sábado, 6 de noviembre de 2010

Lección 7: Abiatar: el Sacerdote / Notas de Elena G. de White


Sábado 6 de noviembre

Todos los buenos soldados obedecen a su capitán prontamente y sin reserva alguna. La voluntad del comandante es la voluntad del sol­dado. Algunas veces el soldado puede sorprenderse debido a la orden que se le ha dado, pero no debe detenerse a preguntarse la razón de ello. Cuando la orden del capitán se contrapone a los deseos del soldado, él no debe vacilar ni quejarse, diciendo: No veo ninguna conveniencia en estos planes. No debe inventar excusas y dejar su trabajo sin hacer. Los soldados de esta clase no serán aceptados para comprometerse en conflictos terrenales ni mucho menos serán aceptados en el ejército de Cristo. Cuando Cristo ordena, sus soldados deben obedecer sin vacila­ción alguna. Deben ser soldados fieles, porque en caso contrario él no puede aceptarlos. A cada alma se da libertad de elección, pero después de que un hombre se ha alistado se requiere de él que sea fiel como el acero, aunque el resultado sea vida o muerte (El evangelismo, p. 470).


Mentiras y tragedia
Domingo 7 de noviembre

El hijo del rey [Jonatán] regresó a Gabaa, y David se apresuró a llegar a Nob, ciudad que se encontraba a pocas millas de distancia, y que también pertenecía a la tribu de Benjamín. Se había llevado de Silo a este sitio el Tabernáculo, y allí oficiaba Ahimelech, el sumo sacerdo­te. David no sabía adónde refugiarse, sino en casa del siervo de Dios. El sacerdote le miró con asombro, al verle llegar con apresuramiento y aparentemente solo, con la ansiedad y la tristeza impresas en el rostro; y le preguntó qué lo traía allí.

El joven temía constantemente ser descubierto, y en su angustia recurrió al engaño. Dijo al sacerdote que el rey le había enviado en una misión secreta, que requería la mayor celeridad. Con esto demos­tró David falta de fe en Dios, y su pecado causó la muerte del sumo sacerdote. Si le hubiera manifestado claramente los hechos tales como eran, Ahimelech habría sabido qué conducta seguir para proteger su vida. Dios requiere que la verdad distinga siempre a los suyos, aun en los mayores peligros. David le pidió al sacerdote cinco panes. No había más que pan sagrado en poder del hombre de Dios, pero David consiguió vencer los escrúpulos de él, y obtuvo el pan para satisfacer su hambre (Patriarcas y profetas, p. 711).

Cometió David su primer error al desconfiar de Dios en Nob, y el segundo al engañar a Achis. David había revelado nobles rasgos de carácter, y su valor moral le había ganado el favor del pueblo; pero cuando fue probado, su fe vaciló, y aparecieron sus debilidades huma­nas. Veía en todo hombre un espía y un traidor. En una gran emergen­cia, David había mirado a Dios con el ojo firme de la fe, y había vencido al gigante filisteo. Creía en Dios, y salió a la lucha en su nombre. Pero mientras se le buscaba y perseguía, la perplejidad y la aflicción casi habían ocultado de su vista a su Padre celestial.

No obstante, lo que experimentaba servía para enseñar sabiduría a David; pues le indujo a comprender su propia debilidad, y la necesidad de depender constantemente de Dios. ¡Cuán preciosa y valiosa es la dulce influencia del Espíritu de Dios cuando llega a las almas deprimi­das o desesperadas, anima a los de corazón desfalleciente, fortalece a los débiles e imparte valor y ayuda a los probados siervos del Señor! ¡Qué Dios tan bondadoso el nuestro, que trata tan suavemente a los des­carriados, y muestra su paciencia y ternura en la adversidad, y cuando estamos abrumados de algún gran dolor! (Patriarcas y profetas, p. 712).


Abiatar, el sacerdote
Lunes 8 de noviembre

"Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verda­dero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 17:3). Estas palabras son de la mayor importancia para nosotros. Todo cristiano profeso debiera manifestar un profundo y ferviente deseo de tener un carácter como el del Redentor. Al meditar en la vida de Cristo, será transforma­do a su semejanza. Que cada uno se examine a sí mismo para ver si está revelando un carácter como el de Cristo en el hogar, en la iglesia y en el mundo, para que el Señor pueda decir: "He sido glorificado en él".

"No ruego que los quites del mundo —continuó Jesús— sino que los guardes del mal". Cada cristiano debería esforzarse por cumplir esta oración; debería fervorosa y frecuentemente pedirle a Dios que lo guarde de los males que hay en el mundo. Cristo ha pedido a sus segui­dores que oren sin cesar, que no se cansen de importunar a Dios en sus oraciones privadas, que no dejen de interceder; porque si dejan de orar, no tendrán fortaleza para resistir las tentaciones satánicas (Signs of the Times, 19 de junio, 1901).

Podemos pedir al Señor sabiendo que recibiremos. Si tenemos la humildad y la mansedumbre de Cristo se expresará en una fervien­te caridad entre nosotros que nos hará orar e interceder ante Dios. Entonces se probará la verdad de estas palabras: "La oración eficaz del justo puede mucho" (Santiago 5:16). "La comunión íntima de Jehová es con los que le temen" (Salmo 25:14). Hay peligro en apoyarnos en la fuerza humana; debemos caminar con Dios para saber exactamente lo que debemos hacer.

La oración y la fe harán lo que ningún poder en la tierra puede hacer. No debemos ponernos ansiosos ni pensar que por nosotros mis­mos podemos hacer todo lo que debe ser hecho, e ir a todos los lugares que deben alcanzarse. A pesar de nuestras limitaciones e imperfecciones, si confiamos plenamente en Dios, sin depender de las capacidades y habilidades humanas, la verdad avanzará. Pongamos todas las cosas en las manos de Dios y dejemos que él dirija su obra a su manera, de acuerdo a su voluntad y mediante aquellos a quienes él elija. El puede usar a los que parecen débiles y a los que son humildes, pero no utili­zará la sabiduría humana a menos que sea diariamente controlada por el Espirito Santo; sería necio intentarlo de otra manera. Debemos tener más fe y confianza en que Dios llevará su obra hacia adelante con éxito (Manuscript Releases, tomo 8, p. 218).

La iglesia tiene el alto privilegio de trabajar juntamente con los ángeles celestiales, y Dios pide a los hombres y mujeres que la forman que intercedan por las almas a las que Cristo compró con su propia sangre. De esta manera mostrarán cuánto aman a Jesús y a esas almas que están por caer. Al sostener sus manos, pueden ayudarlas a obtener una rica y santa experiencia, embellecida por los atributos de Cristo. Una iglesia viva tiene un trabajo que realizar; el cuerpo como un todo y cada miembro personalmente, tienen que aplastar el pecado debajo de sus pies. Nuestra vida diaria, nuestros hábitos, nuestras conversa­ciones, todo tiene que ser colocado del lado del Señor. Como atalayas, debemos luchar e interceder con el Dios del pacto, para poder ganar a las almas para el Salvador (Ellen G. White 1888 Materials, pp. 747, 748).


La revuelta de Absalón
Martes 9 de noviembre

La influencia de la irresolución y apatía de David se extendía a sus subordinados; la negligencia y la dilación caracterizaban la admi­nistración de la justicia. Arteramente, Absalón sacaba ventaja de toda causa de desafecto. Día tras día, se podía ver a ese hombre de semblante noble a la puerta de la ciudad, donde una multitud de suplicantes aguar­daba para presentarle sus agravios en procura de que fuesen reparados. Absalón se rozaba con ellos, oía sus agravios, y expresaba cuánto sim­patizaba con ellos por sus sufrimientos y cuánto lamentaba la falta de eficiencia del gobierno...

Fomentado por las arteras insinuaciones del príncipe, el descon­tento con el gobierno cundía rápidamente. Todos los labios alababan a Absalón. Se le tenía generalmente por heredero del trono; el pueblo lo consideraba con orgullo digno del alto puesto, y se encendió el deseo de que él ocupara el trono. "Así robaba Absalom el corazón de los de Israel". No obstante, el rey, cegado por el amor a su hijo, no sospechaba nada. La condición de realeza que Absalón había asumido era conside­rada por David como destinada a honrar su corte, como una expresión de júbilo por la reconciliación (Patriarcas y profetas, pp. 790, 791).

Nuevamente la procesión hizo alto. Una compañía vestida de indumentaria sagrada se aproximaba. "Y he aquí, también iba Sadoc, y con él todos los levitas que llevaban el arca del pacto de Dios". Los que seguían a David vieron en esto un buen augurio. La presencia de aquel símbolo sagrado era para ellos una garantía de su liberación y de su victoria final. Inspiraría valor al pueblo para reunirse alrededor del rey. La ausencia del arca de Jerusalén infundiría terror a los partidarios de Absalón.

Al ver el arca, el corazón de David se llenó por un momento breve de regocijo y esperanza. Pero pronto le embargaron otros pensamientos. Como soberano designado para regir la herencia de Dios, le incumbía una solemne responsabilidad. Lo que más preocupaba al rey de Israel no eran sus intereses personales, sino la gloria de Dios y el bienestar de su pueblo. Dios, que moraba entre los querubines, había dicho con respecto a Jerusalén: "Este es mi reposo para siempre" (Salmo 132:14), y sin autorización divina, ni los sacerdotes ni el rey tenían derecho a remover de su lugar el símbolo de su presencia. Y David sabía que su corazón y su vida debían estar en armonía con los preceptos divinos; de lo contrario el arca sería un instrumento de desastre antes que de éxito. Recordaba siempre su gran pecado. Reconocía en esta conspiración el justo castigo de Dios. Había sido desenvainada la espada que no había de apartarse de su casa. Ignoraba cuáles serían los resultados de la lucha; y no le tocaba a él quitar de la capital de la nación los sagrados estatutos que representaban la voluntad del Soberano divino de ella, y que eran la constitución del reino y el fundamento de su prosperidad.

Ordenó a Sadoc: "Vuelve el arca de Dios a la ciudad" (Patriarcas y profetas, pp. 793, 794).


La elección de Abiatar
Miércoles 10 de noviembre

...Tanto por sus dotes naturales como por su carácter religioso, Salomón estaba mejor capacitado que su hermano mayor para desem­peñar el cargo de soberano de Israel; no obstante, aunque la elección de Dios había sido indicada claramente, Adonía no dejó de encontrar adherentes. Joab, aunque culpable de muchos crímenes, había sido hasta entonces leal al trono; pero ahora se unió a la conspiración con­tra Salomón, como también lo hizo Abiatar, el sacerdote. La rebelión estaba madura; los conspiradores se habían reunido en una gran fiesta en las cercanías de la ciudad para proclamar rey a Adonía, cuando sus planes fueron frustrados por la rápida acción de unas pocas personas fieles, entre las cuales las principales eran Sadoc, el sacerdote, Matan, el profeta, y Betsabé, la madre de Salomón. Estas personas presentaron al rey cómo iban las cosas y le recordaron la instrucción divina de que Salomón debería sucederle en el trono. David abdicó inmediatamente en favor de Salomón, quien fue en seguida ungido y proclamado rey. La conspiración fue aplastada. Sus principales actores habían incurrido en la pena de muerte. Se le perdonó la vida a Abiatar, por respeto a su cargo y a su antigua fidelidad hacia David; pero fue destituido del puesto de sumo sacerdote, que pasó al linaje de Sadoc. A Joab y Adonía se les perdonó por el momento, pero después de la muerte de David sufrieron la pena de su crimen. La ejecución de la sentencia en la per­sona del hijo de David completó el castigo cuádruple que atestiguaba el aborrecimiento en que Dios tenía el pecado del padre (Patriarcas y profetas, p. 812).

Satanás ha obrado con poder engañoso introduciendo una multitud de errores que oscurecen la verdad. El error no podría permanecer solo; pronto se extinguiría si no se aferrara como un parásito del árbol de la verdad. El error extrae su vida de la verdad de Dios. Las tradiciones de los hombres, como gérmenes que circulan, se aferran de la verdad de Dios, y los hombres las consideran como una parte de la verdad. Satanás se afianza y cautiva la mente de los hombres mediante falsas doctrinas, haciendo que sostengan teorías que no tienen fundamento en la verdad. Los hombres atrevidamente enseñan como doctrinas los mandamientos de los hombres, y a medida que las tradiciones se trans­miten de un siglo a otro, adquieren poder sobre la mente humana. Pero la antigüedad no convierte el error en verdad ni su agobiante peso hace que la planta de la verdad se convierta en un parásito. El árbol de la verdad da su propio fruto genuino que muestra su verdadero origen y naturaleza. El parásito del error da también su propio fruto, y manifies­ta que su carácter difiere de la planta de origen celestial (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1070).

El plan de salvación no se aprecia cómo debería apreciarse. No se lo discierne o comprende. Se lo estima como un asunto común. No se advierte que para unir lo humano con lo divino se requirió el ejercicio de la Omnipotencia... Cristo, al cubrir su divinidad con la humanidad, elevó a la humanidad en la escala del valor moral hasta colocarla en una dignidad infinita. ¡Qué condescendencia de parte de Dios y de su Hijo unigénito, que era igual con el Padre!...

Ha sido tan grande la ceguera espiritual de los hombres, que han procurado hacer ineficaz la Palabra de Dios. Con sus tradiciones han declarado que el gran plan de salvación se preparó para abolir la ley de Dios y terminar con su vigencia. En cambio, el Calvario es el poderoso argumento que prueba la inmutabilidad de los preceptos de Jehová...

La condición del carácter debe compararse con la gran norma moral de justicia. Debe haber una búsqueda de los pecados peculiares que han sido ofensivos para Dios, que han deshonrado su nombre y apagado la luz del espíritu, y matado el primer amor del alma (A fin de conocerle, p. 258).

Y los hombres de nuestros días están buscando afanosamente los tesoros terrenales. Su mente está llena de pensamientos egoístas y ambi­ciosos. Por ganar las riquezas, el honor o el poder mundanos, colocan las máximas, las tradiciones y los mandamientos de los hombres por encima de los requisitos de Dios. Las riquezas de su Palabra se hallan ocultas a estas personas (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 77, 78).


La suerte de Abiatar
Jueves 11 de noviembre

Las profecías no cambian el carácter de los que las cumplen. Los seres humanos actúan con libre albedrío en la formación de su carácter, ya sea siguiendo el modelo divino o el tosco formato satánico (Review and Herald, 13 de noviembre, 1900).

Hoy se envía a los ángeles para que ministren a los que serán here­deros de la salvación, para que les ayuden a escapar de la esclavitud del poder de Satanás... A todo ser humano se le da libertad de elección. Debe decidir si permanecerá bajo la bandera negra de la rebelión, o bajo el estandarte ensangrentado del Príncipe Emanuel. Con gran afán el cielo observa el conflicto entre el bien y el mal. Nadie sino el obe­diente puede entrar por las puertas de la ciudad de Dios. Sobre los que prefieren continuar en la transgresión se pronunciará al fin la sentencia de muerte. La tierra será purificada de sus malas obras, de su oposición obstinada a Dios (En lugares celestiales, p. 361).

Nuestros primeros padres, a pesar de que fueron creados inocentes y santos, no fueron colocados fuera del alcance del pecado... Debían gozar de la comunión de Dios y de los santos ángeles; pero antes de darles seguridad eterna, era menester que su lealtad se pusiese a prueba. En el mismo principio de la existencia del hombre se le puso freno al egoísmo, la pasión fatal que motivó la caída de Satanás. El árbol del conocimiento, que estaba cerca del árbol de la vida, en el centro del huerto, había de probar la obediencia, la fe y el amor de nuestros prime­ros padres. Aunque se les permitía comer libremente del fruto de todo otro árbol del huerto, se les prohibía comer de éste, so pena de muerte. También iban a estar expuestos a las tentaciones de Satanás; pero si soportaban con éxito la prueba, serían colocados finalmente fuera del alcance de su poder, para gozar del perpetuo favor de Dios...

Dios pudo haber creado al hombre incapaz de violar su ley; pudo haber detenido la mano de Adán para que no tocara el fruto prohibido, pero en ese caso el hombre hubiese sido, no un ente moral libre sino un mero autómata. Sin libre albedrío, su obediencia no habría sido volun­taria, sino forzada. No habría sido posible el desarrollo de su carácter... Hubiese sido indigno del hombre como ser inteligente, y hubiese dado base a las acusaciones de Satanás, de que el gobierno de Dios era arbi­trario (Conflicto y valor, p. 13).




Descargalas Notas de Elena G. de White en pdf, haciendo clic aquí.
Mientras estudia la Lección o Guía de Estudio de la Biblia / Escuela Sabática, en Ojo Adventista, lo invitamos -para beneficio de todos- escribir sus comentarios y consideraciones sobre dicho estudio al pie de esta entrada.





Guía de Estudio de la Biblia: "Personajes Secundarios del Antiguo Testamento" / Notas de Elena G. de White

Periodo: Trimestre 4 / octubre-diciembre de 2010
Autor: Gerald y Chantal Klingbeil, junto con sus tres hijas, Hanna, Sarah y Jemima, vivieron en África, Sudamérica, Europa y Asia. Actualmente, Gerald Klingbeil es un editor asociado de la Adventist Review (la Revista Adventista en inglés).
Dirección general: Clifford Goldstein
Dirección editorial: Marcos G. Blanco
Traducción y redacción editorial: Rolando A. Itin

No hay comentarios:

Publicar un comentario





Mientras estudia la Lección o Guía de Estudio de la Biblia / Escuela Sabática, en Ojo Adventista, lo invitamos -para beneficio de todos- escribir sus comentarios y consideraciones sobre dicho estudio al pie de cada entrada.