sábado, 19 de septiembre de 2009

Lección 13: Lucha por el poder / Notas de Elena de White

Sábado 19 de septiembre

Los que buscan la aprobación y la gloria del mundo cometen un lamentable error. El que se niegue a sí misino, dando la preferencia a otros, será quien se siente más cerca de Cristo en su trono. El que lee el corazón ve el verdadero mérito que poseen sus humildes y abnegados discípulos, y los pone en posiciones destacadas porque son dignos, aunque éstos no se den cuenta de ello ni busquen honores...

Dios no asigna ningún valor a la apariencia exterior o a la jactancia. Muchos que en esta vida son considerados superiores a otros verán un día que Dios evalúa a los hombres de acuerdo con la compasión, y abnegación que tienen... Los que siguen el ejemplo del que anduvo haciendo bienes, los que ayudan y bendicen a su prójimo, tratando siempre de aliviarlo, están a la vista de Dios en una posición infinitamente más elevada que los egoístas que se exaltan a sí mismos.

Dios no acepta a los hombres debido a sus capacidades, sino porque éstos buscan su rostro, deseosos de su ayuda. Dios no ve como ve el hombre. No juzga según las apariencias. Investiga el corazón y juzga rectamente. "Pero miraré", declara, "a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra" (Isaías 66:2). Él acepta y comulga con sus seguidores humildes y modestos; porque en ellos ve el material más precioso que resistirá la prueba de la tormenta y de la tempestad, del calor y de la presión.

Nuestro objeto al trabajar por el Maestro debería ser que su nombre sea glorificado en la conversión de los pecadores. Los que trabajan para ganar aplausos no son aprobados por Dios...

Los obreros humildes, que no confían en sus grandes dones pero que trabajan con sencillez, confiando siempre en Dios, compartirán el gozo del Salvador (En lugares celestiales, p. 68).

El anciano y Gayo
(3 Juan 1-4, 13-15)

Domingo 20 de septiembre

Jesús dice: "Como yo os he amado, que también os améis unos a otros". El amor no es sencillamente un impulso, una emoción transitoria que depende de las circunstancias; es un principio viviente, un poder permanente. El alma se alimenta de las corrientes de amor puro que fluyen del corazón de Cristo como de un manantial que nunca falla. ¡Oh, cómo se vivifica el corazón, cómo se ennoblecen sus motivos y se profundizan sus sentimientos mediante esa comunión! Los hijos de Dios, bajo la educación y la disciplina del Espíritu Santo se aman mutuamente, con lealtad, con sinceridad, sin afectación, "sin incertidumbre ni hipocresía". Y esto sucede porque el corazón ama a Jesús. Nuestro afecto mutuo fluye de nuestra relación común con Dios. Somos una familia, nos amamos entre nosotros como él nos amó. Cuando este afecto verdadero, santificado y disciplinado se compara con la cortesía superficial del mundo y las expresiones vacías de amistad, éstas son como el tamo comparado con el trigo (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1114).

Amar como Cristo amó significa manifestar abnegación en todo momento y en todo lugar mediante palabras bondadosas y ademanes agradables. No cuestan nada al que los imparte, pero dejan tras sí una fragancia que envuelve el alma. Su afecto nunca puede ser estimado. No sólo son una bendición para el que recibe, sino para el dador, pues se reflejan en él. El amor genuino es un precioso atributo de origen celestial que aumenta en fragancia en la proporción en que se da a otros...

El amor de Cristo es profundo y ferviente, y mana como una corriente incontenible hacia todos los que quieran aceptarlo. En este amor no hay egoísmo. Si este amor de origen celestial es un principio permanente en el corazón, se dará a conocer no sólo a aquellos con quienes estamos más vinculados por amor en una relación sagrada, sino a todos con quienes nos relacionamos. Nos inducirá a prestar pequeñas atenciones, a hacer concesiones, a impartir actos de bondad, a pronunciar palabras tiernas, veraces, animadoras. Nos impulsará a simpatizar con aquellos cuyos corazones anhelan simpatía (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1140).

La religión personal es de suprema importancia. Juan escribió a Gayo: "Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma" (3 Juan 2). La salud del cuerpo depende mayormente de la salud del alma; por lo tanto, si comemos o bebemos, o si hacemos cualquier otra cosa, hagámoslo todo para gloria de Dios. La religión personal se revela por la conducta, las palabras y las acciones. Produce crecimiento hasta que finalmente, la perfección reclama la alabanza del Señor: "Vosotros estáis completos en él" (Colosenses 2: 10) (Mente, carácter y personalidad, tomo 1, p. 27).

Gayo y su ministerio a la iglesia (3 Juan 5-8)
Lunes 21 de septiembre

Cuando los mensajeros de Dios reconozcan sus responsabilidades para con las porciones necesitadas de la viña del Señor, y con el espíritu del obrero Maestro trabajen incansablemente por la conversión de las almas, los ángeles de Dios prepararán el camino ante ellos, y serán provistos los medios necesarios para llevar adelante la obra. Los que sean iluminados darán liberalmente para el sostén del trabajo hecho en su favor. Responderán liberalmente a todo pedido de ayuda, y el Espíritu de Dios moverá sus corazones para que sostengan la causa del Señor no solamente en los campos locales, sino en las regiones lejanas. Así las fuerzas que trabajan en otros lugares serán corroboradas, y la obra del Señor avanzará de la manera por él señalada (Los hechos de los apóstoles, p. 288).

La iglesia no podrá alcanzar la posición que Dios desea que logre hasta que se una en simpatía con sus obreros misioneros. La unidad por la que Cristo oró no podrá existir hasta que se lleve espiritualidad al servicio misionero, y hasta que la iglesia se convierta en un instrumento para el sostén de las misiones. Los esfuerzos de los misioneros no conseguirán lo que se proponen hasta que los miembros de la iglesia de los campos nacionales demuestren, no sólo por la palabra sino también por la acción, que comprenden la obligación que descansa sobre ellos de proporcionar a esos misioneros su entusiasta apoyo (Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 51, 52).

Hay una gran obra que hacer en el mundo, una gran obra que debe ser realizada en los países extranjeros. Deben establecerse escuelas para que nuestros jóvenes, niños y personas de edad más madura sean educados tan rápidamente como sea posible, a fin de que entren en el campo misionero. Se necesitan no solamente ministros para los campos extranjeros, sino obreros sabios y juiciosos de todas clases. Está resonando desde todas partes del mundo el llamado macedónico: "Pasa... y ayúdanos". Con toda la responsabilidad que descansa sobre nosotros de ir y predicar el evangelio a toda criatura, existe una gran necesidad de hombres y medios, y Satanás está trabajando en toda forma concebible para comprometer los medios, y para impedir que los hombres se empeñen en la misma obra que deberían estar haciendo (Testimonios para los ministros, p. 40).

A mis hermanos y hermanas que están trabajando en las misiones extranjeras, quiero desearles que sus corazones estén llenos de amor y compasión como el corazón de Jesús. Al despedirme de ustedes y volver a mi hogar, no piensen que me olvidaré de ustedes. Vamos a ofrecer nuestras peticiones a Dios en vuestro favor y él escuchará nuestras oraciones porque lo ha prometido. Les dará fortaleza y sabiduría para realizar el trabajo porque ha declarado que está más listo a dar el Espíritu Santo a los que le piden que lo que los padres están listos a dar buenas dádivas a sus hijos. Dondequiera que vayan, oren al Señor en la mañana, al mediodía y a la noche; oren con fe, no dudando nada (Review and Herald, 11 de noviembre, 1902).

Diótrefes (3 Juan 9, 10)
Martes 22 de septiembre

Los que poseen el espíritu de Cristo no ambicionarán alcanzar una posición mayor que la de sus hermanos. Aquellos que se sienten pequeños en su propia estima son los que Dios considera grandes a su vista. "Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe" (Mateo 18:2-5).

¡Qué preciosa lección para todos los seguidores de Cristo! Aquellos que son negligentes en cumplir los pequeños deberes que la vida les pone en su camino; que no muestran misericordia, ternura, cortesía y amor ni siquiera a un niño pequeño, están dejando de hacerlo al mismo Cristo (The Sanctified Life, pp. 55, 56).

Los que profesan nuestra exaltada fe, que guardan los mandamientos de Dios y esperan la pronta venida de nuestro Señor, deben ser distintos y separados del mundo que los rodea, deben ser un pueblo peculiar celoso de buenas obras. Entre las peculiaridades que deben distinguir al pueblo de Dios del inundo, en estos postreros días, se cuenta su humildad y mansedumbre". Aprended de mí –dice Cristo–, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mateo 11:29). Tal es el reposo que tantos anhelan y para cuya obtención gastan vanamente tiempo y dinero. En vez de albergar la ambición de ser iguales a otros en honra y posición, o tal vez superiores, debemos tratar de ser humildes y fieles siervos de Cristo. El espíritu de engrandecimiento propio creó contención entre los apóstoles aun mientras Cristo estaba con ellos. Disputaban acerca de quién era el mayor entre ellos. Jesús se sentó, y llamando a los doce, les dijo. "Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos" (Marcos 9:35) (Testimonios para la iglesia, tomo 4, p. 223).

No hay nada que debilite más la fuerza de la iglesia que el orgullo y el apasionamiento. Si alguien que está trabajando en la obra de Dios se opone a otro que está realizando la misma tarea, su actitud no sólo produce lucha y disensión, sino muestra un espíritu de exaltación y vanagloria que lleva a la pérdida de la espiritualidad, del amor y la unidad de acción. No debe existir un espíritu de oposición entre los cristianos. Cristo nos dejó un ejemplo de humildad y amor y nos ordena amarnos unos a otros como él nos ha amado. Si podemos estimar a los demás como mejores que nosotros mismos; si somos más severos con nuestros propios defectos de carácter y más rápidos en reconocer nuestros errores que las equivocaciones de los otros; si mostramos interés en nuestros semejantes, no para codiciar lo que tienen, ni para buscarles faltas y presentarlas ante los demás, sino para reconocer sus capacidades, entonces estaremos mostrando la humildad y el amor que Cristo mostró. Un espíritu egoísta, que busca ganancias personales, o que intenta mostrar superioridad o buscar rivalidad, es una ofensa a Dios. El espíritu de Cristo llevará a sus seguidores a estar interesados en el éxito y las realizaciones de sus hermanos así como en el éxito y las realizaciones propias. Eso significa amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Un espíritu opuesto creará diferencias, distanciamientos, y falta de amor y armonía.

¡Qué terrible es la lucha por la supremacía! Sólo Jesús debiera ser exaltado, porque cualquier éxito o habilidad que podamos tener no es el resultado de nuestro poder personal sino de los talentos dados por Dios para que los usemos en su servicio y para su gloria. ¿Por qué, entonces, tendríamos que exaltarnos y llamar la atención a nosotros mismos? Cualquier talento o sabiduría que tengamos proviene de la Fuente de sabiduría y debe ser usado para glorificar a Dios (Review and Herald, 5 de julio, 1887).

Aunque nuestro servicio sea humilde o pequeño, si lo hacemos para seguir a Cristo con fe, recibiremos la recompensa. Lo que los grandes y los sabios no pueden comprar, los débiles y humildes pueden recibir gratuitamente. Las puertas doradas del cielo no se abren para los exaltados y orgullosos de espíritu, sino para aquellos que sienten el toque tembloroso de un pequeño niño. La recompensa de la gracia será para aquellos que han trabajado para Dios con simplicidad, fe y amor (The Kress Collection, p. 28).

Dando testimonio de Demetrio
Miércoles 23 de septiembre

Mientras más cerca nos mantengamos de Cristo, y mientras más mansos y humildes y desconfiados de nuestro yo seamos, tanto más firme será nuestro apego a Cristo. Cuando esto suceda, mayor será nuestro poder mediante Cristo, para convertir a los pecadores. El agente humano es quien motiva a las almas. Los seres celestiales cooperan con los agentes humanos para grabar la verdad en los corazones. Al morar en Cristo podremos influir sobre los demás a través de la presencia de Aquel que dice: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). El poder que tenemos para vencer a Satanás es el resultado que Cristo more en nosotros para así hacer su voluntad y las cosas que le agradan (Testimonios la iglesia, tomo 6, p. 399).

Cada acto de nuestra vida afecta a otros para bien o para mal. Nuestra influencia tiende hacia arriba o hacia abajo; los demás la sienten, obran de acuerdo con ella, y la reproducen en mayor o menor grado. Si por nuestro ejemplo ayudamos a otros a adquirir buenos principios, les impartimos poder de obrar el bien. A su vez, ellos ejercen la misma influencia benéfica sobre otros, y así ejercemos sobre centenares y millares de personas nuestra influencia inconsciente. Pero, si por nuestros actos fortalecemos o ponemos en actividad las malas facultades que poseen los que nos rodean, participamos de su pecado, y tendremos que dar cuenta por el bien que podríamos haberles hecho y que no les hicimos, porque no hallamos en Dios nuestra fortaleza, nuestro guía, nuestro consejero (Joyas de los testimonios, tomo 1, p. 205).

El carácter es poder. El testimonio silencioso de una vida sincera, abnegada y piadosa, tiene una influencia casi irresistible. Al revelar en nuestra propia vida el carácter de Cristo, cooperamos con él en la obra de salvar almas. Solamente revelando en nuestra vida su carácter, podemos cooperar con él.

Y cuanto mas amplia es la esfera de nuestra influencia, mayor bien podemos hacer. Cuando los que profesan servir a Dios sigan el ejemplo de Cristo practicando los principios de la ley en su vida diaria; cuando cada acto dé testimonio de que aman a Dios más que todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos, entonces la iglesia tendrá poder para conmover al mundo.

Pero nunca ha de olvidarse que la influencia no ejerce menos poder para el mal. Perder la propia alma es algo terrible, pero ser la causa de la pérdida de otras almas es más terrible aún. Resulta terrible pensar que nuestra influencia pueda ser un sabor de muerte para muerte; no obstante es posible. Muchos de los que profesan recoger con Cristo están alejando a otros de él. Por esto la iglesia es tan débil. Muchos se permiten criticar y acusar a otros libremente. Al dar expresión a las suspicacias, los celos y el descontento, se convierten en instrumentos de Satanás. Antes de que se den cuenta de lo que están haciendo, el adversario ha logrado por medio de ellos su propósito. La impresión del mal ha sido hecha, la sombra ha sido arrojada, las flechas de Satanás han dado en el blanco. La desconfianza, la incredulidad y un escepticismo absoluto han hecho presa de aquellos que de otra manera hubieran aceptado a Cristo. Entre tanto, los siervos de Satanás miran complacidos a aquellos a quienes han conducido al escepticismo, y que están hoy endurecidos contra la reprensión y la súplica. Se jactan de que en comparación con esas almas ellos son virtuosos y justos. No se dan cuenta de que estos pobres náufragos del carácter son la obra de sus propias lenguas irrefrenadas y de sus rebeldes corazones. Mediante su propia influencia esas almas tentadas han caído (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 275, 276).
Crisis de liderazgo en la iglesia primitiva
Jueves 24 de septiembre

Entre todos los obreros de Dios debe haber un espíritu de unidad y armonía. El Señor ha bendecido especialmente a algunos con una experiencia que los ha preparado para ser sabios consejeros. En nuestras diversas vocaciones ha de existir una dependencia mutua, el uno del otro, para lograr ayuda...

Pero esto no autoriza a ningún hombre a asumir la obra de ordenar que sus hermanos obren arbitrariamente como él cree aconsejable, al margen de sus propias convicciones personales con respecto al deber. Ni han de creer, los obreros escogidos por Dios, que a cada paso deben esperar para preguntar a algún administrador que se halle en autoridad si deben hacer esto o lo otro. Aunque cooperando de todo corazón con sus hermanos para la ejecución de los planes generales que han sido trazados para la prosecución de la obra, han de mirar constantemente al Dios de Israel para recibir dirección personal.

A veces un hombre que ha sido colocado en una responsabilidad como director concibe la idea de que está en una posición de suprema autoridad, y de que todos sus hermanos, antes de hacer ningún movimiento de avance, deben primeramente venir a él para pedir permiso para hacer aquello que creen que debe hacerse. Tal hombre se encuentra en una posición peligrosa. Ha perdido de vista cuál es la obra de un verdadero dirigente entre el pueblo de Dios. En lugar de actuar como un sabio consejero, asume las prerrogativas de un gobernante impositivo. Dios es deshonrado por toda manifestación semejante de autoridad y exaltación propia. Ningún hombre, confiando en su propia fuerza, ha de erigirse en mente y juicio para otro hombre a quien Dios está usando en su obra. Ninguno ha de trazar reglas y reglamentos humanos para gobernar arbitrariamente a sus obreros colaboradores que tienen una experiencia viva en la verdad.

Dios pide a los que han ejercido indebida autoridad que retiren su mano dominante de sobre sus obreros. Trate toda persona a quien han sido confiadas sagradas responsabilidades, de comprender su deber individual ante Dios, y cumplir con ese deber humilde y fielmente. No se considere ninguno como un señor, con un poder dominador para ejercerlo sobre sus hermanos. Los principios de la Palabra de Dios han de ser enseñados y practicados (Testimonios para los ministros, pp. 499, 500).

El espíritu del verdadero pastor consiste en el olvido de sí mismo. Él pierde de vista el yo a fin de hacer las obras de Dios. Por la predicación de la palabra y por el ministerio personal en los hogares de la gente, aprende a conocer sus necesidades, sus tristezas, sus pruebas; y, cooperando con Cristo, el gran Aliviador de las cargas de los hombres, comparte sus aflicciones, consuela sus angustias, alivia el hambre de su alma y gana sus corazones para Dios. En esta obra el predicador es ayudado por los ángeles celestiales, y recibe instrucción e ilustración en la verdad que hace sabio para salvación (Obreros evangélicos, p. 192).

Las grandes potencias morales del alma son la fe, la esperanza y el amor. Si éstas son inactivas, el predicador puede tener todo el celo y fervor que quiera, pero su labor no será aceptada por Dios y no podrá beneficiar a la iglesia. El ministro de Cristo, que lleva el mensaje solemne de Dios a la gente, debe proceder siempre con justicia, amar la misericordia y andar humildemente delante de Dios. Si está el espíritu de Cristo en el corazón, inclinará toda facultad del alma a nutrir y proteger las ovejas de su dehesa, como fiel y verdadero pastor. El amor es la cadena de oro que liga mutuamente los corazones con vínculos voluntarios de amistad, ternura y fiel constancia, y que liga el alma a Dios (Testimonios para la iglesia, tomo 3, pp. 207, 208).


Guía de Estudio de la Biblia: Amadas y llenas de amor: Las Epístolas de Juan / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Julio-Septiembre de 2009
Autor: Ekkehardt Mueller, nacido en Alemania, doctor en Teología y Ministerio. Es uno de los directores asociados del Instituto de Investigaciones Bíblica (Biblical Research Institute) de la Asociación General. Sus especialidades son Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis, hermenéutica y teología aplicada. Es casado y tiene dos hijos adultos.
Editor: Clifford Goldstein

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