Sábado 26 de diciembre
Jesús "tiene vida en sí mismo", y ofrece impartir gratuitamente esta vida a las almas que están muertas en faltas y pecados. Sí, comparte con ellas su pureza, su honor y excelsitud. El sarmiento exhausto, injertado en la vid viva, se convierte en una parte de esa vida. Vive mientras permanece unido a la vid. Así también sucede con las vidas de los cristianos por virtud de su unión con Cristo. El pecador y el humano se unen al santo y al divino. El alma creyente permanece en Cristo y llega a ser una con él. Cuando las personas se relacionan estrechamente en los tratos de esta vida, sus gustos llegan a ser similares y llegan a amar las mismas cosas. Así también aquel que permanezca en Cristo, amará las cosas que él ama. Obedecerá sagradamente sus mandamientos y se gozará en ellos...
El sarmiento de la vid, alimentado por la cepa, florece y da fruto. Sus ricos y fragantes racimos atestiguan de su unión con la vid viva. Así el cristiano que permanece en Jesús producirá fruto. Las preciosas gracias del Espíritu -amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre, temperancia- se manifestarán en el carácter y en la vida, tal como el abundante racimo de la vid...
Decidid ser miembros de la vid viva que lleva fruto. El vástago puede florecer únicamente cuando recibe vida de la fortaleza de la cepa. Aprovechad entonces cada oportunidad de relacionaros más estrechamente con Cristo. Llegaréis a ser uno con él, únicamente creyendo en él, amándolo, copiándolo y dependiendo enteramente de el; y mediante vosotros, su vida y su carácter se revelarán al mundo (Nuestra elevada vocación, p. 147).
"Cada árbol se conoce por su fruto" (Lucas 6:44)
Domingo 27 de diciembre
No es suficiente estar en una actitud de espera por la venida del Señor mientras dejamos que los pecadores se enfrenten con tal evento sin estar advertidos ni preparados. Cristo requiere de nosotros que seamos obreros activos mientras esperamos su aparición. Velar y obrar es la actitud en la cual él debiera encontrarnos. Una vida pasiva de meditación y oración no es todo lo que el Señor espera de nosotros; espera frutos que se muestren en una vida llena de virtudes y verdadera piedad, no solamente siendo buenos sino haciendo el bien. El alma debe consagrarse y rendirse a Dios, manifestándose en una perfecta obediencia a todos sus requerimientos y mandamientos.
Los frutos que crecen en el árbol cristiano serán vistos al permitir que la luz de la verdad, que ha brillado sobre nosotros y ha santificado nuestras vidas, pueda ahora brillar en obras de justicia que tengan una influencia salvadora en el mundo. El fruto que Jesús desea ver en sus profesos seguidores son las gracias de su Espíritu manifestadas en actos de misericordia, de desinteresada benevolencia y de amor por aquellos a quienes él vino a salvar. De esta manera testificaremos que estamos haciendo las obras de Cristo y que tenemos el mismo espíritu de nuestro divino Señor quien anduvo haciendo bienes. Y la responsabilidad de cada cristiano es proporcional a los talentos que le han sido confiados. Cada verdadero seguidor de Cristo será un árbol que da fruto. Muchos profesos cristianos actúan como si estuvieran en el mundo para no hacer otra cosa que satisfacerse a sí mismos, sin recordar que Jesús, su modelo, no se agradó a sí mismo sino que la abnegación y el sacrificio caracterizaron su vida. Estas mismas características deben aparecer en nuestra vida si no queremos ser hallado faltos en el día del Señor.
Al condenar a la higuera, Cristo demostró cuán odiosa es a su vista una vida hipócrita y engañosa. Aquel que aceptaba al verdadero penitente y estaba siempre listo a sanar sus heridas, mostró que un pecador arrepentido está en condiciones más favorables ante Dios que los cristianos profesos que no llevan fruto para su gloria (Signs of the Times, 21 de febrero, 1878).
... El Señor sabe. Él pesa los sentimientos internos y las intenciones del corazón. El comprende al hombre. Prueba nuestra fidelidad. Requiere que le amemos y sirvamos con toda la mente y el corazón y las fuerzas. Los amantes del placer pueden aparentar una forma de piedad que incluso implique cierta abnegación, y pueden sacrificar tiempo y dinero, y sin embargo el yo no ha sido subyugado, y la voluntad no se ha sometido a la voluntad de Dios (Testimonios para la iglesia, tomo 3, p. 36).
"Separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:5)
Lunes 28 de diciembre
La nación judía era una rama sin fruto y por lo tanto debía ser separada de la vid viviente, Cristo Jesús. Los gentiles debían ahora ser injertados en la cepa, para llegar a ser pámpanos vivientes al ser nutridos por la vida verdadera, y podados para que llevaran fruto. En el caso de los discípulos, Jesús los exhortó a mantenerse conectados con él por fe, a fin de llegar a ser parte de la vid viviente y llevar mucho fruto: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:4, 5).
Cuando el pecador se arrepiente de sus pecados y se une a Cristo así como un pámpano está unido a la vid, su naturaleza se cambia y llega a ser un participante de la naturaleza divina; atesora y retiene las palabras de Cristo y recibe la energía vital del Salvador. Injertado en la vid viviente, bebe de la vida y de la fuerza de ella a través de cada vena y cada fibra, hasta que se transforma en un pámpano floreciente y fructífero de la vid (Folleto: Redemption: Or the Sufferings of Christ, His Trial and Crucifixion, pp. 10, 11).
En la parábola de la vid y los pámpanos Cristo presenta las ventajas y la necesidad de tener una unión vital con él. ¿Qué otro símbolo podría haber usado que fuera tan simple y a la vez tan expresivo para mostrar la necesidad de una completa dependencia de él? Separado de la vid, el pámpano no tiene ningún valor; está muerto. Pero unido a la planta, recibe la nutrición que proviene de sus raíces, lo que le permite llevar fruto. Tal es la relación entre el creyente y Cristo. Por medio de la fe en él como nuestro Salvador personal recibimos constantemente abundantes provisiones de su gracia, la que a su vez podemos impartir a otros, revelando que estamos en conexión con la vid verdadera. Al llegar a ser uno con Cristo, así como él es uno con el Padre, somos aceptos en el Amado. No se avergüenza de llamarnos hermanos y envía sus ángeles para cooperar con nosotros en nuestros esfuerzos por servirle (Signs of the Times, 10 de diciembre,
1896).
Esta lección se repetirá hasta los confines de la tierra. Todos los que reciben a Cristo por la fe llegan a ser uno con él. Los pámpanos no están ligados a la vid por medio de un proceso mecánico o artificial. Están unidos por las raíces de la vid. De la misma manera, quienes reciben a Cristo por la fe llegan a ser uno con él en principio y en acción. Están unidos a él, y la vida que viven es la vida del Hijo de Dios. Deben su vida a aquel que es vida.
El bautismo puede repetirse vez tras vez, pero no tiene poder inherente para cambiar el corazón humano. El corazón debe estar unido con el corazón de Cristo, la voluntad debe estar sumergida en su voluntad. La mente debe llegar a ser una con su mente, los pensamientos deben sujetarse a él. Un hombre puede bautizarse y su nombre ser escrito en los registros de la iglesia, pero con todo, puede ser que el corazón no haya cambiado. Las tendencias heredadas y cultivadas pueden estar todavía obrando mal en el carácter.
El hombre regenerado tiene una unión vital con Cristo. Como el pámpano obtiene su sustento del tronco paterno y por esto puede llevar mucho fruto, de la misma manera el verdadero creyente está unido con Cristo y revela en su vida los frutos del Espíritu. El pámpano llega a ser uno con la vid. La tormenta no puede arrancarlo. Las heladas no pueden destruir sus propiedades vitales. Ninguna cosa es capaz de separarlo de la vid. Es un pámpano viviente, y lleva los frutos de la vid. Así ocurre con el creyente. Mediante su conversación y buenas obras revela el carácter de Cristo (Alza tus ojos, p. 180).
"En esto es glorificado mi Padre" (Juan 15:8)
Martes 29 de diciembre
La unión entre Cristo y su pueblo debe ser viva, verdadera e inagotable, asemejándose a la unión que existe entre el Padre y su Hijo. Esta unión es el fruto de la morada del Espíritu Santo. Todos los verdaderos hijos de Dios revelarán al mundo su unión con Cristo y sus hermanos. Aquellos en cuyos corazones mora Cristo, llevarán el fruto del amor fraternal. Comprenderán que como miembros de la familia de Dios están señalados para cultivar, fomentar y perpetuar el amor y la amistad cristianos, en espíritu, palabras y acción. Ser hijos de Dios, miembros de la familia real, significa más de lo que muchos suponen. Los que son considerados por Dios como sus hijos, revelarán amor cristiano los unos por los otros. Vivirán y obrarán con un propósito: representar apropiadamente a Cristo ante el mundo. Por su amor y unidad mostrarán al mundo que son portadores de las credenciales divinas. Por la nobleza de su amor y su, abnegación, demostrarán a los que los rodean que son verdaderos seguidores del Salvador. "Por esto conocerán todos los hombres que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros" (Hijos e hijas de
Dios, p. 295).
La transformación del carácter es para el mundo el testimonio de que Cristo mora en el creyente. Al sujetar los pensamientos y deseos a la voluntad de Cristo, el Espíritu de Dios produce nueva vida en el hombre y el hombre interior queda renovado a la imagen de Dios. Hombres y mujeres débiles y errantes demuestran al mundo que el poder redentor de la gracia puede desarrollar el carácter deficiente en forma simétrica, para hacerle llevar abundantes frutos (Exaltad a Jesús, p. 280).
El deseo del Señor es que sus seguidores crezcan en gracia, que su amor abunde más
y más, que estén llenos de los frutos de justicia…
Donde hay vida, habrá crecimiento y fructificación; pero a menos que crezcamos en la gracia, nuestra espiritualidad se empequeñecerá, será enfermiza, estéril. Solo mediante el crecimiento y la fructificación podemos cumplir el propósito de Dios para nosotros. Cristo dijo: "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto" (Juan 15:8).
A fin de llevar mucho fruto, debemos aprovechar al máximo nuestros privilegios. Debemos usar cada oportunidad que se nos concede para fortalecemos.
A cada ser humano le ha sido preparado un carácter puro y noble con todas sus majestuosas posibilidades. Pero hay muchos que no tienen un anhelo ferviente de tal carácter. No están dispuestos a apartarse del mal para poder tener el bien. Dentro de su alcance hay grandes oportunidades, pero descuidan el aferrarse de las bendiciones que los pondrían en armonía con Dios. Van en contra de la voluntad de aquel que procura su bien. Son ramas muertas que no tienen una unión viviente con la vid. No pueden crecer (A fin de conocerle, p. 166).
"Para que lleve más fruto" (Juan 15:2)
Miércoles 30 de diciembre
Cristo está hablando de los profesos creyentes, cristianos estériles, que no cumplen las condiciones del discipulado y se apartan más y más de su Señor. No muestran frutos de justicia ni imitan la vida del Salvador. En cambio, el verdadero seguidor de Cristo nunca tendrá como blanco algo menos que la vida perfecta del Señor.
"Y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto" (Juan 15:2). Cristo permite que las aflicciones acosen a sus seguidores para que puedan ser guiados a buscar al Señor más fervientemente. Por lo tanto cuando sobrevengan las pruebas, no pensemos que el Señor es nuestro enemigo. El sabe por qué lo hace. No desea desanimarnos sino que nos prueba para ver si nos mantendremos fieles y actuaremos prudentemente en cualquier circunstancia. No desea apartarnos, sino acercarnos al Señor. En Dios se halla la única esperanza del cristiano en tiempos de perplejidad (Sermons and Talks, tomo 1, p. 397).
Dios permite que las dificultades vengan sobre nosotros para probarnos y purificamos. La poda puede resultar dolorosa, pero es Dios el que maneja la tijera. El jardinero divino costa las ramas que no crecen para que el fruto sea más rico y abundante (The Paulson Collection of Ellen G. White Letters, p. 314).
Siempre que hay unión con Cristo, hay amor. Aunque se tengan otros frutos, si falta el amor, de nada nos sirve. El amor a Dios y a nuestros prójimos es la misma esencia de nuestra religión. Nadie puede amar a Cristo sin amar a sus hijos. Cuando estamos unidos con Cristo, tenemos la mente de Cristo. La pureza y el amor brillan en el carácter; la humildad y la verdad rigen la vida. La misma expresión del rostro es cambiada. Cristo, que habita en el alma, ejerce un poder transformador, y el aspecto externo da testimonio de la paz y del gozo que reinan en el interior.
"Y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto" (Juan 15:2). Hay una constante tendencia a mostrar más follaje que frutos; y la fuerza y nutrición que se necesita para mantener tal follaje le resta poder a la producción del fruto. Por eso el jardinero celestial costa las ramas que no producen para que las demás puedan producir frutos más abundantes. Así es como el cuidador celestial trabaja en su viña. En tiempos de prosperidad, los seguidores de Jesús tienen la tendencia a dedicar todas sus energías para gratificarse a sí mismos, buscar los tesoros terrenales y gozar del lujo y los placeres mundanos, lo que los lleva a producir poco fruto para la gloria de Dios. Entonces, el Señor de la viña aparece con las tijeras de podar; las tijeras de las dificultades, de las pérdidas, del desánimo, para cortar lo que impide el crecimiento fructífero (Review and Herald, 11 de septiembre, 1883).
"Y si diere fruto, bien; y si no...” (Juan 13:19)
Jueves 31 de diciembre
En la iglesia hay creyentes e incrédulos. Cristo presenta estas dos clases en su parábola de la vid y sus sarmientos. Exhorta así a quienes le siguen: "Estad en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviera en la vid; así ni vosotros, si no estuvierais en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer" (Juan 15: 4.51)…
Hay una gran diferencia entre una supuesta unión y una conexión real con Cristo por la fe. Una profesión de fe en la verdad pone a los hombres en la iglesia, pero esto no prueba que tienen una conexión tal con la vid viviente. Se nos da una regla por la cual se puede distinguir al verdadero discípulo de aquellos que aseveran seguir a Cristo, pero no tienen fe en él. Una clase da fruto, la otra no es fructífera. La una está con frecuencia sometida a la podadera de Dios, para que pueda dar más fruto; la otra, como ramas secas, queda pronto separada de la vid viviente...
Las fibras del sarmiento son casi iguales que las de la vid. La comunicación de la vida, fuerza y carácter fructífero del tronco a los sarmientos, se mantiene constante y sin obstrucción. La raíz envía su nutrición por el sarmiento. Tal es la relación que sostiene con Cristo el verdadero creyente. Permanece en Cristo y obtiene de él su nutrición (Joyas de los testimonios, pp. 72,73).
¿Qué es llevar fruto? No todo consiste en venir a reuniones una vez por semana y dar nuestro testimonio en las reuniones de oración o en otras reuniones. Debemos hallar día tras día que permanecemos en la vid, dando fruto con paciencia en nuestro hogar, en nuestras ocupaciones, y manifestando en la vida el Espíritu de Cristo en cada trato con otros. Hay muchos que proceden como si pensaran que una unión ocasional con Cristo fuera todo lo necesario, y que pueden ser reconocidos como ramas vivientes porque a veces confiesan a Cristo; pero esto es un engaño. La rama debe ser injertada en la vid y permanecer allí uniéndose con la vid fibra tras fibra, extrayendo su porción diaria de savia y alimento de la raíz y fertilidad de la vid hasta que llega a ser uno con el tronco materno. La savia que alimenta la vid debe nutrir la rama, y esto será evidente en la vida de aquel que permanece en Cristo, pues el gozo de Cristo será cumplido en aquel que no camina según la carne sino según el Espíritu.
Lo que pretendamos ser no tiene valor a menos que permanezcamos en Cristo, pues no podemos ser ramas vivientes a menos que las cualidades vitales de la vid abunden en nosotros. Las características de su Maestro aparecerán en el cristiano genuino, y cuando reflejamos las características de Cristo en nuestra vida y en nuestro carácter, el Padre nos ama como ama a su Hijo. Cuando esto se cumpla en los que dicen que creen en la verdad presente, veremos una iglesia próspera, porque sus miembros no vivirán para sí mismos sino para aquel que murió por ellos, y para ser ramas lozanas de la vid viviente (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1118).
Guía de Estudio de la Biblia: El Fruto del Espíritu / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Enero-Marzo de 2010
Autor: Richard O'Fill, es escritor (El Cristiano Victorioso, Un Fruto Divino entre otros libros) y orador del ministerio Revival Sermons, ha trabajado para la iglesia en tres continentes, incluyendo siete años en las oficinas centrales de la Asociación General. Reside actualmente en Orlando, Florida, EE.UU.
Editor: Clifford Goldstein
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