Sábado 18
La fe genuina es seguida por el amor; un amor que se manifiesta en el hogar, en la sociedad y en todas las relaciones de la vida; un amor que suaviza las dificultades y nos eleva por encima de las desagradables pequeñeces que Satanás coloca en nuestros camino para molestarnos. Y el amor traerá como resultado la obediencia. Todas las pasiones y energías de un creyente convertido serán puestas bajo el control del Señor. Su Espíritu es un poder que transforma a la imagen divina a todo aquel que lo recibe.
Llegar a ser un discípulo de Cristo es negarse a sí mismo y seguir a Jesús a través de los buenos y los malos momentos. Es cerrar la puerta al orgullo, la envidia, la duda, las luchas, el odio y toda otra forma de mal. Es dar la bienvenida en nuestro corazón a Jesús, el manso y humilde corazón, que está llamando a nuestra puerta para ser recibido como nuestro huésped.
"El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo" (1 Juan 2:6). Jesús es el modelo completo y perfecto para los seres humanos, y desea transformarnos a su semejanza en sentimientos, pensamientos y propósitos. Desea cambiarnos el corazón, el alma y la vida. Y aquel que más aprecia el amor de Cristo en el alma reflejará más perfectamente su imagen. A la vista de Dios esa persona será la más noble y las más honorable Pero el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Signs of the Times, septiembre 8, 1890).
“Qué Sabemos” (1 Juan 2:3-5).
Domingo 19
La justicia es la práctica del bien, y es por sus hechos por lo que todos han de ser juzgados. Nuestros caracteres se revelan por lo que hacemos. Las obras muestran si la fe es genuina o no.
No es suficiente que creamos que Jesús no es un impostor, y que la religión de la Biblia no consiste en fábulas arteramente compuestas. Podemos creer que el nombre de Jesús es el único nombre debajo del cielo por el cual el hombre puede ser salvo, y sin embargo, no hacer de él, por la fe, nuestro Salvador personal. No es suficiente creer la teoría de la verdad. No es suficiente profesar fe en Cristo y tener nuestros nombres registrados en el libro de la iglesia. "El que guarda sus mandamientos, está en él, y él en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado". "Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos". Esta es la verdadera evidencia de la conversión. No importa cuál sea nuestra profesión de fe, no nos vale de nada a menos que Cristo se revele en obras de justicia (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 254).
De nada vale profesar simplemente ser discípulo. La fe en Cristo que salva al alma no es la que muchos enseñan. "Creed, creed, -dicen- y no tenéis necesitad de guardar la ley". Pero una creencia que no lleva a la obediencia, es presunción. Dice el apóstol Juan: "El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él". Nadie abrigue la idea de que las providencias especiales o las manifestaciones sobrenaturales han de probar la autenticidad de su obra ni de las ideas que proclama. Cuando los hombres dan poca importancia a la Palabra de Dios y ponen sus impresiones, sus sentimientos y sus prácticas por encima de la norma divina, podemos saber que no tienen la luz.
La obediencia es la prueba del discipulado. La observancia de los mandamientos es lo que prueba la sinceridad del amor que profesamos. Cuando la doctrina que aceptamos destruye el pecado en el corazón, limpia el alma de contaminación y produce frutos de santidad, entonces podemos saber que es la verdad de Dios. Cuando en nuestra vida se manifiesta benevolencia, bondad, ternura y simpatía; cuando el gozo de realizar el bien anida en nuestro corazón; cuando ensalzamos a Cristo, y no al yo, entonces podemos saber que nuestra fe es correcta. "Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos" (El discurso maestro de Jesucristo, p. 123).
Guardar los Mandamientos (1 Juan 2:3-5).
Lunes 20
Una profesión de religión no tiene valor a menos que las buenas obras testifiquen de su sinceridad y realidad. Los que son hijos de Dios harán las obras de Dios y alabarán a Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Los que hacen mucho alarde y no llevan los frutos de la piedad, ponen de manifiesto que no habitan en la Vid verdadera, pues "por sus frutos los conoceréis"; son ramas muertas; no tienen el Espíritu de Cristo y por lo tanto no son de él. Aunque digan: "Señor, Señor, no son aceptados porque no hacen la voluntad del Padre celestial.
Aunque fuimos creados a imagen y semejanza divinas, hemos perdido esa semejanza a nuestro Creador y Redentor debido al pecado, y no estamos en armonía con la voluntad de Dios. Sin embargo, a un costo infinito, el Hijo de Dios nos redimió para que podamos servirle y hacer la voluntad del Cielo. La imagen moral de Dios puede ser restaurada en nuestra naturaleza caída y capacitarla para obedecer los mandatos de Jehová (Review and Herald, febrero 14, 1888).
No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe. "Sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo, aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido" (1 Juan 3:5, 6). He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios mora en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones, tienen que estar en armonía con la voluntad de Dios como se expresa en los preceptos de su santa ley. "Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo" (1 Juan 3:7). Sabemos lo que es justicia por el modelo de la santa ley de Dios, como se expresa en los Diez Mandamientos dados en el Sinaí.
Esa así llamada fe en Cristo, que según se declara exime a los hombres de la obligación de la obediencia a Dios, no es fe sino presunción. "Por gracia sois salvos por medio de la fe". Mas "la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (Efesios 2:8; Santiago 2:17). Jesús dijo de sí mismo antes de venir al mundo: "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón" (Salmo 40:8). Y cuando estaba por ascender a los cielos, dijo otra vez: "Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor" (S. Juan 15:10). La Escritura dice: "Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos" (1 Juan 2:3) (Reflejemos a Jesús, p. 266).
Esta es la prueba verdadera: ser hacedores de las palabras de Cristo. Y esta es la evidencia del amor que el instrumento humano tiene por Jesús. El que hace la voluntad de Jesús, da al mundo la evidencia práctica del fruto que manifiesta en obediencia, en pureza y en santidad de carácter (Fe y obras, p. 116).
¿Qué Haría Jesús? (1 Juan 2:6-8).
Martes 21
Se ha hecho amplia provisión para todos los que sincera, ferviente y meditativamente se dedican a la tarea de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Fuerza, gracia y gloria han sido provistas por medio de Cristo, para que los ángeles ministradores las lleven a los herederos de la salvación. Nadie es tan miserable, corrompido y vil, que no pueda encontrar en Jesús, que murió por él, fortaleza, pureza y justicia, si quiere abandonar sus pecados, dejar la senda de la iniquidad y volverse con plena decisión del corazón al Dios viviente. Espera para quitarles sus vestiduras, manchadas y contaminadas por el pecado, para revestirlos de las blancas y resplandecientes túnicas de justicia; y los intima a vivir, no a morir. En él pueden florecer. Sus ramas no se secarán ni serán infructíferas. Si moran en él, podrán extraer savia y nutrición de él, e imbuidos de su espíritu, caminar como él anduvo, vencer como él venció, y ser exaltados a su diestra (¡Maranata: El Señor viene!, p. 51).
Cristo vino para hacer la voluntad de su Padre. ¿Estamos siguiendo en sus pasos? Todos los que llevan el nombre de Cristo debieran estar buscando constantemente una relación más íntima con él, para que puedan caminar incluso como él caminó, y hacer las obras de Cristo. Debiéramos apropiarnos de las lecciones de su vida para nuestras vidas. Cristo "se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras" (Tito 2:14). "En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos" (1 Juan 3:16). He aquí la obra de abnegación que debemos abrazar con alegría, en imitación del ejemplo de nuestro Redentor. La vida del cristiano debe ser una vida de conflicto y sacrificio. Debiera seguirse la senda del deber, no la senda de la inclinación y la preferencia (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 591).
Tenemos ante nosotros al más santo y sublime ejemplo. Jesús fue sin tacha, tanto en pensamientos, como en palabra y acción. Todos sus actos fueron perfectos. Nos muestra el camino que él recorrió, y nos dice: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (S. Mateo 16:24).
Cristo reúne en su persona la perfección y santidad de la divinidad y la perfección y santidad de su humanidad sin pecado. Él tuvo que afrontar las mismas tentaciones por las cuales Adán fue reprobado, y las venció porque su humanidad se apoyaba en el poder divino. Los cristianos de hoy se fijan ideales demasiado bajos. Se contentan con una experiencia espiritual muy superficial, y por lo tanto sólo perciben la luz en forma difusa, cuando podrían discernir con tanta más exactitud la maravillosa perfección de la humanidad de Cristo. La vida de Cristo es una manifestación de lo que la humanidad caída podría llegar a ser mediante una comunión más estrecha con la naturaleza divina (La fe por la cual vivo, p. 221).
Nosotros llevamos el nombre de cristianos. Seamos fieles a este nombre. Ser cristiano significa ser semejante a Cristo. Significa seguir a Cristo en la abnegación, llevando en alto su bandera de amor, honrándolo con palabras y actos altruistas. En la vida del verdadero cristiano no hay nada del yo. el yo está muerto. No había egoísmo en la vida que Cristo vivió en esta tierra. Llevando nuestra naturaleza, vivió una vida plenamente entregada al bien de los demás. Los seguidores de Cristo deben ser puros y verdaderos en palabras y acciones. En este mundo, un mundo de iniquidad y de corrupción, los cristianos deben revelar los atributos de Cristo. Todo lo que hagan y digan deberá estar desprovisto de egoísmo (En lugares celestiales, p. 57).
El Mandamiento Nuevo (1 Juan 2:7, 8).
Miércoles 22
En el gran plan de salvación, Jesús desea que los miembros de su familia en esta tierra lleguen a ser obreros juntamente con él para cumplir sus propósitos de amor. Llama a sus seguidores a imitar su vida de abnegación y sacrificio. La influencia de su extraordinaria acción une a la familia celestial con la terrenal en su deseo de cooperar para ganar almas para él. Dios desea que con una mano -la mano de la fe- nos tomemos de su poderoso brazo, mientras que con la otra mano -la del amor- alcancemos a las almas que perecen. Cristo es el camino, la verdad y la vida, y desea que caminemos como él caminó.
Dios llama a todos los que están descansando en Sión a levantarse y actuar. ¿No escucharán la voz del Maestro? Él desea que muchos obreros fieles y consagrados siembren en todas las aguas. Y los que así trabajen se sorprenderán al ver cómo las pruebas se resuelven, cómo se afirma la fe y se renueva el ánimo. En el camino de la obediencia humilde se encuentra el poder y la seguridad; el consuelo y la esperanza. Pero aquellos que no hacen nada para Jesús, finalmente perderán su recompensa, porque las manos débiles no le permitirán asirse del Todopoderoso, ni las rodillas flojas le permitirán mantenerse en pie en el día de la adversidad. Es el obrero fiel el que recibirá la recompensa y oirá las palabras: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor" (S. Mateo 25:23).
Somos hijos de Dios y dependemos los unos de los otros para nuestra felicidad. No podemos ser felices mientras nos encerramos en nuestros propios intereses. Debemos trabajar en este mundo para ganar almas para Cristo. Si bendecimos a otros, nos bendecimos a nosotros mismos, mientras que si perjudicamos a otros nos perjudicamos también a nosotros, porque la influencia de cada acción se refleja en nuestros propios corazones. La ternura y el amor que Cristo reveló en su propia vida debiera ser un ejemplo para nosotros acerca de cómo tratar a nuestros prójimos (Review and Herald, noviembre 3, 1896).
¡Oh, decidamos crucificar al yo e imitar al Señor! Debemos expresar en nuestras vidas su santidad, su paciencia, su ternura, su compasión y su amor. De esa manera comunicaremos sus atributos, y ya no juzgaremos a nadie por lo que vemos o escuchamos. Llevaremos el yugo con Cristo y trataremos de hacer todo el bien que nos sea posible. Puede ser que muchos que se dicen cristianos desprecien nuestro trabajo, nos traten mal y digan falsedades contra nosotros; pero debemos poner nuestros ojos en Cristo y seguirlo, para caminar como él caminó, y tener su mente, para poseer esa fe que obra por amor y purifica el alma.
El que es trasformado a la imagen de Cristo poseerá su gracia y ayudará a fortalecer a cada hermano en la fe. Las palabras duras y amargas, que desaniman a las almas, nunca saldrán de sus labios. "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17). "Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios" (Hebreos 12:12-15). Esta es una obra que debemos realizar con todo fervor. Y todos los que tengan una conexión vital con Dios serán guiados por su consejo, y se unirán a los demás miembros de iglesia para realizar el trabajo para Cristo. Si le abrimos la puerta, Jesús entrará y habitará con nosotros, y mediante su representante, el Espíritu Santo, nos dará la fortaleza que necesitamos (Review and Herald, febrero 23, 1897).
Amar a Otros (1 Juan 2:9-11).
Jueves 23
El mayor peligro de la iglesia de Cristo no es la oposición del mundo. Es el mal acariciado en los corazones de los creyentes lo que produce el más grave desastre, y lo que, seguramente, más retardará el progreso de la causa de Dios. No hay forma más segura para destruir la espiritualidad que abrigar envidia, sospecha, crítica o malicia. Por otro lado, el testimonio más fuerte de que Dios ha enviado a su Hijo al mundo, es la armonía y unión entre hombres de distintos caracteres que forman su iglesia. El privilegio de los seguidores de Cristo es dar ese testimonio. Pero para poder hacerlo, deben colocarse bajo las órdenes de Cristo. Sus caracteres deben conformarse a su carácter, y sus voluntades a la suya.
"Un mandamiento nuevo os doy -dijo Cristo- Que os améis unos a otros; como os he amado, que también os améis los unos a los otros" (S. Juan 13:34). ¡Qué maravillosa declaración! Pero, ¡cuán poco se la practica! Hoy día en la iglesia de Dios, el amor fraternal falta, desgraciadamente. Muchos que profesan amar al Salvador, no se aman unos a otros. Los incrédulos observan para ver si la fe de los profesos cristianos ejerce una influencia santificadora sobre sus vidas; y son prestos para discernir los defectos del carácter y las acciones inconsecuentes. No permitan los cristianos que le sea posible al enemigo señalarlos diciendo: Mirad cómo esas personas, que se hallan bajo la bandera de Cristo, se odian unas a otras. Todos los cristianos son miembros de una familia, hijos del mismo Padre celestial, con la misma esperanza bienaventurada de la inmortalidad. Muy estrecho y tierno debe ser el vínculo que los une.
El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo mostró. Solamente el hombre que tiene un amor desinteresado por su hermano, ama verdaderamente a Dios. El verdadero cristiano no permitirá voluntariamente que un alma en peligro y necesidad camine desprevenida y desamparada. No podrá mantenerse apartado del que yerra, dejando que se hunda en la tristeza y desánimo, o que caiga en el campo de batalla de Satanás (Los hechos de los apóstoles, pp. 438, 439).
Guía de Estudio de la Biblia: Amadas y llenas de amor: Las Epístolas de Juan / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Julio-Septiembre de 2009
Autor: Ekkehardt Mueller, nacido en Alemania, doctor en Teología y Ministerio. Es uno de los directores asociados del Instituto de Investigaciones Bíblica (Biblical Research Institute) de la Asociación General. Sus especialidades son Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis, hermenéutica y teología aplicada. Es casado y tiene dos hijos adultos.
Editor: Clifford Goldstein
La fe genuina es seguida por el amor; un amor que se manifiesta en el hogar, en la sociedad y en todas las relaciones de la vida; un amor que suaviza las dificultades y nos eleva por encima de las desagradables pequeñeces que Satanás coloca en nuestros camino para molestarnos. Y el amor traerá como resultado la obediencia. Todas las pasiones y energías de un creyente convertido serán puestas bajo el control del Señor. Su Espíritu es un poder que transforma a la imagen divina a todo aquel que lo recibe.
Llegar a ser un discípulo de Cristo es negarse a sí mismo y seguir a Jesús a través de los buenos y los malos momentos. Es cerrar la puerta al orgullo, la envidia, la duda, las luchas, el odio y toda otra forma de mal. Es dar la bienvenida en nuestro corazón a Jesús, el manso y humilde corazón, que está llamando a nuestra puerta para ser recibido como nuestro huésped.
"El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo" (1 Juan 2:6). Jesús es el modelo completo y perfecto para los seres humanos, y desea transformarnos a su semejanza en sentimientos, pensamientos y propósitos. Desea cambiarnos el corazón, el alma y la vida. Y aquel que más aprecia el amor de Cristo en el alma reflejará más perfectamente su imagen. A la vista de Dios esa persona será la más noble y las más honorable Pero el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Signs of the Times, septiembre 8, 1890).
“Qué Sabemos” (1 Juan 2:3-5).
Domingo 19
La justicia es la práctica del bien, y es por sus hechos por lo que todos han de ser juzgados. Nuestros caracteres se revelan por lo que hacemos. Las obras muestran si la fe es genuina o no.
No es suficiente que creamos que Jesús no es un impostor, y que la religión de la Biblia no consiste en fábulas arteramente compuestas. Podemos creer que el nombre de Jesús es el único nombre debajo del cielo por el cual el hombre puede ser salvo, y sin embargo, no hacer de él, por la fe, nuestro Salvador personal. No es suficiente creer la teoría de la verdad. No es suficiente profesar fe en Cristo y tener nuestros nombres registrados en el libro de la iglesia. "El que guarda sus mandamientos, está en él, y él en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado". "Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos". Esta es la verdadera evidencia de la conversión. No importa cuál sea nuestra profesión de fe, no nos vale de nada a menos que Cristo se revele en obras de justicia (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 254).
De nada vale profesar simplemente ser discípulo. La fe en Cristo que salva al alma no es la que muchos enseñan. "Creed, creed, -dicen- y no tenéis necesitad de guardar la ley". Pero una creencia que no lleva a la obediencia, es presunción. Dice el apóstol Juan: "El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él". Nadie abrigue la idea de que las providencias especiales o las manifestaciones sobrenaturales han de probar la autenticidad de su obra ni de las ideas que proclama. Cuando los hombres dan poca importancia a la Palabra de Dios y ponen sus impresiones, sus sentimientos y sus prácticas por encima de la norma divina, podemos saber que no tienen la luz.
La obediencia es la prueba del discipulado. La observancia de los mandamientos es lo que prueba la sinceridad del amor que profesamos. Cuando la doctrina que aceptamos destruye el pecado en el corazón, limpia el alma de contaminación y produce frutos de santidad, entonces podemos saber que es la verdad de Dios. Cuando en nuestra vida se manifiesta benevolencia, bondad, ternura y simpatía; cuando el gozo de realizar el bien anida en nuestro corazón; cuando ensalzamos a Cristo, y no al yo, entonces podemos saber que nuestra fe es correcta. "Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos" (El discurso maestro de Jesucristo, p. 123).
Guardar los Mandamientos (1 Juan 2:3-5).
Lunes 20
Una profesión de religión no tiene valor a menos que las buenas obras testifiquen de su sinceridad y realidad. Los que son hijos de Dios harán las obras de Dios y alabarán a Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Los que hacen mucho alarde y no llevan los frutos de la piedad, ponen de manifiesto que no habitan en la Vid verdadera, pues "por sus frutos los conoceréis"; son ramas muertas; no tienen el Espíritu de Cristo y por lo tanto no son de él. Aunque digan: "Señor, Señor, no son aceptados porque no hacen la voluntad del Padre celestial.
Aunque fuimos creados a imagen y semejanza divinas, hemos perdido esa semejanza a nuestro Creador y Redentor debido al pecado, y no estamos en armonía con la voluntad de Dios. Sin embargo, a un costo infinito, el Hijo de Dios nos redimió para que podamos servirle y hacer la voluntad del Cielo. La imagen moral de Dios puede ser restaurada en nuestra naturaleza caída y capacitarla para obedecer los mandatos de Jehová (Review and Herald, febrero 14, 1888).
No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe. "Sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo, aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido" (1 Juan 3:5, 6). He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios mora en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones, tienen que estar en armonía con la voluntad de Dios como se expresa en los preceptos de su santa ley. "Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo" (1 Juan 3:7). Sabemos lo que es justicia por el modelo de la santa ley de Dios, como se expresa en los Diez Mandamientos dados en el Sinaí.
Esa así llamada fe en Cristo, que según se declara exime a los hombres de la obligación de la obediencia a Dios, no es fe sino presunción. "Por gracia sois salvos por medio de la fe". Mas "la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (Efesios 2:8; Santiago 2:17). Jesús dijo de sí mismo antes de venir al mundo: "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón" (Salmo 40:8). Y cuando estaba por ascender a los cielos, dijo otra vez: "Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor" (S. Juan 15:10). La Escritura dice: "Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos" (1 Juan 2:3) (Reflejemos a Jesús, p. 266).
Esta es la prueba verdadera: ser hacedores de las palabras de Cristo. Y esta es la evidencia del amor que el instrumento humano tiene por Jesús. El que hace la voluntad de Jesús, da al mundo la evidencia práctica del fruto que manifiesta en obediencia, en pureza y en santidad de carácter (Fe y obras, p. 116).
¿Qué Haría Jesús? (1 Juan 2:6-8).
Martes 21
Se ha hecho amplia provisión para todos los que sincera, ferviente y meditativamente se dedican a la tarea de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Fuerza, gracia y gloria han sido provistas por medio de Cristo, para que los ángeles ministradores las lleven a los herederos de la salvación. Nadie es tan miserable, corrompido y vil, que no pueda encontrar en Jesús, que murió por él, fortaleza, pureza y justicia, si quiere abandonar sus pecados, dejar la senda de la iniquidad y volverse con plena decisión del corazón al Dios viviente. Espera para quitarles sus vestiduras, manchadas y contaminadas por el pecado, para revestirlos de las blancas y resplandecientes túnicas de justicia; y los intima a vivir, no a morir. En él pueden florecer. Sus ramas no se secarán ni serán infructíferas. Si moran en él, podrán extraer savia y nutrición de él, e imbuidos de su espíritu, caminar como él anduvo, vencer como él venció, y ser exaltados a su diestra (¡Maranata: El Señor viene!, p. 51).
Cristo vino para hacer la voluntad de su Padre. ¿Estamos siguiendo en sus pasos? Todos los que llevan el nombre de Cristo debieran estar buscando constantemente una relación más íntima con él, para que puedan caminar incluso como él caminó, y hacer las obras de Cristo. Debiéramos apropiarnos de las lecciones de su vida para nuestras vidas. Cristo "se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras" (Tito 2:14). "En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos" (1 Juan 3:16). He aquí la obra de abnegación que debemos abrazar con alegría, en imitación del ejemplo de nuestro Redentor. La vida del cristiano debe ser una vida de conflicto y sacrificio. Debiera seguirse la senda del deber, no la senda de la inclinación y la preferencia (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 591).
Tenemos ante nosotros al más santo y sublime ejemplo. Jesús fue sin tacha, tanto en pensamientos, como en palabra y acción. Todos sus actos fueron perfectos. Nos muestra el camino que él recorrió, y nos dice: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (S. Mateo 16:24).
Cristo reúne en su persona la perfección y santidad de la divinidad y la perfección y santidad de su humanidad sin pecado. Él tuvo que afrontar las mismas tentaciones por las cuales Adán fue reprobado, y las venció porque su humanidad se apoyaba en el poder divino. Los cristianos de hoy se fijan ideales demasiado bajos. Se contentan con una experiencia espiritual muy superficial, y por lo tanto sólo perciben la luz en forma difusa, cuando podrían discernir con tanta más exactitud la maravillosa perfección de la humanidad de Cristo. La vida de Cristo es una manifestación de lo que la humanidad caída podría llegar a ser mediante una comunión más estrecha con la naturaleza divina (La fe por la cual vivo, p. 221).
Nosotros llevamos el nombre de cristianos. Seamos fieles a este nombre. Ser cristiano significa ser semejante a Cristo. Significa seguir a Cristo en la abnegación, llevando en alto su bandera de amor, honrándolo con palabras y actos altruistas. En la vida del verdadero cristiano no hay nada del yo. el yo está muerto. No había egoísmo en la vida que Cristo vivió en esta tierra. Llevando nuestra naturaleza, vivió una vida plenamente entregada al bien de los demás. Los seguidores de Cristo deben ser puros y verdaderos en palabras y acciones. En este mundo, un mundo de iniquidad y de corrupción, los cristianos deben revelar los atributos de Cristo. Todo lo que hagan y digan deberá estar desprovisto de egoísmo (En lugares celestiales, p. 57).
El Mandamiento Nuevo (1 Juan 2:7, 8).
Miércoles 22
En el gran plan de salvación, Jesús desea que los miembros de su familia en esta tierra lleguen a ser obreros juntamente con él para cumplir sus propósitos de amor. Llama a sus seguidores a imitar su vida de abnegación y sacrificio. La influencia de su extraordinaria acción une a la familia celestial con la terrenal en su deseo de cooperar para ganar almas para él. Dios desea que con una mano -la mano de la fe- nos tomemos de su poderoso brazo, mientras que con la otra mano -la del amor- alcancemos a las almas que perecen. Cristo es el camino, la verdad y la vida, y desea que caminemos como él caminó.
Dios llama a todos los que están descansando en Sión a levantarse y actuar. ¿No escucharán la voz del Maestro? Él desea que muchos obreros fieles y consagrados siembren en todas las aguas. Y los que así trabajen se sorprenderán al ver cómo las pruebas se resuelven, cómo se afirma la fe y se renueva el ánimo. En el camino de la obediencia humilde se encuentra el poder y la seguridad; el consuelo y la esperanza. Pero aquellos que no hacen nada para Jesús, finalmente perderán su recompensa, porque las manos débiles no le permitirán asirse del Todopoderoso, ni las rodillas flojas le permitirán mantenerse en pie en el día de la adversidad. Es el obrero fiel el que recibirá la recompensa y oirá las palabras: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor" (S. Mateo 25:23).
Somos hijos de Dios y dependemos los unos de los otros para nuestra felicidad. No podemos ser felices mientras nos encerramos en nuestros propios intereses. Debemos trabajar en este mundo para ganar almas para Cristo. Si bendecimos a otros, nos bendecimos a nosotros mismos, mientras que si perjudicamos a otros nos perjudicamos también a nosotros, porque la influencia de cada acción se refleja en nuestros propios corazones. La ternura y el amor que Cristo reveló en su propia vida debiera ser un ejemplo para nosotros acerca de cómo tratar a nuestros prójimos (Review and Herald, noviembre 3, 1896).
¡Oh, decidamos crucificar al yo e imitar al Señor! Debemos expresar en nuestras vidas su santidad, su paciencia, su ternura, su compasión y su amor. De esa manera comunicaremos sus atributos, y ya no juzgaremos a nadie por lo que vemos o escuchamos. Llevaremos el yugo con Cristo y trataremos de hacer todo el bien que nos sea posible. Puede ser que muchos que se dicen cristianos desprecien nuestro trabajo, nos traten mal y digan falsedades contra nosotros; pero debemos poner nuestros ojos en Cristo y seguirlo, para caminar como él caminó, y tener su mente, para poseer esa fe que obra por amor y purifica el alma.
El que es trasformado a la imagen de Cristo poseerá su gracia y ayudará a fortalecer a cada hermano en la fe. Las palabras duras y amargas, que desaniman a las almas, nunca saldrán de sus labios. "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17). "Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios" (Hebreos 12:12-15). Esta es una obra que debemos realizar con todo fervor. Y todos los que tengan una conexión vital con Dios serán guiados por su consejo, y se unirán a los demás miembros de iglesia para realizar el trabajo para Cristo. Si le abrimos la puerta, Jesús entrará y habitará con nosotros, y mediante su representante, el Espíritu Santo, nos dará la fortaleza que necesitamos (Review and Herald, febrero 23, 1897).
Amar a Otros (1 Juan 2:9-11).
Jueves 23
El mayor peligro de la iglesia de Cristo no es la oposición del mundo. Es el mal acariciado en los corazones de los creyentes lo que produce el más grave desastre, y lo que, seguramente, más retardará el progreso de la causa de Dios. No hay forma más segura para destruir la espiritualidad que abrigar envidia, sospecha, crítica o malicia. Por otro lado, el testimonio más fuerte de que Dios ha enviado a su Hijo al mundo, es la armonía y unión entre hombres de distintos caracteres que forman su iglesia. El privilegio de los seguidores de Cristo es dar ese testimonio. Pero para poder hacerlo, deben colocarse bajo las órdenes de Cristo. Sus caracteres deben conformarse a su carácter, y sus voluntades a la suya.
"Un mandamiento nuevo os doy -dijo Cristo- Que os améis unos a otros; como os he amado, que también os améis los unos a los otros" (S. Juan 13:34). ¡Qué maravillosa declaración! Pero, ¡cuán poco se la practica! Hoy día en la iglesia de Dios, el amor fraternal falta, desgraciadamente. Muchos que profesan amar al Salvador, no se aman unos a otros. Los incrédulos observan para ver si la fe de los profesos cristianos ejerce una influencia santificadora sobre sus vidas; y son prestos para discernir los defectos del carácter y las acciones inconsecuentes. No permitan los cristianos que le sea posible al enemigo señalarlos diciendo: Mirad cómo esas personas, que se hallan bajo la bandera de Cristo, se odian unas a otras. Todos los cristianos son miembros de una familia, hijos del mismo Padre celestial, con la misma esperanza bienaventurada de la inmortalidad. Muy estrecho y tierno debe ser el vínculo que los une.
El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo mostró. Solamente el hombre que tiene un amor desinteresado por su hermano, ama verdaderamente a Dios. El verdadero cristiano no permitirá voluntariamente que un alma en peligro y necesidad camine desprevenida y desamparada. No podrá mantenerse apartado del que yerra, dejando que se hunda en la tristeza y desánimo, o que caiga en el campo de batalla de Satanás (Los hechos de los apóstoles, pp. 438, 439).
Guía de Estudio de la Biblia: Amadas y llenas de amor: Las Epístolas de Juan / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Julio-Septiembre de 2009
Autor: Ekkehardt Mueller, nacido en Alemania, doctor en Teología y Ministerio. Es uno de los directores asociados del Instituto de Investigaciones Bíblica (Biblical Research Institute) de la Asociación General. Sus especialidades son Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis, hermenéutica y teología aplicada. Es casado y tiene dos hijos adultos.
Editor: Clifford Goldstein
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