Sábado 28
Si el transgresor fuera tratado de acuerdo con la letra de este pacto, no habría esperanza para la raza caída, pues todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios. La raza caída de Adán no puede contemplar en la letra de este pacto otra cosa sino la muerte, y la muerte será la retribución de todo el que procure vanamente idear una justicia propia que cumpla las demandas de la ley. Dios se ha comprometido mediante su Palabra a ejecutar el castigo de la ley sobre todos los transgresores. Los humanos cometen pecados vez tras vez, y sin embargo no parecen creer que deben sufrir el castigo por quebrantar la ley. Muestran sus buenas intenciones ante el Señor y suavizan sus conciencias rogándole que sea misericordioso. Pero la única esperanza para los caídos hijos e hijas de Adán es abandonar sus pecados y aceptar la justicia de Cristo. Deben dejar de lado cualquier esperanza de salvación basada en su propia justicia, porque el Señor no puede salvarlos por sus buenas obras.
En el evangelio de Jesucristo proclamado por los ángeles como buenas nuevas de gran gozo, los términos de la salvación fueron plenamente revelados: La ley mantiene su fuerza y pureza originales pues es el reflejo del carácter de Dios. Ni una jota ni un tilde pueden ser alterados. Pero el Señor hizo un pacto de gracia por medio del cual extiende su misericordia a los seres humanos caídos, haciendo una provisión tan amplia y poderosa que las almas arruinadas por el pecado pueden ser elevadas a la gloria, el honor y la inmortalidad. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (S. Juan 3: 16). El arco iris del pacto rodea el trono de Dios como símbolo de su promesa de recibir a todo pecador que abandona su esperanza de alcanzar la vida eterna por su propia justicia y acepta la justicia del Redentor del mundo. Promete recibir a todo aquel que lo acepta como su Salvador personal creyendo que él puede salvarlo del pecado y mantenerlo sin caer. Cristo es la única esperanza para heredar la vida eterna.
La provisión hecha para la salvación de los seres humanos mediante la justicia imputada de Cristo no destruye la ley ni disminuye sus santos reclamos; por el contrario, él vino a exaltar la ley y a engrandecerla mostrando su carácter inmutable. La gloria del evangelio de la gracia está en el hecho de que la salvación se obtiene por medio de la obediencia a la ley en la persona de Cristo, el divino sustituto. Tanto en la antigua dispensación como en la nueva, los creyentes eran salvados por la gracia de Cristo tal como se la presenta en el evangelio (Signs of the Times, septiembre 5, 1892).
Si el transgresor fuera tratado de acuerdo con la letra de este pacto, no habría esperanza para la raza caída, pues todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios. La raza caída de Adán no puede contemplar en la letra de este pacto otra cosa sino la muerte, y la muerte será la retribución de todo el que procure vanamente idear una justicia propia que cumpla las demandas de la ley. Dios se ha comprometido mediante su Palabra a ejecutar el castigo de la ley sobre todos los transgresores. Los humanos cometen pecados vez tras vez, y sin embargo no parecen creer que deben sufrir el castigo por quebrantar la ley. Muestran sus buenas intenciones ante el Señor y suavizan sus conciencias rogándole que sea misericordioso. Pero la única esperanza para los caídos hijos e hijas de Adán es abandonar sus pecados y aceptar la justicia de Cristo. Deben dejar de lado cualquier esperanza de salvación basada en su propia justicia, porque el Señor no puede salvarlos por sus buenas obras.
En el evangelio de Jesucristo proclamado por los ángeles como buenas nuevas de gran gozo, los términos de la salvación fueron plenamente revelados: La ley mantiene su fuerza y pureza originales pues es el reflejo del carácter de Dios. Ni una jota ni un tilde pueden ser alterados. Pero el Señor hizo un pacto de gracia por medio del cual extiende su misericordia a los seres humanos caídos, haciendo una provisión tan amplia y poderosa que las almas arruinadas por el pecado pueden ser elevadas a la gloria, el honor y la inmortalidad. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (S. Juan 3: 16). El arco iris del pacto rodea el trono de Dios como símbolo de su promesa de recibir a todo pecador que abandona su esperanza de alcanzar la vida eterna por su propia justicia y acepta la justicia del Redentor del mundo. Promete recibir a todo aquel que lo acepta como su Salvador personal creyendo que él puede salvarlo del pecado y mantenerlo sin caer. Cristo es la única esperanza para heredar la vida eterna.
La provisión hecha para la salvación de los seres humanos mediante la justicia imputada de Cristo no destruye la ley ni disminuye sus santos reclamos; por el contrario, él vino a exaltar la ley y a engrandecerla mostrando su carácter inmutable. La gloria del evangelio de la gracia está en el hecho de que la salvación se obtiene por medio de la obediencia a la ley en la persona de Cristo, el divino sustituto. Tanto en la antigua dispensación como en la nueva, los creyentes eran salvados por la gracia de Cristo tal como se la presenta en el evangelio (Signs of the Times, septiembre 5, 1892).
La Justificación por la Fe.
Domingo 1ro.
La iniquidad que llena nuestro mundo es el resultado del rechazo de Adán a tomar la palabra de Dios como suprema. Desobedeció y cayó bajo la tentación del enemigo. "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12). Dios declaró: "El alma que pecare, esa morirá"(Ezequiel 18:20). Aparte del plan de redención los seres humanos están condenados a muerte. "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Pero Cristo dio su vida para salvar al pecador de la sentencia de muerte. Murió para que nosotros podamos vivir. Y a todos los que le reciben les da poder para separarse de todo aquello que los colocaría nuevamente bajo el castigo y la condena.
Cristo es la única esperanza del pecador. Por su muerte puso la salvación al alcance de todos, y mediante su gracia todos pueden llegar a ser súbditos leales del reino de Dios. Es su sacrificio lo que hace posible que hombres y mujeres puedan cumplir las condiciones establecidas en los concilios celestiales. Él vino a esta tierra y vivió una vida de perfecta obediencia a fin de que todos, mediante su gracia, puedan también vivir una vida de perfecta obediencia. Esto es necesario para la salvación, pues sin la santidad nadie verá al Señor.
Ante nosotros está la maravillosa posibilidad de ser obedientes como Cristo a todos los principios de la ley de Dios. Pero somos extremadamente incapaces de alcanzar por nosotros mismos esa condición. Todo lo que es bueno en el hombre le llega mediante Cristo. La santidad que la Palabra de Dios dice que debemos tener antes de poder ser salvados es el resultado de la obra de la gracia divina cuando nos sometemos a la disciplina y a la influencia moderadora del Espíritu de verdad.
La obediencia del hombre puede ser hecha perfecta sólo por el incienso de la justicia de Cristo que llena de fragancia divina cada acto de verdadera obediencia. La parte del cristiano consiste en perseverar en la tarea de vencer toda falta. Debe orar constantemente al Salvador para que sane las dolencias de su alma enferma. No tiene la sabiduría y la fuerza sin las cuales no puede vencer; éstas pertenecen al Señor quien las concede a aquellos que con humildad y contrición lo buscan pidiendo ayuda (Review and Herald, marzo 15, 1906; parcialmente en, Dios nos cuida, p. 172).
Mediante Cristo, se dan al hombre tanto restauración como reconciliación. El abismo abierto por el pecado ha sido salvado por la cruz del Calvario. Un rescate pleno y completo ha sido pagado por Jesús en virtud del cual es perdonado el pecador y es mantenida la justicia de la ley. Todos los que creen que Cristo es el sacrificio expiatorio pueden ir y recibir el perdón de sus pecados, pues mediante los méritos de Cristo se ha abierto la comunicación entre Dios y el hombre. Dios puede aceptarme como a su hijo y yo puedo tener derecho a él y puedo regocijarme en él como en mi Padre amante. Debemos centralizar nuestras esperanzas del Cielo únicamente en Cristo, pues él es nuestro sustituto y garantía.
Hemos transgredido la ley de Dios, y por las obras de la ley ninguna carne será justificada. Los mejores esfuerzos que pueda hacer el hombre con su propio poder son ineficaces para responder ante la ley santa y justa que ha transgredido; pero mediante la fe en Cristo puede demandar la justicia del Hijo de Dios como plenamente suficiente. Cristo satisfizo las demandas de la ley en su naturaleza humana. Llevó la maldición de la ley por el pecador, hizo expiación para él a fin de que cualquiera que cree en él, no se pierda sino tenga vida eterna. La fe genuina se apropia de la justicia de Cristo y el pecador es hecho vencedor con Cristo, pues se lo hace participante de la naturaleza divina, y así se combinan la divinidad y la humanidad. (Mensajes selectos, t. 1, p. 426).
El Santuario.
Lunes 2
¿Qué es la purificación del Santuario? En el Antiguo Testamento se hace mención de un servicio tal con referencia al santuario terrenal. ¿Pero puede haber algo que purificar en el Cielo? En el noveno capítulo de la Epístola a los Hebreos, se enseña a las claras la existencia de la purificación de ambos santuarios, el terrenal y el celestial ...
La purificación en ambos servicios, el simbólico y el real, debe efectuarse con sangre; en aquél con sangre de animales; en éste, con la sangre de Cristo.
Así como en la antigüedad los pecados del pueblo eran puestos por fe sobre el holocausto, y por la sangre de éste transferidos figurativamente al santuario terrenal, así también, en el nuevo pacto, los pecados de los que se arrepienten son puestos por fe sobre Cristo, y transferidos, de hecho, al Santuario celestial. Y así como la purificación simbólica de lo terrenal se efectuaba quitando los pecados con los cuales había sido contaminado, así también la purificación real de 10 celestial debe efectuarse quitando o borrando los pecados registrados en el Cielo. Pero, antes de que esto pueda cumplirse deben examinarse los registros para determinar quiénes son los que, por medio del arrepentimiento del pecado y de la fe en Cristo, tienen derecho a los beneficios de su expiación (La fe por la cual vivo, p. 208).
El servicio ceremonial era el vínculo de conexión entre Dios e Israel. Las ofrendas de sacrificio tenían como propósito prefigurar el sacrificio de Cristo y de esa manera preservar en los corazones de la gente de una fe inquebrantable en el Redentor que habría de venir (Signs of the Times, diciembre 1, 1881).
Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora el Capitán de nuestra salvación intercede por nosotros no sólo como un solicitante, sino como un vencedor que exhibe su victoria. Su ofrenda es completa, y como nuestro intercesor ejecuta la obra que se ha impuesto a sí mismo, sosteniendo ante Dios el incensario que contiene sus propios méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y los agradecimientos de su pueblo. El incienso asciende a Dios como un olor grato, perfumado con la fragancia de su justicia. La ofrenda es plenamente aceptable, y el perdón cubre todas las transgresiones. Para el verdadero creyente Cristo es sin duda alguna el ministro del Santuario, que oficia para él, y que habla por los medios establecidos por Dios (Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 942).
El Sábado.
Martes 3
Aquí no se presenta el sábado como una institución nueva, sino como establecido en el tiempo de la creación del mundo. Hay que recordar y observar el sábado como monumento de la obra del Creador. Al señalar a Dios como el Hacedor de los cielos y de la tierra, el sábado distingue al verdadero Dios de todos los falsos dioses. Todos los que guardan el séptimo día demuestran al hacerlo que son adoradores de Jehová. Así el sábado será la señal de lealtad del hombre hacia Dios mientras haya en la tierra quien le sirva.
El cuarto mandamiento es, entre todos los diez, el único que contiene tanto el nombre como el título del Legislador. Es el único que establece por autoridad de quién se dio la ley. Así, contiene el sello de Dios, puesto en su ley como prueba de su autenticidad y de su vigencia (Patriarcas y profetas, p. 315).
El sábado es un broche de oro que Une a Dios y su pueblo. Pero el mandamiento del sábado ha sido violado. El día santo de Dios ha sido profanado. El sábado ha sido sacado de su lugar por el hombre de pecado, y se ha ensalzado en su lugar un día de trabajo común. Se ha hecho una brecha en la ley, y esta brecha ha de ser reparada. El sábado debe ser ensalzado a la posición que merece como día de reposo de Dios. En el capítulo 58 de Isaías, se bosqueja la obra que el pueblo de Dios ha de hacer. Debe ensalzar la ley y hacerla honorable, edificar en los antiguos desiertos y levantar los fundamentos de muchas generaciones...
La cuestión del sábado será el punto culminante del gran conflicto final en el cual todo el mundo tomará parte. Los hombres han honrado los principios de Satanás por encima de los principios que rigen los cielos. Han aceptado el falso día de descanso que Satanás ha exaltado como señal de su autoridad. Pero Dios ha puesto su sello sobre su requerimiento real. Ambos días de reposo llevan el nombre de su autor, una marca imborrable que demuestra la autoridad de cada uno. Es nuestra obra inducir a la gente a comprender esto. Debemos mostrarle que es de consecuencia vital llevar la marca del reino de Dios o la marca de la rebelión, porque se reconocen súbditos del reino cuya marca llevan. Dios nos ha llamado a enarbolar el estandarte de su sábado pisoteado. ¡Cuán importante es, pues, que nuestro ejemplo sea correcto en la observancia del sábado! (Joyas de los testimonios, t. 3, pp. 18, 19).
Dios creó el mundo en seis días y descansó el séptimo. Él santificó el séptimo día y lo hizo su monumento sagrado. "Guardarán pues -declara él- el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo". Los que hacen esto, guardando todos los mandamientos de Dios, pueden reclamar las promesas descritas en Isaías 58:11-14. Las instrucciones que se dan en este capítulo son plenas y categóricas. Los que se abstienen de trabajar en el día sábado pueden pedir bienestar y consolación. ¿No creeremos a Dios? ¿No llamaremos santo el día que el Señor llama santo? El hombre no debe avergonzarse de llamar sagrado lo que el Señor llama sagrado. No debe temer hacer lo que Dios ha ordenado. La obediencia le proveerá un conocimiento de lo que constituye la santificación verdadera (El ministerio médico, p. 282).
El Estado de los Muertos.
Miércoles 4
En el error fundamental de la inmortalidad natural, descansa la doctrina del estado consciente de los muertos, doctrina que, como la de los tormentos eternos, está en pugna con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, con los dictados de la razón y con nuestros sentimientos de humanidad. Según la creencia popular, los redimidos en el Cielo están al cabo de todo lo que pasa en la tierra, y especialmente de lo que les pasa a los amigos que dejaron atrás. ¿Pero cómo podría ser fuente de dicha para los muertos el tener conocimiento de las aflicciones y congojas de los vivos, el ver los pecados cometidos por aquellos a quienes aman y verlos sufrir todas las penas, desilusiones y angustias de la vida? ¿Cuánto podrían gozar de la bienaventuranza del Cielo los que revolotean alrededor de sus amigos en la tierra? ¡Y cuán repulsiva es la creencia de que, apenas exhalado el último suspiro, el alma del impenitente es arrojada a las llamas del infierno! ¡En qué abismos de dolor no deben sumirse los que ven a sus amigos bajar a la tumba sin preparación para entrar en una eternidad de pecado y de dolor! Muchos han sido arrastrados a la locura por este horrible pensamiento que los atormentara (El conflicto de los siglos, pp. 600, 601).
La Palabra de Dios, debidamente comprendida y aplicada, es una salvaguardia contra el espiritismo. La teoría de un infierno que arde eternamente, predicada desde el púlpito y presentada constantemente a la gente, representa una injusticia para el carácter benevolente de Dios. Lo presenta como el mayor tirano del universo. Este difundido dogma ha hecho volver a millares hacia el universalismo, la incredulidad y el ateísmo. La Palabra de Dios es clara. Es una recta cadena de verdad y resultará un ancla para aquellos que estén dispuestos a recibirla, aún cuando hayan de sacrificar sus apreciadas fábulas. Ella los salvará de los terribles engaños de estos tiempos peligrosos. Satanás ha inducido a los predicadores de las diferentes iglesias a aferrarse tenazmente a sus errores populares, como indujo a los judíos a aferrarse en su ceguera a sus sacrificios y a crucificar a Cristo. El rechazo de la luz y la verdad deja a los hombres cautivos, sujetos a los engaños de Satanás. Cuanto mayor sea la luz que rechazan, tanto mayor será el poder del engaño y de las tinieblas que los sobrecogerán (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 308).
"Yo soy la resurrección y la vida". Sólo la Deidad puede usar este lenguaje. Todas las cosas creadas viven por la voluntad y el poder de Dios. Son recipientes que dependen de la vida del Hijo de Dios. No importa cuán capaces y talentosos sean, no importa cuán grandes sean sus aptitudes, reciben nuevamente la vida de la Fuente de toda vida. Sólo Aquel que es el único que tiene inmortalidad, que mora en luz y vida, podía decir: "Tengo poder para ponerla [su vida], y tengo poder para volverla a tomar". Todos los seres humanos de nuestro mundo toman de él su vida. Él es el origen, la fuente de vida (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1088).
La Segunda Venida.
Jueves 5
El acto capital que coronará el gran drama del engaño será que el mismo Satanás se dará por el Cristo. Hace mucho que la iglesia profesa esperar el advenimiento del Salvador como consumación de sus esperanzas. Pues bien, el gran engañador simulará que Cristo habrá venido. En varias partes de la tierra, Satanás se manifestará a los hombres como ser majestuoso, de un brillo deslumbrador, parecido a la descripción que del Hijo de Dios da San Juan en el Apocalipsis (Apocalipsis 1: 13-15). La gloria que le rodee superará cuanto hayan visto los ojos de los mortales. El grito de triunfo repercutirá por los aires: "¡Cristo ha venido! ¡Cristo ha venido!" El pueblo se postrará en adoración ante él, mientras levanta sus manos y pronuncia una bendición sobre ellos como Cristo bendecía a sus discípulos cuando estaba en la tierra. Su voz es suave y acompasada aunque llena de melodía. En tono amable y compasivo, enuncia algunas de las verdades celestiales y llenas de gracia que pronunciaba el Salvador; cura las dolencias del pueblo, y luego, en su fementido carácter de Cristo, asegura haber mudado el día de reposo del sábado al domingo y manda a todos que santifiquen el día bendecido por él. Declara que aquellos que persisten en santificar el séptimo día blasfeman su nombre porque se niegan a oír a sus ángeles, que les fueron enviados con la luz de la verdad. Es el engaño más poderoso y resulta casi irresistible. Como los samaritanos fueron engañados por Simón el Mago, así también las multitudes, desde los más pequeños hasta los mayores, creen en ese sortilegio y dicen: "Este es el poder de Dios llamado grande".
Pero el pueblo de Dios no se extraviará. Las enseñanzas del falso Cristo no están de acuerdo con las Sagradas Escrituras. Su bendición va dirigida a los que adoran la bestia y su imagen, precisamente aquellos sobre quienes dice la Biblia que la ira de Dios será derramada sin mezcla.
Además, no se le permitirá a Satanás contrahacer la manera en que vendrá Jesús. El Salvador previno a su pueblo contra este engaño y predijo claramente cómo será su segundo advenimiento. "Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios; de tal manera que engañarán, si es posible, aun a los escogidos... Así que, si os dijeren: He aquí en el desierto está; no salgáis:
He aquí en las cámaras; no creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del hombre" (S. Mateo 24:24-27, 31; 25:31; Apocalipsis 1:7; 1 Tesalonicenses 4: 16, 17). No se puede remedar semejante aparición. Todos la conocerán y el mundo entero la presenciará (El conflicto de los siglos, pp. 682,683).
Se la llama la gloriosa aparición del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Su venida sobrepasa en gloria a todo lo que el ojo ha contemplado alguna vez. Su revelación personal en las nubes de los cielos excederá por lejos a cuanto la imaginación haya concebido. Habrá un enorme contraste con la humildad que acompañó su primera venida. Entonces vino como el Hijo del Dios infinito, pero su gloria estaba oculta por el ropaje de la humanidad. Vino sin ninguna distinción mundana de realeza, sin ninguna manifestación visible de gloria; pero en su segunda venida desciende con su propia gloria y la gloria del Padre, y asistido por las huestes angélicas del Cielo. En lugar de la corona de espinas que desfiguró sus sienes, lleva una corona dentro de una corona. Ya no está vestido con los vestidos de humildad, con la vieja capa real que le pusieron encima los que se burlaron de él. No; viene vestido con un manto más blanco que la nieve más blanca. Sobre su vestidura y su muslo está escrito el nombre "Rey de reyes y Señor de señores" (En lugares celestiales, p. 357).
Para Estudiar y Meditar
Viernes 6
El conflicto de los siglos, pp. 607-618.
Domingo 1ro.
La iniquidad que llena nuestro mundo es el resultado del rechazo de Adán a tomar la palabra de Dios como suprema. Desobedeció y cayó bajo la tentación del enemigo. "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12). Dios declaró: "El alma que pecare, esa morirá"(Ezequiel 18:20). Aparte del plan de redención los seres humanos están condenados a muerte. "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Pero Cristo dio su vida para salvar al pecador de la sentencia de muerte. Murió para que nosotros podamos vivir. Y a todos los que le reciben les da poder para separarse de todo aquello que los colocaría nuevamente bajo el castigo y la condena.
Cristo es la única esperanza del pecador. Por su muerte puso la salvación al alcance de todos, y mediante su gracia todos pueden llegar a ser súbditos leales del reino de Dios. Es su sacrificio lo que hace posible que hombres y mujeres puedan cumplir las condiciones establecidas en los concilios celestiales. Él vino a esta tierra y vivió una vida de perfecta obediencia a fin de que todos, mediante su gracia, puedan también vivir una vida de perfecta obediencia. Esto es necesario para la salvación, pues sin la santidad nadie verá al Señor.
Ante nosotros está la maravillosa posibilidad de ser obedientes como Cristo a todos los principios de la ley de Dios. Pero somos extremadamente incapaces de alcanzar por nosotros mismos esa condición. Todo lo que es bueno en el hombre le llega mediante Cristo. La santidad que la Palabra de Dios dice que debemos tener antes de poder ser salvados es el resultado de la obra de la gracia divina cuando nos sometemos a la disciplina y a la influencia moderadora del Espíritu de verdad.
La obediencia del hombre puede ser hecha perfecta sólo por el incienso de la justicia de Cristo que llena de fragancia divina cada acto de verdadera obediencia. La parte del cristiano consiste en perseverar en la tarea de vencer toda falta. Debe orar constantemente al Salvador para que sane las dolencias de su alma enferma. No tiene la sabiduría y la fuerza sin las cuales no puede vencer; éstas pertenecen al Señor quien las concede a aquellos que con humildad y contrición lo buscan pidiendo ayuda (Review and Herald, marzo 15, 1906; parcialmente en, Dios nos cuida, p. 172).
Mediante Cristo, se dan al hombre tanto restauración como reconciliación. El abismo abierto por el pecado ha sido salvado por la cruz del Calvario. Un rescate pleno y completo ha sido pagado por Jesús en virtud del cual es perdonado el pecador y es mantenida la justicia de la ley. Todos los que creen que Cristo es el sacrificio expiatorio pueden ir y recibir el perdón de sus pecados, pues mediante los méritos de Cristo se ha abierto la comunicación entre Dios y el hombre. Dios puede aceptarme como a su hijo y yo puedo tener derecho a él y puedo regocijarme en él como en mi Padre amante. Debemos centralizar nuestras esperanzas del Cielo únicamente en Cristo, pues él es nuestro sustituto y garantía.
Hemos transgredido la ley de Dios, y por las obras de la ley ninguna carne será justificada. Los mejores esfuerzos que pueda hacer el hombre con su propio poder son ineficaces para responder ante la ley santa y justa que ha transgredido; pero mediante la fe en Cristo puede demandar la justicia del Hijo de Dios como plenamente suficiente. Cristo satisfizo las demandas de la ley en su naturaleza humana. Llevó la maldición de la ley por el pecador, hizo expiación para él a fin de que cualquiera que cree en él, no se pierda sino tenga vida eterna. La fe genuina se apropia de la justicia de Cristo y el pecador es hecho vencedor con Cristo, pues se lo hace participante de la naturaleza divina, y así se combinan la divinidad y la humanidad. (Mensajes selectos, t. 1, p. 426).
El Santuario.
Lunes 2
¿Qué es la purificación del Santuario? En el Antiguo Testamento se hace mención de un servicio tal con referencia al santuario terrenal. ¿Pero puede haber algo que purificar en el Cielo? En el noveno capítulo de la Epístola a los Hebreos, se enseña a las claras la existencia de la purificación de ambos santuarios, el terrenal y el celestial ...
La purificación en ambos servicios, el simbólico y el real, debe efectuarse con sangre; en aquél con sangre de animales; en éste, con la sangre de Cristo.
Así como en la antigüedad los pecados del pueblo eran puestos por fe sobre el holocausto, y por la sangre de éste transferidos figurativamente al santuario terrenal, así también, en el nuevo pacto, los pecados de los que se arrepienten son puestos por fe sobre Cristo, y transferidos, de hecho, al Santuario celestial. Y así como la purificación simbólica de lo terrenal se efectuaba quitando los pecados con los cuales había sido contaminado, así también la purificación real de 10 celestial debe efectuarse quitando o borrando los pecados registrados en el Cielo. Pero, antes de que esto pueda cumplirse deben examinarse los registros para determinar quiénes son los que, por medio del arrepentimiento del pecado y de la fe en Cristo, tienen derecho a los beneficios de su expiación (La fe por la cual vivo, p. 208).
El servicio ceremonial era el vínculo de conexión entre Dios e Israel. Las ofrendas de sacrificio tenían como propósito prefigurar el sacrificio de Cristo y de esa manera preservar en los corazones de la gente de una fe inquebrantable en el Redentor que habría de venir (Signs of the Times, diciembre 1, 1881).
Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora el Capitán de nuestra salvación intercede por nosotros no sólo como un solicitante, sino como un vencedor que exhibe su victoria. Su ofrenda es completa, y como nuestro intercesor ejecuta la obra que se ha impuesto a sí mismo, sosteniendo ante Dios el incensario que contiene sus propios méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y los agradecimientos de su pueblo. El incienso asciende a Dios como un olor grato, perfumado con la fragancia de su justicia. La ofrenda es plenamente aceptable, y el perdón cubre todas las transgresiones. Para el verdadero creyente Cristo es sin duda alguna el ministro del Santuario, que oficia para él, y que habla por los medios establecidos por Dios (Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 942).
El Sábado.
Martes 3
Aquí no se presenta el sábado como una institución nueva, sino como establecido en el tiempo de la creación del mundo. Hay que recordar y observar el sábado como monumento de la obra del Creador. Al señalar a Dios como el Hacedor de los cielos y de la tierra, el sábado distingue al verdadero Dios de todos los falsos dioses. Todos los que guardan el séptimo día demuestran al hacerlo que son adoradores de Jehová. Así el sábado será la señal de lealtad del hombre hacia Dios mientras haya en la tierra quien le sirva.
El cuarto mandamiento es, entre todos los diez, el único que contiene tanto el nombre como el título del Legislador. Es el único que establece por autoridad de quién se dio la ley. Así, contiene el sello de Dios, puesto en su ley como prueba de su autenticidad y de su vigencia (Patriarcas y profetas, p. 315).
El sábado es un broche de oro que Une a Dios y su pueblo. Pero el mandamiento del sábado ha sido violado. El día santo de Dios ha sido profanado. El sábado ha sido sacado de su lugar por el hombre de pecado, y se ha ensalzado en su lugar un día de trabajo común. Se ha hecho una brecha en la ley, y esta brecha ha de ser reparada. El sábado debe ser ensalzado a la posición que merece como día de reposo de Dios. En el capítulo 58 de Isaías, se bosqueja la obra que el pueblo de Dios ha de hacer. Debe ensalzar la ley y hacerla honorable, edificar en los antiguos desiertos y levantar los fundamentos de muchas generaciones...
La cuestión del sábado será el punto culminante del gran conflicto final en el cual todo el mundo tomará parte. Los hombres han honrado los principios de Satanás por encima de los principios que rigen los cielos. Han aceptado el falso día de descanso que Satanás ha exaltado como señal de su autoridad. Pero Dios ha puesto su sello sobre su requerimiento real. Ambos días de reposo llevan el nombre de su autor, una marca imborrable que demuestra la autoridad de cada uno. Es nuestra obra inducir a la gente a comprender esto. Debemos mostrarle que es de consecuencia vital llevar la marca del reino de Dios o la marca de la rebelión, porque se reconocen súbditos del reino cuya marca llevan. Dios nos ha llamado a enarbolar el estandarte de su sábado pisoteado. ¡Cuán importante es, pues, que nuestro ejemplo sea correcto en la observancia del sábado! (Joyas de los testimonios, t. 3, pp. 18, 19).
Dios creó el mundo en seis días y descansó el séptimo. Él santificó el séptimo día y lo hizo su monumento sagrado. "Guardarán pues -declara él- el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo". Los que hacen esto, guardando todos los mandamientos de Dios, pueden reclamar las promesas descritas en Isaías 58:11-14. Las instrucciones que se dan en este capítulo son plenas y categóricas. Los que se abstienen de trabajar en el día sábado pueden pedir bienestar y consolación. ¿No creeremos a Dios? ¿No llamaremos santo el día que el Señor llama santo? El hombre no debe avergonzarse de llamar sagrado lo que el Señor llama sagrado. No debe temer hacer lo que Dios ha ordenado. La obediencia le proveerá un conocimiento de lo que constituye la santificación verdadera (El ministerio médico, p. 282).
El Estado de los Muertos.
Miércoles 4
En el error fundamental de la inmortalidad natural, descansa la doctrina del estado consciente de los muertos, doctrina que, como la de los tormentos eternos, está en pugna con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, con los dictados de la razón y con nuestros sentimientos de humanidad. Según la creencia popular, los redimidos en el Cielo están al cabo de todo lo que pasa en la tierra, y especialmente de lo que les pasa a los amigos que dejaron atrás. ¿Pero cómo podría ser fuente de dicha para los muertos el tener conocimiento de las aflicciones y congojas de los vivos, el ver los pecados cometidos por aquellos a quienes aman y verlos sufrir todas las penas, desilusiones y angustias de la vida? ¿Cuánto podrían gozar de la bienaventuranza del Cielo los que revolotean alrededor de sus amigos en la tierra? ¡Y cuán repulsiva es la creencia de que, apenas exhalado el último suspiro, el alma del impenitente es arrojada a las llamas del infierno! ¡En qué abismos de dolor no deben sumirse los que ven a sus amigos bajar a la tumba sin preparación para entrar en una eternidad de pecado y de dolor! Muchos han sido arrastrados a la locura por este horrible pensamiento que los atormentara (El conflicto de los siglos, pp. 600, 601).
La Palabra de Dios, debidamente comprendida y aplicada, es una salvaguardia contra el espiritismo. La teoría de un infierno que arde eternamente, predicada desde el púlpito y presentada constantemente a la gente, representa una injusticia para el carácter benevolente de Dios. Lo presenta como el mayor tirano del universo. Este difundido dogma ha hecho volver a millares hacia el universalismo, la incredulidad y el ateísmo. La Palabra de Dios es clara. Es una recta cadena de verdad y resultará un ancla para aquellos que estén dispuestos a recibirla, aún cuando hayan de sacrificar sus apreciadas fábulas. Ella los salvará de los terribles engaños de estos tiempos peligrosos. Satanás ha inducido a los predicadores de las diferentes iglesias a aferrarse tenazmente a sus errores populares, como indujo a los judíos a aferrarse en su ceguera a sus sacrificios y a crucificar a Cristo. El rechazo de la luz y la verdad deja a los hombres cautivos, sujetos a los engaños de Satanás. Cuanto mayor sea la luz que rechazan, tanto mayor será el poder del engaño y de las tinieblas que los sobrecogerán (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 308).
"Yo soy la resurrección y la vida". Sólo la Deidad puede usar este lenguaje. Todas las cosas creadas viven por la voluntad y el poder de Dios. Son recipientes que dependen de la vida del Hijo de Dios. No importa cuán capaces y talentosos sean, no importa cuán grandes sean sus aptitudes, reciben nuevamente la vida de la Fuente de toda vida. Sólo Aquel que es el único que tiene inmortalidad, que mora en luz y vida, podía decir: "Tengo poder para ponerla [su vida], y tengo poder para volverla a tomar". Todos los seres humanos de nuestro mundo toman de él su vida. Él es el origen, la fuente de vida (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1088).
La Segunda Venida.
Jueves 5
El acto capital que coronará el gran drama del engaño será que el mismo Satanás se dará por el Cristo. Hace mucho que la iglesia profesa esperar el advenimiento del Salvador como consumación de sus esperanzas. Pues bien, el gran engañador simulará que Cristo habrá venido. En varias partes de la tierra, Satanás se manifestará a los hombres como ser majestuoso, de un brillo deslumbrador, parecido a la descripción que del Hijo de Dios da San Juan en el Apocalipsis (Apocalipsis 1: 13-15). La gloria que le rodee superará cuanto hayan visto los ojos de los mortales. El grito de triunfo repercutirá por los aires: "¡Cristo ha venido! ¡Cristo ha venido!" El pueblo se postrará en adoración ante él, mientras levanta sus manos y pronuncia una bendición sobre ellos como Cristo bendecía a sus discípulos cuando estaba en la tierra. Su voz es suave y acompasada aunque llena de melodía. En tono amable y compasivo, enuncia algunas de las verdades celestiales y llenas de gracia que pronunciaba el Salvador; cura las dolencias del pueblo, y luego, en su fementido carácter de Cristo, asegura haber mudado el día de reposo del sábado al domingo y manda a todos que santifiquen el día bendecido por él. Declara que aquellos que persisten en santificar el séptimo día blasfeman su nombre porque se niegan a oír a sus ángeles, que les fueron enviados con la luz de la verdad. Es el engaño más poderoso y resulta casi irresistible. Como los samaritanos fueron engañados por Simón el Mago, así también las multitudes, desde los más pequeños hasta los mayores, creen en ese sortilegio y dicen: "Este es el poder de Dios llamado grande".
Pero el pueblo de Dios no se extraviará. Las enseñanzas del falso Cristo no están de acuerdo con las Sagradas Escrituras. Su bendición va dirigida a los que adoran la bestia y su imagen, precisamente aquellos sobre quienes dice la Biblia que la ira de Dios será derramada sin mezcla.
Además, no se le permitirá a Satanás contrahacer la manera en que vendrá Jesús. El Salvador previno a su pueblo contra este engaño y predijo claramente cómo será su segundo advenimiento. "Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios; de tal manera que engañarán, si es posible, aun a los escogidos... Así que, si os dijeren: He aquí en el desierto está; no salgáis:
He aquí en las cámaras; no creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del hombre" (S. Mateo 24:24-27, 31; 25:31; Apocalipsis 1:7; 1 Tesalonicenses 4: 16, 17). No se puede remedar semejante aparición. Todos la conocerán y el mundo entero la presenciará (El conflicto de los siglos, pp. 682,683).
Se la llama la gloriosa aparición del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Su venida sobrepasa en gloria a todo lo que el ojo ha contemplado alguna vez. Su revelación personal en las nubes de los cielos excederá por lejos a cuanto la imaginación haya concebido. Habrá un enorme contraste con la humildad que acompañó su primera venida. Entonces vino como el Hijo del Dios infinito, pero su gloria estaba oculta por el ropaje de la humanidad. Vino sin ninguna distinción mundana de realeza, sin ninguna manifestación visible de gloria; pero en su segunda venida desciende con su propia gloria y la gloria del Padre, y asistido por las huestes angélicas del Cielo. En lugar de la corona de espinas que desfiguró sus sienes, lleva una corona dentro de una corona. Ya no está vestido con los vestidos de humildad, con la vieja capa real que le pusieron encima los que se burlaron de él. No; viene vestido con un manto más blanco que la nieve más blanca. Sobre su vestidura y su muslo está escrito el nombre "Rey de reyes y Señor de señores" (En lugares celestiales, p. 357).
Para Estudiar y Meditar
Viernes 6
El conflicto de los siglos, pp. 607-618.
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