sábado, 17 de octubre de 2009

Lección 4: Trompetas, sangre, nube y fuego / Notas de Elena de White

Sábado 17 de octubre

Cristo era el dirigente de los hijos de Israel en sus peregrinaciones por el desierto. Él los dirigió y guió rodeados por la columna de nube de día y la columna de fuego de noche. Los preservó de los peligros del desierto, los llevó a la tierra prometida, y a la vista de todas las naciones que no reconocían a Dios, estableció a Israel como su posesión escogida, la viña del Señor (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 230).

Cuando la compasión humana se mezcla con el amor y la benevolencia, y el espíritu de Jesús la santifica, es un elemento que puede producir mucho bien. Los que cultivan la benevolencia no sólo están haciendo una buena obra para otros, y bendiciendo a los que reciben su buena acción, sino que también se están beneficiando a sí mismos, al abrir sus corazones a la benigna influencia de la verdadera benevolencia. Cada rayo de luz que brilla sobre otros, será reflejado sobre nuestros propios corazones. Cada palabra bondadosa y llena de compasión que se dirija a los dolientes, cada acción que tienda a producir alivio a los oprimidos, y cada don que supla las necesidades de nuestros prójimos, dado y realizado para la gloria de Dios, resultará en bendiciones para el dador. Los que trabajan de esta manera están obedeciendo una ley del cielo, y recibirán la aprobación de Dios. El placer que se siente al hacer bien a otros, imparte un resplandor a los sentimientos que se irradia por los nervios, estimula la circulación de la sangre e induce salud mental y física (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 60).

En Memoria de Mí.
Domingo 18 de octubre

La Pascua recordaba la liberación de los hijos de Israel en el pasado, pero también señalaba a Cristo, el Cordero de Dios, que sería sacrificado para redimir al ser humano caído. La sangre esparcida sobre el dintel de las puertas prefiguraba la sangre expiatoria de Cristo y la continua dependencia del pecador en esa sangre que le aseguraba la victoria sobre el poder satánico y finalmente le brindaba la redención. Cristo comió la Pascua con sus discípulos antes de su crucifixión y en esa misma ocasión instituyó la Cena del Señor para ser observada en memoria de su muerte. Hasta entonces, la Pascua se celebraba para conmemorar la liberación de los hijos de Israel de la esclavitud en Egipto; desde entonces, se habría de celebrar para recordar los eventos de su crucifixión...

Nuestro Salvador instituyó la Santa Cena para que a menudo la celebremos a fin de mantener frescas en nuestra memoria las solemnes escenas de su traición y crucifixión, y para recordar nuestra continua dependencia en su sangre para nuestra salvación. El pan, sería el símbolo de su cuerpo quebrantado por la salvación del mundo, y el vino, símbolo de su sangre que limpia los pecados de todos aquellos que se acercan a él buscando su perdón y lo reciben como su Salvador.
La salvación de los seres humanos depende de una aplicación continua en sus corazones de la sangre purificadora de Cristo. Por lo tanto, la Cena del Señor debería ser celebrada con más frecuencia que la Pascua anual. Este solemne rito conmemora un acontecimiento mucho mayor que la liberación de los hijos de Israel de Egipto. Esa liberación prefiguraba la gran expiación que Cristo hizo con el sacrificio de su propia vida para la liberación final de su pueblo (Signs of the Times, marzo 25, 1880).

Aunque la institución de la Pascua apuntaba hacia el pasado, a la liberación milagrosa de los hebreos, también apuntaba hacia el futuro, mostrando la muerte del Hijo de Dios antes que sucediera. Durante la última Pascua que el Señor celebró con sus discípulos, instituyó la Cena del Señor en lugar de la Pascua, para que se observara como recordativo de su muerte. Ya no tendrían más necesidad de la Pascua, porque él, el gran Cordero representado, estaba listo para ser sacrificado por los pecados del mundo. En la muerte de Cristo la figura se encontró con la realidad (Exaltad a Jesús, p. 25).

Las instrucciones que Moisés dio acerca de la Pascua rebosan de significado, y se aplican a los padres y a los hijos en esta época del mundo...
El padre debía actuar como sacerdote de la familia y si él había fallecido, el hijo mayor entre los que vivían debía cumplir el acto solemne de rociar con sangre el dintel de la puerta. Es un símbolo de la obra que debe hacerse en cada familia. Los padres han de reunir a sus hijos en el hogar y presentarles a Cristo como su Pascua. El padre debe dedicar cada miembro de la familia a Dios y hacer una obra representada por la cena pascual. Es peligroso dejar este solemne deber en manos ajenas.

Resuelvan los padres cristianos que serán leales a Dios, y reúnan a sus hijos en derredor suyo en el hogar, para rociar el dintel con sangre que representa a Cristo como el único que puede proteger y salvar, para que el ángel destructor pase por alto el amado círculo de la familia. Vea el mundo que obra en el hogar una influencia más que humana. Mantengan los padres una relación vital con Dios, declárense de parte de Cristo y demuestren por la gracia de él cuánto bien puede lograr la actuación paterna (El hogar cristiano, pp. 292, 293).

El Principio Guiador.
Lunes 19 de octubre

Durante todo el peregrinaje de Israel, Cristo, desde la columna de nube y fuego, fue su guía. Mientras tenían símbolos que señalaban al Salvador que vendría, también tenían un Salvador presente, que daba mandamientos al pueblo por medio de Moisés y que les fue presentado como el único medio de bendición (Patriarcas y profetas, p. 321).

"Y los partidos de Succoth, asentaron campo en Etham, a la entrada del desierto. Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube, para guiarlos por el camino; y de noche en una columna de fuego para alumbrarles; a fin de que anduviesen de día y de noche. Nunca se partió de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego" (Éxodo 13:20-22). El salmista dice: "Extendió una nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche" (Salmo 105:39; véase también 1 Corintios 10:1, 2). El estandarte de su invisible caudillo estaba siempre con ellos. Durante el día la nube dirigía su camino, o se extendía como un dosel sobre la hueste. Servía de protección contra el calcinante sol, y con su sombra y humedad daba grata frescura en el abrasado y sediento desierto. A la noche se convertía en una columna de fuego, que iluminaba el campamento, y les aseguraba constantemente que la divina presencia estaba con ellos.

En uno de los pasajes más hermosos y consoladores de la profecía de Isaías, se hace referencia a la columna de nube y de fuego para indicar cómo custodiaría Dios a su pueblo en la gran lucha final con los poderes del mal: "Y criará Jehová sobre toda la morada del monte de Sión, y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y oscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas: porque sobre toda gloria habrá cobertura. Y habrá sombrajo para sombra contra el calor del día, para acogida y escondedero contra el turbión y contra el aguacero" (Isaías 4:5, 6) (Patriarcas y profetas, pp. 287, 288).

Cristo promete. "El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (S. Juan 8:12). Si se sigue la voluntad divina, el camino resulta claro. No hay lugar para dudas e incertidumbre, ni para andar a tientas buscando el camino.. Jesús no nos deja solo en frente de bifurcarnos confusas o pasos peligrosos. Si seguimos sus pisadas nos lleva con seguridad hacia adelante. Aquel que dirigió al antiguo Israel desde la columna de nube y de fuego dirigirá a su pueblo en este importante período de la historia del mundo. El camino no es incierto; está claramente marcado y ordenado por el Señor.

Dios tiene abundancia de luz y gracia para derramarlas sobre los que le temen, especialmente en estos últimos días en que las trampas satánicas son tan abundantes, corruptas y engañosas. A los que caminan en la verdad, el Dios de verdad les dará gracia de acuerdo a su necesidad. A los contritos de corazón y obedientes les llenará sus corazones de paz, ánimo y confianza. Pero como la justicia y el juicio son el asiento de su trono, los rebeldes y desobedientes no escaparán a la visitación de su justa ira (Signs of the Times, marzo 6, 1884).

Señales de Plata.
Martes 20 de octubre

Se me hizo volver la mirada a los hijos de Israel. Muy pronto después que dejaron Egipto fueron organizados y disciplinados cabalmente. En su providencia especial, Dios había calificado a Moisés para que se pusiera a la cabeza de los ejércitos de Israel. Había sido un poderoso guerrero en su conducción de los ejércitos egipcios, y en su liderazgo ningún hombre lo sobrepasaba. El Señor no dejó que su santo Tabernáculo fuera llevado indiscriminadamente por cualquier tribu que quisiera hacerlo. Fue sumamente cuidadoso, al punto de especificar el orden que quería que se observara en el transporte del arca sagrada, y designar una familia especial de entre los levitas para llevarla. Cuando convenía para bien del pueblo y para la gloria de Dios que levantaran sus tiendas en cierto lugar, Dios les revelaba su voluntad haciendo que el pilar de nube descansara directamente sobre el Tabernáculo, donde permanecía hasta que él decidiera que debían continuar la marcha. En todas sus jornadas se requería de ellos que observaran perfecto orden. Cada tribu llevaba un estandarte con el signo de la casa de su padre sobre él, y se requería que cada tribu acampara bajo su propio estandarte. El Señor designó a los levitas como la tribu en cuyo medio se debía transportar el arca sagrada. Moisés y Aarón marchaban justo al frente del arca, y los hijos de Aarón los seguían de cerca, cada uno de ellos llevando una trompeta. Debían recibir las instrucciones de Moisés, y comunicarlas al pueblo por medio de las trompetas. Esos instrumentos producían sonidos especiales que el pueblo.

Los trompeteros daban primero una señal para llamar la atención de la gente; luego, todos debían estar atentos y obedecer el sonido claro de las trompetas. No había confusión de sonido en las voces de las trompetas. No había confusión de sonido en las voces de las trompetas; por lo tanto, no había excusa para la confusión en los movimientos. El jefe de cada compañía daba instrucciones definidas con respecto a los movimientos que debían ejecutar, y ninguno que pusiera atención era dejado en la ignorancia con respecto a lo que debía hacer. Si alguien no cumplía con los requerimientos que el Señor le daba a Moisés, y que éste comunicaba al pueblo, era castigado con la muerte. No le servía de nada la excusa de que no sabía la naturaleza de esos requerimientos que el Señor le daba a Moisés, y que éste comunicaba al pueblo, era castigado con la muerte. No le servía de nada la excusa de que no sabía la naturaleza de esos requerimientos que el Señor le daba a Moisés, y que éste comunicaba al pueblo, era castigado con la muerte. No le servía de nada la excusa de que no sabía la naturaleza de esos requerimientos, porque con ella no sabía la naturaleza de esos requerimientos, porque con ella sólo probaba su ignorancia voluntaria; recibía así el justo castigo de su transgresión. Si no sabían la voluntad de Dios concerniente a ellos, era su propia culpa. Habían tenido las mismas oportunidades de obtener el conocimiento impartido que el resto del pueblo había tenido. Por eso, su pecado de no saber, de no comprender, era tan grande a la vista de Dios como si hubieran escuchado y luego transgredido (Testimonios para la iglesia, t. 1, pp. 563, 564).

En todo el peregrinaje de Israel, "el arca de la alianza de Jehová fue delante de ellos... buscándoles lugar de descanso" (Números 10:33). Llevada por los hijos de Coat, el arca sagrada que contenía la santa ley de Dios había de encabezar la vanguardia. Delante de ella iban Moisés y Aarón; y los sacerdotes, llevando trompetas de plata, se estacionaban cerca. Estos sacerdotes recibían instrucciones de Moisés, y a su vez las comunicaban al pueblo por medio de sus trompetas. Los jefes de cada compañía tenían obligación de dar instrucciones definitivas con respecto a todos los movimientos que habían de hacerse, tal como se los indicaban las trompetas. Al que dejaba de cumplir con las instrucciones dadas, se le castigaba con la muerte.

Dios es un Dios de orden. Todo lo que se relaciona con el cielo está en orden perfecto, la sumisión y una disciplina cabal distinguen los movimientos de la hueste angélica. El éxito sólo puede acompañar al orden y a la acción armónica. Dios exige orden y sistema en su obra en nuestros días tanto como los exigía en los días de Israel. Todos los que trabajan para él han de actuar con inteligencia, no en forma negligente o el azar. Él quiere que su obra se haga con fe y exactitud, para que pueda poner sobre ella el sello de su aprobación (Patriarcas y profetas, p. 393).

“Nos Serás en Lugar de Ojos”.
Miércoles 21 de octubre

El registro de la historia sagrada declara que Dios es un Dios de justicia, estricto con la iniquidad y dispuesto a castigar al pecador. Pero también lo muestra como un Dios de compasión y abundante misericordia. Sus juicios caen sobre los transgresores de su ley y los enemigos de su pueblo, a la vez que protege a quienes respetan sus estatutos y muestran bondad hacia sus escogidos.

Cuando él ordenó destruir a los amalecitas, también declaró que los ceneos, que vivían entre ellos, no fueran destruidos, pues habían manifestado misericordia hacia Israel en el tiempo de su peregrinación. Jetro, el suegro de Moisés, quien era un príncipe entre los ceneos, se había unido a los israelitas poco después que éstos habían salido de Egipto, y su presencia y consejo fue de gran valor para los hebreos. Posteriormente Moisés invitó a Hobab, hijo de Jetro, a acompañarlos en su peregrinación por el desierto, diciéndole: "Nosotros partimos para el lugar del cual Jehová ha dicho: Yo os lo daré. Ven con nosotros y te haremos bien; porque Jehová ha prometido el bien a Israel" (Números 10:29).

Hobab declinó la invitación porque prefería vivir en su propia tierra junto a su pueblo. Pero Moisés sabía que su cuñado conocía muy bien la región por la cual tendrían que pasar, y le insistió que los acompañara. "Te ruego que no nos dejes -le dijo- porque tú conoces los lugares donde hemos de acampar en el desierto, y nos serás en lugar de ojos. Y si vienes con nosotros, cuando tengamos el bien que Jehová nos ha de hacer, nosotros te haremos bien" (Números 10:31, 32). Hobab estuvo de acuerdo; pero cuando el peregrinaje terminó, él y su gente se fueron hacia el sur, al desierto de Judá al borde de Canaán, donde podrían gozar del aire en libertad.
La promesa hecha por Moisés a los ceneos, de considerarlos sus amigos y protegerlos, había sido hecha bajo la dirección divina. Por eso, cuando se le ordenó a Saúl que destruyera a los amalecitas, también se le ordenó que protegiera a los ceneos. Aunque Jetro y su familia habían sido adoradores del Dios verdadero y en general los ceneos reconocían al Dios viviente como el gobernante de la tierra y mantenían una relación amigable con Israel, su religión se había corrompido por la idolatría. Cuando la degradación y el paganismo se transformaron en una trampa para los hebreos, finalmente fueron visitados por los juicios divinos (Signs of the Times, agosto 24, 1882).

¡Qué maravillosa reverencia hacia la vida humana expresó Jesús en la misión de su vida! No anduvo entre la gente como un rey, exigiendo atención, reverencia y servicio, sino como uno que anhelaba servir y elevar a la humanidad. Dijo que no había venido para ser servido, sino para servir... Dondequiera que Cristo veía a un ser humano, veía a uno que necesitaba simpatía humana. Muchos de nosotros estamos dispuestos a servir a ciertas personas en particular -a aquellos que honramos- pero pasamos por alto, como indignas de ser notadas, a esas mismas personas a quienes Cristo quisiera bendecir por medio de nosotros, si no fuéramos tan fríos de corazón (Nuestra elevada vocación, p. 178).

¿Rumbo al Hogar?
Jueves 22 de octubre

En todos los viajes debía ir a la cabeza del pueblo el arca que contenía la ley de Dios. El lugar para acampar lo señalaba el descenso de la columna de nube. Mientras ésta descansaba sobre el Tabernáculo, permanecían en el lugar. Cuando se levantaba, reanudaban la marcha. Tanto cuando hacían alto como cuando partían, se hacía una solemne invocación. "Cuando el arca se movía, Moisés decía: Levántate, oh Jehová, y sean dispersados tus enemigos... Y cuando ella se detenía, decía: Vuelve, oh Jehová, a los millares de millares de Israel" (Números 10:35, 36) (La educación, pp. 38, 39).

Con su presencia, el Señor mostró que aceptaba la construcción del Tabernáculo como su morada. Desde entonces, cada vez que los hijos de Israel acampaban, la columna de nube durante el día y la de fuego durante la noche les aseguraba su presencia. Si la nube ascendía, sabían que debían continuar su marcha; si se detenía, podían descansar de su peregrinaje. El pueblo aceptó con gratitud y reverencia esta manifestación de su gloria. No hubo demostraciones ruidosas de gozo sino lágrimas de agradecimiento y suaves palabras de gratitud a Dios por haber aceptado su trabajo y haber condescendido a morar entre ellos.

El Señor dirigió a los israelitas en todo su viaje por el desierto. Si era para el bien de ellos y para su gloria que se detuvieran y moraran en cierto lugar, la columna de nube se detenía sobre el Tabernáculo; si ascendía, sabían que debían comenzar su marcha otra vez. Todo se hacía en perfecto orden, cada tribu marchando bajo el estandarte de la casa de su padre o estableciendo sus tiendas bajo la misma bandera, alrededor del Tabernáculo y a cierta distancia de él.

Durante sus viajes llevaban el arca del pacto delante de ellos. "Y la nube de Jehová iba sobre ellos de día, desde que salieron del campamento. Cuando el arca se movía. Moisés decía: Levántate, oh Jehová, y sean dispersados tus enemigos, y huyan de tu presencia los que te aborrecen. Y cuando ella se detenía, decía: Vuelve, oh Jehová, a los millares de millares de Israel" (Números 10:34-36) (Signs of the Times, junio 24, 1880).


Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein

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