sábado, 11 de julio de 2009

Lección 3: Andar en la luz: Apartarse del pecado / Notas de Elena de White

Sábado 11

En la manifestación de Dios a su pueblo, la luz había sido siempre un símbolo de su presencia. A la orden de la palabra creadora, en el principio, la luz resplandeció de las tinieblas. La luz fue envuelta en la columna de nube de día y en la columna de fuego de noche, para guiar a las numerosas huestes de Israel. La luz brilló con tremenda majestad, alrededor del Señor, sobre el monte Sinaí. La luz descansaba sobre el propiciatorio en el tabernáculo. La luz llenó el templo de Salomón al ser dedicado. La luz brilló sobre las colinas de Belén cuando los ángeles trajeron a los pastores que velaban el mensaje de la redención.

Dios es luz; y en las palabras: "Yo soy la luz del mundo", Cristo declaró su unidad con Dios, y su relación con toda la familia humana. Era él quien al principio había hecho "que de las tinieblas resplandeciese la luz". Él es la luz del sol, la luna y las estrellas. Él era la luz espiritual que mediante símbolos, figuras y profecías, había resplandecido sobre Israel. Pero la luz no era dada solamente para los judíos. Como los rayos del sol penetran hasta los remotos rincones de la tierra, así la luz del Sol de justicia brilla sobre toda alma (El Deseado de todas las gentes, p. 429).

La Luz (1 Juan 1:5).
Domingo 12

Cristo es el único canal mediante el cual el ser humano puede tener acceso a Dios y llegar a ser participante de la naturaleza divina. El Señor brinda su luz a los que le buscan con fervor. "Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él" (1 Juan 1:5). Dios, en sus misteriosos caminos, se comunica con el alma y la ilumina. "La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples" (Salmo 119:130). Dios sustituye las ideas e invenciones humanas con sus ideas grandes, nobles y luminosas (Ellen G. White 188 Materials, p. 981).

Cristo dice a sus seguidores: "Vosotros sois la luz del mundo". Dios es luz, vida y amor, y de allí emana el evangelio de verdad. Y de esos principios de verdad, amor y vida, deben apropiarse los seguidores de Cristo así como el pámpano se nutre de la savia de la vid. "Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí" (S. Juan 6:57). Al permanecer en Cristo el alma será iluminada, lavada y purificada. Y no sólo eso, porque Cristo dice además: "El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (S. Juan 8:12). De esa manera sus seguidores llegan a ser "la luz del mundo". Los que están en Cristo harán las obras de Cristo. En cambio, si conocemos los principios de la verdad pero no los practicamos, ese conocimiento no nos evitará hundirnos más profundamente en la perdición. Debemos orar con fervor para que se nos revele lo que es recto, y cuando lo sepamos, que podamos cumplir con nuestro deber de todo corazón por amor a Cristo (The Medical Missionary, agosto 1, 1892).

"Dios es luz, y no hay ninguna tinieblas en él... Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:5, 7).

Es privilegio del cristiano relacionarse con la Fuente de la luz, y por medio de esa relación viviente llegar a ser la luz del mundo. Los verdaderos seguidores de Cristo andarán en la luz como él está en luz, y por lo tanto no avanzarán por caminos inciertos, ni tropezarán en medio de la oscuridad. El gran Maestro está tratando de que sus oyentes comprendan la bendición que pueden llegar a ser para el mundo, al compararlos con el sol naciente que dispersa la niebla y disipa la oscuridad. La aurora cede su lugar al día. El sol que dora, matiza y glorifica el cielo con sus haces de luz, es un símbolo de la vida cristiana. Así como el sol es luz, vida y bendición para todo ser viviente, los cristianos deberían ser la luz del mundo mediante sus buenas obras, su alegría y su valor. Así como la luz del sol aleja las sombras de la noche para derramar su gloria por valles y colinas, el cristiano debe reflejar el Sol de justicia que resplandece en él.

Ante la vida consecuente de los verdaderos seguidores de Cristo, la ignorancia, la superstición y la oscuridad desaparecerán, así como el sol disipa las sombras de la noche. De la misma manera los discípulos de Jesús irán a los lugares tenebrosos de la tierra, para diseminar la luz de la verdad hasta que la senda de los que se hallan en tinieblas sea iluminada por la luz de la verdad (Cada día con Dios, p. 92).

El Problema del Pecado (1 Juan 1:6, 8, 10).
Lunes 13

La religión de Jesucristo es algo más que hablar. La justicia de Cristo consiste en acciones rectas y buenas obras impulsadas por motivos puros y generosos. La justicia exterior, sin el adorno interior, no vale nada. "Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:5-7). Si no poseemos la luz y el amor de Dios, no somos sus hijos. Si no juntamos con Cristo, derramamos. Todos ejercemos influencia, y esta influencia es decisiva en el destino de los demás para su bien presente y futuro, o para su eterna pía con Dios, p. 182).

Hay quienes profesan santidad, quienes declaran que están completamente con el Señor, quienes pretender tener derecho a las promesas de Dios, mientras rehúsan prestar obediencia a sus mandamientos. Dichos transgresores de la ley quieren recibir todas las cosas que fueron prometidas a los hijos de Dios; pero eso es presunción de su parte, por cuanto Juan nos dice que el verdadero amor a Dios será revelado mediante la obediencia a todos sus mandamientos. No basta creer la teoría de la verdad, hacer una profesión de en Cristo, creer que Jesús no es un impostor, y que la religión de la Biblia no es una fábula por arte compuesta. "El que dice: Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos -escribió Juan- el tal es mentiroso, y no hay verdad en él, mas el que guarda su palabra, la caridad de Dios está verdaderamente perfecta en él: por esto sabemos que estamos en él". "El que guarda sus mandamientos, está en él, y él en él" (1 Juan 2:4, 5; 3:24) (Los hechos de los apóstoles, pp. 449, 450).

Las epístolas de Juan respiran el espíritu del amor. Sin embargo, cuando se encontraba con los que estaban transgrediendo la ley de Dios pero aseveraban que estaban viviendo sin pecado, no vacilaba en amonestarles acerca de su terrible engaño. "Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad, pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros" (1 Juan 1:6-10) (Review and Herald, febrero 22, 1881).

"Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7). Podemos orar por nuestra santificación, pero si la obtenemos o no, dependerá de si andamos en la luz y la reflejamos sobre quienes nos rodean. Mis hermanos y hermanas, la salvación del alma depende del curso de acción que se siga; si alguien pierde la vida eterna será porque ha fracasado en guardar los mandamientos divinos. La luz que brilla de la Palabra de Dios es suficiente para guiar a todo lo largo del camino al cielo; por lo tanto nadie tendrá excusa si se pierde (Review and Herald, julio 13, 1905).

Respuestas al Problema del Pecado (1 Juan 1:7, 9; 2:2).
Martes 14

Por estos pasajes resulta evidente que no es la voluntad de Dios que seas caviloso y tortures tu alma con el temor de que Dios no te aceptará porque eres pecador e indigno. "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros" (Santiago 4:8). Presenta tu caso delante de él, invocando los méritos de la sangre derramada por ti en la cruz del Calvario. Satanás te acusará de ser un gran pecador, y tú debes admitirlo, pero puedes decir: Sé que soy pecador, y esa es la razón por la cual necesito un Salvador. Jesús vino al mundo para salvar pecadores. "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado". "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:7, 9). No hay en mí mérito o bondad por la cual pueda reclamar la salvación, pero presento delante de Dios la sangre totalmente expiatoria del inmaculado Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es mi único ruego. El nombre de Jesús me da acceso al Padre. Su oído, su corazón, están abiertos a mi súplica más débil, y él suple mis necesidades más profundas (Fe y obras, p. 110).

Un requisito esencial para recibir e impartir el amor perdonador de Dios es conocer ese amor que nos profesa y creer en él. Satanás obra mediante todo engaño a su alcance para que no discernamos ese amor. Nos inducirá a pensar que nuestras faltas y transgresiones han sido tan graves que el Señor no oirá nuestras oraciones y que no nos bendecirá ni nos salvará. No podemos ver en nosotros mismos sino flaqueza, ni cosa alguna que nos recomiende a Dios. Satanás nos dice que todo esfuerzo es inútil. Cuando tratemos de acercarnos a Dios, sugerirá el enemigo: De nada vale que ores; ¿acaso no hiciste esa maldad? ¿Acaso no has pecado contra Dios y contra tu propia conciencia? "Pero podemos decir al enemigo que "la sangre de Jesucristo... nos limpia de todo pecado". Cuando sentimos que hemos pecado y no podemos orar, ése es el momento de orar. Podemos estar avergonzados y profundamente humillados, pero debemos orar y creer. "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero". El perdón, la reconciliación con Dios, no nos llegan como recompensa de nuestras obras, ni se otorgan por méritos de hombres pecaminosos, sino que son una dádiva que se nos concede a causa de la justicia inmaculada de Cristo (El discurso maestro de Jesucristo, p. 98).

Jesús quiere que vengas a él. Si tropiezas una y otra vez, no te abandones a la desesperación. Si enfrentas tentaciones y fracasas, acércate arrepentido ante Dios, pero no te desesperes. Prueba otra vez sosteniéndote firmemente en los méritos de Cristo. El pecador no puede confiar en su propia justicia pero debe recordar que Cristo llega a ser su justicia; cuando siente que no tiene fuerzas para vencer, debe recordar que Jesús se ofrece para sostenerlo. El pecador puede con toda seguridad decir: Cristo murió por mí, y su sangre me limpia de todo pecado. Sé en quién he creído y su fuerza me permitirá enfrentar las pruebas y sufrimientos de la vida diaria y me fortalecerá para resistir las tentaciones más fuertes de Satanás (Review and Herald, mayo 4, 1876).

El Blanco del Cristiano (1 Juan 2:1).
Miércoles 15

Que nadie se engañe a sí mismo; las palabras de Cristo muestran claramente que si no seguimos sus mandatos, nos perderemos. Pero la ley sólo puede mostrarnos que somos transgresores; no nos puede salvar de la condena, porque "por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Romanos 3:20). Al mirarnos en este espejo podemos descubrir las manchas de nuestro carácter; pero para limpiarnos, debemos lavarnos en la fuente preparada por el Redentor del mundo. "Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (1 Juan 2:1). La ley no debe ser eliminada pensando que con eso se removerán nuestros defectos. Cristo no vino para salvarnos en nuestros pecados sino de nuestros pecados. Cuando nos sentimos condenados por la ley y nos acercamos a Dios con humildad de corazón para pedir su perdón, nuestro Abogado nos ofrece su justicia y se hace cargo de nuestro pecado. Podemos mirar por fe a nuestro Salvador crucificado y resucitado, y solicitar sus méritos. El gran Médico sanará con su sangre las heridas que el pecado ha producido y nos dará su justicia, su santidad y su redención (Signs of the Times, enero 7, 1897).

"Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (1 Juan 2:1). Aun aquellos que están tratando con sinceridad de guardar la ley de Dios, no siempre están libres de pecado. Mediante tentaciones disfrazadas son engañados y caen en el error. Sin embargo, cuando su conciencia les muestra el pecado, se ven a sí mismos condenados por los santos preceptos de la ley; pero no se rebelan contra la ley sino que se arrepienten de su pecado y buscan el perdón mediante los méritos de Cristo, quien murió para que pudieran ser justificados por la fe en su sangre. No intentan excusarse para evitar la confesión y el arrepentimiento. En cambio los que pretenden ser justos y santos dicen: Estoy santificado, soy justo, no puedo pecar. Es a esta clase de personas a quienes el apóstol reprende, diciéndoles. "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Juan 1:8). Es evidente que cuando alguien asevera estar sin pecado, la ley de Dios no ha sido escrita en el corazón, porque el Señor conoce los pensamientos y las intenciones del corazón. El apóstol escribe palabras de ánimo a todos aquellos que comprenden que son pecadores. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9). Si decimos que no tenemos pecado, cuando en verdad la ley nos muestra que somos transgresores, estamos demostrando que la verdad de Dios no está en nosotros.

El apóstol hace una clara distinción entre el transgresor que deliberadamente vive en pecado y en abierto desafío a la ley divina mientras declara vivir en santidad, y el pecador que reconoce sus defectos de carácter y humildemente se acerca a Dios para confesar sus pecados. Pablo dice: "¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia, porque sin la ley el pecado está muerto. y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí" (Romanos 7:7-9). ¡Qué peligrosa es la condición de aquellos que se consideran santificados y no se dan cuenta que si miraran a la ley ella les mostraría sus pecados! La santificación es conformidad a la voluntad de Dios, y su voluntad está expresada en su santa ley. Sólo aquellos que viven de toda palabra que sale de la boca de Dios pueden estar verdaderamente santificados. ¡Cuán terrible es esparcir una falsedad enseñando que se puede lograr la salvación por los méritos de la sangre de Cristo, mientras se están sembrando semillas de rebelión contra la ley divina (Signs of the Times, abril 30, 1896).

El Consuelo de los Cristianos (1 Juan 2:1, 2).
Jueves 16

Cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santo, que representaba el lugar donde nuestro Sumo Sacerdote está ahora intercediendo, y ofrecía sacrificios en el altar, afuera no se ofrecían sacrificios propiciatorios. Mientras el sumo sacerdote estaba intercediendo adentro, cada corazón había de inclinarse contrito delante de Dios, rogando el perdón de las transgresiones. A la muerte de Cristo, el símbolo se encontró con la realidad, el Cordero muerto por los pecados del mundo. El gran Sumo Sacerdote ha efectuado el único sacrificio que será de valor alguno...

En su intercesión como nuestro Abogado, Cristo no necesita de la virtud del hombre, de la intercesión del hombre. Cristo es el único que lleva los pecados, la única ofrenda por el pecado. La oración y la confesión han de ser ofrecidas únicamente a Aquel que ha entrado una sola vez para siempre en el lugar santo...

Cristo representó a su Padre ante el mundo, y delante de Dios representa a los escogidos, en quienes ha restaurado la imagen moral de Dios. Son su heredad... Los hombres tienen únicamente un Abogado e Intercesor que puede perdonar las transgresiones (A fin de conocerle, p. 75).

[Un testimonio personal para un corazón atribulado] Un alma a la cual Dios haya desamparado nunca se sentiría como usted se ha sentido y nunca amaría la verdad y la salvación, como usted la ha amado. Oh, si el Espíritu de Dios dejara de luchar con un alma, ésta quedaría en un estado de indiferencia, y siempre pensaría que todo va bastante bien... Usted no debe complacer en lo más mínimo al enemigo dudando y abandonando su confianza. Dijo el ángel: "Dios no abandona a su pueblo, aunque se aparte de él. No se vuelve airado hacia ellos por cualquier pequeñez. Si han pecado, tienen un abogado para con el Padre a Jesucristo el Justo".

Este Abogado intercede por los pecadores y el Padre acepta su oración. El no desoye el pedido de su Hijo amado. El que tanto lo amó que dio su propia vida por usted, no se apartará ni lo abandonará a menos que usted decidida y liberadamente lo abandone a él para servir al mundo y a Satanás. Jesús desea que usted vaya a él tal como es, sin esperanza y desamparado, y se aferre de su sobreabundante misericordia, y crea que él lo recibirá tal como usted es.

Usted está espaciándose en el lado oscuro. Debe cambiar de manera de pensar, y en vez de pensar todo el tiempo en la ira de Dios, piense en su abundante misericordia, en su disposición para salvar a los pobres pecadores, y crea que él lo salva. Usted debe, en el hombre de Dios, romper este hechizo. Usted debe clamar: "Yo quiero creer ¡yo creo!" Jesús tiene su nombre sobre su pectoral e intercede por usted ante su Padre, y si sus ojos se abrieran verían ángeles celestiales ministrándole, volando a su alrededor y rechazando a los malos ángeles para que no puedan destruirlo... Tenga ánimo. Mire hacia arriba, crea y verá la salvación de Dios (En lugares celestiales, p. 119).

Para Estudiar y Meditar.
Viernes 17

CAPÍTULO 4. Para Obtener la Paz Interior

"EL QUE encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las confiese y las abandone, alcanzará misericordia" (Proverbios 28:13).

Las condiciones para obtener la misericordia de Dios son sencillas, justas y razonables. El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para obtener el perdón de los pecados. No necesitamos hacer largas y cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias, para encomendar nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestra transgresión; mas el que confiesa su pecado y se aparta de él, alcanzará misericordia.

El apóstol dice: "Confesad pues vuestros pecados los unos a los otros, y orad los unos por los otros, para que seáis sanados" (Santiago 5:16). Confesad vuestros pecados a Dios, quien sólo puede perdonarlos, y vuestras faltas unos a otros. Si has dado motivo de ofensa a tu amigo o vecino, debes reconocer tu falta, y es su deber perdonarte libremente. Debes entonces buscar el perdón de Dios, porque el hermano a quien has ofendido pertenece a Dios y al perjudicarlo has pecado contra su Creador y Redentor. Debemos presentar el caso delante del único y verdadero Mediador, nuestro gran Sumo Sacerdote, que "ha sido tentado en todo punto, así como nosotros, mas sin pecado" que es capaz de compadecerse de nuestras flaquezas" (Hebreos 4:15) y es poderoso para limpiarnos de toda mancha de pecado.

Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se arrepiente, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos encontrado la paz de Dios. La única razón porque no obtenemos la remisión de nuestros pecados pasados es que no estamos dispuestos a humillar nuestro corazón y a cumplir con las condiciones de la Palabra de verdad. Se nos dan instrucciones explícitas tocante a este asunto. La confesión de nuestros pecados, ya sea pública o privada, debe ser de corazón y voluntaria. No debe ser arrancada al pecador. No debe hacerse de un modo ligero y descuidado o exigirse de aquellos que no tienen real comprensión del carácter aborrecible del pecado. La confesión que brota de lo íntimo del alma sube al Dios de piedad infinita. El salmista dice: "Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu contrito" (Salmo 34:18).

La verdadera confesión es siempre de un carácter específico y declara pecados particulares. Pueden ser de tal naturaleza que solamente pueden presentarse delante de Dios. Pueden ser males que deben confesarse individualmente a los que hayan sufrido daño por ellos; pueden ser de un carácter público y, en ese caso, deberán confesarse públicamente. Toda confesión debe hacerse definida y al punto, reconociendo los mismos pecados de que seáis culpables.

En los días de Samuel los israelitas se extraviaron de Dios. Estaban sufriendo las consecuencias del pecado; porque habían perdido su fe en Dios, el discernimiento de su poder y su sabiduría para gobernar a la nación y su confianza en la capacidad del Señor para defender y vindicar su causa. Se apartaron del gran Gobernante del universo y quisieron ser gobernados como las naciones que los rodeaban. Antes de encontrar paz hicieron esta confesión explícita: "Porque a todos nuestros pecados hemos añadido esta maldad de pedir para nosotros un rey" (1 Samuel 12:19). Tenían que confesar el mismo pecado del cual estaban convencidos. Su ingratitud oprimía sus almas y los separaba de Dios.

Dios no acepta la confesión sin sincero arrepentimiento y reforma. Debe haber un cambio decidido en la vida; toda cosa que sea ofensiva a Dios debe dejarse. Esto será el resultado de una verdadera tristeza por el pecado. Se nos presenta claramente la obra que tenemos que hacer de nuestra parte: "¡Lavaos, limpiaos; apartad la maldad de vuestras obras de delante de mis ojos; cesad de hacer lo malo; aprended a hacer lo bueno; buscad lo justo; socorred al oprimido; mantened el derecho del huérfano defended la causa de la viuda!" (Isaías 1:16, 17) "Si el inicuo devolviere la prenda, restituyere lo robado, y anduviere en los estatutos de la vida, sin cometer iniquidad, ciertamente vivirá; no morirá" (Ezequiel 33:15). San Pablo dice, hablando de la obra de arrepentimiento: "Pues, he aquí, esto mismo, el que fuisteis entristecidos según Dios, ¡qué solícito cuidado obró en vosotros! y qué defensa de vosotros mismos! y ¡qué indignación! y ¡qué temor! y ¡qué ardiente deseo! y ¡qué celo! y ¡qué justicia vengativa!

En todo os habéis mostrado puros en este asunto" (2 Corintios 7:11).

Cuando el pecado ha amortiguado la percepción moral, el injusto no discierne los defectos de su carácter, ni comprende la enormidad del mal que ha cometido y, a menos que ceda al poder convincente del Espíritu Santo, permanecerá parcialmente ciego sin percibir su pecado. Sus confesiones no son sinceras ni de corazón. Cada vez que reconoce su maldad trata de excusar su conducta declarando que si no hubiese sido por ciertas circunstancias, no habría hecho esto o aquello, de lo que se lo reprueba.

Después de que Adán y Eva hubieron comido de la fruta prohibida, los embargó un sentimiento de vergüenza y terror. Al principio solamente pensaban en cómo podrían excusar su pecado y escapar de la terrible sentencia de muerte. Cuando el Señor les habló tocante a su pecado, Adán respondió, echando la culpa en parte a Dios y en parte a su compañera: "La mujer que pusiste aquí conmigo me dio del árbol, y comí". La mujer echó la culpa a la serpiente, diciendo: "La serpiente me engañó, y comí" (Génesis 3:12, 13) ¿Por qué hiciste la serpiente? ¿Por qué le permitiste que entrase en el Edén? Esas eran las preguntas implicadas en la excusa de su pecado, haciendo así a Dios responsable de su caída. El espíritu de justificación propia tuvo su origen en el padre de la mentira y ha sido exhibido por todos los hijos e hijas de Adán. Las confesiones de esta clase no son inspiradas por el Espíritu divino y no serán aceptables para Dios. El arrepentimiento verdadero induce al hombre a reconocer su propia maldad, sin engaño ni hipocresía. Como el pobre publicano que no osaba ni aun alzar sus ojos al cielo, exclamará: "Dios, ten misericordia de mí, pecador", y los que reconozcan así su iniquidad serán justificados, porque Jesús presentará su sangre en favor del alma arrepentida.

Los ejemplos de arrepentimiento y humillación genuinos que da la Palabra de Dios revelan un espíritu de confesión sin excusa por el pecado, ni intento de justificación propia. San Pablo no procura defenderse; pinta su pecado como es, sin intentar atenuar su culpa. Dice: "Lo cual también hice en Jerusalén, encerrando yo mismo en la cárcel a muchos de los santos habiendo recibido autorización de parte de los jefes de los sacerdotes; y cuando se les daba muerte, yo echaba mi voto contra ellos. Y castigándolos muchas veces, por todas las sinagogas, les hacia fuerza para que blasfemasen; y estando sobremanera enfurecido contra ellos, iba en persecución de ellos hasta las ciudades extranjeras". (Hechos 26:10, 11). Sin vacilar declara: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de los cuales yo soy el primero" (1 Timoteo 1:15). El corazón humilde y quebrantado, enternecido por el arrepentimiento genuino, apreciará algo del amor de Dios y del costo del Calvario; y como el hijo se confiesa a un padre amoroso, así presentará el que esté verdaderamente arrepentido todos sus pecados delante de Dios. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad' (1 S. Juan 1:9).


Guía de Estudio de la Biblia: Amadas y llenas de amor: Las Epístolas de Juan / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Julio-Septiembre de 2009
Autor: Ekkehardt Mueller, nacido en Alemania, doctor en Teología y Ministerio. Es uno de los directores asociados del Instituto de Investigaciones Bíblica (Biblical Research Institute) de la Asociación General. Sus especialidades son Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis, hermenéutica y teología aplicada. Es casado y tiene dos hijos adultos.
Editor: Clifford Goldstein

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