sábado, 3 de octubre de 2009

Lección 2: El pueblo se prepara / Notas de Elena de White

Sábado 3 de octubre.

El Señor Dios del cielo es nuestro líder. Es un líder a quien podemos seguir con seguridad pues no comete errores. Honremos a Dios y a su Hijo Jesucristo mediante el cual se comunica con el mundo. Fue Cristo quien dio a Moisés la instrucción que el Salvador dio a los hijos de Israel. Fue Cristo quien libertó a los israelitas de la servidumbre egipcia. Moisés y Aarón fueron los líderes visibles del pueblo. El líder invisible dio a Moisés instrucciones para que las transmitiera al pueblo.

Si Israel hubiese obedecido las directivas que le fueron dadas por Moisés, ninguno de los que comenzaron el viaje al salir de Egipto hubiera caído en el desierto presa de la enfermedad y de la muerte. Estaban bajo un Guía seguro. Cristo se había comprometido a guiarlos a salvo a la tierra prometida si seguían su dirección. Esa vasta multitud, que constaba de más de un millón de personas, estaba bajo su conducción directa. Eran su familia. Estaba interesado en cada uno de ellos (Comentario bíblico adventista, t. 1, pp. 1131, 1132).

Control de las Enfermedades.
Domingo 4 de octubre

En la enseñanza que Dios dio a Israel, la conservación de la salud fue objeto de particular cuidado. El pueblo, que había salido de la esclavitud contagiado por los hábitos de desaseo contrarios a la salud que aquélla suele engendrar, recibió la más estricta educación en el desierto antes de entrar en Canaán. Se le enseñaron los principios de higiene y se le sometió a leyes sanitarias.

No sólo en su servicio religioso, sino en todos los asuntos de la vida diaria observaban los israelitas la distinción entre lo puro y lo impuro. Todo aquel que tuviese algo que ver con enfermedades contagiosas e infecciosas quedaba aislado del campamento y no se le permitía volver sin previa purificación de su persona y su ropa. En caso de enfermedad infecciosa, se había de hacer lo siguiente:

"Toda cama en que se acostare [el enfermo]... será inmunda; y toda cosa sobre que se sentare, inmunda será. Y cualquiera que tocare a su cama, lavará sus vestidos, lavaráse también a sí mismo con agua, y será inmundo hasta la tarde. Y el que se sentare sobre aquello en que se hubiere sentado... lavará sus vestidos, se lavará también a sí mismo con agua, y será inmundo hasta la tarde. Asimismo el que tocare la carne del [enfermo]... lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la tarde. Y todo aquel a quien tocare... y no lavare con agua sus manos, lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la tarde. Y la vasija de barro en que tocare... será quebrada; y toda vasija de madera será lavada con agua" (Levítico 15:4-12) (El ministerio de curación, pp. 211, 212).

Durante su viaje en el desierto y su morada en tiendas, se les requería a los israelitas observar reglas específicas y ser muy cuidadosos con respecto a la limpieza, tanto del campamento como de sus hábitos personales. Y en estos asuntos, el Señor no requiere ahora menos cuidado que en la antigüedad (Review and Herald, mayo 6, 1884).

A fin de ser aceptables a la vista de Dios, los dirigentes del pueblo debían prestar estricta atención al estado sanitario de los ejércitos de Israel, aun mientras salían a la guerra. Cada uno, desde el comandante en jefe hasta el más humilde soldado del ejército, tenía la obligación sagrada de preservar la limpieza de su persona y de lo que lo rodeaba, pues los israelitas habían sido escogidos por Dios como su pueblo peculiar. Tenían la sagrada obligación de ser santos en cuerpo y espíritu. No debían ser descuidados ni negligentes de sus deberes personales. En todo respecto habían de preservar la limpieza. No habían de permitir que hubiera nada sucio ni malsano en su ambiente, nada que pudiera mancillar la pureza de la atmósfera. Había de ser puros interna y externamente (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 1133).

Control Social.
Lunes 5 de octubre

No constituye ninguna degradación para el hombre el inclinarse ante su Hacedor y confesar sus pecados, y rogar por el perdón a través de los méritos de un Salvador crucificado y resucitado. Es algo noble reconocer la maldad ante Aquel que ha sido herido por la transgresión y la rebelión. Es algo que nos eleva ante los hombres y los ángeles; porque "el que se humilla será exaltado". Pero el que se postra ante el hombre caído y se explaya confesando los pensamientos y las imaginaciones secretas de su corazón, se deshonra a sí mismo degradando su hombría y rebajando todo noble instinto de su alma. Al desplegar los pecados de su vida ante un sacerdote corrompido por el vino y el libertinaje, su norma de carácter se rebaja, y como resultado se contamina. Dios se degrada en su mente hasta asemejarse a la imagen de la humanidad pecaminosa, por cuanto el sacerdote está como representante de Dios. Es precisamente esta confesión degradante del hombre ante el hombre caído lo que es responsable del mal creciente que está contaminando el mundo y preparándolo para la destrucción final.

... Confesad vuestros pecados a Dios, quien es el único capaz de perdonarlos, y vuestras faltas unos a otros. Si habéis ofendido a un amigo o al prójimo, debéis reconocer vuestro delito, y es su deber perdonaros. Entonces habréis de procurar el perdón de Dios, porque el hermano a quien heristeis es la propiedad de Dios, y al herirle pecasteis contra su Creador y Redentor...

La verdadera confesión es siempre de carácter específico y reconoce pecados particulares. Pueden ser de tal naturaleza que deben ser presentados solamente a Dios, pueden ser ofensas que se deben confesar a individuos que han sido dañados por causa de ellos, o pueden ser de tipo general que deben ser presentados ante el pueblo. Pero toda confesión debe ser definida y al punto, reconociendo los pecados mismos de que sois culpables (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 600, 601).

Si queremos ofrecer oraciones aceptables, tenemos que realizar una obra de confesión mutua de nuestros pecados. Si he faltado contra mi vecino de palabra o acción, debo confesárselo. Si él me ha agraviado, debería confesármelo. Hasta donde sea posible, el que ha agraviado a otros debe hacer restitución. Luego, arrepentido, debe confesar su pecado a Dios, cuya ley ha transgredido. Al pecar contra nuestro hermano, pecamos contra Dios, y debemos buscar su perdón. Cualquiera que sea su pecado, si nos arrepentimos y creemos en la sangre expiatoria de Cristo, seremos perdonados (A fin de conocerle, p. 262).

Fidelidad Matrimonial.
Martes 6 de octubre

¿Qué ordenó Dios a Moisés que hiciera con los que eran culpables del adulterio? Debían ser apedreados hasta morir. ¿Terminaba allí el castigo? No, pues deberán morir la segunda muerte. El sistema del apedreamiento ha sido abolido, pero la penalidad por la transgresión de la Ley de Dios no ha sido abolida. Si el transgresor no se arrepiente de corazón, será castigado con la separación eterna de la presencia del Señor (Testimonios acerca de la conducta sexual, p. 152).

El matrimonio es una unión para toda la vida y un símbolo de la unión entre Cristo y su iglesia. El espíritu que Cristo manifiesta hacia su iglesia es el espíritu que los esposos han de manifestar el uno para con el otro. Si aman a Dios en forma suprema, se amarán el uno al otro en el Señor; siempre se tratarán con cortesía y obrarán en cooperación. En su abnegación mutua y sacrificio de sí mismos, serán una bendición el uno para el otro (El hogar cristiano, p. 82).

Dios quiere que el hogar sea el lugar más feliz de la tierra, el mismo símbolo del hogar celestial. Mientras llevan las responsabilidades matrimoniales en el hogar, y vinculan sus intereses con Jesucristo, apoyándose en su brazo y en la seguridad de sus promesas, ambos esposos pueden compartir en esta unión una felicidad que los ángeles de Dios elogian (El hogar cristiano, p. 87).

"No cometerás adulterio" (Éxodo 20:14).
Este mandamiento no sólo prohíbe las acciones impuras, sino también los pensamientos y los deseos sensuales, y toda práctica que tienda a excitarles. Exige pureza no sólo de la vida exterior, sino también en las intenciones secretas y en las emociones del corazón. Cristo, al enseñar cuán abarcante es la obligación de guardar la ley de Dios, declaró que los malos pensamientos y las miradas concupiscentes son tan ciertamente pecados como el acto ilícito.

Cuando se aman y acarician malos pensamientos, por muy en secreto que sea, dijo Jesús, se demuestra que el mal reina todavía en el corazón. El alma sigue sumida en hiel de amargura y sometida a la iniquidad. El que halla placer espaciándose en escenas impuras, cultiva malos pensamientos y echa miradas sensuales, puede contemplar en el pecado visible, con su carga de vergüenza y aflicción desconsoladora, la verdadera naturaleza del mal que lleva oculto en su alma. El momento de tentación en que posiblemente se caiga en pecado gravoso no crea el mal que se manifiesta, sólo desarrolla o revela lo que estaba latente y oculto en el corazón. "Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él", ya que del corazón "mana la vida"... El corazón en el cual mora Cristo estará tan henchido, tan satisfecho de su amor que no se consumirá con el deseo de atraer simpatía y atención a sí mismo. Si el alma se entrega a Dios, la sabiduría de él puede llevar a cabo lo que la capacidad humana no logra hacer.

Mientras dure la vida, habrá necesidad de guardar los afectos y las pasiones con propósito firme. Ni un sólo momento podemos estar seguros, a no ser que confiemos en Dios y tengamos nuestra vida escondida en Cristo (Hijos e hijas de Dios, p. 64).

Personas Comunes Consagradas.
Miércoles 7 de octubre

El propósito de Dios para sus instituciones hoy puede leerse también en el propósito que trató de realizar mediante la nación judía. Quería impartir ricas bendiciones a todos los pueblos por medio de Israel. Así quería preparar el camino para la difusión de su luz en el mundo entero. Al seguir costumbres corruptas, las naciones del mundo habían perdido el conocimiento de Dios. Sin embargo, en su misericordia Dios no quería raerlas de la existencia. Se proponía darles oportunidad de conocerle por medio de su iglesia. Quería que los principios revelados por su pueblo fuesen el medio de restaurar en el hombre la imagen moral de Dios.

Cristo era su instructor. Así como los acompañó en el desierto y mientras se establecían en la tierra prometida, iba a ser su Maestro y Guía. En el Tabernáculo y el Templo, su gloria moraba en una santa manifestación sobre el propiciatorio. Manifestaba constantemente en su favor las riquezas de su amor y paciencia.
Dios deseaba hacer de su pueblo Israel una alabanza y una gloria. Le dio toda ventaja espiritual. No privó a sus hijos de nada que favoreciese la formación del carácter que los haría representantes suyos.

La obediencia a las leyes de Dios iba a hacer de ellos maravillas de prosperidad entre las naciones del mundo. El que podía darles sabiduría y habilidad en todo trabajo y arte, continuaría siendo su Maestro, y los ennoblecería y elevaría por medio de la obediencia a sus leyes. Si eran obedientes, los preservaría de las enfermedades que afligían a otras naciones, y serían bendecidos con vigor intelectual. La gloria de Dios, su majestad y poder, habían de revelarse en toda su prosperidad. Habían de ser un reino de sacerdotes y príncipes. El Señor les proporcionó toda facilidad para que llegasen a ser la mayor nación de la tierra (Joyas de los testimonios, pp. 479, 480).

Y no bastaba que el niño prometido recibiera de sus padres un buen legado. Éste debía ir seguido por una educación cuidadosa y la formación de bueno hábitos. Dios mandó que el futuro juez y libertador de Israel aprendiese a ser estrictamente temperante desde la infancia. Había de ser nazareo desde su nacimiento, y eso le imponía desde un principio la perpetua prohibición de usar vino y bebidas alcohólicas. Las lecciones de templanza, abnegación y dominio propio deben enseñarse a los hijos desde la infancia.

La prohibición del ángel incluía toda "cosa inmunda". La distinción entre los comestibles limpios y los inmundos no era meramente un reglamento ceremonial o arbitrario, sino que se basaba en principios sanitarios. A la observancia de esta distinción se puede atribuir, en algo grado, la maravillosa vitalidad que por muchos siglos ha distinguido al pueblo judío. Los principios de la templanza deben llevarse más allá del mero consumo de bebidas alcohólicas. El uso de alimentos estimulantes indigestos es a menudo igualmente perjudicial para la salud, y en muchos casos, siembra las semillas de la embriaguez. La verdadera temperancia nos enseña a abstenernos por completo de todo lo perjudicial, y a usar cuerdamente lo que es saludable. Pocos son los que comprenden debidamente la influencia que sus hábitos relativos a la alimentación ejercen sobre su salud, su carácter, su utilidad en el mundo y su destino eterno. El apetito debe sujetarse siempre a las facultades morales e intelectuales. El cuerpo debe servir a la mente, y no la mente al cuerpo (Patriarcas y profetas, p. 605).

La Oración de Aarón.
Jueves 8 de octubre

En completa soledad, Moisés repasó las vicisitudes y penurias de su vida desde que se apartó de los honores cortesanos y de su posible reinado en Egipto, para echar su suerte con el pueblo escogido de Dios. Evocó aquellos largos años que pasó en el desierto cuidando los rebaños de Jetro; la aparición del ángel en la zarza ardiente y la invitación que se le diera de librar a Israel. Volvió a recordar los grandes milagros que el poder de Dios había realizado en favor del pueblo escogido: las plagas en Egipto; el cruce del Mar Rojo; la columna de nube y de fuego que era el símbolo de la presencia divina; el agua que brotaba de la roca y el maná que descendía del cielo; las victorias que el Señor les había dado sobre sus enemigos y la morada tranquila y segura en medio del vasto desierto. Y al recordar la gloria y majestad de la presencia divina que se le había permitido contemplar, fue sobrecogido con el sentimiento de la bondad y el poder de Dios y su fidelidad en cumplir sus promesas a Israel cuando éste había sido fiel y obediente (Signs of the Times, marzo 31, 1881).

Durante el peregrinar de los hijos de Israel en el desierto, Jesús, quien era igual al Padre, fue su dirigente y su guía. Oculto en la columna de nube durante el día y en la de fuego durante la noche, manifestaba su continua presencia con ellos. Juntamente con los sacrificios, esas manifestaciones eran símbolos de un Salvador presente que se comunicaba con Moisés para impartirles sus bendiciones.

Durante toda la dispensación judía, las revelaciones de Dios para ellos y la adoración de ellos a su Dios estaba conectada con el Tabernáculo y posteriormente con el Templo. Sus sacrificios y su culto; las respuestas a sus preguntas manifestadas en el pectoral del sumo sacerdote; la presencia del Creador de los cielos y la tierra en medio de los querubines; el arca del pacto con las tablas de la Ley, todo ellos les aseguraba la presencia divina y la seguridad de victoria en sus batallas. Lo sagrado de su presencia se manifestaba en la muerte de cualquiera que se aventurara a tocar irreverentemente o por curiosidad los símbolos de su presencia entre ellos.

A través de toda la historia sagrada se registra el trato de Dios con su pueblo y la presencia del gran YO SOY. En ningún otro momento de la historia se registraron manifestaciones más elocuentes de su poder y gloria. Era un cetro que el Rey invisible sostenía con manos no humanas, y que gobernaba de una manera grandiosa y extraordinaria (Signs of the Times, junio 3, 1886).


Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein

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