sábado, 20 de marzo de 2010

Lección 13: El fruto del Espíritu: la esencia del carácter cristiano / Notas de Elena G. de White


Sábado 20 de marzo

Nuestro Salvador, que comprende las luchas de nuestro corazón, que es consciente de la debilidad de nuestra naturaleza y se compadece de nuestros sufrimientos, perdona nuestros errores y nos concede las gracias que deseamos con fervor. El gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la fe y el amor, son los elementos del carácter cristiano. Estos frutos del Espíritu son su corona y escudo. Cuando estas gracias reinan en el hogar, nuestro hijos son "como plantas crecidas en su juventud, nuestras hijas como esquinas labradas como las de un palacio" (Salmo 144:12). Estas virtudes celestiales no dependen de las circunstancias ni del imperfecto juicio humano. El cultivar un carácter cristiano brinda las mayores satisfacciones y lleva a alcanzar las más exaltadas aspiraciones (Signs of the Times, septiembre 9, 1886).

Hay una salvaguardia contra los engaños y trampas de Satanás: la verdad tal cual es en Jesús. La verdad implantada en el corazón, nutrida por la vigilancia y la oración, alimentada por la gracia de Cristo, nos dará discernimiento. La verdad debe permanecer en el corazón, debe experimentarse su poder a pesar de los atractivos y encantos de Satanás; y tanto su experiencia como la mía deben demostrar que la verdad purifica y bendice el alma (Alza tus ojos, p. 347).


Buscad primeramente el reino de Dios.
Domingo 21 de marzo

Son realmente bendecidos únicamente aquellos cuya principal preocupación consiste en asegurar las bendiciones que alimentarán el alma y perdurarán para siempre. Nuestro Salvador nos dice: "Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (S. Mateo 6:33). Dios nos tiene en consideración y no se olvida de derramar sus bendiciones temporales sobre nosotros. Nuestro bien terrenal no escapa a la preocupación de nuestro Padre celestial. El sabe que tenemos necesidad de estas cosas... Cuando Dios sonríe sobre nuestros esfuerzos, eso vale más que cualquier ganancia terrenal (Nuestra elevada vocación, p. 198).

El gran pecado del pueblo de Dios en el tiempo presente es no apreciar el valor de las bendiciones que él nos concede. Se le sirve con un corazón dividido o se acaricia algún ídolo al que se adora en su altar. La verdad de Dios, tan elevada y santa, purifica el alma si se entreteje con la vida y el carácter. Con esa verdad, Dios desea separarnos y hacernos un pueblo peculiar; pero nuestra obediencia y devoción no se equiparan con la luz y privilegios que tenemos; y como resultado no llegamos a cumplir las sagradas obligaciones de caminar como hijos de luz, ni llegamos a alcanzar nuestra elevada vocación en Cristo Jesús. Las advertencias y amonestaciones son escuchadas solamente por un tiempo, pero su influencia no nos lleva a marchar hacia adelante y hacia arriba para alcanzar el galardón. Oh, ¡Si el pueblo de Dios se diera cuenta de las ventajas y la luz que ha recibido y comprendiera que será juzgado por esa luz que ilumina nuestro camino! Los privilegios y oportunidades que Dios nos da tienen el propósito de hacernos mejores hombres y mujeres; de llevarnos a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y de avanzar más y más en la senda de la luz. Pero si no apreciamos la luz recibida ni nos impresiona la verdad; si nos tornamos duros y fríos de corazón y las energías del alma se paralizan, no podemos razonablemente esperar que el juicio nos sea favorable (Review and Herald, abril 12, 1887).

Cristo invita a todos a reflexionar. Haced cálculos honrados. Poned en un platillo de la balanza a Jesús, que significa tesoro eterno, vida, verdad, cielo, y el gozo de Cristo en las almas redimidas; poned en el otro todas las atracciones que el mundo pueda ofrecer. En un platillo de la balanza poned la pérdida de vuestra propia alma y de las almas de aquellas para cuya salvación podríais haber sido un instrumento; en el otro, para vosotros y para ellos, una vida que se mide con la vida de Dios. Pesad para el tiempo y la eternidad. Mientras estáis así ocupados, Cristo habla: "¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y perdiere su alma?" (S. Marcos 8:36).

Dios desea que escojamos lo celestial en vez de lo terrenal. Nos presenta las posibilidades de una inversión celestial. Quisiera estimular nuestros más elevados blancos, asegurar nuestro más selecto tesoro. Declara. "Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que oro de Ofir al hombre" (Isaías 13:12). Cuando hayan sido arrasadas las riquezas que la polilla devora y el orín corrompe, los seguidores de Cristo podrán regocijarse en su tesoro celestial, las riquezas imperecederas (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 307, 308).


Otro fruto del espíritu.
Lunes 22 de marzo

El ideal que Dios tiene para sus hijos está por encima del alcance del más elevado pensamiento humano. La meta a alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios. Ante el estudiante se abre un camino de progreso continuo. Tiene que alcanzar un objeto, lograr una norma que incluye todo lo bueno, lo puro y lo noble. Progresará tan rápidamente e irá tan lejos como fuere posible en todos los ramos del verdadero conocimiento. Pero sus esfuerzos se dirigirán a fines tanto más altos que el mero egoísmo y los intereses temporales, cuanto son más alto los cielos que la tierra (La educación, pp. 18, 19).

Los que moran en Jesús serán felices, alegres y gozosos en Dios. La vez se caracterizará por un tono bajo, los actos y la música expresarán la reverencia por las cosas espirituales y eternas, y de sus labios brotará una música gozosa, pues procede del trono de Dios. Este es el misterio de la piedad, que no se puede explicar fácilmente, pero que no por eso deja de ser sentido y gozado. El corazón empedernido y rebelde puede cerrar sus puertas a todas las dulces influencias de la gracia de Dios y a todo el gozo en el Espíritu Santo, pero los caminos de la sabiduría son caminos agradables, y todas sus veredas son paz. Cuanto más estrechamente nos relacionemos con Cristo, más mostrarán nuestras palabras y acciones el poder subyugador y transformador de su gracia (Mensajes para los jóvenes, p. 429).

El Señor, en su gran misericordia, nos ha revelado en las Escrituras sus reglas para una vida santa, sus mandamientos y sus leyes. En ellos nos dice los pecados que debemos evitar; nos explica el plan de salvación y nos señala el camino al cielo. Si obedecemos su mandato de "escudriñar las Escrituras", ninguno necesita ignorar estas cosas.

El progreso real del alma en la virtud y el conocimiento divino se realiza mediante le plan de la adición, añadiendo constantemente las gracias que Cristo vino a poner al alcance de todos haciendo un sacrificio infinito (Mente, carácter y personalidad, p. 96).

Dios toma a los hombres como son, y los educa para su servicio, si ellos quieren entregarse a él. El Espíritu de Dios, recibido en el alma, vivifica todas sus facultades. Bajo la dirección del Espíritu Santo, la mente, consagrada sin reservas a Dios, se desarrolla armoniosamente, y queda fortalecida para comprender y cumplir lo que Dios requiere. El carácter débil y vacilante se vuelve fuerte y firme. La devoción continua establece una relación tan íntima entre Jesús y sus discípulos que el cristiano se vuelve más semejante a su Maestro en carácter. Tiene una visión más clara y amplia. Su discernimiento es más penetrante, su criterio mejor equilibrado. Queda tan avivado por el poder vivificador del Sol de justicia, que es habilitado para llevar mucho fruto para gloria de Dios (Obreros evangélicos, pp. 302, 303).


Perseverancia en la fe.
Martes 23 de marzo

El Creador que hizo el mundo, no lo ha dejado para que se maneje por sí mismo, sino que lo dirige con su poder. De la misma forma, el Dios que amó tanto al mundo que "ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna", no deja lo que ha sido comprado con la sangre de Cristo a la merced del adversario de las almas. Después de haber ofrecido el mejor don del cielo, Dios no ha cesado de mostrar amor y benevolencia hacia los caídos hijos de Adán. Cada día, cada hora, Dios muestra su amor hacia el mundo a pesar de la perversidad de los humanos. Y venido el cumplimiento del tiempo, Dios derramó en el mundo una corriente de gracia sanadora que nadie puede obstruir o detener hasta que el plan de salvación se complete. Ha dejado una puerta abierta para el mundo que nadie puede cerrar. Y después de haber dado lo mejor del cielo a la raza humana, no limitará ninguna de sus bendiciones adicionales. "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira" (Romanos 8:32; 5:8, 9) (The Youth's Instructor, diciembre 13, 1894).

El Señor quiere que los suyos sean sanos en la fe: que no ignoren la gran salvación que les es tan abundantemente ofrecida. No han de mirar hacia adelante pensando que en algún tiempo futuro se hará una gran obra a su favor, pues ahora es completa la obra. El creyente no es exhortado a que haga paz con Dios. Nunca lo ha hecho ni jamás podrá hacerlo. Ha de aceptar a Cristo como su paz, pues con Cristo están Dios y la paz. Cristo dio fin al pecado llevando su pesada maldición en su propio cuerpo en el madero, y ha quitado la maldición de todos los que creen en él como en un Salvador personal. Pone fin al poder dominante del pecado en el corazón, y la vida y el carácter del creyente testifican de la naturaleza genuina de la gracia de Cristo. A los que le piden, Jesús les imparte el Espíritu Santo, pues es necesario que cada creyente sea liberado de la corrupción, así como de la maldición y condenación de la ley. Mediante la obra del Espíritu Santo, la santificación de la verdad, el creyente llega a ser idóneo para los atrios del cielo, pues Cristo actúa dentro de él y la justicia de Cristo está sobre él. Sin esto, ningún alma tendrá derecho al cielo. No disfrutaríamos del cielo a menos que estuviéramos calificados para su santa atmósfera por la influencia del Espíritu y de la justicia de Cristo.

A fin de ser candidatos para el cielo, debemos hacer frente a los requerimientos de la ley: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (S. Lucas 10:27). Sólo podemos hacer esto al aferrarnos por fe de la justicia de Cristo. Contemplando a Jesús recibimos en el corazón un principio viviente y que se expande; el Espíritu Santo lleva a cabo la obra y el creyente progresa de gracia en gracia, de fortaleza en fortaleza, de carácter en carácter. Se amolda a la imagen de Cristo hasta que en crecimiento espiritual alcanza la medida de la estatura plena de Cristo Jesús. Así Cristo pone fin a la maldición del pecado y libera al alma creyente de su acción y efecto (Mensajes selectos, t. 1, pp 462, 463).


El desafío del mundo.
Miércoles 24 de marzo

Demasiado a menudo los cristianos permiten que los cuidados de esta vida tomen el tiempo que le pertenece a Dios. Dedican preciosos momentos y plenas energías a los negocios y diversiones dirigidas a los placeres y tesoros terrenales, pero al hacerlo se colocan en terreno prohibido. Muchos profesos cristianos, que son muy cuidados en mostrar estricta honestidad en todas sus transacciones comerciales, son deshonestos con Dios, pues están tan dedicados a los negocios mundanos que se olvidan de cumplir sus deberes para con aquellos que los rodean. Sus hijos no son criados en el conocimiento y la admonición del Señor; descuidan el culto familiar y la devoción personal, y los intereses eternos pasan a ocupar el segundo lugar. Son deshonestos con el Señor porque le roban sus mejores pensamientos y su tiempo y se los dedican al mundo y a cosas de menos importancia. No se arruinan debido a su deshonestidad en el trato con los demás sino debido a que defraudan al Señor a quien pertenecen...

Como el hombre rico, muchos viven solamente para las cosas del mundo. El enemigo los engaña pervirtiendo sus sentidos, y bajo su encantamiento sacrifican las riquezas eternas por los tesoros mundanales que se acabarán cuando la historia de su vida también concluya. Por eso son llamados necios a la vista de Dios (Signs of the Times, diciembre 17, 1896).

Las atracciones de este mundo deben ser eclipsadas por la gloria del mundo por venir, y nuestros intereses deben separarse de lo temporal y dedicarse a lo eterno. Contemplemos los resultados de emplear correctamente nuestros talentos, dinero e influencia para salvar a las almas: estaremos haciendo tesoros en el cielo y recibiremos las palabras, "entra en el gozo de tu Señor" Él "verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho". Sin embargo, son pocos los que usan sus talentos para Dios con el mismo fervor y la misma energía que muestran al trabajar por las cosas del mundo.

Pensemos en el sorprendente sacrificio que ha sido hecho por nosotros. Imaginemos el trabajo y la energía puesta por el cielo para buscar a los perdidos y traerlos nuevamente a la casa del Padre. No se podrían haber puesto en ejecución mayores planes. Y todo para ofrecernos el gozo del cielo, la sociedad con los ángeles, la comunión y el amor con el Padre y el Hijo, la elevación y extensión de todos nuestro proyectos a través de las edades eternas. Ciertamente, "cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman" (1 Corintios 2:9). ¿No son suficientes estos poderosos incentivos para que le demos un servicio de todo corazón a nuestro Creador y Redentor? (Signs of the Times, diciembre 1, 1887).


Cómo cultivar el fruto del espíritu (Juan 15:8).
Jueves 25 de marzo

Muchas veces, cuando pedimos en oración las gracias del Espíritu, para contestar nuestras oraciones, Dios nos coloca en circunstancias que nos permiten desarrollar esos frutos; pero no entendemos su propósito, nos asombramos y desanimamos. Sin embargo, nadie puede desarrollar esas gracias a no ser por medio del proceso del crecimiento y la producción de frutos. Nuestra parte consiste en recibir la palabra de Dios, aferrarnos de ella, y rendirnos plenamente a su dominio; así se cumplirá en nosotros su propósito (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 41).

Todo ser humano en este mundo lleva fruto de alguna clase, ya sea bueno o malo; y Cristo ha hecho posible que cada alma lleve el más precioso fruto. La obediencia a los requerimientos de Dios, la sumisión a la voluntad de Cristo, producirá en la vida los preciosos frutos de justicia. Los habitantes de este mundo son queridos para la familia de Dios... Él dio los dones más ricos que el cielo podía conceder, para que los hombres y las mujeres pudieran volverse de su rebelión a su ley, y aceptaran en sus corazones y vidas los principios del cielo. Si los hombres quisieran reconocer el don, y aceptar su sacrificio, sus transgresiones serán perdonadas, y la gracia de Dios les sería impartida para ayudarles a rendir en sus vidas los preciosos frutos de la santidad (La maravillosa gracia de Dios, p. 249).

¿Qué es llevar fruto?... La rama debe ser injertada en la vid y permanecer allí uniéndose con la vid fibra tras fibra, extrayendo su poción diaria de savia y alimento de la raíz y fertilidad de la vida hasta que lleva a ser uno con el tronco materno. La savia que alimenta la vid debe nutrir la rama, y esto llegará a ser evidente en la vida de aquel que permanece en Cristo, pues el gozo de Cristo será cumplido en aquel que no camina según la carne sino según el Espíritu (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1118).

Los pámpanos representan a los creyentes en Cristo Jesús. Aquellos que verdaderamente creen en él, harán las obras que él hizo. Estarán unidos a él por medio de la fe que obra por amor y purifica el alma. Como el pámpano es nutrido por la savia que proviene de la planta madre, así el creyente es alimentado por la vida de Cristo. Los pámpanos representan a los seguidores más jóvenes, esos brotes nacientes de la planta. Y la planta madre representa a Cristo, quien nutre las ramas. Sus palabras son espíritu y son vida, y los que se alimentan de ellas, llegan a ser hacedores de la palabra y representantes de su carácter. Su paciencia, mansedumbre, humildad y amor se manifiestan en sus corazones. Jesús dijo: "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos" (S. Juan 15:8). Si estamos injertados en la vid verdadera, llevaremos los mismos frutos que ella (Review and Herald, enero 14, 1896).




Guía de Estudio de la Biblia: El Fruto del Espíritu / Notas de Elena G. de White.
Periodo: Trimestre Enero-Marzo de 2010

Autor: Richard O'Fill, es escritor (El Cristiano Victorioso, Un Fruto Divino entre otros libros) y orador del ministerio Revival Sermons, ha trabajado para la iglesia en tres continentes, incluyendo siete años en las oficinas centrales de la Asociación General. Reside actualmente en Orlando, Florida, EE.UU.
Editor: Clifford Goldstein

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