Sábado 28 de noviembre.Lee Para el Estudio de esta Semana: Números 22-24; Deuteronomio 1:30; 20:4; Mateo 15:14; 1 Corintios 2:14; 2 Pedro 2:14-16; Apocalipsis 3:17.
Para Memorizar:
“Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Tim. 6:10).
LA HISTORIA DE BALAAM ES BIEN CONOCIDA y a menudo se la usa para hacer bromas, tales como: “Bueno, si Dios pudo hablar por medio del asna de Balaam, entonces puede hablar por medio de Fulano de Tal”.
En un sentido, esta historia no tiene nada de graciosa. Aunque puede ser leída en diferentes niveles, el encuentro de Balaam con Dios es otro ejemplo de cómo, si no vencemos el pecado con el poder de Dios, podemos ir hacia la destrucción.
En el Nuevo Testamento se menciona a Balaam tres veces (2 Ped. 2:15, 16; Judas 11; Apoc. 2:14), y ninguna de ellas le es muy favorable. En realidad, él es un símbolo del pecado.
Pedro habla acerca de la “locura” de Balaam, pero no la “locura” de una mente extraviada; sino la locura de alguien que, arrastrado por la codicia, estuvo listo para hacer por dinero lo que Balac le pedía, sin importarle que fuera malo.
Si alguien, como Balaam, un profeta, pudo estar tan “loco”, ¿cuanto más locos estaríamos nosotros si hiciéramos algo similar, especialmente con su triste ejemplo delante de nosotros?
Un Rey Temeroso y Engañado.
Domingo 29 de noviembre
Trata de ponerte en el lugar de Balac, rey de Moab. Aquí esta esa inmensa horda que había salido de la gran nación de Egipto, y que había sobrevivido, solo por milagro (¿de qué otra manera?) en el desierto durante cuatro décadas. Y ahora estaban acampados “en los campos de Moab” (Núm. 22:1), no lejos de su reino.
Aun cuando la Nación no había proferido ninguna amenaza contra ellos y no tenía la intención de invadir su reino, Balac, comprensiblemente, estaba nervioso. Después de todo, miren lo que acababan de hacer al rey Og de Basán, y al rey Sehón de los amorreos, cuya nación ya había derrotado a Moab (ver Núm. 21:26); para no mencionar lo que habían hecho a los cananeos (vers. 1-3). No era extraño que estuviera nervioso.
Lee Números 22:1 al 6. ¿Qué tenían los israelitas para que el rey tuviera tanto temor?
En realidad, si Israel hubiera sido una amenaza, ¿de qué debería haber estado realmente temeroso Balac? Ver Gén. 48:21; Éxo. 15:1; Deut. 1:30; 20:4.
Es un tanto irónico que Balac, afrontando lo que él creía ser un enemigo invencible, fuera a buscar a un profeta de Dios, del pueblo mismo que él quería que se maldijera y derrotara. Si se daba cuenta de lo que estaba haciendo, no lo sabemos; pero, desde nuestra perspectiva, es obvio que los planes de Balac estaban destinados al fracaso desde el mismo comienzo. Además, uno solamente se puede preguntar por qué no buscó a uno de sus santos locales para pedir a los dioses moabitas que los defendieran de Israel. En cambio, buscó a un profeta del verdadero Dios. Tal vez la clave de esto se encuentra en Números 22:6: “Maldíceme este pueblo, porque es más fuerte que yo; quizá yo pueda herirlo y echarlo de la tierra; pues yo sé que el que tú bendigas será bendito, y el que tú maldigas será maldito”.
Pregúntate cuánto realmente procuras depender de Dios, y cuánto confías en ti mismo, en tu dinero, tu trabajo, tus talentos, lo que sea. ¿Cómo puedes aprender a quitar tus ojos de estas cosas y ponerlos en Dios? ¿Por qué esto es naturalmente difícil de hacer? Ver 1 Cor. 2:14.
Balaam.
Lunes 30 de noviembre
¿Quién era este Balaam?
“Balaam había sido una vez hombre bueno y profeta de Dios; pero había apostatado, y se había entregado a la avaricia; no obstante, aun profesaba servir fielmente al Altísimo. No ignoraba la obra de Dios en favor de Israel; y, cuando los mensajeros le dieron su recado, sabía muy bien que debía rehusar los presentes de Balac, y despedir a los embajadores. Pero se aventuró a jugar con la tentación” (PP 468).
Lee Números 22:7 al 21. En un análisis superficial, pareciera como si Balaam se hubiera mantenido firme del lado de Dios. Sin embargo, si lo lees con cuidado, ¿qué indicios puedes encontrar de que jugaba con la tentación?
Balaam había pedido que los mensajeros se demoraran con él esa noche, declarando que él no daría una respuesta específica hasta que hubiera pedido consejo a Dios. Balaam debería haber notado que sus maldiciones no dañarían a Israel, pues Balaam conocía o, por lo menos, había conocido a Dios. Él realmente no necesitaba preguntarle a Dios; tal vez lo hizo con la esperanza de que hubiera otra respuesta. De cualquier manera, al pedirles que se detuvieran, cuando él debía haberlos despedido de inmediato, se abrió a la tentación. Después de todo, los hombres habían venido con “las dádivas de adivinación” (vers. 7).
Nota lo que ocurrió en la segunda invitación, cuando le prometieron aún más. Dios había dicho que, “si vinieron para llamarte estos hombres, levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te diga” (vers. 20). Pero temprano a la mañana –antes que los príncipes pudieran decir nada– Balaam enalbardó su asna y salió de inmediato con los embajadores hacia Moab. En otras palabras, a pesar de toda la pretensión de fidelidad y su afirmación de que no podría ser comprado por ningún precio, estaba ansioso de obtener todo el dinero que le habían ofrecido.
Lee 2 Pedro 2:14 al 16. ¿De qué manera consideró Pedro las acciones de Balaam? ¿Qué advertencia hay, para nosotros, con respecto a la codicia y la tentación? ¿Por qué es tan fácil racionalizar nuestro pecado hasta el punto de que no parece pecaminoso?
Confrontación no Natural.
Martes 1 de diciembre
Decidido, en su corazón, a obtener las recompensas que el rey le ofrecía, Balaam salió con los hombres hacia Moab. A pesar de toda la profesión externa de fidelidad, que hasta él podría haber llegado a creer, Dios sabía lo que estaba sucediendo en el corazón del hombre, y le respondió a él.
Lee Números 22:22 al 34, y responde las siguientes preguntas:
* ¿Qué importancia simbólica podría haber en el hecho de que el asna fue capaz de ver al ángel de Dios y que Balaam, un supuesto profeta de Dios, no pudo verlo? Ver Sof. 1:17; Mat. 15:14; Apoc. 3:17.
* Lee la primera respuesta de Balaam al asna después de que esta le habló. Piensa acerca de lo que estaba ocurriendo. ¿Qué respuesta irracional de Balaam revela la verdadera naturaleza de su corazón y su deseo de riquezas? Después de todo, ¿qué haría la mayor parte de la gente si de repente un animal comenzara a conversar con ellos?
* ¿Cómo revela esta historia la gracia de Dios a Balaam, a pesar de su curso de acción?
Mucho se ha escrito, a lo largo de los siglos, con respecto a esta historia, una de las más extrañas de la Biblia. Diferentes comentadores dan distintas interpretaciones. Sin embargo, un punto parece claro: Balaam era un hombre que había tenido una conexión especial con el Señor. Después de todo, Dios todavía le estaba hablando de una manera íntima. Y, no obstante, aun con esta conexión, Balaam estaba decidido a hacer lo que él mismo quería.
¿De qué maneras, aun de las formas más sutiles, te encuentras luchando contra Dios? Es decir, tú estás decidido a hacer lo que quieras aun cuando sabes que no es lo que Dios quiere. ¿Cómo puedes superar esta actitud peligrosa?
“La Muerte de los Rectos”.
Miércoles 2 de diciembre
Después del incidente con el asna, Balaam se presentó delante de Balac. Es interesante notar que Balac llevó a Balaam a Bamot-baal (“lugares altos de Baal”) (Núm. 22:41). Aparentemente, los paganos del Cercano Oriente edificaban sus altares en las cumbres de las montañas, como para estar más cerca de los dioses, a quienes querían influenciar. Balaam ordenó al Rey que construyera en ese lugar siete altares, y ofreció siete bueyes y siete carneros.
Lee las palabras que Balaam, controlado por Dios, habló acerca de los hijos de Israel. ¿Qué mensaje poderoso y qué promesa se encuentran en él? ¿Qué esperanza nos ofrece también a todos este mensaje? Ver Núm. 23:5-10; también 1 Cor. 15.
“Los vio, sostenidos por su brazo, entrar en el valle de la sombra de muerte. Y les vio salir de la tumba, coronados de gloria, honor e inmortalidad. Vio a los redimidos regocijarse en las glorias imperecederas de la Tierra Renovada. Mirando la escena, exclamó: ‘¿Quién contará el polvo de Jacob, o el número de la cuarta parte de Israel?’ Y, al ver la corona de gloria en cada frente y el regocijo que resplandecía en todos los semblantes, contempló con anticipación aquella vida ilimitada de pura felicidad, y rogó solemnemente: ‘¡Muera mi persona de la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya!’” (PP 476).
¿Qué significa “morir la muerte de los rectos”? ¿Cuál es la única manera en que podemos morir esa muerte? Rom. 3:20-24.
En un sentido, estas palabras de Dios, pronunciadas sobre su antiguo pueblo, reflejan la promesa del evangelio de todo el pueblo de Dios de todas las edades, la promesa de vida eterna por causa de la justicia de Jesús. Ninguno de nosotros es recto; ninguno de nosotros vive o muere, por sí mismo, con suficiente justicia para librarse de la tumba. Solo la justicia de Jesús puede hacerlo, que es acreditada a nosotros por fe. Aquí, en el libro de Números, con la historia de Balaam, Dios nos revela la promesa de la salvación por medio de Jesús.
Estrella y Cetro.
Jueves 3 de diciembre
Imagínate la sorpresa del rey cuando Balaam comenzó a bendecir a Israel. Aunque enojado, el Rey no estaba listo para renunciar. Llevó al profeta a otro monte, desde donde pudiera ver solamente una pequeña parte de Israel, y construyó otros siete altares, en los que ofrecieron bueyes y carneros. Balaam no fue “como en la primera y segunda vez, en busca de agüero” (Núm. 24:1). Otra vez, en lugar de lograr Balac la maldición por la que estaba dispuesto a pagar tanto, Balaam –controlado por Dios– pronunció otra bendición sobre Israel. Una tercera vez, Balac dispuso siete altares más con sus sacrificios en otra cumbre, pero Balaam sabía que era inútil pedir permiso a Dios para usar la magia contra Israel. Mirando a Israel desde este tercer ángulo, bendijo otra vez a la Nación (Núm. 23:27-30; 24:1-10), y Balac lo envió de vuelta a casa en desgracia, por su fracaso.
Lee la parábola que Balaam contó en Números 24:15 al 17. ¿De qué era esto una profecía, y cómo se cumplió? Gén. 49:10; Mat. 2:1, 2.
“Buscando un conocimiento más claro, [los sabios] se dirigieron a las Escrituras hebreas. [...] Balaam era uno de esos magos, aunque fuera en un tiempo profeta de Dios; por el Espíritu Santo, había predicho la prosperidad de Israel y la aparición del Mesías. [...] La profecía de Balaam declaraba: ‘Saldrá estrella de Jacob, y levantaráse cetro de Israel” [...] ¿Podría haber sido enviada esta extraña estrella como precursora del Prometido?” (DTG 41, 42).
Los estudiosos de la Biblia han visto por mucho tiempo, en estas palabras, una predicción mesiánica, la de un Redentor venidero. Un cetro (poder) y una estrella (luz) eran símbolos adecuados de Jesús. Aunque el Señor usó, en el tiempo de la profecía misma, los símbolos locales, que tendrían significado para quienes los oyeron entonces, el principio detrás de la profecía –la del poder y la victoria de Cristo– se aplica a todo el mundo. Jesús es la Luz del mundo y el dueño de él; y, no importa cuáles sean los planes humanos, al fin todos verán que Dios prevalecerá. Ver Isa. 45:23; Rom. 14:11; Fil. 2:10.
Por mucha que sea la injusticia en el mundo, tenemos la promesa de que Dios prevalecerá, que la justicia también lo hará. ¿De qué modo esta promesa te ayuda a soportar toda la injusticia que ves ahora?
Para Estudiar y Meditar.
Viernes 4 de diciembre
Lee el capítulo “Balaam”, pp. 467-482, en Patriarcas y profetas; “Las bienaventuranzas”, pp. 11-42; y “La espiritualidad de la Ley”, pp. 43-68, en El discurso Maestro de Jesucristo.
“El que abusa de los animales porque los tiene en su poder es un cobarde y un tirano. La tendencia a causar dolor, ya sea a nuestros semejantes o a los animales irracionales, es satánica. Muchos creen que nunca será conocida su crueldad, porque las pobres bestias no la pueden revelar. Pero, si los ojos de esos hombres pudiesen abrirse como se abrieron los de Balaam, verían a un ángel de Dios de pie como testigo, para testificar contra ellos en las cortes celestiales. Asciende al cielo un registro, y vendrá el día cuando el juicio se pronunciará contra los que abusan de los seres creados por Dios” (PP 473).
Preguntas Para Dialogar:
1. ¿Cuáles son otras lecciones espirituales que puedes obtener de la historia de Balaam? ¿Qué enseña, por ejemplo, acerca de la soberanía de Dios, de la libertad humana para elegir, y de la providencia de Dios, o acerca de la pecaminosidad del hombre?
2. Medita más en la idea de “la muerte de los rectos”. Si tú fueras a morir hoy, ¿sería una “muerte de los rectos”? Justifica tu respuesta.
3. El dinero es una influencia increíblemente corruptora en todas las áreas de la vida, incluyendo nuestra vida religiosa. ¿Cómo podemos, como cristianos, protegernos a nosotros mismos, a nuestra fe y a nuestra iglesia de la potencial influencia corruptora del dinero?
4. Lee Judas 11 y Apocalipsis 2:14, los que, aparte de los versículos que ya consideramos en 2 Pedro, son los únicos otros versículos del Nuevo Testamento que se refieren a Balaam. ¿Qué podemos aprender de ellos que nos puede ayudar a comprender mejor qué fue lo que perdió a Balaam?
Resumen: Este informe del intento de Balaam de maldecir a Israel, a cambio de riquezas y honores, trajo a la luz su desordenada avaricia y codicia. El décimo Mandamiento nos advierte de este rasgo humano pecaminoso. Ninguno de nosotros es inmune a esto, o a cualquier otro pecado, que si no es vencido puede conducirnos a nuestra ruina final. Cuán importante es que aprendamos de los errores de Balaam.
Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números / Edición Adultos.
Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein
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Sábado 28 de noviembre.Balaam "amó el premio de la maldad" (2 Pedro 2:15). El pecado de la avaricia que, según la declaración divina, es idolatría, le hacía buscar ventajas temporales, y por ese solo defecto, Satanás llegó a dominarlo por completo. Esto ocasionó su ruina. El tentador ofrece siempre ganancia y honores mundanos para apartar a los hombres del servicio de Dios. Les dice que sus escrúpulos excesivos les impiden alcanzar prosperidad. Así muchos se dejan desviar de la senda de una estricta integridad. Después de cometer una mala acción les resulta más fácil cometer otra, y se vuelven cada vez más presuntuosos. Una vez que se hayan entregado al dominio de la codicia y a la ambición de poder se atreverán a hacer las cosas más terribles. Muchos se lisonjean creyendo que por un tiempo pueden apartarse de la probidad estricta para alcanzar alguna ventaja mundana, y que después de haber logrado su fin, podrán cambiar de conducta cuando quieran. Los tales se enredan en los lazos de Satanás, de los que rara vez escapan (Patriarcas y profetas, p. 469).
Las Escrituras enseñan que la riqueza es una posesión peligrosa únicamente cuando se la hace competir con el tesoro inmortal. Se convierte en una trampa cuando lo mundano y lo temporal absorben los pensamientos, los afectos y la devoción que Dios reclama para sí. Los que cambian el eterno peso de gloria por un poco de brillo del oropel del mundo, las moradas eternas por una casa que puede ser suya en el mejor de los casos tan sólo durante unos pocos años, están realizando una elección insensata. Tal fue el cambio realizado por Esaú cuando vendió su primogenitura por un plato de comida; por Balaam cuando rechazó el favor de Dios por la recompensa del rey de Madián; por Judas cuando traicionó al Señor de gloria por treinta piezas del plata (Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 144, 145).
Un Rey Temeroso y Engañado.
Domingo 29 de noviembre
La gente de Moab no había sido molestada por Israel; pero había observado con presentimientos inquietantes todo lo que había ocurrido en los países vecinos. Los amorreos ante quienes había tenido que retroceder, habían sido vencidos por los hebreos, y el territorio que los amorreos habían arrebatado a Moab estaba ahora en posesión de Israel. Los ejércitos de Basán habían cedido ante el poder misterioso que encerraba la columna de nube, y las gigantescas fortalezas estaban ocupadas por los hebreos. Los moabitas no osaron arriesgarse a sacarlos; ante las fuerzas sobrenaturales que obraban en su favor, apelar a las armas era fútil. Pero, como Faraón, decidieron acudir al poder de la hechicería para contrarrestar la obra de Dios. Atraerían una maldición sobre Israel.
La gente de Moab estaba estrechamente relacionada con los madianitas, por vínculos naciones y de religión. Así que Balac, rey de Moab, despertó los temores de ese pueblo pariente, y obtuvo su cooperación en sus propósitos contra Israel mediante el siguiente mensaje: "Ahora lamerá esta gente todos nuestros contornos, como lame el buey la grama del campo" (Números 22:4). Era fama que Balaam, habitante de Mesopotamia, poseía poderes sobrenaturales, y esa fama había llegado a la tierra de Moab. Se acordó solicitar su ayuda. Por consiguiente, enviaron mensajeros "los ancianos de Moab, a los ancianos de Madián", para asegurarse los servicios de sus adivinaciones y su magia contra Israel (Patriarcas y profetas, pp. 467, 468).
Balaam.
Lunes 30 de noviembre
Balaam le preguntó a Dios si podía maldecir a Israel pues se le estaba ofreciendo una gran recompensa; Dios le dijo que no lo hiciera. Pero los mensajeros del rey le ofrecieron aun mayores recompensas. Tan ansioso estaba de recibirlas que, aunque ya conocía cuál era la voluntad divina, decidió pedirle al Señor por segunda vez, y Dios le permitió a Balaam pasar por esta tremenda experiencia. ¿Acaso alguien desearía pasar por un evento semejante? La razón indicaría que no. Sin embargo, muchos que conocen claramente su deber lo aceptan sólo si está en armonía con sus inclinaciones naturales. Aunque las circunstancias y la razón le indiquen claramente el camino a seguir, están dispuestos a insistir ante Dios para preguntarle lo que deben hacer. Y Dios le permitirá a esas personas hacer su propia voluntad y seguir los deseos de su propio corazón. "Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí. Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos" (Salmo 81:11, 12).
Aquellos que están deseosos de seguir un curso de acción que satisface sus inclinaciones están en peligro de hacer su propia voluntad pensando que el Espíritu de Dios los está guiando. Aunque los hechos y las circunstancias le indiquen lo contrario, están más dispuestos a seguir los consejos de los amigos que los de Dios, porque están más en armonía con sus propios deseos. Han orado larga y fervorosamente para obtener la luz y piensan que la respuesta ha llegado a través de sus sentimientos; pero se están engañando a sí mismos y entristecen al Espíritu de Dios. Tienen la luz y saben lo que deben hacer; pero sus mentes se orientan en la dirección incorrecta y siguen insistiendo ante el Señor hasta que él finalmente permite que sigan adelante y sufran los resultados (Review and Herald, julio 27, 1886).
Balaam no ignoraba las poderosas obras de Dios en favor de Israel. Sabía cómo había desplegado su poder y majestad al sacarlos de la esclavitud. Conocía las historias de la destrucción de Faraón y sus ejércitos; de las poderosas manifestaciones en el Sinaí; de sus incontables milagros en el desierto, y sus recientes triunfos sobre Og y Sehón. Estos extraordinarios eventos se habían escuchado cerca y lejos, y Balaam los conocía muy bien. Sabía que era algo terrible hacer guerra contra el Dios infinito; también sabía que aunque maldijera a Israel no le podría hacer daño porque el Señor estaba con ellos. Mientras ellos le fueran fieles, no había poder en la tierra o en el infierno que pudiera prevalecer contra ellos.
Pero los embajadores moabitas habían expresado gran confianza en los poderes misteriosos que Balaam poseía, que según ellos creían podía destruir ejércitos y naciones. Y su orgullo se sintió exaltado cuando escuchó las palabras: "Yo sé que el que tú bendigas será bendito, y el que tú maldigas será maldito" (Números 22:6). La posibilidad de grandes regalos y los honores que recibiría excitó su codicia y decidió aceptar los tesoros ofrecidos. Entonces, mientras profesaba obedecer la voluntad divina, a la vez estaba planeando cómo cumplir con los propósitos de Balac.
Satanás ofrece siempre ganancia y honores mundanos para apartar a los hombres del servicio de Dios. Les dice que sus escrúpulos excesivos les impiden alcanzar prosperidad. Así muchos se dejan desviar de la senda de una estricta integridad. Después de cometer una mala acción les resultaría más fácil cometer otra, y se vuelven cada vez más presuntuosos. Una vez que se entregan al dominio de la codicia y a la ambición de poder se atreverán a hacer las cosas más terribles. Si, en cambio, se buscaran las cosas de valor imperecedero, como las riquezas eternas y la inmortalidad, no se prestaría atención a las tentaciones satánicas (Signs of the Times, noviembre 18, 1880).
Balaam tenía conocimiento del Dios verdadero y profesaba estar convertido. Pero su experiencia con las artes mágicas ejercía un poder encantador sobre él. Cuando Balac le solicitó maldecir a Israel y le ofreció riqueza y renombre, estuvo dispuesto a hacerlo a pesar de que Dios le dijo que le permitiría usar su magia y encantamientos en contra de su pueblo. Por eso, cuando Balaam se levantó para cumplir el pedido del rey de Moab, sus labios expresaron palabras muy diferentes a las que el rey esperaba oír. "Entonces Balac dijo a Balaam: ¿Qué me has hecho? Te he traído para que maldigas a mis enemigos, y he aquí has proferido bendiciones" (Números 23:11) (The Youth's Instructor, octubre 12, 1899).
Confrontación no Natural.
Martes 1 de diciembre
Por segunda vez Balaam fue probado. En su respuesta a las peticiones de los embajadores hizo alarde de tener mucha conciencia y probidad, y les aseguró que ninguna cantidad de oro y de plata podía persuadirle a obrar contra la voluntad de Dios. De esta forma mostraba su hipocresía, puesto que la voluntad de Dios ya le había sido mostrada, pero su corazón deseaba cumplir con el pedido del rey porque deseaba tener una excusa para gratificar su deseo de honor y riquezas.
El corazón de Balaam se volcaba más hacia los enemigos de Dios que al pueblo de Israel. Si hubiera deseado sinceramente hacer la voluntad de Dios, hubiera rechazado de plano la recompensa de Balac y hubiese despedido inmediatamente a sus mensajeros. De esa manera hubiera ganado una victoria sobre su inclinación a la avaricia, que lo llevaría a la ruina si no la vencía. El pecado de la avaricia es denunciado claramente en la Palabra de Dios. La mundanalidad, la avaricia, la codicia y los vicios, deterioran a la persona en su totalidad; son los frutos del pecado y del egoísmo y deshonran a Dios (Signs of the Times, noviembre 25, 1880).
Si Balaam hubiera estado en su uso de razón se hubiese maravillado e inmediatamente comprendido que un poder sobrenatural se enfrentaba en su camino. Pero una ira ingobernable había destronado la razón y no se daba cuenta que estaba ocurriendo un maravilloso milagro. Le respondió al animal como si estuviera conversando con un ser inteligente. "Y Balaam respondió al asna: Porque te has burlado de mí. ¡Ojalá tuviera espada en mi mano, que ahora te mataría!" (Números 22:29). Aquí encontramos a un hombre que se consideraba un mago profesional, que iba en camino a maldecir a un pueblo con el propósito de paralizarle su fortaleza, ¡y no podía siquiera matar a la humilde bestia en la que cabalgaba!
Los ojos de Balaam fueron abiertos y contempló al ángel de Dios, con su espada lista para matarlo. Ahora estaba más aterrorizado que la pobre bestia que había visto al ángel antes que él. Balaam dobló su cabeza y cayó sobre su rostro. Entonces el ángel le dijo: "¿Por qué has azotado tu asna tres veces? He aquí yo he salido para resistirte, porque tu camino es perverso delante de mí. El asna me ha visto, y se ha apartado luego de delante de mí estas tres veces; y si de mí no se hubiera apartado, yo también ahora te mataría a tí, y a ella dejaría viva" (Números 22:32, 33).
Al ver al mensajero de Dios, Balaam exclamó aterrorizado: "He pecado, porque no sabía que tú te ponías delante de mí en el camino; mas ahora, si te parece mal, yo me volveré". El Señor, en su sabiduría, le permitió seguir adelante; pero le dijo claramente que sus palabras estarían controladas por el poder divino. Dios deseaba mostrarle a Moab que los hebreos estaban guardados por el Cielo, y lo haría de una manera efectiva mostrándoles que Balaam, por más que se le ofreciera las mayores recompensas, no podría pronunciar una maldición contra Israel (Signs of the Times, noviembre 25, 1880).
“La Muerte de los Rectos”.
Miércoles 2 de diciembre
Balaam confesó que había venido con el objeto de maldecir a Israel; pero las palabras que pronunció contradijeron rotundamente los sentimientos de su corazón. Se le obligó a pronunciar bendiciones, en tanto que su alma estaba henchida de maldiciones.
Mientras Balaam miraba el campamento de Israel, contempló con asombro la evidencia de su prosperidad. Se lo habían pintado como una multitud ruda y desorganizada que infestaba el país con grupos de merodeadores que afligían y aterrorizaban las naciones circunvecinas; pero lo que veía era todo lo contrario. Notó la vasta extensión y el orden perfecto del campamento, y que todo denotaba disciplina y orden cabales. Le fue revelado el favor que Dios dispensaba a Israel, y el carácter distintivo de ese pueblo escogido. No habla de equiparse a las otras naciones, sino de superarlas en todo. El "pueblo habitará confiado, y no será contado entre las gentes". Cuando se pronunciaron estas palabras, los israelitas aun no se habían establecido permanentemente en un sitio, y Balaam no conocía su carácter particular y especial ni sus modales y costumbres. Pero ¡cuán sorprendentemente se cumplió esta profecía en la historia ulterior de Israel! A través de todos los años de su cautiverio y de todos los siglos de su dispersión, has subsistido como pueblo distinto de los demás. Así también los hijos de Dios, el verdadero Israel, aunque dispersados entre todas las naciones, no son sino advenedizos en la tierra, y su ciudadanía está en los cielos.
No sólo se le mostró a Balaam la historia del pueblo hebreo como nación, sino que contempló el incremento y la prosperidad del verdadero Israel de Dios hasta el fin. Vio cómo el favor especial del Altísimo asistía a los que le aman y le temen. Los vio, sostenidos por su brazo, entrar en el valle de la sombra de muerte. Y les vio salir de la tumba, coronados de gloria, honor e imperecederas de la tierra renovada. Mirando la escena exclamó: "¿Quién contará el polvo de Jacob, o el número de la cuarta parte de Israel?" Y al ver la corona de gloria en cada frente y el regocijo que resplandecía en todos los semblantes, contempló con anticipación aquella vida ilimitada de pura felicidad, y rogó solemnemente: "¡Muera mi persona de la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya!" (Patriarcas y profetas, pp. 475, 476).
¡Qué testimonio tuvo la oportunidad de dar Balaam delante de reyes y príncipes! La luz del cielo brilló sobre la mente del profeta revelándole los propósitos de Dios hacia el pueblo. Si Balaam hubiera tenido la disposición de aceptar esa luz, se hubiese separado para siempre de Moab y hubiera retornado a Dios con profundo arrepentimiento y humillación. Pero no lo hizo; amó más los valores materiales, los que trató de asegurarse a cualquier costo.
Es difícil para alguien que coloca sus pies en el camino equivocado volverse sobre sus pasos. Cuando alguien cede a la tentación de recibir ganancias u honores para tratar de perjudicar o destruir al pueblo de Dios, ha entrado en un camino que lo llevará a la destrucción, porque está haciendo la obra de Satanás y está siendo guiado por su espíritu y sus planes. Dios puede convencerlo de su error como lo hizo con Balaam, y si decide cambiar su rumbo puede ser redimido; pero rara vez ocurre eso porque no se humilla el corazón para convertirse. Como Balaam, desea que su final sea como el de los justos, pero no se tiene la voluntad de vivir la vida de los justos (Signs of the Times, diciembre 2, 1880).
Estrella y Cetro.
Jueves 3 de diciembre
Balaam profetizó que el rey de Israel sería más grande y más poderoso que Agag. Tal era el nombre que se daba a los reyes de los amalecitas, entonces nación poderosa; pero Israel, si era fiel a Dios, subyugaría a todos sus enemigos. El Rey de Israel era el Hijo de Dios; su trono se había de establecer un día en la tierra, y su poder se exaltaría sobre todos los reinos terrenales.
Al escuchar las palabras del profeta, Balac quedó abrumado por la frustración de su esperanza, por el temor y la ira. Le indignaba el hecho de que Balaam se hubiera atrevido a darle la menor promesa de una respuesta favorable, cuando todo estaba resuelto contra él. Miraba con desprecio la conducta transigente y engañosa del profeta. El rey exclamó airado: "Húyete, por tanto, ahora a tu lugar; yo dije que te honraría, más he aquí que Jehová te ha privado de honra". La contestación que recibió el rey fue que se le había prevenido que Balaam sólo podría pronunciar el mensaje dado por Dios.
Antes de volver a su pueblo, Balaam emitió una hermosísima y sublime profecía con respecto al Redentor del mundo y a la destrucción final de los enemigos de Dios: "Verélo, mas no ahora: lo miraré, mas no de cerca: Saldrá ESTRELLA de Jacob, y levantaráse cetro de Israel, y herirá los cantones de Moab, y destruirá todos los hijos de Seth" (Números 24:17). Y concluyó prediciendo el exterminio total de Moab y de Edom, de Amalec y de los cineos, con lo que privó al rey de los moabitas de todo rayo de esperanza.
Frustrado en sus esperanzas de riquezas y de elevación, en desgracia con el rey, y sabiendo que había incurrido en el desagrado de Dios, Balaam volvió de la misión que se había impuesto a sí mismo. Después que llegara a su casa, le abandonó el poder del Espíritu de Dios que lo había dominado, y prevaleció su codicia, que hasta entonces había sido tan sólo refrenada. Estaba dispuesto a recurrir a cualquier ardid para obtener la recompensa prometida por Balac. Balaam sabía que la prosperidad de Israel dependía de que éste obedeciera a Dios y que no había manera alguna de ocasionar su ruina sino induciéndole a pecar. Decidió entonces conseguir el favor de Balac aconsejándoles a los moabitas el procedimiento que se había de seguir para traer una maldición sobre Israel.
Regresó inmediatamente a la tierra de Moab y expuso sus planes al rey. Los moabitas mismos estaban convencidos de que mientras Israel permaneciera fiel a Dios, él sería su escudo. El proyecto propuesto por Balaam consistía en separarlos de Dios, induciéndoles a la idolatría. Si fuese posible hacerlos participar en el culto licencioso de Baal y Astarté, ello los enemistaría con su omnipotente Protector, y pronto serían presa de las naciones feroces y belicosas que vivían en derredor suyo. De buena gana aceptó el rey este proyecto, y Balaam mismo se quedó allí para ayudar a realizarlo.
Balaam presenció el éxito de su plan diabólico. Vio cómo caía la maldición de Dios sobre su pueblo y cómo millares eran víctimas de sus juicios; pero la justicia divina que castigó el pecado en Israel no dejó escapar a los tentadores. En la guerra de Israel contra los madianitas, Balaam fue muerto. Había presentido que su propio fin estaba cerca cuando exclamó: "Muera mi persona de la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya". Pero no había escogido la vida de los rectos, y tuvo el destino de los enemigos de Dios (Patriarcas y profetas, pp. 480, 481).
Para Estudiar y Meditar.
Viernes 4 de diciembre
Patriarcas y profetas, pp. 467-482
CAPÍTULO 40. Balaam
CUANDO regresaron al Jordán, después de la conquista de Basán, los israelitas, en preparación para la inmediata invasión de Canaán, acamparon a la orilla del río un poco más arriba que el punto de su desembocadura en el mar Muerto, frente a la llanura de Jericó. Estaban en la misma frontera de Moab, y los moabitas se llenaron de terror al tener tan cerca a los invasores.
La gente de Moab no había sido molestada por Israel; pero había observado con presentimientos inquietantes todo lo que había ocurrido en los países vecinos. Los amorreos ante quienes había tenido que retroceder, habían sido vencidos por los hebreos, y el territorio que los amorreos habían arrebatado a Moab estaba ahora en posesión de Israel. Los ejércitos de Basán habían cedido ante el poder misterioso que encerraba la columna de nube, y las gigantescas fortalezas estaban ocupadas por los hebreos. Los moabitas no osaron arriesgarse a sacarlos; ante las fuerzas sobrenaturales que obraban en su favor, apelar a las armas era fútil. Pero, como Faraón, decidieron acudir al poder de la hechicería para contrarrestar la obra de Dios. Atraerían una maldición sobre Israel.
La gente de Moab estaba estrechamente relacionada con los madianitas, por vínculos nacionales y de religión. Así que Balac, rey de Moab, despertó los temores de ese pueblo pariente, y obtuvo su cooperación en sus propósitos contra Israel mediante el siguiente mensaje: "Ahora lamerá esta gente todos nuestros contornos, como llame el buey la grama del campo." (Véase Números 22-24.) Era fama que Balaam, habitante de Mesopotamia, poseía poderes sobrenaturales, y esa fama había llegado a la tierra de Moab. Se acordó solicitar su ayuda. Por consiguiente, enviaron mensajeros "los ancianos de Moab, a los ancianos de Madián," para asegurarse los servicios de sus adivinaciones y su magia contra Israel.
Los embajadores emprendieron en seguida su largo viaje a través de las montañas y los desiertos hacia Mesopotamia; al encontrar a Balaam, le entregaron el mensaje de su rey: "Un pueblo ha salido de Egipto, y he aquí que cubre la haz de la tierra, y habita delante de mí: ven pues ahora, te ruego, maldíceme este pueblo, porque es más fuerte que yo: quizá podré yo herirlo, y echarlo de la tierra: que yo sé que el que tú bendijeras, será bendito, y el que tú maldijeras, será maldito."
Balaam había sido una vez hombre bueno y profeta de Dios; pero había apostatado, y se había entregado a la avaricia; no obstante, aun profesaba servir fielmente al Altísimo. No ignoraba la obra de Dios en favor de Israel; y cuando los mensajeros le dieron su recado, sabía muy bien que debía rehusar los presentes de Balac, y despedir a los embajadores. Pero se aventuró a jugar con la tentación, pidió a los mensajeros que se quedaran aquella noche con él, y les dijo que no podía darles una contestación decisiva antes de consultar al Señor. Balaam sabía que su maldición no podía perjudicar en manera alguna a los israelitas. Dios estaba de parte de ellos; y siempre que le fuesen fieles, ningún poder terrenal o infernal adverso podría prevalecer contra ellos. Pero halagaron su orgullo las palabras de los embajadores: "El que tú bendijeras, será bendito, y el que maldijeras, será maldito." El soborno de los regalos costosos y de la exaltación en perspectiva excitaron su codicia. Ávidamente aceptó los tesoros ofrecidos, y luego, aunque profesando obedecer estrictamente a la voluntad de Dios, trató de cumplir los deseos de Balac.
Durante la noche el ángel de Dios vino a Balaam con el mensaje: "No vayas con ellos, ni maldigas al pueblo; porque es bendito."
Por la mañana, Balaam de mala gana despidió a los mensajeros; pero no les dijo lo que había dicho el Señor. Airado porque sus deseos de lucro y de honores habían sido repentinamente frustrados, exclamó con petulancia: "Volveos a vuestra tierra, porque Jehová no me quiere dejar ir con vosotros."
Balaam "amó el premio de la maldad." (2 Ped. 2: 15.) El pecado de la avaricia que, según la declaración divina, es idolatría, le hacía buscar ventajas temporales, y por ese solo defecto, Satanás llegó a dominarlo por completo. Esto ocasionó su ruina. El tentador ofrece siempre ganancia y honores mundanos para apartar a los hombres del servicio de Dios. Les dice que sus escrúpulos excesivos les impiden alcanzar prosperidad. Así muchos se dejan desviar de la senda de una estricta integridad. Después de cometer una mala acción les resulta más fácil cometer otra, y se vuelven cada vez más presuntuosos. Una vez que se hayan entregado al dominio de la codicia y a la ambición de poder se atreverán a hacer las cosas más terribles. Muchos se lisonjean creyendo que por un tiempo pueden apartarse de la probidad estricta para alcanzar alguna ventaja mundana, y que después de haber logrado su fin, podrán cambiar de conducta cuando quieran. Los tales se enredan en los lazos de Satanás, de los que rara vez escapan.
Cuando los mensajeros dijeron a Balac que el profeta a rehusado acompañarlos, no dieron a entender que Dios se lo había prohibido. Creyendo que la dilación de Balaam se debía a su deseo de obtener una recompensa más cuantiosa, el rey mandó mayor número de príncipes y más encumbrados que los primeros, con promesas de honores más grandes y con autorización para aceptar todas las condiciones que Balaam pusiese. El mensaje urgente de Balac al profeta fue éste: "Ruégote que no dejes de venir a mí: porque sin duda te honraré mucho, y haré todo lo que me dijeres: ven pues ahora, maldíceme a este pueblo."
Por segunda vez Balaam fue probado. En su respuesta a las peticiones de los embajadores hizo alarde de tener mucha conciencia y probidad, y les aseguró que ninguna cantidad de oro y de plata podía persuadirle a obrar contra la voluntad de Dios.
Pero anhelaba acceder al ruego del rey; y aunque ya se le había comunicado la voluntad de Dios en forma definitiva, rogó a los mensajeros que se quedaran, para que pudiese consultar otra vez a Dios, como si el Infinito fuera un hombre sujeto a la persuasión.
Durante la noche se le apareció el Señor a Balaam y le dijo: "Si vinieren a llamarte hombres, levántate y ve con ellos; empero harás lo que yo te dijere." Hasta ese punto le permitiría el Señor a Balaam que hiciera su propia voluntad, ya que se empeñaba en ello. No procuraba hacer la voluntad de Dios, sino que decidía su conducta y luego se esforzaba por obtener la sanción del Señor.
Son millares hoy los que siguen una conducta parecida. No tendrían dificultad en comprender su deber, si éste armonizara con sus inclinaciones. Lo hallan claramente expuesto en la Biblia, o lisa y llanamente indicado por las circunstancias y la razón. Pero porque estas evidencias contrarían sus deseos e inclinaciones, con frecuencia las hacen a un lado y pretenden acudir a Dios para saber cuál es su deber. Aparentan tener una conciencia escrupulosa y en fervientes y largas oraciones piden ser iluminados. Pero Dios no tolera que los hombres se burlen de él. A menudo permite a tales personas que sigan sus propios deseos y que sufran las consecuencias. "Mas mi pueblo no oyó mi voz, . . . dejélos por tanto a la dureza de su corazón: caminaron en sus consejos." (Sal. 81: 11, 12.) Cuando uno ve claramente su deber, no procura ir presuntuosamente a Dios para rogarle que le dispense de cumplirlo. Más bien debe ir con espíritu humilde y sumiso, pedir fortaleza divina y sabiduría para hacer lo que le exige.
Los moabitas eran un pueblo envilecido e idólatra; sin embargo, de acuerdo con la luz que habían recibido, su culpabilidad no era a los ojos del Cielo, tan grande como la de Balaam. Por el hecho de que él aseveraba ser profeta de Dios, se atribuiría autoridad divina a todo lo que diría. Por lo tanto río se le iba a permitir hablar como quisiera, sino que habría de anunciar el mensaje que Dios le diera. "Harás lo que yo te dijera," fue la orden divina.
Balaam había recibido permiso para acompañar a los mensajeros de Moab en caso de que vinieran por la mañana a llamarle. Pero enfadados por la tardanza de él y creyendo que otra vez se negaría a ir, salieron para su tierra sin consultar más con él. Había sido eliminada la excusa para cumplir lo pedido por Balac. Pero Balaam había resuelto obtener la recompensa; y tomando el animal en el cual solía montar, se puso en camino. Temía que se le retirara aun ahora el permiso divino, y se apresuraba ansiosamente, impaciente y temeroso de perder por uno u otro motivo la recompensa codiciada.
Pero "el ángel de Jehová se puso en el camino por adversario suyo." El animal vio al divino mensajero, a quien el hombre no había visto, y se apartó del camino real y entró en el campo. Con golpes crueles, Balaam hizo volver la bestia al camino; pero nuevamente, en un sitio angosto y cerrado por murallas de piedra, le apareció el ángel, y el animal, tratando de evitar la figura amenazadora, apretó el pie de su amo contra la muralla. Balaam no veía la intervención divina, y no sabía que Dios estaba poniendo obstáculos en su camino. Se enfureció, y golpeando sin misericordia al asna, la obligó a seguir adelante.
Y el ángel de Jehová pasó más allá, y púsose en una angostura, donde no había camino para apartarse ni a diestra ni a siniestra." Apareció el ángel, como anteriormente, en actitud amenazadora, y el pobre animal, temblando de terror, se detuvo por completo, y cayó al suelo debajo de su amo. La ira de Balaam no conoció límites, y con su vara golpeó al animal aun más cruelmente que antes. Dios abrió entonces la boca a la burra, y la "bestia de carga, hablando en voz de hombre, refrenó la locura del profeta." (2 Ped. 2: 16.) "¿Qué te he hecho, que me has herido estas tres veces?" dijo.
Lleno de ira al verse así estorbado en su viaje, Balaam contestó a la bestia como si ésta fuese un ser racional: "Porque te has burlado de mí: ¡ojalá tuviera espada en mi mano, que ahora te mataría!" ¡Allí estaba un hombre que se hacía llamar mago, que iba de camino para pronunciar una maldición sobre un pueblo con el objeto de paralizarle su fuerza, en tanto que no tenía siquiera poder suficiente para matar el animal en que montaba!
Los ojos de Balaam fueron entonces abiertos, y vio al ángel de Dios de pie con la espada desenvainada, listo para darle muerte. Aterrorizado, "hizo reverencia, e inclinóse sobre su rostro." El ángel le dijo: "¿Por qué has herido tu asna estas tres veces? he aquí yo he salido para contrarrestarle, porque tu camino es perverso delante de mí: el asna me ha visto, y hase apartado luego de delante de mí estas tres veces: y si de mí no se hubiera apartado, yo también ahora te mataría a ti, y a ella dejaría viva."
Balaam debió la conservación de su vida al pobre animal tan cruelmente tratado por él. El hombre que alegaba ser profeta del Señor, el que declaraba ser "varón de ojos abiertos," y "que vio la visión del Omnipotente," estaba tan cegado por la codicia y la ambición, que no pudo discernir al ángel de Dios que era visible para su bestia. "El dios de este siglo cegó los entendimientos de los incrédulos." (2 Cor. 4: 4.) ¡Cuántos son así cegados! Se precipitan por sendas prohibidas, traspasan la divina ley, y no pueden reconocer que Dios y sus ángeles se les oponen. Como Balaam, se aíran contra los que procuran evitar su ruina.
Por la manera en que tratara su bestia, Balaam había demostrado qué espíritu le dominaba. "El justo atiende a la vida de su bestia: mas las entrarías de los impíos son crueles." (Prov. 12: 10.) Pocos comprenden debidamente cuán inicuo es abusar de los animales o dejarlos sufrir por negligencia. El que creó al hombre también creó a los animales inferiores, y extiende "sus misericordias sobre todas sus obras." (Sal. 145: 9.) Los animales fueron creados para servir al hombre, pero éste no tiene derecho a imponerles mal trato o exigencias crueles.
A causa del pecado del hombre, "la creación entera gime juntamente con nosotros, y a una está en dolores de parto hasta ahora." (Rom. 8: 22. V.M.) Así cayeron los sufrimientos y la muerte no solamente sobre la raza humana, sino también sobre los animales. Le incumbe pues al hombre tratar de aligerar, en vez de aumentar, el peso del padecimiento que su transgresión ha impuesto a los seres creados por Dios. El que abusa de los animales porque los tiene en su poder, es un cobarde y un tirano. La tendencia a causar dolor, ya sea a nuestros semejantes o a los animales irracionales, es satánica. Muchos creen que nunca será conocida su crueldad, porque las pobres bestias no la pueden revelar. Pero si los ojos de esos hombres pudiesen abrirse como se abrieron los de Balaam, verían a un ángel de Dios de pie como testigo, para testificar contra ellos en las cortes celestiales. Asciende al cielo un registro, y vendrá el día cuando el juicio se pronunciará contra los que abusan de los seres creados por Dios.
Cuando vio al mensajero de Dios, Balaam exclamó aterrorizado: "He pecado, que no sabía que tú te ponías delante de mí en el camino; mas ahora, si te parece mal, yo me volveré." El Señor le permitió proseguir su viaje, pero le dio a entender que sus palabras serían controladas por el poder divino. Dios quería dar a Moab evidencia de que los hebreos estaban bajo la custodia del Cielo; y lo hizo en forma eficaz cuando les demostró cuán imposible era para Balaam pronunciar una maldición contra ellos sin el permiso divino.
El rey de Moab, informado de que Balaam se acercaba, salió con un gran séquito hasta los confines de su reino, para recibirle. Cuando expresó su asombro por la tardanza de Balaam, en vista de las ricas recompensas que le esperaban, el profeta le dio esta contestación: "He aquí yo he venido a ti: mas ¿podré ahora hablar alguna cosa? La palabra que Dios pusiere en mi boca, ésa hablaré." Balaam lamentaba que se le hubiese impuesto esta restricción; temía que sus fines no pudieran cumplirse porque el poder del Señor le dominaba.
Con gran pompa, el rey y los dignatarios de su reino escoltaron a Balaam "a los altos de Baal," desde donde iba a poder divisar al ejército hebreo. Contemplemos al profeta de pie en la altura eminente, mirando hacia el campamento del pueblo escogido de Dios. i Qué poco saben los israelitas de lo que está ocurriendo tan cerca de ellos! ¡Qué poco saben del cuidado de Dios, que los cobija de día y de noche! ¡Cuán embotada tiene la percepción el pueblo de Dios! ¡Cuán tardos han sido sus hijos en todas las edades para comprender su gran amor y misericordia! Si tan sólo pudieran discernir el maravilloso poder que Dios manifiesta constantemente en su favor, ¿no se llenarían sus corazones de gratitud por su amor, y de reverencia al pensar en su majestad y poder?
Balaam tenía cierta noción de los sacrificios y ofrendas de los hebreos, y esperaba que, superándolos en donativos costosos, podría obtener la bendición de Dios y asegurar la realización de sus proyectos pecaminosos. Así iban dominando su corazón y su mente los sentimientos de los moabitas idólatras. Su sabiduría se había convertido en insensatez; su visión espiritual se había ofuscado; cediendo al poder de Satanás, se había enceguecido él mismo.
Por indicación de Balaam, se erigieron siete altares, y él ofreció un sacrificio en cada uno. Luego se retiró a una altura, para comunicarse con Dios, y prometió que le haría saber a Balac cualquier cosa que el Señor le revelase.
Con los nobles y los príncipes de Moab, el rey se quedó de pie al lado del sacrificio, mientras que la multitud anhelosa se congregó alrededor de ellos, y todos esperaban el regreso del profeta. Por último volvió, y el pueblo esperó oír las palabras capaces de paralizar para siempre aquel poder extraño que se manifestaba en favor de los odiados israelitas. Balaam dijo:
"De Aram me trajo Balac,
Rey de Moab, de los montes del oriente:
Ven, maldíceme a Jacob;
Y ven, execra a Israel.
¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo?
¿Y por qué he de execrar al que Jehová no ha execrado?
Porque de la cumbre de las peñas lo veré,
Y desde los collados lo miraré:
He aquí un pueblo que habitará confiado,
Y no será contado entre las gentes.
¿Quién contará el polvo de Jacob,
O el número de la cuarta parte de Israel?
Muera mi persona de la muerte de los rectos,
Y mi postrimería sea como la suya."
Balaam confesó que había venido con el objeto de maldecir a Israel; pero las palabras que pronunció contradijeron rotundamente los sentimientos de su corazón. Se le obligó a pronunciar bendiciones, en tanto que su alma estaba henchida de maldiciones.
Mientras Balaam miraba el campamento de Israel, contempló con asombro la evidencia de su prosperidad. Se lo habían pintado como una multitud ruda y desorganizada que infestaba el país con grupos de merodeadores que afligían y aterrorizaban las naciones circunvecinas; pero lo que veía era todo lo contrario. Notó la vasta extensión y el orden perfecto del campamento, y que todo denotaba disciplina y orden cabales. Le fue revelado el favor que Dios dispensaba a Israel, y el carácter distintivo de ese pueblo escogido. No habla de equipararse a las otras naciones, sino de superarlas en todo. El "pueblo habitará confiado, y no será contado entre las gentes." Cuando se pronunciaron estas palabras,, los israelitas aun no se habían establecido permanentemente en un sitio, y Balaam no conocía su carácter particular y especial ni sus modales y costumbres. Pero ¡cuán sorprendentemente se cumplió esta profecía en la historia ulterior de Israel! A través de todos los años de su cautiverio y de todos los siglos de su dispersión, han subsistido como pueblo distinto de los demás. Así también los hijos de Dios, el verdadero Israel, aunque dispersados entre todas las naciones, no son sino advenedizos en la tierra, y su ciudadanía está en los cielos.
No sólo se le mostró a Balaam la historia del pueblo hebreo como nación, sino que contempló el incremento y la prosperidad del verdadero Israel de Dios hasta el fin. Vio cómo el favor especial del Altísimo asistía a los que le aman y le temen. Los vio, sostenidos por su brazo, entrar en el valle de la sombra de muerte. Y les vio salir de la tumba, coronados de gloria, honor e inmortalidad. Vio a los redimidos regocijarse en las glorias imperecederas de la tierra renovada. Mirando la escena exclamó: " ¿Quién contará el polvo de Jacob, o el número de la cuarta parte de Israel?" Y al ver la corona de gloria en cada frente y el regocijo que resplandecía en todos los semblantes, contempló con anticipación aquella vida ¡limitada de pura felicidad, y rogó solemnemente: "¡Muera mi persona de la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya!"
Si Balaam hubiera estado dispuesto a aceptar la luz que Dios le había dado, habría cumplido su palabra; e inmediatamente habría cortado toda relación con Moab. No hubiera presumido ya más de la misericordia de Dios, sino que se habría vuelto hacia él con profundo arrepentimiento. Pero Balaam amaba el salario de iniquidad, y estaba resuelto a obtenerlo a todo trance.
Balac había esperado confiadamente que una maldición caería como plaga fulminante sobre Israel; y al oír las palabras del profeta exclamó apasionadamente: "¿Qué me has hecho? hete tomado para que maldigas a mis enemigos, y he aquí has proferido bendiciones." Balaam, procurando hacer de la necesidad una virtud, aseveró que, movido por un respeto concienzudo de la voluntad de Dios, había pronunciado palabras que habían sido impuestas a sus labios por el poder divino. Su contestación fue: "¿No observaré yo lo que Jehová pusiere en mi boca para decirlo?"
Aun así Balac no podía renunciar a sus propósitos. Decidió que el espectáculo imponente ofrecido por el vasto campamento de los hebreos, había intimidado de tal modo a Balaam que no se atrevió a practicar sus adivinaciones contra ellos. El rey resolvió llevar al profeta a algún punto desde el cual sólo pudiera verse una parte de la hueste. Si se lograba inducir a Balaam a que la maldijera por pequeños grupos, todo el campamento no tardaría en verse entregado a la destrucción. En la cima de una elevación llamada Pisga, se hizo otra prueba. Nuevamente se construyeron siete altares, sobre los cuales se colocaron las mismas ofrendas y sacrificios que antes. El rey y los príncipes permanecieron al lado de los sacrificios, en tanto que Balaam se retiraba para comunicarse con Dios. Otra vez se le confió al profeta un mensaje divino, que no pudo callar ni alterar.
Cuando se presentó a la compañía que esperaba ansiosamente, se le preguntó: "¿Qué ha dicho Jehová?" La contestación, como anteriormente, infundió terror al corazón del rey y de los príncipes:
"Dios no es hombre, para que mienta;
Ni hijo de hombre para que se arrepienta:
El dijo, ¿y no hará?;
Habló, ¿y no lo ejecutará?
He aquí, yo he tomado bendición:
Y él bendijo, y no podré revocarla.
No ha notado iniquidad en Jacob,
Ni ha visto perversidad en Israel:
Jehová su Dios es con él,
júbilo de rey en él."
Embargado por el temor reverente que le inspiraban estas revelaciones, Balaam exclamó: "No hay hechizo contra Israel, ni hay adivinación contra Israel." (Núm. 23: 23, V.M.) Conforme al deseo de los moabitas, el gran mago había probado el poder de su encantamiento; pero precisamente con respecto a esta ocasión se iba a decir de los hijos de Israel: "¡Lo que ha hecho Dios!" Mientras estuvieran bajo la protección divina, ningún pueblo o nación, aunque fuese auxiliado por todo el poder de Satanás, podría prevalecer contra ellos. El mundo entero iba a maravillarse de la obra asombrosa de Dios en favor de su pueblo, a saber, que un hombre empeñado en seguir una conducta pecaminosa fuese de tal manera dominado por el poder divino que se viese obligado a pronunciar, en vez de imprecaciones, las más ricas y las más preciosas promesas en el lenguaje sublime y fogoso de la poesía, Y el favor que en esa ocasión Dios concedió a Israel había de ser garantía de su cuidado protector hacia sus hijos obedientes y fieles en todas las edades. Cuando Satanás indujese a los impíos a que calumniaran, maltrataran y exterminaran al pueblo de Dios, este mismo suceso les sería recordado y fortalecería su ánimo y fe en Dios.
El rey de Moab, desalentado y angustiado, exclamó: "Ya que no lo maldices, ni tampoco lo bendigas." No obstante, subsistía una débil esperanza en su corazón, y decidió hacer otra prueba. Condujo a Balaam al monte Peor, donde había un templo dedicado al culto licencioso de Baal, su dios. Allí se erigió el mismo número de altares que antes, y el mismo número de sacrificios fueron ofrecidos; pero Balaam no se apartó solo como en las otras ocasiones, para averiguar la voluntad de Dios. No pretendió hacer hechicería alguna, sino que, de pie al lado de los altares, miró a lo lejos a las tiendas de Israel. Otra vez el Espíritu de Dios asentó sobre él, y brotó de sus labios el divino mensaje:
"¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob,
Tus habitaciones, oh Israel!
Como arroyos están extendidas,
Como huertos junto al río,
Como lináloes plantados por Jehová,
Como cedros junto a las aguas,
De sus manos destilarán aguas,
Y su simiente será en muchas aguas:
Y ensalzarse ha su rey más que Agag,
Y su reino será ensalzado . . .
Se encorvará para echarse como león, y como leona;
¿Quien lo despertará?
Benditos los que te bendijeron,
Y malditos los que te maldijeren."
La prosperidad del pueblo de Dios se presenta aquí mediante algunas de las más bellas figuras ofrecidas por la naturaleza. El profeta compara a Israel a los valles fértiles cubiertos de abundantes cosechas; a huertos florecientes regados por manantiales inagotables; al perfumado árbol de sándalo y al majestuoso cedro. Esta última figura es una de las más hermosas y apropiadas que se encuentran en la Palabra inspirada. El cedro del Líbano era honrado por todos los pueblos del Oriente. El género de árboles al que pertenece se encuentra dondequiera que el hombre haya ido, por toda la tierra. Florecen desde las regiones árticas hasta las zonas tropicales, y si bien gozan del calor, saben arrostrar el frío; brotan exuberantes en las orillas de los ríos, y no obstante, se elevan majestuosamente sobre el páramo árido y sediento. Clavan sus raíces profundamente entre las rocas de las montañas, y audazmente desafían la tempestad. Sus hojas se mantienen frescas y verdes cuando todo lo demás ha perecido bajo el soplo del invierno. Sobre todos los demás árboles, el cedro del Líbano se distingue por su fuerza, su firmeza, su vigor perdurable; y se lo usa como símbolo de aquellos cuya vida "está escondida con Cristo en Dios." (Col. 3: 3.) Las Escrituras dicen: "El justo florecerá como la palma: crecerá como cedro en el Líbano." (Sal. 92: 12.) La mano divina elevó e cedro a la categoría de rey del bosque. "Las hayas no fueron semejantes, a sus ramas, ni los castaños fueron semejantes a sus ramos." (Eze. 31: 8.) El cedro se usa a menudo como emblema de la realeza; y su empleo en la Escritura, para representar a los justos, demuestra cómo el cielo considera y aprecia a los que hacen la voluntad de Dios.
Balaam profetizó que el rey de Israel sería más grande y más poderoso que Agag. Tal era el nombre que se daba a los reyes de los amalecitas, entonces nación poderosa; pero Israel, si era fiel a Dios, subyugarla a todos sus enemigos. El Rey de Israel era el Hijo de Dios; su trono se había de establecer un día en la tierra, y su poder se exaltaría sobre todos los reinos terrenales.
Al escuchar las palabras del profeta, Balac quedó abrumado por la frustración de su esperanza, por el temor y la ira. Le indignaba el hecho de que Balaam se hubiera atrevido a darle la menor promesa de una respuesta favorable, cuando todo estaba resuelto contra él. Miraba con desprecio la conducta transigente y engañosa del profeta. El rey exclamó airado: "Húyete, por tanto, ahora a tu lugar: yo dije que te honraría, mas he aquí que Jehová te ha privado de honra." La contestación que recibió el rey fue que se le había prevenido que Balaam sólo podría pronunciar el mensaje dado por Dios.
Antes de volver a su pueblo, Balaam emitió una hermosísima y sublime profecía con respecto al Redentor del mundo y a la destrucción final de los enemigos de Dios:
"Verélo, mas no ahora: lo miraré, mas no de cerca:
Saldrá ESTRELLA de Jacob, y levantaráse cetro de Israel,
Y herirá los cantones de Moab, y destruirá todos los hijos de Seth."
Y concluyó prediciendo el exterminio total de Moab y de Edom, de Amalec y de los cineos, con lo que privó al rey de los moabitas de todo rayo de esperanza.
Frustrado en sus esperanzas de riquezas y de elevación, en desgracia con el rey, y sabiendo que había incurrido en el desagrado de Dios, Balaam volvió de la misión que se había impuesto a sí mismo. Después que llegara a su casa, le abandonó el poder del Espíritu de Dios que lo había dominado, y prevaleció su codicia, que hasta entonces había sido tan sólo refrenada. Estaba dispuesto a recurrir a cualquier ardid para obtener la recompensa prometida por Balac. Balaam sabia que la prosperidad de Israel dependía de que éste obedeciera a Dios y que no había manera alguna de ocasionar su ruina sino induciéndole a pecar. Decidió entonces conseguir el favor de Balac aconsejándoles a los moabitas el procedimiento que se había de seguir para traer una maldición sobre Israel.
Regresó inmediatamente a la tierra de Moab y expuso sus planes al rey. Los moabitas mismos estaban convencidos de que mientras Israel permaneciera fiel a Dios, él sería su escudo. El proyecto propuesto por Balaam consistía en separarlos de Dios, induciéndoles a la idolatría. Si fuese posible hacerlos participar en el culto licencioso de Baal y Astarté, ello los enemistaría con su omnipotente Protector, y pronto serían presa de las naciones feroces y belicosas que vivían en derredor suyo. De buena gana aceptó el rey este proyecto, y Balaam mismo se quedó allí para ayudar a realizarlo.
Balaam presenció el éxito de su plan diabólico. Vio cómo caía la maldición de Dios sobre su pueblo y cómo millares eran víctimas de sus juicios; pero la justicia divina que castigó el pecado en Israel no dejó escapar a los tentadores. En la guerra de Israel contra los madianitas, Balaam fue muerto. Había presentido que su propio fin estaba cerca cuando exclamó: "Muera mi persona de la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya." Pero no había escogido la vida de los rectos, y tuvo el destino de los enemigos de Dios.
La suerte de Balaam se asemejó a la de Judas, y los caracteres de ambos son muy parecidos. Trataron de reunir el servicio de Dios y el de Mammón, y fracasaron completamente. Balaam reconocía al verdadero Dios y profesaba servirle; judas creía en Cristo como el Mesías y se unió a sus discípulos. Pero Balaam esperaba usar el servicio de Jehová como escalera para alcanzar riquezas y honores mundanos; al fracasar en esto, tropezó, cayó y se perdió. Judas esperaba que su unión con Cristo le asegurase riquezas y elevación en aquel reino terrestre que, según creía, el Mesías estaba por establecer. El fracaso de sus esperanzas le empujó a la apostasía y a la perdición. Tanto Balaam como Judas recibieron mucha iluminación espiritual y ambos gozaron de grandes prerrogativas; pero un solo pecado que ellos abrigaban en su corazón, envenenó todo su carácter y causó su destrucción.
Es cosa peligrosa albergar en el corazón un rasgo anticristiano. Un solo pecado que se conserve irá depravando el carácter, y sujetará al mal deseo todas sus facultades más nobles. La eliminación de una sola salvaguardia de la conciencia, la gratificación de un solo hábito pernicioso, una sola negligencia con respecto a los altos requerimientos del deber, quebrantan las defensas del alma y abren el camino a Satanás para que entre y nos extravíe. El único procedimiento seguro consiste en elevar diariamente con corazón sincero la oración que ofrecía David: "Sustenta mis pasos en tus caminos, porque mis pies no resbalen." (Sal. 17: 5.)
El discurso maestro de Jesucristo, pp. 33-68
"Vosotros sois la sal de la tierra".
Se aprecia la sal por sus propiedades preservadoras; y cuando Dios llama sal a sus hijos, quiere enseñarles que se propone hacerlos súbditos de su gracia para que contribuyan a salvar a otros. Dios escogió a un pueblo ante todo el mundo, no únicamente para adoptar a sus hombres y mujeres como hijos suyos, sino para que el mundo recibiese por ellos la gracia que trae salvación.* Cuando el Señor eligió a Abrahán, no fue solamente para hacerlo su amigo especial; fue para que transmitiese los privilegios especiales que quería otorgar a las naciones. Dijo Jesús, cuando oraba por última vez con sus discípulos antes de la crucifixión: "Y por ellos yo me santifico a mi mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad"* Así también los cristianos que son purificados por la verdad poseerán virtudes salvadoras que preservarán al mundo de la completa corrupción moral.
La sal tiene que unirse con la materia a la cual se la añade; tiene que entrar e infiltrarse para preservar. Así, por el trato personal llega hasta los hombres el poder salvador del Evangelio. No se salvan en grupos, sino individualmente. La influencia personal es un poder. Tenemos que acercarnos a los que queremos mejorar.
El sabor de la sal representa la fuerza vital del cristiano, el amor de Jesús en el corazón, la justicia de Cristo que compenetra la vida. El amor de Cristo es difusivo y agresivo. Si está en nosotros, se extenderá a los demás. Nos acercaremos a ellos, hasta que su corazón sea enternecido por nuestro amor y nuestra simpatía desinteresada. De los creyentes sinceros mana una energía vital y penetrante que infunde un nuevo poder moral a las almas por las cuales ellos trabajan. No es la fuerza del hombre mismo, sino el poder del Espíritu Santo, lo que realiza la obra transformadora.
Jesús añadió esta solemne amonestación: "Si la sal hubiere perdido su sabor ¿con qué será ella misma salada? No sirve ya para nada, sino para ser echada fuera, y hollada de los hombres" (VM).
Al escuchar las palabras de Cristo, la gente podía ver la sal, blanca y reluciente, arrojada en los senderos porque había perdido el sabor y resultaba, por lo tanto, inútil. Simbolizaba muy bien la condición de los fariseos y el efecto de su religión en la sociedad. Representa la vida de toda alma de la cual se ha separado el poder de la gracia de Dios, dejándola fría y sin Cristo. No importa lo que esa alma profese, es considerada insípida y desagradable por los ángeles y por los hombres. A tales personas dice Cristo: "¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca".*
Sin una fe viva en Cristo como Salvador personal, nos es imposible ejercer influencia eficaz sobre un mundo escéptico. No podemos dar a nuestros prójimos lo que nosotros mismos no poseemos. La influencia que ejercemos para bendecir y elevar a los seres humanos se mide por la devoción y la consagración a Cristo que nosotros mismos tenemos. Si no prestamos un servicio verdadero, y no tenemos amor sincero, ni hay realidad en nuestra experiencia, tampoco tenemos poder para ayudar ni relación con el cielo, ni hay sabor de Cristo en nuestra vida. A menos que el Espíritu Santo pueda emplearnos como agentes para comunicar la verdad de Jesús al mundo, somos como la sal que ha perdido el sabor y quedado totalmente inútil. Por faltarnos la gracia de Cristo, atestiguamos ante el mundo que la verdad en la cual aseguramos confiar no tiene poder santificador; y así, en la medida de nuestra propia influencia, anulamos el poder de la Palabra de Dios. "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe... Y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve".*
Cuando el amor llena el corazón, fluye hacia los demás, no por los favores recibidos de ellos, sino porque el amor es el principio de la acción. El amor cambia el carácter, domina los impulsos, vence la enemistad y ennoblece los afectos. Tal amor es tan ancho como el universo y está en armonía con el amor de los ángeles que obran. Cuando se lo alberga en el corazón, este amor endulza la vida entera y vierte sus bendiciones en derredor. Esto, y únicamente esto, puede convertirnos en la sal de la tierra.
"Vosotros sois la luz del mundo".
Al enseñar al pueblo, Jesús creaba interés en sus lecciones y retenía la atención de sus oyentes mediante frecuentes ilustraciones sacadas de las escenas de la naturaleza que los rodeaba. Se había congregado la gente por la mañana. El sol glorioso, que ascendía en el cielo azul, disipaba las sombras en los valles y en los angostos desfiladeros de las montañas. El resplandor del sol inundaba la tierra; el agua tranquila del lago reflejaba la dorada luz y servía de espejo a las rosadas nubes matutinas. Cada capullo, cada flor y cada rama frondosa centelleaban con su carga de rocío. La naturaleza sonreía bajo la bendición de un nuevo día, y de los árboles brotaban los melodiosos trinos de los pájaros. El Salvador miró al grupo que lo acompañaba, luego al sol naciente, y dijo a sus discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo". Así como sale el sol en su misión de amor para disipar las sombras de la noche y despertar el mundo, los seguidores de Cristo también han de salir para derramar la luz del cielo sobre los que se encuentran en las tinieblas del error y el pecado.
En la luz radiante de la mañana se destacaban claramente las aldeas y los pueblos en los cerros circundantes, Y eran detalles atractivos de la escena. Señalándolos, Jesús dijo: "Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder". Luego añadió: "Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, Y alumbra a todos los que están en casa". La mayoría de los oyentes de Cristo eran campesinos o pescadores, en cuyas humildes moradas había un solo cuarto, en el que una sola lámpara, desde su sitio, alumbraba a toda la casa. "Así -dijo Jesús- alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos".
Nunca ha brillado, ni brillará jamás, otra luz para el hombre caído, fuera de la que procede de Cristo. Jesús, el Salvador, es la única luz que puede disipar las tinieblas de un mundo caído en el pecado. De Cristo está escrito: "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres".* Sólo al recibir vida podían sus discípulos hacerse portaluces. La vida de Cristo en el alma y su amor revelado en el carácter los convertiría en la luz del mundo.
La humanidad por sí misma no tiene luz. Aparte de Cristo somos un cirio que todavía no se ha encendido, como la luna cuando su cara no mira hacia el sol; no tenemos un solo rayo de luz para disipar la oscuridad del mundo. Pero cuando nos volvemos hacia el Sol de justicia, cuando nos relacionamos con Cristo, el alma entera fulgura con el brillo de la presencia divina.
Los seguidores de Cristo han de ser más que una luz entre los hombres. Son la luz del mundo. A todos los que han aceptado su nombre, Jesús dice: Os habéis entregado a mí, y os doy al mundo como mis representantes. Así como el Padre lo había enviado al mundo, Cristo declara: "Los he enviado al mundo".* Como Cristo era el medio de revelar al Padre, hemos de ser los medios de revelar a Cristo. Aunque el Salvador es la gran fuente de luz, no olvidéis, cristianos, que se revela mediante la humanidad. Las bendiciones de Dios se otorgan por medio de instrumentos humanos. Cristo mismo vino a la tierra como Hijo del hombre. La humanidad, unida con la naturaleza divina, debe relacionarse con la humanidad. La iglesia de Cristo, cada individuo que sea discípulo del Maestro, es un conducto designado por el cielo para que Dios sea revelado a los hombres. Los ángeles de gloria están listos para comunicar por vuestro intermedio la luz y el poder del cielo a las almas que perecen. ¿Dejará el agente humano de cumplir, la obra que le es asignado? En la medida de su negligencia, priva al mundo de la prometida influencia del Espíritu Santo.
Jesús no dijo a sus discípulos: Esforzaos por hacer que brille la luz; sino: "Alumbre vuestra luz". Si Cristo mora en el corazón, es imposible ocultar la luz de su presencia. Si los que profesan ser seguidores de Cristo no son la luz del mundo es porque han perdido el poder vital; si no tienen luz para difundir, es prueba de que no tienen relación con la Fuente de luz.
A través de toda la historia "el Espíritu de Cristo que estaba en ellos"* hizo de los hijos fieles de Dios la luz de los hombres de su generación. José fue portaluz en Egipto. Por su pureza, bondad y amor filial, representó a Cristo en medio de una nación idólatra. Mientras los israelitas iban desde Egipto a la tierra prometida, los que eran sinceros entre ellos fueron luces para las naciones circundantes. Por su medio Dios se reveló al mundo. De Daniel y sus compañeros en Babilonia, de Mardoqueo en Persia, brotaron vívidos rayos de luz en medio de las tinieblas de las cortes reales. De igual manera han sido puestos los discípulos de Cristo como Portaluces en el camino al cielo. Por su medio, la misericordia y la bondad del Padre se manifiestan a un mundo sumido en la oscuridad de una concepción errónea de Dios. Al ver sus obras buenas, otros se sienten inducidos a dar gloria al Padre celestial; porque resulta manifiesto que hay en el trono del universo un Dios cuyo carácter es digno de alabanza e imitación. El amor divino que arde en el corazón y la armonía cristiana revelada en la vida son como una vislumbre del cielo, concedida a los hombres para que se den cuenta de la excelencia celestial.
Así es como los hombres son inducidos a creer en "el amor que Dios tiene para con nosotros". Así los corazones que antes eran pecaminosos y corrompidos son purificados y transformados para presentarse "sin mancha delante de su gloria con grande alegría".
Las palabras del Salvador "Vosotros sois la luz del mundo" indican que confió a sus seguidores una misión de alcance mundial. En los tiempos de Cristo, el orgullo, el egoísmo y el prejuicio habían levantado una muralla de separación sólida y alta entre los que habían sido designados custodios de los oráculos sagrados y las demás naciones del mundo. Cristo vino a cambiar todo esto. Las palabras que el pueblo oía de sus labios eran distintas de cuantas había escuchado de sacerdotes o rabinos. Cristo derribó la muralla de separación, el amor propio, y el prejuicio divisor del nacionalismo egoísta; enseñó a amar a toda la familia humana. Elevó al hombre por encima del círculo limitado que les prescribía su propio egoísmo; anuló toda frontera territorial y toda distinción artificial de las capas sociales. Para él no había diferencia entre vecinos y extranjeros ni entre amigos y enemigos. Nos enseña a considerar a cada alma necesitada como nuestro prójimo y al mundo como nuestro campo.
Así como los rayos del sol penetran hasta las partes más remotas del mundo, Dios quiere que el Evangelio llegue a toda alma en la tierra. Si la iglesia de Cristo cumpliera el propósito del Señor, se derramaría luz sobre todos los que moran en las tinieblas y en regiones de sombra de muerte. En vez de agruparse y rehuir la responsabilidad y el peso de la cruz, los miembros de la iglesia deberían dispersarse por todos los países para irradiar la luz de Cristo y trabajar como él por la salvación de las almas. Así este "Evangelio del reino" sería pronto llevado a todo el mundo.
De esta manera ha de cumplirse el propósito de Dios al llamar a su pueblo, desde Abrahán en los llanos de Mesopotamia hasta nosotros en el siglo actual. Dice: "Haré de ti una nación grande, y te bendeciré... y serás bendición". Para nosotros, en esta postrera generación, son esas palabras de Cristo, que fueron pronunciadas primeramente por el profeta evangélico y después repercutieron en el Sermón del Monte: "Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti".* Si sobre nuestro espíritu nació la gloria del Señor, si hemos visto la hermosura del que es "señalado entre diez mil" y "todo él codiciable", si nuestra alma se llenó de resplandor en presencia de sus gloria, entonces estas palabras del Maestro fueron dirigidas a nosotros. ¿Hemos estado con Cristo en el monte de la transfiguración? Abajo, en la llanura, hay almas esclavizadas por Satanás que esperan las palabra de fe y las oraciones que las pongan en libertad.
No sólo hemos de contemplar la gloria de Cristo, sino también hablar de su excelencia. Isaías no se limitó a contemplar la gloria de Cristo, sino que también habló de él. Mientras David meditaba, el fuego ardía; y luego habló con su lengua. Cuando pensaba en el amor maravilloso de Dios, no podía menos que hablar de los que veía y sentía. ¿Quién puede mirar, por la fe en el plan maravilloso de la salvación, la gloria del Hijo unigénito de Dios, sin hablar de ella? El amor insondable que se manifestó en la cruz del Calvario por la muerte de Cristo para que no nos perdiésemos mas tuviésemos vida eterna, ¿quién lo puede contemplar y no hallar palabras para ensalzar la gloria del Señor?
"En su templo todos los suyos le dicen gloria". El dulce cantor de Israel lo alabó con su arpa, diciendo: "En la hermosura de la gloria de tu magnificencia, y en tus hechos maravillosos meditaré. Del poder de tus hechos estupendos hablarán los hombres; y yo publicaré tu grandeza".
La cruz del Calvario debe levantarse en alto delante de la gente para que absorba sus espíritus y concentre sus pensamientos. Entonces todas las facultades espirituales se vivificarán con le poder divino que viene directamente de Dios. Se concentrarán entonces las energías en una actividad genuina por el Maestro. Los que obren enviarán al mundo rayos de luz, como agentes vivos que iluminan la tierra.
Cristo acepta con verdadero gozo todo agente humano que se entrega a él. Une lo humano con lo divino, para comunicar al mundo los misterios del amor encarnado. Hablemos de ellos; oremos al respecto; cantémoslos. Proclamemos por todas partes el mensaje de su gloria, y sigamos avanzando hacia las regiones lejanas.
Las pruebas soportadas con paciencia, las bendiciones recibidas con gratitud, las tentaciones resistidas valerosamente, la mansedumbre, la bondad, la compasión y el amor revelados constantemente son las luces que brillan en el carácter, en contraste con la oscuridad del corazón egoísta, en el cual jamás penetró la luz de la vida.
LA ESPIRITUALIDAD DE LA LEY.
"No he venido para abrogar, sino para cumplir".
Fue Cristo quién, en medio del trueno y el fuego, proclamó la ley en el monte Sinaí. Como llama devoradora, la gloria de Dios descendió sobre la cumbre y la montaña tembló por la presencia del Señor. Las huestes de Israel, prosternadas sobre la tierra, habían escuchado, presas de pavor, los preceptos sagrados de la ley. ¡Qué contraste con la escena en el monte de las bienaventuranzas! Bajo el cielo estival, cuyo silencio se veía turbado solamente por el gorjear de los pajarillos, presentó Jesús los principios de su reino. Empero Aquel que habló al pueblo ese día en palabras de amor les explicó los principios de la ley proclamada en el Sinaí.
Cuando se dictó la ley, Israel, degradado por los muchos años de servidumbre en Egipto, necesitaba ser impresionado por el poder y la majestad de Dios. No obstante, él se le reveló también como Dios amoroso.
"Jehová vino de Sinaí,
y de Seir les esclareció;
resplandeció desde el monte de Parán,
y vino de entre diez millares de santos,
con la ley de fuego a su mano derecha.
Aun amó a su pueblo;
todos los consagrados a él estaban en su mano;
por tanto, ellos siguieron en tus pasos,
recibiendo dirección de ti".
Fue a Moisés a quien Dios reveló su gloria en estas palabras maravillosas que han sido el legado precioso de los siglos: "¡Jehová ! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado".
La ley dada en el Sinaí era la enunciación del principio de amor, una revelación hecha a la tierra de la ley de los cielos. Fue decretada por la mano de un Mediador, y promulgada por Aquel cuyo poder haría posible que los corazones de los hombres armonizaran con sus principios. Dios había revelado el propósito de la ley al declarar al Israel: "Y me seréis varones santos".
Pero Israel no había percibido la espiritualidad de la ley, y demasiadas veces su obediencia profesa era tan sólo una sumisión a ritos y ceremonias, más bien que una entrega del corazón a la soberanía del amor. Cuando en su carácter y obra Jesús representó ante los hombres los atributos santos, benévolos y paternales de Dios y les hizo ver cuán inútil era la mera obediencia minuciosa a las ceremonias, los dirigentes judíos no recibieron ni comprendieron sus palabras.
Creyeron que no recalcaba lo suficiente los requerimientos de la ley; y cuando les presentó las mismas verdades que eran la esencia del servicio que Dios les asignara, ellos, que miraban solamente a lo exterior, lo acusaron de querer derrocar la ley.
Las palabras de Cristo, aunque pronunciadas sosegadamente, se distinguían por una gravedad y un poder que conmovían los corazones del pueblo. Escuchaban para oír si repetía las tradiciones inertes y las exigencias de los rabinos, pero escuchaban en vano. "La gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas". Los fariseos notaban la gran diferencia entre su propio método de enseñanza y el de Cristo. Percibían que la majestad, la pureza y la belleza de la verdad, con su influencia profunda suave, echaba hondas raíces en muchas mentes. El amor divino y la ternura del Salvador atraían hacia él los corazones de los hombres Los rabinos comprendían que la enseñanza. de él anularía todo el tenor de la instrucción que habían impartido al pueblo. Estaba derribando la muralla de separación que tanto había lisonjeado su orgullo y exclusivismo, y temieron que, si se lo permitían, alejaría completamente de ellos al pueblo. Por eso lo seguían con resuelta hostilidad, al acecho de alguna ocasión para malquistarlo con la muchedumbre, lo cual permitiría al Sanedrín obtener su condenación y muerte.
En el monte había espías que atisbaban a Jesús; y mientras él presentaba los principios de la justicia, los fariseos fomentaban el rumor de que su enseñanza se oponía a los preceptos que Dios les había dado en el monte Sinaí. El Salvador no dijo una sola palabra que pudiera turbar la fe en la religión ni en las instituciones establecidas por medio de Moisés; porque todo rayo de luz divina que el gran caudillo de Israel comunicó a su pueblo lo había recibido de Cristo. Mientras muchos murmuraban en sus corazones que él había venido para destruir la ley, Jesús, en términos inequívocos, reveló su actitud hacia los estatutos divinos: "No penséis -dijo- que he venido para abrogar la ley o los profetas".
Fue el Creador de los hombres, el Dador de la ley, quien declaró que no albergaba el propósito de anular sus preceptos. Todo en la naturaleza, desde la diminuta partícula que baila en un rayo de sol hasta los astros en los cielos, está sometido a leyes. De la obediencia a estas leyes dependen el orden y la armonía del mundo natural. Es decir que grandes principios de justicia gobiernan la vida de todos los seres inteligentes, y de la conformidad a estos principios depende el bienestar del universo. Antes que se creara la tierra existía la ley de Dios. Los ángeles se rigen por sus principios y, para que este mundo esté en armonía con el cielo, el hombre también debe obedecer los estatutos divinos. Cristo dio a conocer al hombre en el Edén los preceptos de la ley, "cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios". La misión de Cristo en la tierra no fue abrogar la ley, sino hacer volver a los hombres por su gracia a la obediencia de sus preceptos.
El discípulo amado, que escuchó las palabras de Jesús en el monte, al escribir mucho tiempo después, bajo la inspiración del Espíritu Santo, se refirió a la ley como a una norma de vigencia perpetua. Dice que "el pecado es infracción de la ley". y que "todo aquel que comete pecado, infringe también la ley". Expresa claramente que la ley a la cual se refiere es "el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio". Habla de la ley que existía en la creación y que se reiteró en el Sinaí.
Al hablar de la ley, dijo Jesús: "No he venido para abrogar, sino para cumplir". Aquí usó la palabra "cumplir" en el mismo sentido que cuando declaró a Juan el Bautista su propósito de "cumplir toda justicia",* es decir, llenar la medida de lo requerido por la ley, dar un ejemplo de conformidad perfecta con la voluntad de Dios.
Su misión era "magnificar la ley y engrandecerla". Debía enseñar la espiritualidad de la ley, presentar sus principios de vasto alcance y explicar claramente su vigencia perpetua. La belleza divina del carácter de Cristo, de quien los hombres más nobles y más amables son tan sólo un pálido reflejo; de quien escribió Salomón, por el Espíritu de inspiración, que es el "señalado entre diez mil... y todo él codiciable"; de quien David, viéndolo en visión profética, dijo: "Más hermoso eres que los hijos de los hombres"; Jesús, la imagen de la persona del Padre, el esplendor de su gloria; el que fue abnegado Redentor en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la ley de Dios. En su vida se manifestó el hecho de que el amor nacido en el cielo, los principios fundamentales de Cristo, sirven de base a las leyes de rectitud eterna.
"Hasta que pasen el cielo y la tierra -dijo Jesús-, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido". Por: su propia obediencia a la ley, Jesús atestiguó su carácter inalterable y demostró que con su gracia puede obedecerla perfectamente todo hijo e hija de Adán.
En el monte declaró que ni la jota más insignificante desaparecería de la ley hasta que todo se hubiera cumplido, a saber: todas las cosas que afectan a la raza humana, todo lo que se refiere al plan de redención. No enseña que la ley haya de ser abrogada alguna vez, sino que, a fin de que nadie suponga que era su misión abrogar los preceptos de la ley, dirige el ojo al más lejano confín del horizonte del hombre y nos asegura que hasta que se llegue a ese punto, la ley conservará su autoridad. Mientras perduren los cielos y la tierra, los principios sagrados de la ley de Dios permanecerán. Su justicia, "como los montes de Dios", continuará, cual una fuente de bendición que envía arroyos para refrescar la tierra.
Dado que la ley del Señor es perfecta y, por lo tanto, inmutable, es imposible que los hombres pecaminosos satisfagan por sí mismos la medida de lo que requiere. Por eso vino Jesús como nuestro Redentor. Era su misión, al hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina, ponerlos en armonía con los principios de la ley del cielo. Cuando renunciamos a nuestros pecados y recibimos a Cristo como nuestro Salvador, la ley es ensalzada. Pregunta el apóstol Pablo: "¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley".
La promesa del nuevo pacto es: "Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré".
Mientras que con la muerte de Cristo iba a desaparecer el sistema de los símbolos que señalaban a Cristo como Cordero de Dios que iba a quitar el pecado del mundo, los principios de justicia expuestos en el Decálogo son tan inmutables como el trono eterno. No se ha suprimido un mandamiento, ni una jota o un tilde se ha cambiado. Estos principios que se comunicaron a los hombres en el paraíso como la ley suprema de la vida existirán sin sombra de cambio en el paraíso restaurado. Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, la ley de amor dada por Dios será obedecida por todos debajo del sol.
"Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra, en los cielos". "Fieles son todos sus mandamientos afirmados eternamente y para siempre, hechos en verdad y en rectitud". "Hace ya mucho que he entendido tus testimonios, que para siempre los has establecido".
"Cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos".
Eso significa que no tendrá lugar en el reino, pues el que deliberadamente quebranta un mandamiento no guarda ninguno de ellos en espíritu ni en verdad. "Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos".
No es la magnitud del acto de desobediencia lo que constituye el pecado sino el desacuerdo con la voluntad expresa de Dios en el detalle más mínimo, porque demuestra que todavía hay comunión entre el alma y el pecado. El corazón está dividido en su servicio. Niega realmente a Dios, y se rebela contra las leyes de su gobierno.
Si los hombres estuviesen en libertad para apartarse de lo que requiere el Señor y pudieran fijarse una norma de deberes, habría una variedad de normas que se ajustarían a las diversas mentes y se quitaría el gobierno de las manos de Dios. La voluntad de los hombres se haría suprema, y la voluntad santa y altísima de Dios, sus fines de amor hacia sus criaturas, no serían honrados ni respetados.
Siempre que los hombres escogen su propia senda, se oponen a Dios. No tendrán lugar en el reino de los cielos, porque guerrean contra los mismos principios del cielo. Al despreciar la voluntad de Dios, se sitúan en el partido de Satanás, el enemigo de Dios y de los hombres. No por una palabra, ni por muchas palabras, sino por toda palabra que ha hablado Dios, vivirá el hombre. No podemos despreciar una sola palabra, por pequeña que nos parezca, y estar libres de peligro. No hay en la ley un mandamiento que no sea para el bienestar y la felicidad de los hombres, tanto en esta vida como en la venidera. Al obedecer la ley de Dios, el hombre queda rodeado de un muro que lo protege del mal. Quien derriba en un punto esta muralla edificada por Dios destruye la fuerza de ella para protegerlo porque abre un camino por donde puede entrar el enemigo para destruir y arruinar.
Al osar despreciar la voluntad de Dios en un punto, nuestros primeros padres abrieron las puertas a las desgracias que inundaron el mundo. Toda persona que siga su ejemplo cosechará resultados parecidos. El amor de Dios es la base de todo precepto de su ley, y el que se aparte del mandamiento labra su propia desdicha y su ruina.
"Si vuestra justicia no fuere, mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos."
Los escribas y los fariseos habían acusado de pecado no solamente a Cristo sino también a sus discípulos, porque no respetaban los ritos y las ceremonias rabínicas. A menudo los discípulos se habían sentido perplejos y confusos ante la censura y la acusación de aquellos a quienes se habían acostumbrado a venerar como maestros religiosos. Mas Jesús desenmascaró ese engaño. Declaró que la justicia, a la cual los fariseos daban tanta importancia, era inútil. La nación judaica aseveraba ser el pueblo especial y leal que Dios favorecía; pero Cristo representó su religión Como privada de fe salvadora. Todos sus asertos de piedad, sus ficciones y ceremonias de origen humano, y aun su jactancioso obediencia a los requerimientos exteriores de la ley, no lograban hacerlos santos. No eran limpios de corazón, ni nobles ni parecidos a Cristo en carácter.
Una religión formalista no basta para poner el alma en armonía con Dios. La ortodoxia rígida e inflexible de los fariseos, sin contrición, ni ternura ni amor, no era más que un tropiezo para los pecadores. Se asemejaban ellos a sal que hubiera perdido su sabor; porque su influencia no tenía poder para proteger al mundo contra la corrupción. La única fe verdadera es la que "obra por el amor"* para Purificar el alma. Es como una levadura que transforma el carácter.
Los judíos debían haber aprendido todo esto de las enseñanzas de los profetas. Siglos atrás, la súplica del alma por la justificación en Dios había hallado expresión y respuesta en las palabras del profeta Miqueas: "¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de: carneros, o de diez mil arroyos de aceite?. . . Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia y humillarte ante tu Dios".
El profeta Oseas había señalado lo que constituye la esencia del farisaísmo, en las siguientes palabras: "Israel es una frondosa viña, que da abundante fruto para sí misma". En el servicio que profesaban prestar a Dios, los judíos trabajaban en realidad para sí mismos. Su justicia era fruto de sus propios esfuerzos para observar la ley, conforme a sus propias ideas y para su propio bien egoísta. Por lo tanto, no podía ser mejor que ellos. En sus esfuerzos para hacerse santos, procuraban sacar cosa limpia de algo inmundo. La ley de Dios es tan santa como él, tan perfecta como él. Presenta a los hombres la justicia de Dios. Es imposible que los seres humanos por sus propias fuerzas, observen esta ley; porque la naturaleza del hombre es depravada, deforme y enteramente distinta del carácter de Dios. Las obras del corazón egoísta son "como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia".
Aunque la ley es santa, los judíos no podían alcanzar la justicia por sus propio esfuerzos para guardarla. Los discípulos de Cristo debían buscar una justicia diferente de la justicia de los fariseos, si querían entrar en el reino de los cielos. Dios les ofreció, en su Hijo, la justicia perfecta de la ley. Si querían abrir sus corazones para recibir plenamente a Cristo, entonces la vida misma de Dios, su amor, moraría en ellos, transformándolos a su semejanza; así, por el don generoso, de Dios, poseerían la justicia exigida por la ley. Pero los fariseos rechazaron a Cristo; "ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia", no querían someterse a la justicia de Dios.
Jesús procedió entonces a mostrar a sus oyentes lo que significa observar los mandamientos de Dios, que son en sí mismos una reproducción del carácter de Cristo. Porque en él, Dios se manifestaba diariamente ante ellos.
"Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio".
Mediante Moisés, Jehová había dicho: "No aborrecerás a tu hermano en tu corazón.. . No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo". Las verdades que Cristo presentaba eran las mismas que habían enseñado los profetas, pero se habían oscurecido a causa de la dureza de los corazones y del amor al pecado.
Las palabras del Salvador revelaban a sus oyentes que, al condenar a otros como transgresores, ellos eran igualmente culpables, porque abrigaban malicia y odio.
Al otro lado del mar, frente al lugar en que estaban congregados, se extendía la tierra de Basán, una región solitaria cuyos empinados desfiladeros y colinas boscosas eran desde mucho tiempo antes el escondite favorito de toda clase de criminales. La gente recordaba vívidamente las noticias de robos y asesinatos cometidos allí, y muchos denunciaban severamente a esos malhechores. Al mismo tiempo ellos mismos eran arrebatados y contenciosos; albergaban el odio más ciego hacia sus opresores romanos y se creían autorizados para aborrecer y despreciar a todos los demás pueblos, aun a sus compatriotas que no se conformaban a sus ideas en todas las cosas. En todo esto violaban la ley que ordena: "No matarás".
El espíritu de odio y de venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar muerte al Hijo de Dios. Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el mismo espíritu; y su fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace latente la mala acción, así como la planta yace en la semilla. "Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él".
"Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio". En la dádiva de su Hijo para nuestra redención, Dios demostró cuánto valor atribuye a toda alma humana, y a nadie autoriza para hablar desdeñosamente de su semejante. Veremos defectos y debilidades en los que nos rodean, pero Dios reclama cada alma como su propiedad, por derecho de creación, y dos veces suya por haberla comprado con la sangre preciosa de Cristo. Todos fueron creados a su imagen, y debemos tratar aun a los más degradados con respeto y ternura. Dios nos hará responsables hasta de una sola palabra despectiva hacia un alma por la cual Cristo dio su vida.
"¿Quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" "¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae".
"Cualquiera que le diga [a su hermano]: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego". En el Antiguo Testamento la palabra fatuo se usa para describir a un apóstata o al que se entregó a la iniquidad. Dice Jesús que quienquiera que considere a su hermano como apóstata, o como despreciador de Dios, muestra que él mismo merece semejante condenación.
El mismo Cristo, cuando contendía con Satanás sobre el cuerpo de Moisés, "no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él". Si lo hubiera hecho, le habría dado una ventaja a Satanás, porque las acusaciones son armas del diablo. En las Sagradas Escrituras se lo llama "el acusador de nuestros hermanos". Jesús no empleó ninguno de los métodos de Satanás. L e respondió con. las palabras: "El Señor te reprenda".
Su ejemplo es para nosotros. Cuando nos vemos en conflicto con los enemigos de Cristo, no debemos hablar con espíritu de desquite, ni deben nuestras palabras asemejarse a una acusación burlona. El que vive como vocero de Dios no debe decir palabras que aun la Majestad de los cielos se negó a usar cuando contendía con Satanás. Debemos dejar a Dios la obra de juzgar y condenar.
"Reconcíliate primero con tu hermano".
El amor de Dios es algo más que una simple negación; es un principio positivo y eficaz, una fuente viva que corre eternamente para beneficiar a otros. Si el amor de Cristo mora en nosotros, no sólo no abrigaremos odio alguno hacia nuestros semejantes, sino que trataremos de manifestarles nuestro amor de toda manera posible.
Dice Jesús: "Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda", Las ofrendas de sacrificio expresaban que el dador creía que por Cristo había llegado a participar de la gracia del amor de Dios. Pero el que expresara fe en el amor perdonador de Dios y al mismo tiempo cultivase un espíritu de animosidad, estaría tan sólo representando una farsa.
Cuando alguien que profesa servir a Dios perjudica a un hermano suyo, calumnia el carácter de Dios ante ese hermano, y para reconciliarse con Dios debe confesar el daño causado y reconocer su pecado. Puede ser que nuestro hermano nos haya causado un perjuicio aún más grave que el que nosotros le produjimos, pero esto no disminuye nuestra responsabilidad. Si cuando nos presentamos ante Dios recordamos que otra persona tiene algo contra nosotros, debemos dejar nuestra ofrenda de oración, gratitud o buena voluntad, e ir al hermano con quien discrepamos y confesar humildemente nuestro pecado y pedir perdón.
Si hemos defraudado o perjudicado en algo a nuestro hermano, debemos repararlo. Si hemos dado falso testimonio sin saberlo, si hemos repetido equivocadamente sus palabras, si hemos afectado su influencia de cualquier manera que sea, debemos ir a las personas con quienes hemos hablado de él, y retractarnos de todos nuestros dichos perjudiciales.
Si las dificultades entre hermanos no se manifestaran a otros, sino que se resolvieran francamente entre ellos mismos, con espíritu de amor cristiano, ¡cuánto mal se evitaría! ¡Cuántas raíces de amargura que contaminan a muchos quedarían destruidas, y con cuánta fuerza y ternura se unirían los seguidores de Cristo en su amor!
"Cualquiera que mira a una mujer para codiciara ya adulteró con ella en su corazón".
Los judíos se enorgullecían de su moralidad y se horrorizaban de las costumbres sensuales de los paganos. La presencia de los jefes romanos, enviados a Palestina por causa del gobierno imperial, era una ofensa continua para el pueblo; porque con estos gentiles habían venido muchas costumbres paganas, lascivia y disipación. En Capernaum, los jefes romanos asistían a los paseos y desfiles con sus frívolas mancebas, y a menudo el ruido de sus orgías interrumpía la quietud del lago cuando sus naves de placer se deslizaban sobre las tranquilas aguas. La gente esperaba que Jesús denunciase ásperamente a esa clase; pero con asombro escuchó palabras que revelaban el mal de sus propios corazones.
Cuando se aman y acarician malos pensamientos, por muy en secreto que sea, dijo Jesús, se demuestra que el mal reina todavía en el corazón. El alma sigue sumida en hiel de amargura y sometida a la iniquidad. El que halla placer espaciándose en escenas impuras, cultiva malos pensamientos y echa miradas sensuales, puede contemplar en el pecado visible, con su carga de vergüenza y aflicción desconsoladora, la verdadera naturaleza del mal que lleva oculto en su alma. El momento de tentación en que posiblemente se caiga en pecado gravoso no crea el mal que se manifiesta; sólo desarrolla o revela lo que estaba latente y oculto en el corazón. "Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él", ya que del corazón "mana la vida".
"Si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti".
Para evitar que la enfermedad se extienda por el cuerpo y destruya la vida, el hombre permite que se le ampute hasta la mano derecha. Debería estar aún más dispuesto a renunciar a lo que pone en peligro la vida del alma.
Las almas degradadas y esclavizadas por Satanás han de ser redimidas por el Evangelio para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. El propósito de Dios no es únicamente librarnos del sufrimiento que es consecuencia inevitable del pecado, sino salvarnos del pecado mismo. El alma corrompida y deformada debe ser limpiada y transformada para ser vestida, con "la luz de Jehová nuestro Dios". Debemos ser "hechos conformes a la imagen de su Hijo". "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman". Sólo la eternidad podrá revelar el destino glorioso del hombre en quien se restaure la imagen de Dios.
Para que podamos alcanzar este alto ideal, debe sacrificarse todo lo que le causa tropiezo al alma. Por medio de la voluntad, el pecado retiene su dominio sobre nosotros. La rendición de la voluntad se representa como la extracción del ojo o la amputación de la mano. A menudo nos parece que entregar la voluntad a Dios es aceptar una vida contrahecha y coja; pero es mejor, dice Cristo, que el yo esté contrahecho, herido y cojo, si por este medio puede el individuo entrar en la vida. Lo que le parece desastre es la puerta de entrada al beneficio supremo.
Dios es la fuente de la vida, y sólo podemos tener vida cuando estamos en comunión con él. Separados de Dios, podemos existir por corto tiempo, pero no poseemos la vida. "La que se entrega a los placeres, viviendo está muerta". Únicamente cuando entregamos nuestra voluntad a Dios, él puede impartirnos vida. Sólo al recibir su vida por la entrega del yo es posible, dijo Jesús, que se venzan estos pecados ocultos que he señalado. Podéis encerrarlos en el corazón y esconderlos a los ojos humanos, pero ¿Cómo compareceréis ante la presencia de Dios?
Si os aferráis al yo y rehusáis entregar la voluntad a Dios, elegís la muerte. Dondequiera que esté el pecado, Dios es para él un fuego devorador. Si elegís el pecado y rehusáis separamos de él, la presencia de Dios que consume el pecado también os consumirá a vosotros.
Requiere sacrificio entregarnos a Dios, pero es sacrificio de lo inferior por lo superior, de lo terreno por lo espiritual, de lo perecedero por lo eterno. No desea Dios que se anule nuestra voluntad, porque solamente mediante su ejercicio podemos hacer lo que Dios quiere. Debernos entregar nuestra voluntad a él para que podamos recibirla de vuelta purificada y refinada, y tan unida en simpatía con el Ser divino que él pueda derramar, por nuestro medio los raudales de su amor y su poder. Por amarga y dolorosa que parezca esta entrega al corazón voluntarioso y extraviado, aun así nos dice: "Mejor te es".
Hasta que Jacob no cayó desvalido y sin fuerzas sobre el pecho del Ángel del pacto, no conoció la victoria de la fe vencedora ni recibió el título de príncipe con Dios. Sólo cuando "cojeaba de su cadera" se detuvieron las huestes armadas de Esaú, y el Faraón, heredero soberbio de un linaje real, se inclinó para pedir su bendición. Así el autor de nuestra salvación se hizo ""perfecto... por ¡medio de los padecimientos". y los hijos de fe "sacaron fuerzas de debilidad" y "pusieron en fuga ejércitos extranjeros". Así "los cojos arrebatarán presa", el débil "será como David" y "la casa de David como... el ángel de Jehová".
¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?"
Entre los judíos se permitía que un hombre repudiase a su mujer por las ofensas más insignificantes, y ella quedaba en libertad para casarse otra vez. Esta costumbre era causa de mucha desgracia y pecado. En el Sermón del Monte, Jesús indicó claramente que el casamiento no podía disolverse, excepto por infidelidad a los votos matrimoniales. "El que repudia a su mujer -dijo él-, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio".
Después, cuando los fariseos lo interrogaron acerca de la legalidad del divorcio, Jesús dirigió la atención de sus oyentes hacia a institución del matrimonio conforme se ordenó en la creación del mundo. "Por la dureza de vuestro corazón -dijo, él- Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres: mas al principio no fue así". Se refirió a los días bienaventurados del Edén, cuando Dios declaró que todo "era bueno en gran manera". Entonces tuvieron su origen dos instituciones gemelas, para la gloria de Dios y en beneficio de la humanidad: el matrimonio y el sábado. Al unir Dios en matrimonio las manos de la santa pareja diciendo:
"Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne",* dictó a ley del matrimonio para todos los hijos de Adán hasta el fin del tiempo. Lo que el mismo Padre eterno había considerado bueno era una ley que reportaba la más elevada bendición y progreso para los hombres.
Como todas las demás excelentes dádivas que Dios confió a la custodia de la humanidad, el matrimonio fue pervertido por el pecado; pero el propósito del Evangelio es restablecer su pureza, y hermosura. Tanto en el Antiguo como en él Nuevo Testamento, se emplea el matrimonio para representar la unión tierna y sagrada que existe entre Cristo y su pueblo, los redimidos a quienes él adquirió al precio del Calvario. Dice: "No temas... porque tu marido tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor, el Santo de Israel; Dios de toda la tierra será llamado". "Convertíos, hijos rebelde , dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo". En el Cantar de los Cantares oímos decir a la voz de la novia: "Mi amado es mío, y yo suya". Y el "señalado entre diez mil" dice a su escogida: "Tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha".
Mucho después, Pablo, el apóstol, al escribir a los cristianos de Efeso, declara que el Señor constituyó al marido cabeza de la mujer, como su protector y vínculo que une a los miembros de la familia, así como Cristo es la cabeza de la iglesia y el Salvador del cuerpo místico. Por eso dice: "Como la iglesia, está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndole purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a si mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres" .
La gracia de Cristo, y sólo ella, puede hacer de esta institución lo que Dios deseaba que fuese: un medio de beneficiar y elevar a la humanidad. Así las familias de la tierra, en su unidad, paz y amor, pueden representar a la familia de los cielos.
Ahora, como en el tiempo de Cristo, la condición de la sociedad merece un triste comentario, en contraste con el ideal del cielo para esta relación sagrada. Sin embargo, aun a los que encontraron amargura y desengaño donde habían esperado compañerismo y gozo, el Evangelio de Cristo ofrece consuelo. La paciencia y ternura que su Espíritu puede impartir endulzará la suerte más amarga. El corazón en el cual mora Cristo estará tan henchido, tan satisfecho de su amor que no se consumirá con el deseo de atraer simpatía y atención a sí mismo. Si el alma se entrega a Dios, la sabiduría de él puede llevar a cabo lo que la capacidad humana no logra hacer. Por la revelación de su gracia, los corazones que eran antes indiferentes o se habían enemistado pueden unirse con vínculos más fuertes y más duraderos que los de la tierra, los lazos de oro de un amor que resistirá cualquier prueba.
"No perjurarás".
Se nos indica por qué se dio este mandamiento: No hemos de jurar "ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un sólo cabello".
Todo proviene de Dios. No tenemos nada que no hayamos recibido; además, no tenemos nada que no haya sido comprado para nosotros por la sangre de Cristo. Todo lo 59 que poseemos nos llega con el sello de la cruz, y ha sido comprado con la sangre que es más preciosa que cuanto puede imaginarse, porque es la vida de Dios. De ahí que no tengamos derecho de empeñar cosa alguna en juramento, como si fuera nuestra, para garantizar el cumplimiento de nuestra palabra.
Los judíos entendían que el tercer mandamiento prohibía el uso profano del nombre de Dios; pero se creían libres para pronunciar otros juramentos. Prestar juramento era común entre ellos. Por medio de Moisés se les prohibió jurar en falso; pero tenían muchos artificios para librarse de la obligación que entraña un juramento. No temían incurrir en lo que era realmente blasfemia ni les atemorizaba el perjurio, siempre que estuviera disfrazado por algún subterfugio técnico que les permitiera eludir la ley.
Jesús condenó sus prácticas, y declaró que su costumbre de jurar era una transgresión del mandamiento de Dios. Pero el Salvador no prohibió el juramento judicial o legal en el cual se pide solemnemente a Dios que sea testigo de que cuanto se dice es la verdad, y nada más que la verdad. El mismo Jesús, durante su juicio ante el Sanedrín, no se negó a dar testimonio bajo juramento. Dijo el sumo sacerdote: "Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios". Contestó Jesús: "Tú lo has dicho".* Si Cristo hubiera condenado en el Sermón del Monte el juramento judicial, en su juicio habría reprobado al sumo sacerdote y así, para provecho de sus seguidores, habría corroborado su propia enseñanza.
A muchos que no temen engañar a sus semejantes se les ha enseñado que es una cosa terrible mentir a su Hacedor, y el Espíritu Santo les ha hecho sentir que es así. Cuando están bajo juramento, se les recuerda que no declaran sólo ante los hombres, sino también ante Dios; que si mienten, ofenden a Aquel que lee el corazón y conoce la verdad. El conocimiento de los castigos terribles que recibió a veces este pecado tiene sobre ellos una influencia restrictiva. Si hay alguien que puede declarar en forma consecuente bajo juramento, es el cristiano. Vive continuamente como en la presencia de Dios, seguro de que todo pensamiento es visible a los ojos del Ángel con quien tenemos que ver; y cuando ello le es requerido legalmente, le es lícito pedir que Dios sea testigo de que lo que dice es la verdad, y nada más que la verdad.
Jesús enunció un principio que haría inútil todo juramento. Enseña que la verdad exacta debe ser la ley del hablar. "Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede".
Estas palabras condenan todas las frases e interjecciones insensatas que rayan en profanidad. Condenan los cumplidos engañosos, el disimulo de la verdad, las frases lisonjeras, las exageraciones, las falsedades en el comercio que prevalecen en la sociedad y en el mundo de los negocios. Enseñan que nadie puede llamarse veraz si trata de aparentar lo que no es o si sus palabras no expresan el verdadero sentimiento de su corazón.
Si se prestara atención a estas palabras de Cristo, se refrenaría la expresión de malas sospechas y ásperas censuras; porque al comentar las acciones y los motivos ajenos, ¿quién puede estar seguro de decir la verdad exacta? ¡Cuántas veces influyen sobre la impresión dada el orgullo, el enojo, el resentimiento personal Una mirada, una palabra, aun una modulación de la voz, pueden rebosar mentiras. Hasta los hechos ciertos pueden presentarse de manera que produzcan una impresión falsa. "Lo que es más" que la verdad, "de mal procede".
Todo cuanto hacen los cristianos debe ser transparente como la luz del sol. La verdad es de Dios; el engaño, en cada tina de sus muchas formas, es de Satanás; el que en algo se aparte de la verdad exacta, se somete al poder del diablo. Pero no es fácil ni sencillo decir la verdad exacta. No podemos decirla a menos que la sepamos; y ¡cuántas veces las opiniones preconcebidas, el prejuicio mental, el conocimiento imperfecto, los errores de juicio impiden que tengamos una comprensión correcta de los asuntos que nos atañen! No podemos hablar la verdad a menos que nuestra mente esté bajo la dirección constante de Aquel que es verdad.
Por medio del apóstol Pablo, Cristo nos ruega: "Sea vuestra palabra siempre con gracia". "Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes".* A la luz de estos pasajes vemos que las palabras pronunciadas por Cristo en el monte condenan la burla, la frivolidad y la conversación impúdica. Exigen que nuestras palabras sean no solamente verdaderas sino también puras.
Quienes hayan aprendido de Cristo no tendrán participación "en las obras infructuosas de las tinieblas". En su manera de hablar, tanto como en su vida, serán sencillos, sinceros y veraces porque se preparan para la comunión con los santos en cuyas "bocas no fue hallada mentira".*
"No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra".
Constantemente surgían ocasiones de provocación para los judíos en su trato con la soldadesca romana. Había tropas acantonadas en diferentes sitios de Judea y Galilea, y su presencia recordaba al pueblo su propia decadencia nacional. Con amargura íntima oían el toque del clarín y veían cómo las tropas se alineaban alrededor del estandarte de Roma para rendir homenaje a este símbolo de su poder. Las fricciones entre el pueblo y los soldados eran frecuentes, lo que acrecentaba el odio popular. A menudo, cuando algún jefe romano con su escolta de soldados iba de un lugar a otro, se apoderaba de los labriegos judíos que trabajaban en el campo y los obligaba a transportar su carga trepando la ladera de la montaña o a prestar cualquier otro servicio que pudiera necesitar. Esto estaba de acuerdo con las leyes y costumbres romanas, y la resistencia a esas exigencias sólo traía vituperios y crueldad. Cada día aumentaba en el corazón del pueblo el anhelo de libertarse del yugo romano. Especialmente entre los osados y bruscos galileos, cundía el espíritu de rebelión. Por ser Capernaum una ciudad fronteriza, era la base de una guarnición romana, y aun mientras Jesús enseñaba, una compañía de soldados romanos que se hallaba a la vista recordó a sus oyentes cuán amarga era la humillación de Israel. El pueblo miraba ansiosamente a Cristo, esperando que él fuese quien humillaría el orgullo de Roma.
Miró Jesús con tristeza los rostros vueltos hacia él. Notó el espíritu de venganza que había dejado su impresión maligna sobre ellos, y reconoció con cuánta amargura el pueblo ansiaba poder para aplastar a sus opresores. Tristemente, les aconsejó: "No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en tu mejilla derecha, vuélvele también la otra".
Estas palabras eran una repetición de la enseñanza del Antiguo Testamento. Es verdad que la regla "ojo por ojo, diente por diente", se hallaba entre las leyes dictadas por Moisés; pero era un estatuto civil. Nadie estaba justificado para vengarse, porque el Señor había dicho: "No digas: Yo me vengaré". "Ño digas: Como me hizo, así le haré". "Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes". "Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua".
Toda la vida terrenal de Jesús fue una manifestación de este principio. Para traer el pan de vida a sus enemigas nuestro Salvador dejó su hogar en los cielos. Aunque desde la cuna hasta el sepulcro lo abrumaron las calumnias y la persecución, Jesús no les hizo frente sino expresando su amor perdonador. Por medio del profeta Isaías, dice: "Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos". "Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca". Desde la cruz del Calvario, resuenan a través de los siglos su oración en favor de sus asesinos y el mensaje de esperanza al ladrón moribundo.
Cristo vivía rodeado de la presencia del Padre, y nada le aconteció que no fuese permitido por el Amor infinito para bien del mundo. Esto era su fuente de consuelo, y lo es también para nosotros. El que está lleno del Espíritu de Cristo mora en Cristo. El golpe que se le dirige a él, cae sobre el Salvador, que lo rodea con su presencia. Todo cuanto le suceda viene de Cristo. No tiene que resistir el mal, porque Cristo es su defensor. Nada puede tocarlo sin el permiso de nuestro Señor; y "todas las cosas" cuya ocurrencia es permitida "a los que aman a Dios. les ayudan a bien".
"Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos".
Mandó Jesús a sus discípulos que, en vez de oponerse a las órdenes de las autoridades, hicieran aún más de lo que se requería de ellos. En lo posible, debían cumplir toda obligación, aun más allá de lo que exigía la ley del país. La ley dada por Moisés ordenaba que se tratase con tierna consideración a los pobres. Cuando uno de éstos daba su ropa como prenda o como garantía de una deuda, no se permitía al acreedor entrar en la casa para obtenerla; tenía que esperar en la calle hasta que le trajeran la prenda. Cualesquiera fuesen las circunstancias, era necesario que la prenda a su dueño antes de la puesta fuera devuelta del sol. En los días de Cristo se daba poca importancia a estas reglas misericordiosas, pero Jesús enseñó a sus discípulos que se sometieran a la decisión del tribunal, aunque éste exigiese más de lo autorizado por la ley de Moisés. Aunque demandase una prenda de ropa, debían entregarla. Todavía más: debían dar al acreedor lo que le adeudaban y, si fuera necesario, entregar aún más de lo que el tribunal le autorizaba tomar. "Y al que quisiere ponerte a pleito -dijo- y quitarte la túnica, déjale también la capa". Y si los correos exigen que vayáis una milla con ellos, debéis ir dos millas.
Añadió Jesús: "Al que te pida, dale: y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehuses". La misma lección se había enseñado mediante Moisés: "No endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto prestarás lo que necesite".* Este pasaje bíblico aclara significado de las palabras del Salvador. Cristo no nos enseña a dar indistintamente a todos los que piden limosna, pero dice: "En efecto le prestarás lo que necesite", y esto ha de ser un regalo, antes que un préstamo, porque hemos de prestar, "no esperando de ello nada".
"Amad a vuestros enemigos".
La lección del Salvador: "No resistáis al que es malo", era inaceptable para los judíos vengativos, quienes murmuraban contra ella entre sí; pero ahora Jesús pronunció una declaración aún más categórica:
"Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos".
Tal era el espíritu de la ley que los rabinos habían interpretado erróneamente como un código frío de demandas rígidas. Se creían mejores que los demás hombres y se consideraban con derecho al favor especial de Dios por haber nacido israelitas; pero Jesús señaló que únicamente un espíritu de amor misericordioso podría dar evidencia de que estaban animados por motivos más elevados que los publicanos y los pecadores, a quienes aborrecían.
Señaló Jesús a sus oyentes al Gobernante del universo bajo un nuevo nombre: "Padre nuestro". Quería que entendieran con cuánta ternura el corazón de Dios anhelaba recibirlos. Enseñó que Dios se interesa por cada alma perdida; que "como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen".* Ninguna otra religión que la de la Biblia presentó jamás al mundo tal concepto de Dios. El paganismo enseña a los hombres a mirar al Ser Supremo como objeto de temor antes que de amor, como una deidad maligna a la que es preciso aplacar con sacrificios, en vez de un Padre que vierte sobre sus hijos el don de su amor. Aun el pueblo de Israel había llegado a estar tan ciego a la enseñanza preciosa de los profetas con referencia a Dios, que esta revelación de su amor paternal parecía un tema original, un nuevo don al mundo.
Los judíos creían que Dios amaba a los que le servían -los cuales eran, en su opinión, quienes cumplían las exigencias de los rabinos- y que todo el resto del mundo vivía bajo su desaprobación y maldición. Pero no es así, dijo Jesús; el mundo entero, los malos y los buenos, reciben el sol de su amor. Esta verdad debierais haberla aprendido de la misma naturaleza, porque Dios "hace salir su sol sobre malos y buenos, y. . . hace llover sobre justos e injustos".
No es por un poder inherente por lo que año tras año produce la tierra sus frutos y sigue en su derrotero alrededor del sol. La mano de Dios guía a los planetas y los mantiene en posición en su marcha ordenada a través de los cielos. Es su poder el que hace que el verano y el invierno, el tiempo de sembrar y de recoger, el día y la noche se sigan uno a otro en sucesión regular. Es por su palabra como florece la vegetación, y como aparecen las hojas y las flores llenas de lozanía. Todo lo bueno que tenemos, cada rayo del sol y cada lluvia, cada bocado de alimento, cada momento de la vida, es un regalo de amor.
Cuando nuestro carácter no conocía el amor y éramos "aborrecibles" y nos aborrecíamos "unos a otros", nuestro Padre celestial tuvo compasión de nosotros. "Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia". Si recibimos su amor, nos hará igualmente tiernos y bondadosos, no sólo con quienes nos agradan, sino también con los más defectuosos, errantes y pecaminosos.
Los hijos de Dios son aquellos que participan de su naturaleza. No es la posición mundanal, ni el nacimiento, ni la nacionalidad, ni los privilegios religiosos, lo que prueba que somos miembros de la familia de Dios; es el amor, un amor que abarca a toda la humanidad. Aun los pecadores cuyos corazones no estén herméticamente cerrados al Espíritu de Dios responden a la bondad. Así como pueden responder al odio con el odio, también corresponderán al amor con el amor. Solamente el Espíritu de Dios devuelve el amor por odio. El ser bondadoso con los ingratos y los malos, el hacer lo bueno sin esperar recompensa, es la insignia de la realeza del cielo, la señal segura mediante la cual los hijos del Altísimo revelan su elevada vocación.
"Sed, pues, vosotros Perfecto, como vuestro Padre que está en los cielos es Perfecto".
La palabra "pues" implica una conclusión, una deducción que surge de lo que ha precedido. Jesús acaba de describir a sus oyentes la misericordia y el amor inagotables de Dios, y por lo tanto les ordena ser perfectos. Porque vuestro Padre celestial "es benigno para con los ingratos y malos",* pues se ha inclinado para elevarnos; por eso, dice Jesús, podéis llegar a ser semejantes a él en carácter y estar en pie sin defecto en la presencia de los hombres y los ángeles.
Las condiciones para obtener la vida eterna, bajo la gracia, son exactamente las mismas que existían en Edén: una justicia perfecta, armonía con Dios y completa conformidad con los principios de su ley. La norma de carácter presentada en el Antiguo Testamento es la misma que se presenta en el Nuevo Testamento. No es una medida o norma que no podamos alcanzar. Cada mandato o precepto que Dios da tiene como base la promesa más positiva. Dios ha provisto los elementos para que podamos llegar a ser semejantes a él, y lo realizará en favor de todos aquellos que no interpongan una voluntad perversa y frustren así su gracia.
Dios nos amó con amor indecible, y nuestro amor hacia él aumenta a medida que comprendemos algo de la largura, la anchura, la profundidad y la altura de este amor que excede todo conocimiento. Por la revelación del encanto atractivo de Cristo, por el conocimiento de su amor expresado hacia nosotros cuando aún éramos pecadores, el corazón obstinado se ablanda y se somete, y el pecador se transforma y llega a ser hijo del cielo. Dios no utiliza medidas coercitivas; el agente que emplea para expulsar el pecado del corazón es el amor. Mediante él, convierte el orgullo en humildad, y la enemistad y la incredulidad, en amor y fe.
Los judíos habían luchado afanosamente para alcanzar la perfección por sus propios esfuerzos, y habían fracasado Ya les había dicho Cristo que la justicia de ellos no podría entrar en el reino de los cielos. Ahora les señala el carácter de la justicia que deberán poseer todos los que entren en el cielo. En todo el Sermón del Monte describe los frutos de esta justicia, y ahora en una breve expresión señala su origen y su naturaleza: Sed perfectos como Dios es perfecto. La ley no es más que una transcripción del carácter de Dios. Contemplad en vuestro Padre celestial una manifestación perfecta de los principios que constituyen el fundamento de su gobierno.
Dios es amor. Como los rayos de la luz del sol, el amor, la luz y el gozo fluyen de él hacia todas sus criaturas. Su naturaleza es dar. La misma vida de Dios es la manifestación del amor abnegado. Nos pide que seamos perfectos como él, es decir, de igual manera. Debemos ser centros de luz y bendición para nuestro reducido círculo así como él lo es para el universo. No poseemos nade por nosotros mismo, pero la luz del amor brilla sobre nosotros y hemos de reflejar su resplandor. Buenos gracias al bien proveniente de Dios, podemos ser perfectos en nuestra esfera, así como él es perfecto en la suya.
Dijo Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Si sois hijos de Dios, sois participantes de su naturaleza y no podéis menos que asemejaras a él. Todo hijo vive gracias a la vida de su padre. Si sois hijos de Dios, engendrados por su Espíritu, vivís por la vida de Dios. En Cristo "habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad"; y la vida de Jesús se manifiesta "en nuestra carne mortal". Esa vida producirá en nosotros el mismo carácter y manifestará las mismas obras que manifestó en él. Así estaremos en armonía con cada precepto de su ley, porque "la ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma". Mediante el amor, "la justicia de la ley" se cumplirá "en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu".
Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein
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