sábado, 10 de octubre de 2009

Lección 3: Adoración y consagración / Notas de Elena de White

Sábado 10 de octubre.

Dios quería hacer de su pueblo Israel una alabanza y una gloria. Se dio a ellos toda ventaja espiritual. Dios no les negó nada favorable a la formación del carácter que había de hacerlos sus representantes.

Su obediencia a la ley de Dios había de hacerlos maravillas de prosperidad delante de las naciones del mundo. El que podía darles sabiduría y habilidad en todo artificio, continuaría siendo su maestro, y los ennoblecería y elevaría mediante la obediencia a sus leyes. Si eran obedientes, había de ser preservados de las enfermedades que afligían a otras naciones, y había de ser bendecidos con vigor intelectual. La gloria de Dios, su majestad y poder, habían de revelarse en toda su prosperidad. Habían de ser un reino de sacerdotes y príncipes. Dios les proveyó toda clase de facilidades para que llegaran a ser la más grande nación de la tierra...

En una forma muy definida Cristo, mediante Moisés, les había presentando el propósito de Dios, y había aclarado las condiciones de su prosperidad...

Los hijos de Israel habían de ocupar todo el territorio que Dios les había señalado. Habían de ser desposeídas las naciones que rechazaran el culto y el servicio al verdadero Dios. Pero el propósito de Dios era que por la revelación de su carácter mediante Israel, los hombres fueran atraídos a él. A todo el mundo se le dio la invitación del evangelio. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo había de ser levantado delante de las naciones, y habían de vivir todos los que lo miraran. Todos los que, como Rahab la cananea, y Rut la moabita, se volvieran de la idolatría al culto del verdadero Dios, habían de unirse de los israelitas, éstos habían de ensanchar sus fronteras, hasta que su reino abarca el mundo (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 230-233).

La Consagración del Altar.
Domingo 11 de octubre

El servicio diario consistía en el holocausto matutino y el vespertino, en el ofrecimiento del incienso en el altar de oro y de los sacrificios especiales por los pecados individuales. Además, había sacrificios para los sábados, las lunas nuevas y las fiestas especiales.

Cada mañana y cada tarde, se ofrecía sobre el altar un cordero de un año, con las oblaciones apropiadas de presentes, para simbolizar la consagración diaria a Dios de toda la nación y su constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo. Dios les indicó expresamente que toda ofrenda presentada para el servicio del Santuario debía ser sin defecto... Sólo una ofrenda "sin defecto" podía simbolizar la perfecta pureza de Aquel que había de ofrecerse como "cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1:19)...

Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos dedicados al culto por toda la nación judía... En esta costumbre, los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los que le aman y se postran de mañana y tarde, para pedir el perdón de los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan (La fe por la cual vivo, p. 198).

No se permitía a los sacerdotes entrar en el Santuario con los pies calzados; porque las partículas de polvo adheridas al calzado habrían profanado el lugar santo. Debían dejar sus zapatos en el patio antes de entrar en el santuario, y también lavarse las manos y los pies antes de ministrar en el tabernáculo o ante el altar de los holocaustos. Así se enseñaba constantemente la lección de que toda contaminación debe ser puesta a un lado por aquellos que quieren allegarse a la presencia de Dios (Obreros evangélicos, pp. 182, 183).

En cada sacrificio estaba implícita una lección e impresa en cada ceremonia, solemnemente predicada por el sacerdote en su santo ministerio, e inculcada por Dios: que sólo por medio de la sangre de Cristo hay perdón de los pecados. Nosotros ¡cuán poco sentimos en conjunto la fuerza de esta gran verdad! ¡Cuán raras veces, mediante una fe viviente y real, hacemos que penetre en nuestra vida esta gran verdad: que hay perdón para el pecado más pequeño, perdón para el pecado más grande! (Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 944).

Para muchos ha sido un misterio por qué se requerían tantas ofrendas de sacrificio en la dispensación antigua, por qué se llevaban tantas víctimas sangrantes al altar. Pero la gran verdad que se presentó al hombre para que imprimiera en su mente y en su corazón es ésta: "Sin derramamiento de sangre no se hace remisión" (Hebreos 9:22). Cada sacrificio sangriento representaba "al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (S. Juan 1:29) (La maravillosa gracia de Dios, p. 155).

Comunión con Dios.
Lunes 12 de octubre

En el Templo celestial, la morada de Dios, su trono está asentado en juicio y en justicia. En el Lugar Santísimo está su ley, la gran regla de justicia por la cual es probada toda la humanidad. El arca, que contiene las tablas de la ley, está cubierta con el propiciatorio, ante el cual Cristo ofrece su sangre a favor del pecador. Así se representa la unión de la justicia y de la misericordia en el plan de la redención humana. Sólo la sabiduría infinita podía idear semejante unión, y sólo el poder infinito podía realizarla; es una unión que llena todo el cielo de admiración y adoración. Los querubines del Santuario terrenal que miraban reverentemente hacia el propiciatorio, representaban el interés con el cual las huestes celestiales contemplan la obra de redención. Es el misterio de misericordia que los ángeles desean contemplar, a saber. que Dios puede ser justo al mismo tiempo que justifica al pecador arrepentido y reanuda sus relaciones con la raza caída; que Cristo pudo humillarse para sacar a innumerables multitudes del abismo de la perdición y revestirlas con las vestiduras inmaculadas de su propia justicia, a fin de unirlas con ángeles que no cayeron jamás y permitirles vivir para siempre en la presencia de Dios (El conflicto de los siglos, pp. 467, 468).

Cristo era su instructor. Como había estado con ellos en el desierto, seguiría siendo su maestro y guía. En el Tabernáculo y en el Templo, su gloria moraba en la santa shekina sobre el propiciatorio. Él manifestaba constantemente en su favor las riquezas de su amor y paciencia (Profetas y reyes, p. 13).

El arca de Dios era un cofre sagrado, confeccionado para contener los Diez Mandamientos, que eran una manifestación de Dios mismo. Se consideraba que esta arca era la gloria y la fortaleza de Israel. La señal de la presencia divina se manifestaba sobre ella de día y de noche. Los sacerdotes que servían delante de ella eran dedicados a su santo oficio mediante ritos sagrados. Usaban un pectoral adornado con piedras preciosas de diferentes materiales, los mismos que constituyen los doce fundamentos de la ciudad de Dios. Sobre el pectoral se encontraban los nombres de las doce tribus de Israel, grabados en piedras preciosas engarzadas con oro. Era una prenda muy rica y hermosa, suspendida de los hombros de los sacerdotes, y que les cubría el pecho (La historia de la redención, p. 187).

Cristo ha provisto los medios por medio de los cuales podemos tener constante comunión con él durante toda nuestra vida, pero esa sensación de una continua presencia de Cristo sólo se alcanza mediante una fe viviente. El yo debe quedar escondido con Cristo en Dios y debe existir una consagración personal a él. Entonces la gracia fluirá constantemente como una ofrenda de gratitud a Dios. Mediante esta unión Cristo se identifica con los seres humanos frente al universo celestial. "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (S. Juan 1:12). Nuestros pecados son colocados sobre Cristo y su justicia nos es imputada; entonces somos hechos justicia de Dios en él. Por causa de su sacrificio expiatorio, nuestras oraciones se elevan hacia el Padre llevadas por la fragancia del carácter de Cristo y, unidos a él, somos aceptos en el Amado (The Watchman, junio 11, 1907).

Luz en el Santuario.
Martes 13 de octubre

En el primer departamento, o Lugar Santo, estaban la mesa para el pan de la proposición, el candelero o la lámpara y el altar del incienso. La mesa del pan de la proposición estaba hacia el norte... Al sur, estaba el candelero de siete brazos, con sus siete lámparas. Sus brazos estaban decorados con flores exquisitamente labradas y parecidas a lirios; el conjunto estaba hecho de una pieza sólida de oro. Como no había ventanas en el tabernáculo, las lámparas nunca se extinguían todas al mismo tiempo, sino que ardían día y noche (Patriarcas y profetas, pp. 359, 360).

Estos sagrados compartimientos no tenían ventanas que permitieran entrar la luz. El candelabro hecho de puro oro se mantenía encendido de noche y de día, y proporcionaba luz para ambos compartimientos. La luz de las lámparas del candelabro se reflejaba en las tablas recubiertas de oro que se hallaban a ambos lados del edificio, como asimismo sobre los muebles sagrados y sobre las cortinas de hermosos colores con querubines bordados con hilos de oro y plata, cuyo aspecto era tan glorioso que no se lo puede describir. No hay lengua capaz de expresar la sagrada hermosura, el encanto y la gloria que se veían en esos compartimientos (La historia de la redención, pp. 158, 159).

La comunicación constante del Espíritu Santo a la iglesia es representada por el profeta Zacarías por otra figura, que contiene una admirable lección de ánimo para nosotros...
De las dos olivas el aceite áureo fluía a través de los tubos de oro a las vasijas de los candeleros y de allí a las lámparas de oro que alumbraban el Santuario. Así de los santos que están en la presencia de Dios, su Espíritu es impartido a los instrumentos humanos que están consagrados a su servicio. La misión de los dos ungidos es comunicar luz y poder al pueblo de Dios. Es con el propósito de recibir bendición para nosotros por lo que están en la presencia de Dios. Así como las olivas se vacían en los tubos de oro, los mensajeros celestiales tratan de comunicar todo aquello que reciben de Dios. Todo el tesoro celestial espera que lo pidamos y lo recibamos; y a medida que recibimos la bendición, a la vez hemos de impartirla. Así es como las santas lámparas son alimentadas, y la iglesia llega a ser portadora de luz en el mundo (Testimonios para los ministros, pp. 518, 519).

Consagración de los Levitas: parte 1.
Miércoles 14 de octubre

Dios había honrado a los levitas para que prestaran servicio en el Tabernáculo porque no tuvieron parte en hacer y adorar el becerro de oro y debido a su fidelidad en ejecutar la orden de Dios sobre los idólatras. También se les asignó a los levitas el oficio de erigir el Tabernáculo y de acampar alrededor del él, mientras que las huestes de Israel armaban sus tiendas a una distancia del mismo. Y cuando viajaban, los levitas desarmaban el Tabernáculo y lo transportaban junto con el arca y todos los artículos sagrados del mobiliario (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 379).

Dios espera de los que llevan el nombre de Cristo, que lo representen. Sus pensamientos han de ser puros, sus palabras nobles y elevadoras. La religión de Cristo se ha de entretejer con todo lo que hagan y digan. Han de ser un pueblo santificado, purificado, santo, que comunique la luz a todos aquellos con quienes lleguen a tratar. Es propósito de Dios, que ejemplificando la verdad en su vidas, sean una alabanza en la tierra. La gracia de Cristo basta para producir esto. Pero recuerde el pueblo de Dios, que únicamente en la medida en que crea y ponga por obra los principios del evangelio, podrá cumplir su propósito. Únicamente en la medida en que entregue al servicio de Dios las capacidades que él le ha dado, gozará de la plenitud y del poder de la promesa en la cual la iglesia ha sido invitada a confiar.

Antes que Cristo entrase en su conflicto final con las potestades de las tinieblas, levantó los ojos al cielo y oró por sus discípulos. Dijo: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (S. Juan 17:15-17).

Los seguidores de Cristo han de estar preparados del mundo en sus principios e intereses; pero no deben aislarse del mundo. El Salvador trataba constantemente con los hombres, no para alentarlos en cosa alguna que no estuviese de acuerdo con la voluntad de Dios, sino para elevarlos y ennoblecerlos. "Me santifico -declaró- para que también ellos sean santificados" (S. Juan 17:19). Así también el cristiano ha de morar entre los hombres, a fin de que el sabor del amor divino pueda ser como la sal para preservar el mundo de la corrupción...

Lo que mucho necesitamos es el poder de una vida más elevada, más pura y más noble. El mundo está observando para ver qué frutos llevan los que profesan ser cristianos. Tiene derecho a esperar abnegación y sacrificio de los que creen en la verdad avanzada. Está observando, listo para criticar aguda y severamente nuestras palabras y acciones. Cada persona que desempeñe una parte en la obra de Dios, es pesada en las balanzas del discernimiento humano. En la mente de todos aquellos con quienes debemos tratar, se están haciendo constantemente impresiones favorables o no de la religión de la Biblia.
Y Dios y los ángeles están observando. Él desea que sus hijos demuestren por su vida la ventaja que sobre la mundanalidad tiene el cristianismo; que demuestren que están trabajando en un plano elevado y santo. Él anhela verlos manifestar que la verdad recibida los ha hecho hijos del Rey celestial. Anhela hacerlos conductos por los cuales pueda derramar su ilimitado amor y misericordia.

Cristo está aguardando con deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo se reproduzca perfectamente en su pueblo, entonces vendrá a buscar a los suyos. Es un privilegio de todo cristiano, no solamente esperar la venida de nuestro Señor, sino también apresurarla. Si todos los que profesan su nombre estuviesen llevando frutos para su gloria, ¡cuán prestamente se sembrarían en todo el mundo las semillas del evangelio! ¡Con cuánta presteza maduraría la última gran mies, y vendría Cristo! (Consejos para los maestros, padres y alumnos, pp. 306-308).

Consagración de los Levitas: Parte 2.
Jueves 15 de octubre

El creer en la próxima venida del Hijo del hombre en las nubes de los cielos no inducirá a los verdaderos cristianos a ser descuidados y negligentes en los asuntos comunes de la vida. Los que aguardan la pronta aparición de Cristo no estarán ociosos. Por lo contrario, serán diligentes en sus asuntos. No trabajarán con negligencia y falta de honradez sino con fidelidad, presteza y esmero. Los que se lisonjean de que el descuido y la negligencia en las cosas de esta vida son evidencia de su espiritualidad y de su separación del mundo incurren en un gran error. Su veracidad, fidelidad e integridad se prueban mediante las cosas temporales. Si son fieles en lo poco, lo serán en lo mucho.

Se me mostró que es en esto donde muchos no soportan la prueba. Desarrollan su verdadero carácter en el manejo de las preocupaciones temporales. Son infieles, maquinadores y deshonestos en su trato con sus semejantes. No consideran que su derecho a la vida futura e inmortal depende de cómo se conducen en los asuntos de la presente, y que la más estricta integridad es indispensable para la formación de un carácter justo. En todas nuestras filas se practica la falta de honradez; y ésta es la causa de la tibieza que notamos en muchos de los que profesan creer la verdad. Éstos nos están relacionados con Cristo y están engañando sus propias almas. Me duele declarar que hay una alarmante falta de honradez aun entre los observadores del sábado (Joyas de los testimonios, t. 1, pp. 509, 510).

El tiempo presente es un momento de solemne privilegio y sagrada confianza. Si los siervos de Dios cumplen fielmente el cometido a ellos confiado, grande será su recompensa cuando el Maestro diga: "Da cuenta de tu mayordomía". La ferviente labor, el trabajo abnegado, el esfuerzo paciente y perseverante, serán recompensados abundantemente. Jesús dirá: Ya no os llamo siervos, sino amigos. El Maestro no concede su aprobación por la magnitud de la obra hecha, sino por la fidelidad manifestada en todo lo que se ha hecho. No son los resultados que alcanzamos, sino los motivos por los cuales obramos, lo que más importa a Dios. Él aprecia sobre todo la bondad y la fidelidad (Obreros evangélicos, p. 282).

Todos los que se mantienen intrépidamente en el frente de batalla deben sentir la lucha especial de Satanás en contra de ellos. Cuando se dan cuenta de sus ataques, escapan a la Fortaleza. Sienten la necesidad del vigor especial que viene de Dios, y trabajan con su fuerza; por consiguiente las victorias que ganan no los exaltan a ellos, sino que los llevan en fe a apoyarse con más seguridad en el Poderoso. En sus corazones despierta una profunda y ferviente gratitud a Dios, y están gozosos en la tribulación que experimentan mientras se sienten acosados por el enemigo. Estos siervos bien dispuestos están logrando una experiencia y formando un carácter que honrará la causa de Dios (Testimonios para la iglesia, t. 2, pp. 452, 453).


Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein

2 comentarios:

  1. muy bonitos y de mucha utilidad me han servido los consejos de la hermana white.

    gracias y feliz sábado para mañana a todos

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  2. muy bueno que integren estos comentarios de la hermana Elena.

    Dios los siga bendiciendo

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