracia celestial del amor hacia Dios y hacia nuestros semejantes, nos falta verdadera bondad, y no estamos listos para el cielo, donde todo es amor y unidad (Testimonios para la iglesia, tomo 4, p. 221).

Aquellos que aman y sirven a Dios lo manifestarán amando y sirviendo a sus semejantes. Pablo nos presenta el ejemplo de liberalidad de los nuevos conversos cuyas obras de caridad excedían las más altas expectativas. El amor por sus prójimos era el resultado de haberse entregado primeramente al Señor y haber permitido que el Espíritu divino trabajara en sus corazones, dándoles una compasión similar a la de Cristo por aquellos que tenían necesidades y sufrimientos. Comprendían cuáles eran sus obligaciones y actuaban en armonía con la voluntad divina. Al hacerlo, glorificaban a su Padre celestial (Signs of the Times, 23 de enero, 1896).


La imagen original
Domingo 20 de junio

A fin de comprender lo que abarca la obra de la educación, necesitamos considerar tanto la naturaleza del hombre como el propósito de Dios al crearlo. Necesitamos considerar también el cambio verificado en la condición del hombre por la introducción del conocimiento del mal, y el plan de Dios para cumplir, sin embargo, su glorioso propósito en la educación de la especie humana.

Cuando Adán salió de las manos del Creador, llevaba en su naturaleza física, mental y espiritual, la semejanza de su Hacedor. "Creó Dios al hombre a su imagen", con el propósito de que, cuanto más viviera, más plenamente revelara esa imagen -más plenamente reflejara la gloria del Creador. Todas sus facultades eran susceptibles de desarrollo; su capacidad y su vigor debían aumentar continuamente. Vasta era la esfera que se ofrecía a su actividad, glorioso el campo abierto a su investigación. Los misterios del universo visible "las maravillas del Perfecto en sabiduría", invitaban al hombre estudiar. Tenía el alto privilegio de relacionarse íntimamente, cara a cara, con su Hacedor. Si hubiese permanecido leal a Dios, todo esto le hubiera pertenecido para siempre. A través de los siglos eternos, hubiera seguido adquiriendo nuevos tesoros de conocimiento, descubriendo nuevos manantiales de felicidad y obteniendo conceptos cada vez más claros de la sabiduría, el poder y el amor de Dios. Habría cumplido cada vez más cabalmente el objeto de su creación; habría reflejado cada vez más plenamente la gloria del Creador (La educación, pp. 14, 15).

En los concilios celestiales, dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó" (Génesis 1:26, 27). El Señor creó al hombre con facultades morales y perfección física. Era una transcripción impecable de sí mismo. Le dio sus santos atributos y le preparó un jardín expresamente para él. Solo el pecado podría arruinar esos seres que habían sido creados por la mano del Todopoderoso (The Youth's Instructor, 20 de julio, 1899).

El hombre había de llevar la imagen de Dios, tanto en la semejanza exterior, como en el carácter. Solo Cristo es "la misma imagen" del Padre (Hebreos 1:3); pero el hombre fue creado a semejanza de Dios. Su naturaleza estaba en armonía con la voluntad de Dios. Su mente era capaz de comprender las cosas divinas. Sus afectos eran puros, sus apetitos y pasiones estaban bajo el dominio de la razón. Era santo y se sentía feliz de llevar la imagen de Dios y de mantenerse en perfecta obediencia a la voluntad del Padre (Patriarcas y profetas, pp. 25, 26).


Las personas: Seres sociales
Lunes 21 de junio

Por medio de las relaciones sociales el cristianismo se revela al mundo. Todo hombre y mujer que ha recibido la divina iluminación debe arrojar luz sobre el tenebroso sendero de aquellos que no conocen el mejor camino. La influencia social, santificada por el Espíritu de Cristo, debe servir para llevar almas al Salvador. Cristo no debe permanecer oculto en el corazón como tesoro codiciado, sagrado y dulce, para que de él solo goce su dueño. Cristo debe ser en nosotros una fuente de agua que brote para vida eterna y refrigere a todos los que se relacionen con nosotros (El ministerio de curación, p. 396).

Dios nos da la vida como un cometido sagrado a fin de que la 1 utilicemos para él. Al visitar a los enfermos y consolar a los pobres y afligidos, hablándoles del Redentor compasivo, producimos salud para nuestro cuerpo y paz para nuestra mente. Nuestro rostro reflejará el gozo que proviene como recompensa de un servicio desinteresado. Es invaluable la acción de ofrecer un amor como el de Cristo; el que lo hace llega a ser como él, que no vivió para agradarse a sí mismo (The Youth’s Instructor, 13 de febrero, 1902).

"Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos" (1 Corintios 9:22).

Todos deberían reflexionar detenidamente para decidir en qué forma podrían ser más útiles y convertirse en una bendición para los que los rodean.

Todos los que profesan ser hijos de Dios deben tener en mente el hecho de que son misioneros cuando trabajan con toda clase de mentalidades. Habrá hombres que serán falsos en su trato con sus semejantes; hallaréis al aristócrata, el vano, el orgulloso, el frívolo, el independiente, el quejoso, el indiferente, el abatido, el fanático, el egoísta, el tímido; y los sensibles, los de mente elevada, y los corteses; los disipados, los descorteses y los superficiales... No es posible tratar de igual manera a todos esos espíritus. Sin embargo, todos ellos, ricos o pobres, encumbrados o humildes, subordinados o independientes, necesitan bondad, simpatía, verdad y amor. Mediante el contacto mutuo nuestras mentes deben pulirse y refinarse. Dependemos el uno del otro, y estamos ligados con los vínculos de la fraternidad humana.

Mediante las relaciones sociales es como el cristianismo se transmite al mundo. Cada hombre y mujer que ha gustado el amor de Cristo y ha recibido iluminación divina en su corazón, tiene la obligación ante Dios de iluminar el sendero de los que no conocen el camino mejor...

Debemos confesar a Cristo abierta y valerosamente, y revelar en nuestro carácter su mansedumbre, humildad y amor, hasta que los hombres se sientan cautivados por la hermosura de la santidad.

La influencia social, santificada por el Espíritu de Cristo, debe ser aprovechada para llevar almas al Salvador... Debemos tener a Cristo en nosotros como fuente de agua que salte para vida eterna y que refresque a todos los que entran en contacto con nosotros (Meditaciones matinales 1952, p. 195).


Unidad en la redención
Martes 22 de junio

Se debe enseñar a los alumnos que no son átomos independientes, sino que cada uno es una hebra de hilo que ha de unirse con otras para completar una tela. En ningún departamento puede darse esta instrucción con más eficacia que en el internado escolar. Es allí donde los estudiantes están rodeados diariamente de oportunidades que, si las aprovechan, les ayudarán en gran manera a desarrollar los rasgos sociales de su carácter. Pueden aprovechar de tal modo su tiempo y sus oportunidades que logren desarrollar un carácter que los hará felices y útiles. Los que se encierran en sí mismos y no están dispuestos a prestarse para beneficiar a otros mediante amigable compañerismo, pierden muchas bendiciones; porque merced al trato mutuo el entendimiento se pule y refina; por el trato social se formalizan relaciones y amistades que acaban en una unidad de corazón y en una atmósfera de amor agradables a la vista del cielo.

Especialmente aquellos que han gustado el amor de Cristo debieran desarrollar sus facultades sociales; pues de esta manera pueden ganar almas para el Salvador. Cristo no debiera ser ocultado en sus corazones, encerrado como tesoro codiciado, sagrado y dulce, que solo ha de ser gozado por ellos; ni tampoco debieran ellos manifestar el amor de Cristo solo hacia aquellos que les son más simpáticos. Se debe enseñar a los alumnos la manera de demostrar, como Cristo, un amable interés y una disposición sociable para con aquellos que se hallan en la mayor necesidad, aun cuando los tales no sean sus compañeros preferidos. En todo momento y en todas partes, manifestó Jesús amante interés en la familia humana y esparció en derredor suyo la luz de una piedad alegre. Se debe enseñar a los estudiantes a seguir sus pisadas. Se les ha de enseñar a manifestar interés cristiano, simpatía y amor hacia sus compañeros jóvenes y a empeñarse en atraerlos a Jesús; Cristo debiera ser en sus corazones como un manantial de agua que brote para vida eterna, que refresque a todos aquellos con quienes tratan.

Es este ministerio voluntario y amante prestado a otros en momentos de necesidad el que Dios aprecia. De esta manera, aun mientras asisten a la escuela, los alumnos pueden ser, si son fieles a su profesión, misioneros vivos para Dios. Todo esto llevará tiempo; pero el tiempo así empleado es de provecho, porque así aprende el alumno a presentar el cristianismo al mundo.

Cristo no rehusó alternar con otros en trato amistoso. Cuando era invitado a un banquete por un fariseo o un publicano, aceptaba la invitación. En tales ocasiones cada palabra que pronunciaba tenía sabor de vida para sus oyentes; porque hacía de la hora de la comida una ocasión para impartir muchas lecciones preciosas adaptadas a sus necesidades. De este modo Cristo enseñó a sus discípulos cómo debían conducirse cuando se hallasen en compañía tanto de los que no eran religiosos como de los que lo eran. Por su ejemplo, les enseñó que al asistir a alguna reunión pública, su conversación no tenía por qué ser como la que se solía consentir en tales casos (Joyas de los testimonios, tomo 2, pp. 438, 439).


Apóyense unos a otros
Miércoles 23 de junio

Todo leal y abnegado obrero de Dios tiene la disposición de gastar y ser gastado por causa de otros. Cristo dice: "El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará" (Juan 12:25). Mediante esfuerzos fervientes y reflexivos para ayudar donde sea necesario, el verdadero cristiano muestra su amor a Dios y a sus prójimos. Puede perder su vida en el servicio; pero cuando venga Cristo para reunir sus joyas, la encontrará otra vez.

Hay muchas almas perplejas, cargadas con el peso de la culpa, que desean ser liberadas del pecado. Se han separado de las cristalinas fuentes de la verdadera felicidad y han envenenado sus vidas bebiendo de las turbias aguas de la transgresión. Necesitan una mano amiga que les muestre cómo elevarse y cómo vivir para ganarse el respeto de sus semejantes. Aunque su voluntad se haya debilitado y corrompido, pueden tener esperanza en Cristo, quien llenará su corazón de impulsos más elevados y más santos. Esas almas necesitan que se las anime para que encuentren esperanza en el evangelio. Las promesas que se encuentran en la Palabra de Dios son para ellos como las hojas del árbol de la vida. Debemos continuar con nuestros esfuerzos hasta que puedan asirse de la esperanza de redención que se encuentra en Cristo

Aquellos que han sido tentados y probados hasta que, al parecer, han perdido toda esperanza, pero que fueron salvados al escuchar el mensaje de amor, son los que están en mejores condiciones de ayudar a los que necesitan escuchar ese mismo mensaje. Los que están llenos del amor de Cristo, porque él los buscó y los trajo de vuelta al redil, son los que mejor saben cómo trabajar por otros, cómo señalarles al Cordero de Dios para ser aceptos en el amado, y cómo asirse, con su débil mano, de la mano que ofrece ayuda. El ministerio de tales creyentes traerá muchos pródigos a la casa del Padre para que se presenten a él arrepentidos y contritos (Signs of the Times, 3 de junio, 1908).

Nos estamos acercando al fin del tiempo. Abundarán las pruebas de afuera, pero no permitamos que provengan de adentro de la iglesia. Por amor de la verdad, por amor a Cristo, niéguense a sí mismos los que profesan ser hijos de Dios. "Porque es menester que todos nosotros parezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, ora sea bueno o malo" (2 Corintios 5:10). Todo aquel que ame de veras a Dios, tendrá el espíritu de Cristo y un ferviente amor hacia sus hermanos. Cuanto más en comunión con Dios esté el corazón de una persona, y cuanto más se concentren sus afectos en Cristo, menos perturbada se sentirá ella por las asperezas y penurias que encuentre en esta vida. Los que están creciendo a la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús, se volverán cada vez más semejantes a Cristo en su carácter y se elevarán por encima de la disposición a murmurar y estar descontentos. El dedicarse a la censura les inspirará desprecio (Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 187).

El Señor ha hecho que la proclamación del evangelio dependa de la consagrada capacidad y de las ofrendas voluntarias de su pueblo. Al paso que ha llamado a hombres para predicar la Palabra, ha convertido en el privilegio de toda la iglesia el participar en la obra por medio de la contribución de sus recursos para su sostén. Y les ha confiado también el cuidado de los pobres, como representantes suyos... Pide nuestro servicio y nuestros dones... porque el servicio y el sacrificio hechos para el bien de los demás fortalecerán el espíritu de beneficencia en el corazón del dador y lo unirán más estrechamente con Aquel que era rico pero que se empobreció por amor a nosotros (En lugares celestiales, p. 303).


Sírvanse unos a otros
Jueves 24 de junio

El amor es la cuerda de seda que une los corazones. No debemos pensar en erigirnos como un modelo. Mientras pensemos en nosotros mismos y en lo que los demás nos deben a nosotros, será imposible realizar nuestra obra para salvar almas. Cuando Cristo toma posesión de nuestros corazones, entonces ya no hacemos más del estrecho círculo del yo el centro de nuestros pensamientos y de nuestras atenciones...

¡Qué maravillosa reverencia hacia la vida humana expresó Jesús en la misión de su vida! No anduvo entre la gente como un rey, exigiendo atención, reverencia, servicio, sino como uno que anhelaba servir y elevar a la humanidad. Dijo que no había venido para ser servido, sino para servir... Dondequiera que Cristo veía a un ser humano, veía a uno que necesitaba simpatía humana. Muchos de nosotros estamos dispuestos a servir a ciertas personas en particular -a aquellos que honramos- pero pasamos por alto, como indignas de ser notadas, a esas mismas personas a quienes Cristo quisiera bendecir por medio de nosotros, si no fuéramos tan fríos de corazón (Nuestra elevada vocación, p. 178).

Si pensamos que debemos preocuparnos solamente por alcanzar a los grandes y talentosos descuidando a las clases pobres y humildes, debemos recordar que Cristo, en su parábola de la gran cena, instruye a sus mensajeros a ir por los caminos y los vallados y traer a todos, a los pobres y humildes de la tierra. Todos los que viven en las tinieblas deben ser instados a venir a la fiesta. Nuestra obra debe incluir a todas las clases sociales.

Los hombres y las mujeres humildes que reciben la verdad, también serán aceptados por Cristo para servir en su obra; pueden alcanzar a los de su propia clase social. Dios acepta el trabajo de los que son talentosos e inteligentes, pero si éstos rehúsan usar sus dones para el servicio, él utilizará humildes instrumentos. Es Dios quien da a todos sus talentos y posesiones, y los que rehúsan usarlos, quedarán librados a su propia sabiduría y pueden perderlo todo. Una multitud de humildes instrumentos que le ofrecen a Dios su servicio paciente y amante, llevarán adelante su obra (Review and Herald, 8 de mayo, 1900).

Los seguidores de Cristo han sido redimidos para servir. Nuestro Señor enseña que el verdadero objeto de la vida es el ministerio. Cristo mismo fue obrero, y a todos sus seguidores les presenta la ley del servicio, el servicio a Dios y a sus semejantes. Aquí Cristo presenta al mundo un concepto más elevado acerca de la vida de lo que jamás ellos habían conocido. Mediante una vida de servicio en favor de otros, el hombre se pone en íntima relación con Cristo. La ley del servicio viene a ser el eslabón que nos une a Dios y a nuestros semejantes (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 262).


Para estudiar y meditar
Viernes 25 de junio

- Consejos sobre la salud, p. 569-573;

Pureza social

El Señor hizo un pacto especial con el antiguo Israel: "Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa" (Exodo 19: 5-6). Se dirige al pueblo que guarda sus mandamientos en estos últimos días diciendo: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable". (1 Ped. 2: 9.) "Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma" (1 Pedro 2: 9, 11).

No todos los que profesan guardar los mandamientos de Dios guardan sus cuerpos en santificación y honor. El más solemne mensaje que alguna vez haya sido encomendado a los mortales, ha sido confiado a este pueblo, y pueden tener una influencia poderosa si permiten que este mensaje los santifique. Profesan estar sentados sobre el elevado pedestal de la verdad eterna, y guardar todos los mandamientos de Dios; por lo tanto, si se complacen en el pecado y cometen fornicación y adulterio, su crimen es diez veces más grande que el de las personas que he mencionado, quienes no reconocen la vigencia de la ley de Dios. De un modo muy especial los que profesan guardar la ley de Dios lo deshonran y desacreditan la verdad al transgredir sus preceptos. 570
La experiencia de Israel es una advertencia

Fue el predominio de este mismo pecado, la fornicación entre el pueblo de Israel antiguo, lo que les acarreó la manifestación clara del desagrado de Dios. Sus juicios siguieron de inmediato a su infame pecado; miles cayeron, y sus cuerpos corruptos fueron abandonados en el desierto. "Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. No seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. . . Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga"(1 Corintios 10: 5-12).

Modelos de piedad

Sobre todos los demás pueblos del mundo, los adventistas del séptimo día debieran ser modelos de piedad, santos de corazón y conducta. . . Si los que hacen tan alta profesión de le se complacen en el pecado y la iniquidad, su culpa sería muy grande. . . Los que no controlan sus pasiones bajas no pueden apreciar la expiación ni darle el valor correcto al alma. No experimentan ni entienden la salvación. La gratificación de los instintos animales es la mas alta ambición de sus vidas. Dios no aceptará otra cosa que no sea la pureza y la santidad; una mancha, una arruga, un defecto en el carácter, los excluirá para siempre del Cielo, con todas sus glorias y tesoros.

Se han hecho amplias provisiones para todos los que, sincera, reflexiva y seriamente se empeñan en la obra de 571 perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Fortaleza, gracia y gloria han sido provistas a través de Cristo. para que los ángeles ministradores las lleven a los herederos de salvación. Nadie es tan bajo, tan corrupto y vil que no pueda encontrar en Jesús, quien murió por él, fortaleza, pureza y justicia, si consiente en apartarse de sus pecados, cesar en su proceder inicuo y volverse con un corazón sincero al Dios vivo. . .

Me fue señalado este texto: "No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia" (Romanos 6: 12-13). Profesos cristianos, aunque no se os dé más luz que la contenida en este texto, no tendréis excusa si permitís que os controlen las bajas pasiones. . .

Hace mucho que he planeado hablar a mis hermanas y decirles que, de acuerdo con lo que el Señor se ha complacido en mostrarme de vez en cuando, ellas están en gran error. No son cuidadosas de abstenerse de toda apariencia de mal. No son lo suficientemente discretas en su comportamiento como corresponde a mujeres que profesan santidad. Sus palabras no son tan cuidadas y bien elegidas como debieran ser las de mujeres que han recibido la gracia de Dios. Tratan a sus hermanos con demasiada familiaridad. Permanecen cerca de ellos, se inclinan hacia ellos y parecen elegir su compañía. Se sienten altamente gratificadas con su atención.

Según la luz que me ha dado el Señor, nuestras hermanas debieran comportarse de otro modo. Debieran ser más reservadas, menos atrevidas, y fomentar entre ellas "pudor y modestia". Tanto los hermanos como las hermanas se complacen en mantener charlas demasiado joviales cuando están juntos. Mujeres que profesan santidad participan en 572 demasiadas bromas, chistes y risas. Esto es impropio y entristece al Espíritu de Dios. Estas exhibiciones revelan una falta del verdadero refinamiento cristiano. No fortalecen el alma en Dios, sino acarrean gran oscuridad; alejan los puros y refinados ángeles celestiales y rebajan a un nivel inferior a los que practican estos errores lamentables. Nuestras hermanas siempre debieran desarrollar una mansedumbre genuina; no debieran ser audaces, conversadoras y atrevidas, sino modestas y recatadas, cuidadosas al hablar. Deben fomentar la cortesía. Ser bondadosas y tiernas, compasivas, perdonadoras y humildes sería apropiado y muy agradable a Dios. Si tienen este comportamiento, los caballeros no las molestarán con una atención indebida, ya sea en la iglesia o afuera. Todos notarán que hay un sagrado círculo de pureza que rodea a estas mujeres temerosas de Dios, el cual las protege de cualquiera de estas licencias injustificables.

Algunas mujeres que profesan santidad se comportan con una libertad descuidada y vulgar que lleva al mal. Pero esas mujeres piadosas cuyas mentes y corazones están ocupados en meditar en temas que fortalecen una vida pura y que elevan el alma y la disponen a la comunicación con Dios, no serán fácilmente alejadas de la senda de rectitud y virtud. Serán fortalecidas en contra de los sofismas de Satanás; estarán preparadas para resistir sus seductoras artimañas.

La vanagloria, las modas del mundo, los deseos del ojo, y las concupiscencias de la carne están relacionados con la caída de los desafortunados. Se fomenta lo que es agradable al corazón natural y a la mente carnal. Si hubieran erradicado de sus corazones las concupiscencias de la carne, no serían tan débiles. Si nuestras hermanas sintieran la necesidad de purificar sus pensamientos, y nunca se permitieran una conducta descuidada que lleva a actos incorrectos, no mancharían por nada su pureza. Si vieran las cosas como Dios me las ha presentado, sentirían tal repudio 573 por los actos impuros, que no se encontrarían entre las que caen en las tentaciones de Satanás, no importa a quién él pudiera haber elegido como medio para hacerlas caer.

Un predicador puede tratar temas elevados y santos y sin embargo no tener un corazón santificado. Puede entregarse a Satanás para que obre maldad y corrompa las almas y cuerpos de su rebaño. No obstante, si las mentes de las mujeres y las jóvenes que profesan amar y temer a Dios, fueran fortificadas por su Espíritu, si hubieran ejercitado sus mentes con pensamientos puros y se hubieran preparado para evitar toda apariencia de mal, estarían a salvo de cualquier insinuación impropia y estarían protegidas de la corrupción que prevalece a su alrededor. Refiriéndose a sí mismo el apóstol Pablo escribió: "Sino que golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1 Corintios 9: 27).

Si un ministro del Evangelio no controla sus bajas pasiones, si no logra seguir el ejemplo del apóstol y deshonra su profesión y su fe con el solo hecho de mencionar la práctica del pecado, nuestras hermanas ni por un instante debieran engañarse creyendo que el pecado pierde su pecaminosidad en lo más mínimo porque su ministro se atreve a practicarlo. El hecho de que hombres que ocupan lugares de responsabilidad se muestren familiarizados con el pecado no debiera disminuir la culpa ni la enormidad del mal en la mente de nadie. El pecado debiera aparecer exactamente tan pecaminoso, tan horrendo, como había sido hasta entonces; y las mentes de los puros y elevados debieran repudiarlo y evitar al que lo practica, como huirían de una serpiente cuya mordedura fuera mortal.

- El ministerio de curación, p. 64-74.

Salvados para Servir

Era el amanecer, a orillas del mar de Galilea. Jesús y sus discípulos habían llegado allí después de pasar una noche tempestuosa sobre las aguas, y la luz del sol naciente esparcía sobre el mar y la tierra como una bendición de paz. Pero apenas habían tocado la orilla cuando sus ojos fueron heridos por una escena más terrible que la furia de la tempestad. De algún escondedero entre las tumbas, dos locos echaron a correr hacia ellos como si quisieran despedazarlos. De sus cuerpos colgaban trozos de cadenas que habían roto al escapar de sus prisiones. Sus carnes estaban desgarradas y sangrientas y por entre sus cabellos sueltos y enmarañados, les brillaban los ojos; la misma apariencia humana parecía borrada de su semblante. Se asemejaban más a fieras que a hombres.

Los discípulos y sus compañeros huyeron aterrorizados; pero al rato notaron que Jesús no estaba con ellos y se volvieron para buscarle. Allí estaba donde le habían dejado. El que había calmado la tempestad, y antes había arrostrado y vencido a Satanás, no huyó delante de esos demonios. Cuando los hombres, crujiendo los dientes y echando espuma por la boca, se acercaron a él, Jesús levantó aquella mano que había ordenado a las olas que se calmasen, y los hombres no pudieron acercarse más. Estaban de pie, furiosos, pero impotentes delante de él.

Con autoridad ordenó a los espíritus inmundos que salieran de esos hombres. Los desafortunados se dieron cuenta de que estaban cerca de alguien que podía salvarlos de los atormentadores demonios. Cayeron a los pies del Salvador para pedirle65 misericordia; pero cuando sus labios se abrieron, los demonios hablaron por su medio clamando: "¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá a molestarnos antes de tiempo?" (S. Mateo 8:29.)

Los espíritus malos se vieron obligados a soltar sus víctimas, y ¡qué cambio admirable se produjo en los endemoniados! Había amanecido en sus mentes. Sus ojos brillaban de inteligencia. Sus rostros, durante tanto tiempo deformados a la imagen de Satanás, se volvieron repentinamente benignos. Se aquietaron las manos manchadas de sangre y los hombres elevaron alegremente sus voces en alabanza a Dios.

Mientras tanto, los demonios, echados de su habitación humana, habían entrado en una piara de cerdos y la habían arrastrado a la destrucción. Los guardianes de los cerdos corrieron a difundir la noticia, y el pueblo entero se agolpó alrededor de Jesús. Los dos endemoniados habían aterrorizado la comarca. Ahora están vestidos y en su sano juicio, sentados a los pies de Jesús, escuchando sus palabras y glorificando el nombre de Aquel que los ha sanado. Pero la gente que presencia esta maravillosa escena no se regocija. La pérdida de los cerdos le parece de mayor importancia que la liberación de estos cautivos de Satanás. Aterrorizada, rodea a Jesús para instarle a que se aparte de allí; y él, cediendo a sus ruegos, se embarca en seguida para la ribera opuesta.

El sentimiento de los endemoniados curados es muy diferente. Ellos desean la compañía de su Libertador. Con él se sienten seguros de los demonios que atormentaron su vida y agostaron su virilidad. Cuando Jesús está por subir al barco, se mantienen a su lado, y arrodillándose, le ruegan que los guarde cerca de él, donde puedan escuchar siempre sus palabras. Pero Jesús les recomienda que vayan a sus casas y cuenten cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ellos.

Tienen una obra que hacer: ir a hogares paganos y hablar de la bendición que recibieron de Jesús. Les resulta duro 66 separarse del Salvador. Les asediarán seguramente grandes dificultades en su trato con sus compatriotas paganos. Y su largo aislamiento de la sociedad parece haberlos inhabilitado para la obra que él les ha indicado. Pero tan pronto como Jesús les señala su deber, están listos para obedecer.

No sólo hablaron de Jesús a sus familias y vecinos, sino que fueron por toda Decápolis, declarando por doquiera su poder salvador, y describiendo cómo los había librado de los demonios.

Aunque los habitantes de Gádara no habían recibido a Jesús, él no los dejó en las tinieblas que habían preferido. Cuando le pidieron que se apartase de ellos, no habían oído sus palabras. Ignoraban lo que rechazaban. Por lo tanto, les mandó luz por medio de personas a quienes no se negarían a escuchar.

Al ocasionar la destrucción de los cerdos, Satanás se proponía apartar a la gente del Salvador e impedir la predicación del Evangelio en esa región. Pero este mismo incidente despertó a toda la comarca como no podría haberlo hecho otra cosa alguna y dirigió su atención a Cristo. Aunque el Salvador mismo se fue, los hombres a quienes había sanado permanecieron como testigos de su poder. Los que habían sido agentes del príncipe de las tinieblas vinieron a ser conductos de luz, mensajeros del Hijo de Dios. Cuando Jesús volvió a Decápolis, la gente acudió a él, y durante tres días miles de habitantes de toda la región circundante oyeron el mensaje de salvación.

Los dos endemoniados curados fueron los primeros misioneros a quienes Cristo envió a predicar el Evangelio en la región de Decápolis. Esos hombres habían tenido oportunidad de oír las enseñanzas de Cristo durante unos momentos solamente. Sus oídos no habían percibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir a la gente como habrían podido hacerlo los discípulos que habían estado diariamente con Jesús; pero podían contar lo que sabían, lo que ellos mismos 67 habían visto, oído y experimentado del poder del Salvador. Esto es lo que puede hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios. Tal es el testimonio que nuestro Señor requiere y por falta del cual el mundo está pereciendo.

El Evangelio se ha de presentar, no como una teoría inerte, sino como una fuerza viva capaz de transformar la conducta. Dios quiere que sus siervos den testimonio de que por medio de la gracia divina los hombres pueden poseer un carácter semejante al de Cristo y regocijarse en la seguridad de su gran amor. Quiere que atestigüemos que él no puede darse por satisfecho mientras todos los que acepten su salvación no hayan sido transformados y reintegrados en sus santos privilegios de hijos de Dios.

Aun a aquellos cuya conducta más le haya ofendido les da franca acogida. Cuando se arrepienten, les otorga su Espíritu divino, y los manda al campo de los desleales a proclamar su misericordia. Las almas que han sido degradadas en instrumentos de Satanás siguen todavía, mediante el poder de Cristo, siendo transformadas en mensajeras de justicia, y se las envía a contar cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ellas y cuánta compasión les tuvo.

"De ti será siempre mi alabanza"

Después que la mujer de Capernaúm fuera sanada por el toque hecho con fe, Jesús quiso que reconociese el beneficio recibido. No se obtienen a hurtadillas ni se gozan en secreto los dones que el Evangelio ofrece.

"Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios." (Isaías 43:12.)

Nuestra confesión de su fidelidad es el factor escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo, Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; 68 pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino. Cada persona tiene una vida distinta de todas las demás y una experiencia que difiere esencialmente de la suya. Dios desea que nuestra alabanza ascienda a él señalada por nuestra propia individualidad. Estos preciosos reconocimientos para alabanza de la gloria de su gracia, cuando son apoyados por una vida semejante a la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación de las almas.
Para nuestro propio beneficio, debemos refrescar en nuestra mente todo don de Dios. Así se fortalece la fe para pedir y recibir siempre más. Hay para nosotros mayor estímulo en la menor bendición que recibimos de Dios, que en todos los relatos que podamos leer acerca de la fe y experiencia ajenas. El alma que responda a la gracia de Dios será como un jardín regado. Su salud brotará raudamente; su luz nacerá en la obscuridad, y la gloria de Dios la acompañará.

"¿Que pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?
Tomaré la copa de la salud, e invocaré el nombre de Jehová.
Ahora pagaré mis votos a Jehová delante de todo su pueblo." (Salmo 116:12-14.)
"A Jehová cantaré en mi vida: A mi Dios salmearé mientras viviere.
Serme ha suave hablar de él: yo me alegraré en Jehová." (Salmo 104: 33,34.)
"¿Quién expresará las valentías de Jehová?
¿quién contará sus alabanzas?" (Salmo 106:2.)
"Invocad su nombre: haced notorias sus obras en los pueblos.
Cantadle, cantadle salmos: hablad de todas sus maravillas.69
Gloriaos en su santo nombre: alégrese el corazón de los que buscan a Jehová." (Salmo 105:1-3.)
"Porque mejor es tu misericordia que la vida: mis labios te alabarán....
Como de meollo y de grosura será saciada mi alma; y con labios de júbilo te alabará mi boca,
cuando me acordaré de ti en mi lecho, cuando meditaré de ti en las velas de la noche.
Porque has sido mi socorro; y así en la sombra de tus alas me regocijaré." (Salmo 63:3-7.)
"En Dios he confiado: no temeré lo que me hará el hombre.
Sobre mí, oh Dios, están tus votos: te tributaré alabanzas.
porque has librado mi vida de la muerte, y mis pies de caída,
para que ande delante de Dios en la luz de los que viven." (Salmo 56:11-13.)
"Oh Santo de Israel.
Mis labios cantarán cuando a ti salmeare, y mi alma, a la cual redimiste.
Mi lengua hablará también de tu justicia todo el día."
"Seguridad mía desde mi juventud....
De ti será siempre mi alabanza." (Salmo 71:22-24, 5, 6.)
"Haré perpetua la memoria de tu nombre: ...
Por lo cual te alabarán los pueblos." (Salmo 45:17.)
"De gracia recibisteis, dad de gracia"

No debemos limitar la invitación del Evangelio y presentarla solamente a unos pocos elegidos, que, suponemos nosotros, nos honrarán aceptándola. El mensaje ha de proclamarse a todos. Cuando Dios bendice a sus hijos, no es tan sólo para beneficio de ellos, sino para el mundo. Cuando nos concede sus dones, es para que los multipliquemos compartiéndolos con otros.

Tan pronto como halló al Salvador, la mujer samaritana 70 que habló con Jesús junto al pozo de Jacob, trajo otros a él. Así dio pruebas de ser una misionera más eficaz que los propios discípulos. Ellos no vieron en Samaria indicios de que fuera un campo alentador. Fijaban sus pensamientos en una gran obra futura, y no vieron que en derredor de sí había una mies que segar. Pero por medio de la mujer a quien ellos despreciaron, toda una ciudad llegó a oír a Jesús. Ella llevó en seguida la luz a sus compatriotas.

Esta mujer representa la obra de una fe práctica en Cristo. Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como misionero. Apenas llega a conocer al Salvador, desea hacerlo conocer a otros. La verdad salvadora y santificadora no puede quedar encerrada en su corazón. El que bebe del agua viva llega a ser una fuente de vida. El que recibe se transforma en un dador. La gracia de Cristo en el alma es como un manantial en el desierto, cuyas aguas brotan para refrescar a todos, e infunde a quienes están por perecer avidez de beber del agua de la vida. Al hacer esta obra obtenemos mayor bendición que si trabajáramos únicamente en nuestro provecho. Es al trabajar para difundir las buenas nuevas de la salvación como somos llevados más cerca del Salvador.
Acerca de los que reciben su gracia, dice el Señor:

"Y daré a ellas y a los alrededores de mi collado, bendición; y haré descender la lluvia en su tiempo, lluvias de bendición serán." (Ezequiel 34:26.)

"Mas en el postrer día grande de la fiesta, Jesús se ponía en pie y clamaba, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre." (S. Juan 7:37,38.)

Los que reciben tienen que dar a los demás. De todas partes nos llegan pedidos de auxilio. Dios invita a los hombres a que atiendan gozosos a sus semejantes. Hay coronas inmortales que ganar; hay que alcanzar el reino de los cielos; hay que iluminar al mundo que perece en la ignorancia. 71 "¿No decís vosotros: Aun hay cuatro meses hasta que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos, y mirad las regiones, porque ya están blancas para la siega. Y el que siega, recibe salario, y allega fruto para vida eterna." (S. Juan 4: 35, 36.)

"He aquí, yo estoy con vosotros todos los días"

Durante tres años, los discípulos tuvieron delante de si el admirable ejemplo de Jesús. Día tras día anduvieron y conversaron con él, oyendo sus palabras que alentaban a los cansados y cargados y viendo las manifestaciones de su poder para con los enfermos y afligidos. Llegado el momento en que iba a dejarlos, les dio gracia y poder para llevar adelante su obra en su nombre. Tenían que derramar la luz de su Evangelio de amor y de curación. Y el Salvador les prometió que estaría siempre con ellos. Por medio del Espíritu Santo, estaría aun más cerca de ellos que cuando andaba en forma visible entre los hombres.

La obra que hicieron los discípulos, hemos de hacerla nosotros también. Todo cristiano debe ser un misionero. Con simpatía y compasión tenemos que desempeñar nuestro ministerio en bien de los que necesitan ayuda, y procurar con todo desprendimiento aliviar las miserias de la humanidad doliente.

Todos pueden encontrar algo que hacer. Nadie debe considerar que para él no hay sitio donde trabajar por Cristo. El Salvador se identifica con cada hijo de la humanidad. Para que pudiéramos ser miembros de la familia celestial, él se hizo miembro de la familia terrenal. Es el Hijo del hombre y, por consiguiente, hermano de todo hijo e hija de Adán. Los que siguen a Cristo no deben sentirse separados del mundo que perece en derredor suyo. Forman parte de la gran familia humana, y el Cielo los considera tan hermanos de los pecadores como de los santos.

Millones y millones de seres humanos, sumidos en el dolor, 72 la ignorancia y el pecado, no han oído hablar siquiera del amor de Cristo. Si nuestra situación fuera la suya, ¿qué quisiéramos que ellos hicieran por nosotros? Todo esto, en cuanto dependa de nosotros, hemos de hacerlo por ellos. La regla de la vida cristiana conforme a la cual seremos juzgados un día es ésta: "Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos." (S. Mateo 7:12)

Todo lo que nos ha dado ventaja sobre los demás, ya sea educación y refinamiento, nobleza de carácter, educación cristiana o experiencia religiosa, todo esto nos hace deudores para con los menos favorecidos; y en cuanto esté de nosotros, hemos de servirlos. Si somos fuertes, hemos de sostener a los débiles.

Los ángeles gloriosos que contemplan siempre la faz del Padre en los cielos se complacen en servir a los pequeñuelos. Los ángeles están siempre donde más se les necesita, junto a los que libran las más rudas batallas consigo mismos, y cuyas circunstancias son de lo más desalentadoras. Atienden con cuidado especial a las almas débiles y temblorosas cuyos caracteres presentan muchos rasgos poco favorables. Lo que a los corazones egoístas les parecería servicio humillante, como el de atender a los míseros y de carácter inferior, es precisamente la obra que cumplen los seres puros y sin pecado de los atrios celestiales.

Jesús no consideró el cielo como lugar deseable mientras estuviéramos nosotros perdidos. Dejó los atrios celestiales para llevar una vida de vituperios e insultos, y para sufrir una muerte ignominiosa. El que era rico en tesoros celestiales inapreciables, se hizo pobre, para que por su pobreza fuéramos nosotros ricos. Debemos seguir sus huellas.

El que se convierte en hijo de Dios ha de considerarse como eslabón de la cadena tendida para salvar al mundo. Debe considerarse uno con Cristo en su plan de misericordia, y salir con él a buscar y salvar a los perdidos. 73

Muchos estimarían como gran privilegio el visitar las regiones en que se desarrolló la vida terrenal de Cristo, andar por donde él anduvo, contemplar el lago junto a cuya orilla le gustaba enseñar, y las colinas y los valles en que se posaron tantas veces sus miradas. Pero no necesitamos ir a Nazaret, ni a Capernaúm ni a Betania, para andar en las pisadas de Jesús. Veremos sus huellas junto al lecho del enfermo, en las chozas de los pobres, en las calles atestadas de las grandes ciudades, y doquiera haya corazones necesitados de consuelo.
Hemos de dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, consolar a los que sufren y a los afligidos. Hemos de auxiliar a los de ánimo decaído, y dar esperanza a los desesperados.

El amor de Cristo, manifestado en un ministerio de abnegación, será más eficaz para reformar al malhechor que la espada o los tribunales. Estos son necesarios para infundir terror al criminal; pero el misionero amante puede hacer mucho más. A menudo el corazón que se endurece bajo la reprensión es ablandado por el amor de Cristo.

No sólo puede el misionero aliviar las enfermedades físicas, sino conducir al pecador al gran Médico que puede limpiar el alma de la lepra del pecado. Por medio de sus siervos, Dios se propone que oigan su voz los enfermos, los desdichados y los poseídos de espíritus malignos. Por medio de sus agentes humanos quiere ser un consolador como nunca lo conoció el mundo.

El Salvador dio su preciosa vida para establecer una iglesia capaz de atender a los que sufren, a los tristes y a los tentados. Una agrupación de creyentes puede ser pobre, inculta y desconocida; sin embargo, en Cristo puede realizar, en el hogar, en la comunidad y aun en tierras lejanas, una obra cuyos resultados alcanzarán hasta la eternidad.

A los que actualmente siguen a Cristo, tanto como a los primeros discípulos, van dirigidas estas palabras:

"Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. 74 Por tanto, id, y doctrinad a todos los Gentiles." "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura." (S. Mateo 28:18,19; S. Marcos 16:15.)

Y para nosotros también es la promesa de su presencia: "Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (S. Mateo 28:20.)

Hoy no acuden muchedumbres al desierto, curiosas de oír y de ver al Cristo. No se oye su voz en las calles bulliciosas. Tampoco se oye gritar en los caminos que pasa "Jesús Nazareno." (S. Lucas 18: 37.) No obstante, es así. Cristo pasa invisiblemente por nuestras calles. Viene a nuestras casas con palabras de misericordia. Está dispuesto a cooperar con los que procuran servir en su nombre. Está en medio de nosotros, para sanar y bendecir, si consentimos en recibirlo.

"Así dijo Jehová: En hora de contentamiento te oí, y en el día de salud te ayudé: y guardarte he, y te daré por alianza del pueblo, para que levantes la tierra, para que heredes asoladas heredades; para que digas a los presos: Salid; y a los que están en tinieblas: Manifestaos." (Isaías 49: 8, 9.)

"¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres
nuevas, del que publica la paz, del que trae nuevas del bien,
del que publica salud, del que dice a Sión: Tu Dios reina! "
"Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades....
Porque Jehová ha consolado su pueblo....
Jehová desnudó el brazo de su santidad
ante los ojos de todas las gentes;
y todos los términos de la tierra
verán la salud del Dios nuestro." (Isaías 52:7,9, 10.


- El ministerio de curación, p. 397-402.

Seamos como Jesús

Y no todos, ni aun entre los que parecen ser los que más yerran, son como Judas. El impetuoso Pedro, tan violento y seguro de sí mismo, aparentaba a menudo ser inferior a Judas. El Salvador le reprendió más veces que al traidor. Pero ¡qué vida de servicio y sacrificio fue la suya! ¡Cómo atestigua el poder de la gracia de Dios! Hasta donde podamos, debemos ser para los demás lo que fue Jesús para sus discípulos mientras andaba y discurría con ellos en la tierra.

Consideraos misioneros, ante todo entre vuestros compañeros de trabajo. Cuesta a menudo mucho tiempo y trabajo ganar un alma para Cristo. Y cuando un alma deja el pecado para aceptar la justicia, hay gozo entre los ángeles. ¿Pensáis que a los diligentes espíritus que velan por estas almas les agrada la indiferencia con que las tratan quienes aseveran ser cristianos? Si Jesús nos tratara como nosotros nos tratamos muchas veces unos a otros, ¿quién de nosotros podría salvarse? Recordad que no podéis leer en los corazones. No conocéis los motivos que inspiran los actos que os parecen malos. Son muchos los que no recibieron buena educación; sus caracteres están deformados; son toscos y duros y parecen del todo tortuosos. Pero la gracia de Cristo puede 395 transformarlos. No los desechéis ni los arrastréis al desaliento ni a la desesperación, diciéndoles: "Me habéis engañado y ya no procuraré ayudaros." Unas cuantas Palabras, dichas con la viveza inspirada por la provocación, y que consideramos merecidas, pueden romper los lazos de influencia que debieran unir su corazón con el nuestro.

La vida consecuente, la sufrida prudencia, el ánimo impasible bajo la provocación, son siempre los argumentos más decisivos y los más solemnes llamamientos. Si habéis tenido oportunidades y ventajas que otros no tuvieron, tenedlo bien en cuenta, y sed siempre maestros sabios, esmerados y benévolos.

Para que el sello deje en la cera una impresión clara y destacada, no lo aplicáis precipitadamente y con violencia, sino que con mucho cuidado lo ponéis sobre la cera blanda, y pausadamente y con firmeza lo oprimís hasta que la cera se endurece. Así también tratad con las almas humanas. El secreto del éxito que tiene la influencia cristiana consiste en que ella es ejercida de continuo, y ello depende de la firmeza con que manifestéis el carácter de Cristo. Ayudad a los que han errado, hablándoles de lo que habéis experimentado. Mostradles cómo, cuando cometisteis vosotros también faltas graves, la paciencia, la bondad y la ayuda de vuestros compañeros de trabajo os infundieron aliento y esperanza.

Hasta el día del juicio no conoceréis la influencia de un trato bondadoso y respetuoso para con el débil, el irrazonable y el indigno. Cuando tropezamos con la ingratitud y la traición de los cometidos sagrados, nos sentimos impulsados a manifestar desprecio e indignación. Esto es lo que espera el culpable, y se prepara para ello. Pero la prudencia bondadosa le sorprende, y suele despertar sus mejores impulsos y el deseo de llevar una vida más noble.

"Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de 396 mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros; y cumplid así la ley de Cristo." (Gálatas 6:1, 2.)
Todos los que profesan ser hijos de Dios deben recordar que, como misioneros, tendrán que tratar con toda clase de personas: refinadas y toscas, humildes y soberbias, religiosas y escépticas, educadas e ignorantes, ricas y pobres. No es posible tratar a todas estas mentalidades del mismo modo; y no obstante, todas necesitan bondad y simpatía. Mediante el trato mutuo, nuestro intelecto debe recibir pulimento y refinamiento. Dependemos unos de otros, unidos como estamos por los vínculos de la fraternidad humana.

"Habiéndonos formado el cielo para que dependiéramos unos de otros, el amo, el siervo o el amigo, uno a otro le piden ayuda, hasta que la flaqueza de uno venga a ser la fuerza de todos."

Por medio de las relaciones sociales el cristianismo se revela al mundo. Todo hombre y mujer que ha recibido la divina iluminación debe arrojar luz sobre el tenebroso sendero de aquellos que no conocen el mejor camino. La influencia social, santificada por el Espíritu de Cristo, debe servir para llevar almas al Salvador. Cristo no debe permanecer oculto en el corazón como tesoro codiciado, sagrado y dulce, para que de él sólo goce su dueño. Cristo debe ser en nosotros una fuente de agua que brote para vida eterna y refrigere a todos los que se relacionen con nosotros. 397

Desarrollo y Servicio

LA VIDA cristiana es más de lo que muchos se la representan. No consiste toda ella en dulzura, paciencia, mansedumbre y benevolencia. Estas virtudes son esenciales; pero también se necesita valor, fuerza, energía y perseverancia. La senda que Cristo señala es estrecha y requiere abnegación. Para internarse en ella e ir al encuentro de dificultades y desalientos, se requieren hombres y no seres débiles.

La fuerza de carácter

Se necesitan hombres firmes que no esperen a que el camino se les allane y quede despejado de todo obstáculo, hombres que inspiren nuevo celo a los débiles esfuerzos de los desalentados obreros, hombres cuyos corazones irradien el calor del amor cristiano, y cuyas manos tengan fuerza para desempeñar la obra del Maestro.

Algunos de los que se ocupan en el servicio misionero son débiles, sin nervios ni espíritu, y se desalientan por cualquier cosa. Carecen de impulso y de los rasgos positivos de carácter que dan fuerza para hacer algo; les falta el espíritu y la energía que encienden el entusiasmo. Los que anhelen éxito deben ser animosos y optimistas. Deben cultivar no sólo las virtudes pasivas, sino también las activas. Han de dar la blanda respuesta que aplaca la ira, pero también han de tener valor heroico para resistir al mal. Con la caridad que todo lo soporta, necesitan la fuerza de carácter que hará de su influencia un poder positivo.

Algunos no tienen firmeza de carácter. Sus planes y 398 propósitos carecen de forma definida y de consistencia. De poco sirven en el mundo. Esta flaqueza, indecisión e ineficacia deben vencerse. Hay en el verdadero carácter cristiano algo indómito que no pueden sojuzgar las circunstancias adversas. Debemos tener enjundia moral, una rectitud inaccesible al temor, al soborno y a la adulación.

Dios desea que aprovechemos toda oportunidad de prepararnos para su obra. Espera que dediquemos todas nuestras energías a realizar dicha obra, y que mantengamos nuestros corazones susceptibles a su carácter tan sagrado y a sus temibles responsabilidades.

Muchos que son aptos para hacer una obra excelente logran muy poco porque a poco aspiran. Miles de cristianos pasan la vida como si no tuvieran un gran fin que perseguir, ni un alto ideal que alcanzar. Una causa de ello es lo poco en que se estiman. Cristo dio un precio infinito por nosotros, y quiere que estimemos nuestro propio valor en conformidad con dicho precio.

No os deis por satisfechos con alcanzar un bajo nivel. No somos lo que podríamos ser, ni lo que Dios quiere que seamos. Dios no nos ha dado las facultades racionales para que permanezcan ociosas, ni para que las pervirtamos en la persecución de fines terrenales y mezquinos, sino para que sean desarrolladas hasta lo sumo, refinadas, ennoblecidas y empleadas en hacer progresar los intereses de su reino.

Nadie debe consentir en ser mera máquina, accionada por la inteligencia de otro hombre. Dios nos ha dado capacidad para pensar y obrar, y actuando con cuidado, buscando en Dios nuestra sabiduría, llegaremos a estar en condición de llevar nuestras cargas. Obrad con la personalidad que Dios os ha dado. No seáis la sombra de otra persona. Contad con que el Señor obrará en vosotros, con vosotros y por medio de vosotros.

No penséis nunca que ya habéis aprendido bastante, y que 399 podéis cejar en vuestros esfuerzos. La mente cultivada es la medida del hombre. Vuestra educación debe proseguir durante toda la vida; cada día debéis aprender algo y poner en práctica el conocimiento adquirido.

Recordad que en cualquier puesto en que sirváis, reveláis qué móvil os inspira y desarrolláis vuestro carácter. Cuanto hagáis, hacedlo con exactitud y diligencia; dominad la inclinación a buscar tareas fáciles.

El mismo espíritu y los mismos principios en que uno se inspira en el trabajo diario compenetrarán toda la vida. Los que buscan una tarea fija y un salario determinado, y desean dar pruebas de aptitud sin tomarse la molestia de adaptarse o de prepararse, no son los hombres a quienes Dios llama para trabajar en su causa. Los que procuran dar lo menos posible de sus facultades físicas, mentales y morales, no son los obreros a quienes Dios puede bendecir abundantemente. Su ejemplo es contagioso. Los mueve el interés personal. Los que necesitan que se les vigile, y sólo trabajan cuando se les señala una tarea bien definida, no serán declarados buenos y fieles obreros. Se necesitan hombres de energía, integridad y diligencia; que estén dispuestos a hacer cuanto deba hacerse.

Muchos se inutilizan porque, temiendo fracasar, huyen de las responsabilidades. Dejan así de adquirir la educación que es fruto de la experiencia, y que no les pueden dar la lectura y el estudio ni todas las demás ventajas adquiridas de otros modos.

El hombre puede moldear las circunstancias, pero nunca debe permitir que ellas le amolden a él. Debemos valernos de las circunstancias como de instrumentos para obrar. Debemos dominarlas, y no consentir en que nos dominen.

Los hombres fuertes son los que han sufrido oposición y contradicción. Por el hecho de que ponen en juego sus energías, los obstáculos con que tropiezan les resultan bendiciones positivas. Llegan a valerse por sí mismos. Los conflictos y 400 las perplejidades invitan a confiar en Dios, y determinan la firmeza que desarrolla el poder.

Cristo no prestó un servicio limitado. No midió su obra por horas. Dedicó su tiempo, su corazón, su alma y su fuerza a trabajar en beneficio de la humanidad. Pasó días de rudo trabajo y noches enteras pidiendo a Dios gracia y fuerza para realizar una obra mayor. Con clamores y lágrimas rogó al Cielo que fortaleciese su naturaleza humana para hacer frente al astuto adversario en todas sus obras de decepción, y que le sostuviese para el cumplimiento de su misión de enaltecer a la humanidad. A sus obreros les dice: "Ejemplo os he dado, para qué como yo os he hecho, vosotros también hagáis." (S. Juan 13:15.)

"El amor de Cristo -dijo Pablo- nos constriñe." (2 Corintios 5:14.) Tal era el principio que inspiraba la conducta de Pablo; era su móvil. Si alguna vez su ardor menguaba por un momento en la senda del deber, una mirada a la cruz le hacía ceñirse nuevamente los lomos del entendimiento y avanzar en el camino del desprendimiento. En sus trabajos por sus hermanos fiaba mucho en la manifestación de amor infinito en el sacrificio de Cristo, con su poder que domina y constriñe.

Cuán fervoroso y conmovedor llamamiento expresa cuando dice: "Ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos." (2 Corintios 8:9.) Ya sabéis desde cuán alto se rebajó, ya conocéis la profundidad de la humillación a la cual descendió. Sus pies se internaron en el camino del sacrificio, y no se desviaron hasta que hubo entregado su vida. No medió descanso para él entre el trono del cielo y la cruz. Su amor por el hombre le indujo a soportar cualquier indignidad y cualquier ultraje.

Pablo nos amonesta a no mirar "cada uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros."(Filipenses 2:4.) 401 Nos exhorta a que tengamos el "sentir que hubo también en Cristo Jesús: el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios: sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." (Filipenses 2:5-8.)

Pablo tenía vivísimos deseos de que se viese y comprendiese la humillación de Cristo. Estaba convencido de que, con tal que se lograse que los hombres considerasen el asombroso sacrificio realizado por la Majestad del cielo, el egoísmo sería desterrado de sus corazones. El apóstol se detiene en un detalle tras otro para que de algún modo alcancemos a darnos cuenta de la admirable condescendencia del Salvador para con los pecadores. Dirige primero el pensamiento a la contemplación del puesto que Cristo ocupaba en el cielo, en el seno de su Padre. Después lo presenta abdicando de su gloria, sometiéndose voluntariamente a las humillantes condiciones de la vida humana, asumiendo las responsabilidades de un siervo, y haciéndose obediente hasta la muerte más ignominiosa, repulsiva y dolorosa: la muerte en la cruz. ¿Podemos contemplar tan admirable manifestación del amor de Dios sin agradecimiento ni amor, y sin un sentimiento profundo de que ya no somos nuestros? A un Maestro como Cristo no debe servírsela impulsado por móviles forzados y egoístas.

"Sabiendo-dice el apóstol- que habéis sido rescatados, ... no con cosas corruptibles, como oro o plata." (1 S. Pedro 1:18.) ¡Oh! si con dinero hubiera podido comprarse la salvación del hombre, cuán fácil hubiera sido realizarla por Aquel que dice: "Mía es la plata, y mío el oro." (Haggeo 2:8.) Pero el pecador no podía ser redimido sino por la preciosa sangre del Hijo de Dios. Los que, dejando de apreciar tan admirable sacrificio, se retraen del servicio de Cristo, perecerán en su egoísmo. 402

En la vida de Cristo, todo quedó subordinado a su obra, la gran obra de redención que vino a cumplir. Y este mismo celo, esta misma abnegación, este mismo sacrificio, esta misma sumisión a las exigencias de la Palabra de Dios, han de manifestarse en sus discípulos.





Guía de Estudio de la Biblia: "SALUD y SANIDAD" / Notas de Elena G. de White.
Periodo: Trimestre 2 / abril-junio de 2010

Autor: Alian Handysides, Kathleen Kuntaraf, Peter Landless, Stoy Proctor y Thomas Zirkle (Departamento de Salud y Temperancia de la Asociación General).
Colaboradores: Cheryl Des Jarlais, Dan Solís, John C. Cress, Elizabeth Lechleitner.
Dirección general: Clifford Goldstein
Dirección editorial: Carlos A. Steger
Traducción: Rolando A. Itin

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