sábado, 5 de diciembre de 2009

Lección 11: Inmoralidad en la frontera / Notas de Elena de White

Sábado 5 de diciembre.

Dios no permitiría a Balaam maldecir a Israel pero Satanás sabía como vencerlos. Aconsejado por Balaam, Balac tendió la trampa, y los israelitas que habían resistido a sus enemigos con valor en las batallas y los habían vencido, no pudieron resistir la tentación de participar de sus fiestas idólatras y del vino que nublaba sus mentes. Este pecado de los hebreos trajo la destrucción que las guerras y los encantamientos de Balaam no habían logrado. La protección del Señor fue removida y el mismo Dios se tornó su ejecutor. La ira divina cayó sobre ellos y los juicios destruyeron a los más culpables. Pronto comprendieron que "la paga del pecado es muerte".

Satanás está ahora trabajando con el mismo propósito de debilitar y destruir al pueblo de Dios que se encuentra en los bordes mismos de la Canaán celestial. Sabe que su tiempo es corto y dedica todo su tremendo poder para entrampar, con sutiles tentaciones, a los que tienen puntos débiles en su carácter. Los que han ensuciado sus mentes con afectos que Dios prohíbe, lo deshonrarán con diversas formas de idolatría hasta que, separados de él, se dedicarán a sus pasiones más viles. Es necesario cuidar los pensamientos, rodear el alma con los consejos de la santa Palabra de Dios, y cuidarse constantemente de ser llevado al pecado (Biblia Echo and Signs of the Times, octubre 1, 1889).

Seducción.
Domingo 6 de diciembre

Los israelitas estaban ahora en los bordes mismos de Canaán; sólo el río Jordán los separaba de la tierra prometida. Hacia el oeste, cruzando el río, había una gran planicie cubierta con verdor y regada por copiosos corrientes y fuentes de agua. Todo mostraba hermosura y fertilidad, y ellos estaban ansiosos por entrar a poseer su herencia. La conquista de los amorreos y de las gigantes huestes de Basán les habían dado confianza de que tendrían el mismo éxito al otro lado del río. Con gran esperanza mantenían sus ojos fijos en la columna de nube, impacientes por verla moverse y conducirlos hacia adelante. Pero la nube se mantenía quieta sobre la cima de las montañas brindando sombra el Tabernáculo.

Este período de espera fue empleado por Moisés para preparar al pueblo para la ocupación definitiva de Canaán. Sin embargo, mientras este gran dirigente dedicaba su tiempo y atención para esa tarea, el pueblo, cansado de esperar impacientemente por varias semanas, comenzó a dejar de lado la virtud y la integridad, y su historia fue marcada por una abierta inmoralidad (Signs of the Times, noviembre 18, 1880).

En ese tiempo, las mujeres madianitas, a veces solas y en ocasiones en pequeñas compañías, recorrían furtivamente el campamento sin despertar alarma, de tal manera que sus planes no llamaban la atención incluso de Moisés. El propósito de estas mujeres era intentar llevar a los israelitas a sus ritos, tradiciones y costumbres paganas, y separarlos así de su Dios y llevarlos a trasgredir la ley divina. Se mostraban amigables y no querían levantar sospechas ni la indignación de Moisés; sin embargo, no se daban cuenta que el Dios que todo lo ve, conocía sus intenciones.

Sus planes fueron exitosos. Muy pronto el veneno de la inmoralidad y la idolatría se había esparcido como una infección fatal en todo el campamento de Israel. El pueblo parecía infatuado y los dirigentes estuvieron entre los primeros en cruzar la línea. Tan grande fue la apostasía que la Palabra sagrada registra que "acudió el pueblo a Baal-peor". ¡Qué lástima que ese pueblo que había sido tan protegido del poder satánico, ahora cayó deliberadamente en las redes que había colocado para ellos! (Signs of the Times, diciembre 30, 1880).

La licencia fue el crimen que atrajo los castigos de Dios sobre Israel. La audacia de las mujeres para enredar las almas no terminó en Baal-peor. A pesar del castigo que vino sobre los pecadores de Israel, el mismo crimen se repitió varias veces. Satanás trabajó muy diligentemente buscando la ruina completa de Israel. Con el consejo de Balaam, Balac puso la trampa. Los israelitas hubieran hecho frente con valor a sus enemigos en la batalla, y los hubieran rechazado, saliendo vencedores; pero cuando las mujeres llamaron su atención buscando su compañía, y los engañaron mediante sus encantos, no resistieron la tentación. Fueron invitados a fiestas idólatras, y el exceso de vino oscureció más aún su mente ofuscada. Perdieron su poder de dominio propio, así como su lealtad a la ley de Dios. Sus sentidos estaban tan ofuscados con el vino, y sus pasiones no santificadas habían tomado tanta fuerza venciendo toda barrera, que provocaron la tentación a asistir a esas fiestas idólatras. Esos hombres valientes que nunca habían vacilado en la batalla, no protegieron sus almas para resistir la tentación de complacer sus pasiones más bajas... Primeramente mancharon su conciencia con la lujuria, mostrando de esta forma desprecio por el Dios de Israel.

Cerca del fin de la historia de este mundo, Satanás trabajará con todos sus poderes de la misma manera y con las mismas tentaciones que usó para tentar al antiguo Israel justamente antes que entrara en la tierra prometida. Preparará trampas para aquellos que dicen guardar los mandamientos de Dios, y que están casi al borde de la Canaán celestial. Usará sus poderes a fin de atrapar las almas, y hacer caer al pueblo profeso de Dios en sus puntos más débiles (Conflicto y valor, p. 115).

Detrás de las Escenas.
Lunes 7 de diciembre

La Biblia presenta muchas sorprendentes ilustraciones de la fuerte influencia que ejercieron mujeres mal intencionadas. Cuando Balaam fue llamado a maldecir a Israel, no le fue permitido hacerlo porque el Señor "no ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel" (Números 23:21). Pero Balaam, que ya había decidido a la tentación, se transformó completamente en agente de Satanás; y resolvió lograr indirectamente lo que Dios no le había permitido hacer en forma directa. En seguida tendió un lazo por el cual Israel quedaría seducido por las hermosas mujeres moabitas, quienes los inducirían a transgredir la ley de Dios. Así se hallaría iniquidad en el pueblo y la bendición de Dios no descansaría sobre los israelitas. Sus fuerzas quedarían grandemente debilitadas y sus enemigos ya no temerían su poder, porque la presencia del Señor de los ejércitos no estaría con ellos.

Esto está destinado a servir de advertencia para el pueblo de Dios que vive en los últimos días. Si busca la justicia y la verdadera santidad, si guarda todos los mandamientos de Dios no se permitirá a Satanás ni a sus agentes que lo venzan. Toda la oposición de sus más acérrimos enemigos resultará impotente para destruir o desarraigar la vid plantada por Dios. Satanás entiende lo que Balaam aprendió por triste experiencia, a saber, que no hay encantamiento contra Jacob ni adivinación contra Israel mientras que la iniquidad no es albergada en su medio, por lo tanto, emplea siempre su poder e influencia para manchar su unidad y contaminar la pureza de su carácter. Tiende sus lazos de mil maneras para debilitar su poder en favor del bien (Joyas de los testimonios, t. 2, pp. 240, 241).

Balaam había sido obligado a bendecir cuando su corazón deseaba maldecir; estaba desilusionado por no haber alcanzado riquezas y renombre, y tan desanimado por los resultados como el propio rey Balac. Pero el propio príncipe de las tinieblas le sugirió un nuevo plan que parecía excelente para destruir a Israel. Cuando le fue propuesto al rey, éste lo adoptó de inmediato.
Los moabitas ya se habían dado cuenta que mientras Israel permaneciera fiel a Dios, él sería su escudo y ningún poder de la tierra o del infierno podría dañarlos. El nuevo plan intentaría separar al pueblo de su Dios haciéndolos caer en el pecado. Si podían atraerlos al lujurioso culto de Baal y Astarté, entonces su omnipotente Protector se transformaría en su enemigo y caerían fácil presa de las naciones fuertes y guerreras que los rodeaban. Balaam se volvió a su hogar distante; pero su plan diabólico fue inmediatamente puesto en marcha (Signs of the Times, diciembre 16, 1880).

Pecado y Castigo.
Martes 8 de diciembre

Repentinamente Moisés se dio cuenta del terrible mal que permeaba el campamento y se asombró de su extensión y naturaleza. Estas mujeres impías habían logrado hacer participar al pueblo en las abominables escenas del culto a Baal, y los sacrificios y fiestas sacrílegas ahora estaban siendo practicadas entre los israelitas. El anciano dirigente se llenó de indignación y la ira de Dios se levantó contra el pueblo; el Señor ordenó a Moisés que todos los que habían caído en la idolatría fuesen muertos.

Esta orden fue inmediatamente obedecida. Una terrible mortandad se esparció en el campamento y murieron veinticuatro mil. El resto del pueblo comprendió la enormidad de su pecado y se llenó de terror, no sabiendo cuándo terminaría ese castigo que consideraba justo. Todos se dirigieron apresuradamente al Tabernáculo, y con lágrimas y profunda humillación confesaron su gran pecado (Signs of the Times, diciembre 30, 1880).

En los juicios que sobrevinieron por el pecado de Israel podemos ver cómo Dios aborrece la mundanalidad, la idolatría y la lujuria. Esos mismos pecados que amenazaron la prosperidad y aun la existencia del antiguo pueblo de Dios, existen ahora. La inmoralidad y lujuria se incrementan constantemente, y un encantamiento poderoso parece caer sobre cada alma que no está sustentada en principios firmes. Los consejos de los padres y las madres y de los mensajeros de Dios no son escuchados, y los afectos que debieran estar centrados en Dios son dados a la idolatría y a cosas indignas (Signs of the Times, diciembre 30, 1880).

Fue por misericordia que el Señor destruyó a quienes habían sido tentados por el culto a Baal. Si se les hubiera permitido vivir, su influencia hubiese corrompido a toda la congregación de Israel. El juicio que cayó sobre ellos es una advertencia para otros que descuidan el honor y la gloria que Dios merece. A menudo los juicios de Dios reprimen la iniquidad y descubren los pecados de los que desobedecen sus leyes; en cambio muestra misericordia hacia aquellos que le obedecen y evita que caigan en el peligro de seguir sus propias inclinaciones (Review and Herald, agosto 31, 1905).

Pecado Abierto.
Miércoles 9 de diciembre

Mientras el pueblo estaba aún llorando ante Dios a la puerta del Tabernáculo, y la mortandad y los jueces seguían haciendo su terrible obra, uno de los nobles de Israel apareció atrevidamente acompañado de una princesa madianita a quien había invitado a su tienda. La indignación del pueblo fue tan grade y el castigo fue inmediato. Finees, el hijo de Eleazar el sumo sacerdote, se levantó de la congregación y mató a los dos. Este acto fue aprobado por Dios y la mortandad cesó de inmediato. El sacerdote había ejecutado el juicio divino y hecho expiación por todo el pueblo; por lo tanto Dios hizo un pacto con él y con su descendencia para siempre.

Al leer esta historia nos parece imposible que un hombre pudiera estar tan enceguecido con el encanto de una mujer que pudiera rebelarse contra el Cielo aun en medio de una manifestación terrible de la ira divina. Pero en la naturaleza humana es tan necia hoy como lo fue entonces. Las tentaciones satánicas no son menos fuertes que en los días del antiguo Israel.

Satanás ha alcanzado siempre sus más grandes éxitos cuando tienta al pueblo de Dios a no mantenerse separado del mundo, ni separado de sus costumbres, de sus principios y de sus prácticas. Sólo hay dos grupos en la tierra: los siervos de Dios y los siervos de Satanás. Los principios de ambos grupos son opuestos en todos los detalles. Nuestro Señor Jesucristo, que vino a triunfar sobre el príncipe de las tinieblas, dice: "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece" (S. Juan 15:19). Aquí Cristo hace una distinción bien clara entre el mundo y sus seguidores. Los que son del mundo están en directa oposición a los que aman a Dios y guardan sus mandamientos. Sus seguidores deben guardar sus corazones con diligencia para que lo humano no se exalte sobre lo divino, porque si los que profesan amar y servir a Dios siguen ciegamente sus impulsos en lugar de seguir la razón y la conciencia, caerán bajo los artificios satánicos. Los afectos deben ser controlados para que no se coloquen sobre objetos o personas indignas, que están prohibidos por la Palabra de Dios (Signs of the Times, diciembre 30, 1880).

Mientras [el pueblo] lloraba así ante Dios a la puerta del Tabernáculo, y la plaga aun hacía su obra de exterminio, y los magistrados ejecutaban su terrible comisión, Zimri, uno de los nobles de Israel, vino audazmente al campamento, acompañado de una ramera madianita, princesa de una familia distinguida de Madián, a quien él llevó a su tienda. Nunca se ostentó el vicio más osada o tercamente. Embriagado de vino, Zimri publicó "su pecado como Sodoma", y se enorgulleció de lo que debiera haberle avergonzado. Los sacerdotes y los jefes se habían postrado en aflicción y humillación, llorando "entre la entrada y el altar" e implorando al Señor que perdonara a su pueblo y que no entregara su heredad al oprobio, cuando este príncipe de Israel hizo alarde de su pecado en presencia de la congregación como si desafiara la venganza de Dios y se burlara de los jueces de la nación. Finees, hijo del sumo sacerdote Eleazar, se levantó de entre la congregación, y asiendo una lanza, "fue tras el varón de Israel a la tienda", y lo mató a él y a la mujer. Así se detuvo la plaga y el sacerdote que había ejecutado el juicio divino fue honrado ante Israel, y el sacerdocio le fue confirmado a él y a su casa para siempre (Patriarcas y profetas, pp. 485, 486).

La Destrucción de los Madianitas.
Jueves 10 de diciembre

La obra de Moisés por Israel casi había terminado, sin embargo debía realizar un acto más antes de pasar al descanso. "Haz la venganza de los hijos de Israel sobre los Madianitas -fue la orden que se le dio a Moisés- después serás recogido a tu pueblo" (Números 31:2). Esta orden fue dada directamente por Cristo, su invisible dirigente, y fue inmediatamente obedecida. Mil hombres de cada una de las tribus de Israel fueron seleccionados y enviados contra los madianitas. Éstos fueron derrotados y se produjo una gran mortandad.

Algunos consideran estos juicios divinos contra las naciones paganas como duros e inmisericordes al destruir tantas vidas humanas, pero los tales no entienden el trato de Dios con estas naciones. En su infinita misericordia el Señor, por largo tiempo, no había destruido estas naciones idólatras y les había dado evidencia tras evidencia que él era el Dios a quien debían servir. Le había ordenado a Moisés no hacer guerra contra Moab o Madián porque la copa de su iniquidad aún no se había completado; una vez más brillaría la luz del trono de Dios sobre ellos.

Cuando el rey de Moab llamó a Balaam para pronunciar una maldición sobre Israel a fin de destruirlo, la bondad y la misericordia de Dios fueron extraordinariamente exhibidas. Ese hipócrita y corrupto buscador de riquezas que estaba dispuesto a maldecir al pueblo de Dios para recibir su recompensa, fue constreñido al pronunciar las más ricas y sublimes bendiciones sobre ellos. Los mismos moabitas comprendieron que el poder de Dios controlaba al ambicioso profeta y lo compelía a declarar a Israel su pueblo elegido y el objeto de su protección. Era el último rayo de luz que brillaba sobre este pueblo que se había declarado en abierto desafío a la voluntad divina. Cuando los madianitas tendieron la trampa que Balaam había sugerido, la que provocó la destrucción de tantos miles, llenaron la copa de su iniquidad; se cerró la puerta de la misericordia para ellos, y terminó su tiempo de prueba. Aquel que puede crear y que puede destruir, ordenó: "Haz la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas".

Aquellos que cuestionan la sabiduría y la justicia de Dios en su trato con sus criaturas, debieran comprender su incompetencia y su limitada sabiduría para juzgar la conducta del Juez de toda la tierra. Lo que debieran hacer es conducirse ellos mismos de tal manera que no provoquen su ira, y dejar que él se maneje de la manera que considere necesaria para cumplir sus sabios propósitos.

Moisés se había llenado de tristeza e indignación al ver cómo sus trampas engañosas habían hecho caer a los israelitas en el pecado y habían traído la ira de Dios sobre ellos. Al ordenar que fueran a la guerra contra los madianitas, Moisés no solamente vio el cumplimiento de los justos juicios de Dios sobre ellos, sino su misericordia al dar a Israel una victoria contra los que habían intentado destruirlos a toda costa. Los israelitas debían entrar en esta guerra, no para buscar revancha, sino como instrumentos de Dios, para cumplir con celo el divino mandato y buscar su gloria (Signs of the Times, enero 6, 1881).

En nuestros días, como en el pasado, es un trabajo desagradable reprobar el pecado. Pero Dios usa seres humanos como sus instrumentos para hacerlo; personas de propósito firme, a quienes las amenazas o el peligro no pueden intimidar; que nunca olvidan su sagrada comisión de ser siervos del Altísimo; que con el coraje de los héroes y la firmeza y la fe de los mártires están dispuestos a destruir las imágenes idólatras que han usurpado un lugar en la mente de los seres humanos; que están dispuestos a entrar en batalla contra las fuerzas armadas del mal, no para gratificarse a sí mismos sino para buscar la gloria de Dios (Signs of the Times, enero 6, 1881).

Para Estudiar y Meditar.
Viernes 11 de diciembre

Patriarcas y profetas, pp. 483-493.

CAPÍTULO 41. La Apostasía a Orillas del Jordán

Las victoriosas fuerzas de Israel habían vuelto de Basán con corazones alborozados y con renovada fe en Dios. Habían logrado la posesión de un territorio de valor, y estaban seguras de la inmediata conquista de Canaán. Solamente el río Jordán mediaba entre ellas y la tierra prometida. Al otro lado del río había una rica llanura, cubierta de verdor, regada por arroyos provenientes de manantiales copiosos, y sombreada por palmeras exuberantes. En el límite occidental de la planicie se destacaban las torres y los palacios de Jericó, tan enclaustrado entre sus palmeras que se la llamaba "la ciudad de las palmeras."

En el lado oriental del jordán, entre el río y la alta meseta que Israel había atravesado, había también una planicie de varios kilómetros de anchura, y que se extendía por alguna distancia a lo largo del río. Este valle abrigado tenía clima tropical; y florecía allí el árbol de Sittim, o acacia, por lo que se le daba a la planicie el nombre de "valle de Sittim." En él acamparon los israelitas, y los bosques de acacias que había junto al río les proporcionaron agradable retiro.

Pero en este ambiente atractivo iban a encontrar un mal más mortífero que poderosos ejércitos de hombres armados o las fieras del desierto. Ese territorio, tan rico en ventajas naturales, había sido contaminado por sus habitantes. En el culto público de Baal, la divinidad principal, se practicaban constantemente las escenas más degradantes e inicuas. Por doquiera se encontraban lugares notorios por su idolatría y su libertinaje, cuyos nombres mismos sugerían la vileza y la corrupción del pueblo.

Este ambiente ejerció una influencia corruptora sobre los israelitas. La mente de ellos se familiarizó con los pensamientos viles que les eran sugeridos constantemente; la vida cómoda e inactiva produjo sus efectos desmoralizadores; y casi inconscientemente, se fueron alejando de Dios, y llegaron a una condición en la cual iban a sucumbir fácilmente a la tentación.
Mientras el pueblo acampaba al lado del Jordán, Moisés preparaba la ocupación de Canaán. El gran jefe estaba muy atareado en esta obra; pero este lapso de suspenso y espera resultó una prueba para el pueblo, y antes de que hubieran transcurrido muchas semanas, su historia quedó manchada por las más terribles desviaciones de la virtud e integridad.

Al principio hubo muy pocas relaciones entre los israelitas y sus vecinos paganos; pero después de algún tiempo, las mujeres madianitas comenzaron a introducirse en el campo. La aparición de ellas no causó alarma, y tan cautelosamente llevaron a cabo sus planes que nadie llamó la atención de Moisés al asunto. Estas mujeres tenían por objeto, en sus relaciones con los hebreos, seducirlos para hacerles violar la ley de Dios, llamar la atención a costumbres y ritos paganos, e inducirles a la idolatría. Ocultaron diligentemente estos motivos bajo la máscara de la amistad, de modo que ni siquiera los guardianes del pueblo los sospecharon.

Por consejo de Balaam, el rey de Moab decidió celebrar una gran fiesta en honor de sus dioses, y secretamente se concertó que Balaam indujera a los israelitas a asistir. Ellos le consideraban profeta de Dios, y no le fue difícil alcanzar su fin.. Gran parte del pueblo se reunió con él para asistir a las festividades. Se aventuraron a pisar terreno prohibido y se enredaron en los lazos de Satanás. Hechizados por la música y el baile y seducidos por la hermosura de las vestales paganas, desecharon su lealtad a Jehová. Mientras participaban en la alegría y en los festines, el consumo de vino ofuscó sus sentidos y quebrantó las vallas del dominio propio. Predominó la pasión en absoluto; y habiendo contaminado su conciencia por la lascivia, se dejaron persuadir a postrarse ante los ídolos. Ofrecieron sacrificios en los altares paganos y participaron en los ritos más degradantes.

No tardó el veneno en difundirse por todo el campamento de Israel, como una infección mortal. Los que habían vencido a sus enemigos en batalla fueron vencidos por los ardides de mujeres paganas. La gente parecía atontada. Los jefes y hombres principales fueron los primeros en violar la ley, y fueron tantos los culpables que la apostasía se hizo nacional. "Allegóse el pueblo a Baal-peor." (Véase Números 25.) Cuando Moisés se dio cuenta del mal, la conspiración de sus enemigos había tenido tanto éxito que no sólo estaban los israelitas participando del culto licencioso en el monte Peor, sino que comenzaban a practicarse los ritos paganos en el mismo campamento de Israel. El viejo adalid se llenó de indignación y la ira de Dios se encendió.
Las prácticas inicuas hicieron para Israel lo que todos los encantamientos de Balaam no habían podido hacer: lo separaron de Dios. Debido a los castigos que les alcanzaron rápidamente, muchos reconocieron la enormidad de su pecado. Estalló en el campamento una terrible pestilencia de la cual decenas de millares cayeron prestamente víctimas. Dios ordenó que quienes encabezaron esa apostasía fuesen ejecutados por los magistrados. La orden se cumplió inmediatamente. Los ofensores fueron muertos, y luego se colgaron sus cuerpos a la vista del pueblo, para que la congregación, al percibir la severidad con que eran tratados sus cabecillas, adquiriese un sentido profundo de cuánto aborrecía Dios su pecado y de cuán terrible era su ira contra ellos.
Todos creyeron que el castigo era justo, y el pueblo se dirigió apresuradamente al tabernáculo, y con lágrimas y profunda humillación confesó su gran pecado. Mientras lloraba así ante Dios a la puerta del tabernáculo, y la plaga aun hacía su obra de exterminio, y los magistrados ejecutaban su terrible comisión, Zimri, uno de los nobles de Israel, vino audazmente al campamento, acompañado de una ramera madianita, princesa de una familia distinguida de Madián, a quien él llevó a su tienda. Nunca se ostentó el vicio más osada o tercamente, Embriagado de vino, Zimri publicó "su pecado como Sodoma," y se enorgulleció de lo que debiera haberle avergonzado. Los sacerdotes y los jefes se habían postrado en aflicción y humillación, llorando "entre la entrada y el altar" e implorando al Señor que perdonara a su pueblo y que no entregara su heredad al oprobio, cuando este príncipe de Israel hizo alarde de su pecado en presencia de la congregación como si desafiara la venganza de Dios y se burlara de los jueces de la nación. Phinees, hijo del sumo sacerdote Eleazar, se levantó de entre la congregación, y asiendo una lanza, "fue tras el varón de Israel a la tienda," y lo mató a él y a la mujer. Así se detuvo la plaga y el sacerdote que había ejecutado el juicio divino fue honrado ante Israel, y el sacerdocio le fue confirmado a él y a su casa para siempre.

"Phinees . . . ha hecho tornar mi furor de los hijos de Israel," fue el mensaje divino; "por tanto diles: He aquí yo establezco mi pacto de paz con él; y tendrá él, y su simiente después de él, el pacto del sacerdocio perpetuo; por cuanto tuvo celo por su Dios, e hizo expiación por los hijos de Israel."

Los juicios que cayeron sobre Israel por su pecado en Sittim, destruyeron los sobrevivientes de aquella vasta compañía que mereciera casi cuarenta años antes la sentencia: "Han de morir en el desierto." El censo que Dios mandó hacer mientras el pueblo acampaba en las planicies del Jordán demostró que ninguno quedaba "de los contados por Moisés; Aarón el sacerdote, los cuales contaron a los hijos de Israel en el desierto de Sinaí.... No quedó varón de ellos, sino Caleb, hijo de Jephone, y Josué, hijo de Nun." (Núm. 26: 64, 65.)

Dios había mandado castigos sobre los israelitas porque ellos habían cedido a los halagos de los madianitas; pero los tentadores mismos no habían de escapar a la ira de la divina justicia. Los amalecitas, que habían atacado a Israel en Rephidim, y caído súbitamente sobre los débiles y rezagados de la hueste, no fueron castigados sino mucho tiempo después; mientras que los madianitas, que lo indujeron a pecar, hubieron de sentir con presteza los juicios de Dios, porque eran los enemigos más peligrosos. "Haz la venganza de los hijos de Israel sobre los Madianitas - fue la orden que se le dio a Moisés;- después serás recogido a tus pueblos." (Véase Números 31.) Esta orden fue obedecida al instante. Se escogieron mil hombres de cada una de las tribus, y se los mandó bajo la dirección de Phinees. "Y pelearon contra Madián,, como Jehová lo mandó a Moisés. . . . Mataron también, entre los muertos de ellos, a los reyes de Madián: . . . cinco reyes de Madián; a Balaam también, hijo de Beor, mataron a cuchillo." Las mujeres que fueron capturadas por el ejército atacante, fueron muertas según la orden de Moisés, como las más culpables y como el enemigo más peligroso de Israel.

Tal fue el fin de quienes habían proyectado el daño del pueblo de Dios. El salmista dice: "Hundiéronse las gentes en la fosa que hicieron; en la red que escondieron fue tomado su pie." "Porque no dejará Jehová su pueblo, ni desamparará su heredad; sino que el juicio será vuelto a justicia." Cuando pónense en corros contra la vida del justo," el Señor "hará tornar sobre ellos su iniquidad, y los destruirá por su propia maldad." (Sal. 9: 15; 94: 14, 15, 21, 23.)

Cuando Balaam fue llamado a maldecir a los hebreos, no pudo, con todos sus encantamientos, hacerles daño alguno, pues el Señor no había "notado iniquidad, en Jacob," ni había "visto perversidad en Israel." (Núm. 23: 21.) Pero cuando, cediendo a la tentación, violaron la ley de Dios, su defensa se alejó de ellos. Cuando el pueblo de Dios es fiel a sus mandamientos, entonces "en Jacob no hay agüero, ni adivinación en Israel." De ahí que Satanás ejerza todo poder y todas sus astutas artimañas para inducirlo a pecar. Si los que profesan ser depositarios de la ley de Dios violan sus preceptos, se separan de Dios y no podrán subsistir delante de sus enemigos.

Los israelitas, que no pudieron ser vencidos por las armas ni por los encantamientos de Madián, cayeron como presa fácil de las rameras. Tal es el poder que la mujer, alistada en el servicio de Satanás, ha ejercido para enredar y destruir las almas. "A muchos ha hecho caer heridos; y aun los más fuertes han sido muertos por ella." (Prov. 7: 26.) Fue así cómo los hijos de Seth fueron alejados de su integridad y se corrompió la santa posteridad. Así fue tentado José. Así entregó Sansón su propia fuerza y la defensa de Israel en manos de los filisteos. En esto tropezó también David. Y Salomón, el más sabio de los reyes, al que por tres veces se le llamó amado de Dios, se trocó en esclavo de la pasión y sacrificó su integridad al mismo poder hechicero.

"Estas cosas les acontecieron en figura; y son escritas para nuestra admonición en quienes los fines de los siglos han parado. Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga." (1 Cor. 10: 11, 12.) Satanás conoce muy bien el material con el cual ha de vérselas en el corazón humano. Por haberlos estudiado con intensidad diabólica durante miles de años, conoce los puntos más vulnerables de cada carácter; y en el transcurso de las generaciones sucesivas ha obrado para hacer caer a los hombres más fuertes, príncipes de Israel, mediante las mismas tentaciones que tuvieron tanto éxito en Baal-peor. A través de los siglos pueden verse los casos de caracteres arruinados que encallaron en las rocas de la sensualidad. Mientras nos acercamos al fin del tiempo, mientras los hijos de Dios se hallan en las fronteras mismas de la Canaán celestial, Satanás, como lo hizo antaño, redoblará sus esfuerzos para impedirles que entren en la buena tierra. Tiende su red para prender toda alma. No sólo los ignorantes y los incultos necesitan estar en guardia; él preparará sus tentaciones para los que ocupan los puestos más elevados en los cargos más sagrados; si puede inducirles a contaminar sus almas, podrá, por su intermedio, destruir a muchos. Emplea ahora los mismos agentes que hace tres mil años. Por las amistades mundanas, los encantos de la belleza, la búsqueda del placer, la alegría desmedida, los festines o el vino, tienta a los seres humanos a violar el séptimo mandamiento.

Satanás indujo primero a Israel al libertinaje y luego a la idolatría. Los que deshonran la imagen de Dios en su propia persona y contaminan así su templo, no retrocederán ante ninguna cosa que deshonre a Dios con tal que satisfaga el deseo de sus corazones depravados. La sensualidad debilita la mente y degrada el alma. La satisfacción de las propensiones animales entorpece las facultades morales y no puede el esclavo de las pasiones comprender la obligación sagrada impuesta por la ley de Dios, apreciar el sacrificio expiatorio, o justipreciar el alma. La bondad, la pureza, la verdad, la reverencia a Dios y el amor por las cosas sagradas, todos estos afectos sagrados y deseos nobles que vinculan al hombre con el mundo celestial, quedan consumidos en el fuego de la concupiscencia. El alma se torna en desierto negro y desolado, en morada de espíritus malignos y "albergue de todas aves sucias y aborrecibles. " En esta forma, los seres creados a la imagen de Dios son rebajados al nivel de los seres irracionales.

Por sus relaciones con los idólatras y la participación que tuvieron en sus festines, los hebreos fueron inducidos a violar la ley de Dios, y atrajeron sus juicios sobre toda la nación. Así también ahora Satanás obtiene su mayor éxito, en lo que se refiere a hacer pecar a los cristianos, cuando logra inducirles a que se relacionen con los impíos y participen en sus diversiones. "Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo." (2 Cor. 6: 17.) Dios exige hoy de su pueblo que se mantenga tan distinto del mundo, en sus costumbres, hábitos y principios, como debía serio el antiguo Israel. Si siguen fielmente las enseñanzas de su Palabra, existirá esta distinción; no podrá ser de otra manera. Las advertencias dadas a los hebreos para que no se relacionaran ni mezclaran con los paganos no eran más directas ni más terminantes que las hechas a los cristianos para prohibirles que imiten el espíritu y las costumbres de los impíos.

Cristo nos dice: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él." "La amistad del mundo es enemistad con Dios.
Cualquiera pues, que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios." (1 Juan 2: 15; Sant. 4: 4.) Los que siguen a Cristo deben separarse de los pecadores y buscar su compañía tan sólo cuando haya oportunidad de beneficiarlos. No podemos ser demasiado firmes en la decisión de evitar la compañía de aquellos cuya influencia tiende a alejarnos de Dios. Mientras oramos: "No nos dejes caer en tentación," debemos evitar la tentación en todo lo posible.

Los israelitas fueron inducidos al pecado, precisamente cuando se hallaban en una condición de ocio y seguridad aparente. Se olvidaron de Dios, descuidaron la oración, y fomentaron un espíritu de seguridad y confianza en sí mismos. El ocio y la complacencia propia dejaron la ciudadela del alma sin resguardo alguno, y entraron pensamientos viles y degradados. Los traidores que moraban dentro de los muros fueron quienes destruyeron las fortalezas de los sanos principios y entregaron a Israel en manos de Satanás. Así precisamente es cómo Satanás procura aún la ruina del alma. Antes que el cristiano peque abiertamente, se verifica en su corazón un largo proceso de preparación que el mundo ignora. La mente no desciende inmediatamente de la pureza y la santidad a la depravación, la corrupción y el delito. Se necesita tiempo para que los que fueron formados en semejanza de Dios se degraden hasta llegar a lo brutal o satánico. Por la contemplación nos transformamos. Al nutrir pensamientos impuros en su mente, el hombre puede educarla de tal manera que el pecado que antes odiaba se le vuelva agradable.

Satanás emplea todos los medios posibles para popularizar el delito y los vicios envilecedores. No podemos transitar por las calles de nuestras ciudades sin notar cómo se presentan descaradamente actividades delictuosas en alguna novela o en algún escenario teatral. La mente se educa en la familiaridad con el pecado. Los periódicos y las revistas del día recuerdan constantemente al pueblo la conducta que siguen los depravados y viles; en relatos palpitantes le describen todo lo capaz de despertar las pasiones. Tanto lee y oye la gente con respecto a crímenes degradantes, que aun los que fueran una vez dotados de una conciencia sensible, a la cual hubieran horrorizado tales escenas, se vuelven empedernidos, y se espacian en estas cosas con ávido interés.

Muchas de las diversiones que son populares en el mundo hoy, aun entre aquellos que se llaman cristianos, tienden al mismo fin que perseguían las de los paganos. Son, en verdad, pocas las diversiones que Satanás no aprovecha para destruir las almas. Por medio de las representaciones dramáticas ha obrado durante siglos para excitar las pasiones y glorificar el vicio. La ópera con sus exhibiciones fascinadoras y su música embelesadora, las mascaradas, los bailes y los juegos de naipes, son cosas que usa Satanás para quebrantar las vallas de los principios sanos y abrir la puerta a la sensualidad. En toda reunión de placer donde se fomente el orgullo o se dé rienda suelta al apetito, donde se le induzca a uno a olvidarse de Dios y a perder de vista los intereses eternos, allí está Satanás rodeando las almas con sus cadenas.

"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón -es el consejo del sabio;- porque de él mana la vida." "Cual es su pensamiento [del hombre] en su alma, tal es él." (Prov. 4: 23; 23: 7.) El corazón debe ser renovado por la gracia divina, o en vano se buscará pureza en la vida. El que procura desarrollar un carácter noble y virtuoso, sin la ayuda de la gracia de Cristo, edifica su casa sobre las arenas movedizas. La verá derribarse en las fieras tempestades de la tentación. La oración de David debiera ser la petición de toda alma: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí." (Sal. 51: 10.) Y habiendo sido hechos partícipes del don celestial, debemos proseguir hacia la perfección, siendo "guardados en la virtud de Dios por fe." (1 Ped. 1: 5.)

Tenemos, sin embargo, algo que hacer para resistir a la tentación. Los que no quieren ser víctimas de los ardides de Satanás deben custodiar cuidadosamente las avenidas del alma; deben abstenerse de leer, ver u oír cuanto sugiera pensamientos impuros. No se debe dejar que la mente se espacie al azar en todos los temas que sugiera el adversario de las almas. Dice el apóstol Pedro: "Por lo cual, teniendo los lomos de vuestro entendimiento ceñidos . . . no conformándoos con los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda conversación." (1 Ped. 1: 13-15.) Pablo dice: "Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna virtud, si alguna alabanza, en esto pensad." (Fil. 4: 8.) Esto requerirá ferviente oración y vigilancia incesante. Habrá de ayudarnos la influencia permanente del Espíritu Santo, que atraerá la mente hacia arriba y la habituará a pensar sólo en cosas santas y puras. Debemos estudiar diligentemente la Palabra de Dios. "¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra," dice el salmista y añade: "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti." (Sal. 119: 9, 11.)

Los pecados que cometió Israel en Beth-peor atrajeron los juicios de Dios sobre la nación, y aunque ahora no se castiguen los mismos pecados con idéntica presteza, recibirán su retribución tan seguramente como la recibieron entonces. "Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal." (1 Cor. 3: 17.) La naturaleza ha vinculado a estos crímenes terribles castigos que, tarde o temprano, se aplicarán a todos los transgresores. Estos pecados, en mayor medida que cualesquiera otros, son los que han causado la terrible degeneración de nuestra raza y la carga de enfermedades y miseria que afligen al mundo. Podrán los hombres ocultar sus transgresiones a los ojos de sus semejantes, pero no por eso dejarán de segar las consecuencias, en forma de padecimientos, enfermedades, degeneración mental, o muerte. Y más allá de esta vida les aguarda el tribunal del juicio, con su galardón de consecuencias eternas. "Los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios," sino que con Satanás y los malos ángeles, recibirán su parte en aquel "lago de fuego" que es "la muerte segunda." (Gál. 5:21; Apoc. 20: 14.)

"Los labios de la extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo; agudo como cuchillo de dos filos." "Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa; porque no des a los extraños tu honor, y tus años a cruel; porque no se harten los extraños de tu fuerza, y tus trabajos estén en casa del extraño, y gimas en tus postrimerías, cuando se consumiere tu carne y tu cuerpo." "Su casa está inclinado a la muerte." "Todos los que a ella entraron, no volverán." "Sus convidados están en los profundos de la sepultura." (Prov. 5: 3, 4, 8-11; 2: 18, 19; 9: 18.)


Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números / Notas de Elena de White.

Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein

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