sábado, 8 de agosto de 2009

Lección 7: Vivir como hijos de Dios / Notas de Elena de White

Sábado 8

"Mirad cual amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios: por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él" (1 Juan 3:1).

¡Qué amor, qué amor incomparable, que nosotros, pecadores y extranjeros, podamos ser llevados de nuevo a Dios, y adoptados en su familia!...

Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a generación por medio de los corazones humanos, todos los manantiales de ternura que se hayan abierto en las almas de los hombres, son tan sólo como una gota de ilimitado océano, cuando se comparan con el amor infinito e inagotable de Dios. La lengua no lo puede expresar, la pluma no lo puede describir. Podéis meditar en él cada día de vuestra vida; podéis escudriñar las Escrituras diligentemente a fin de comprenderlo; podéis dedicar toda facultad y capacidad que Dios os ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la compasión del Padre celestial, y, sin embargo, queda infinitamente más allá. Podéis estudiar este amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longitud y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo a fin de que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo revelará nunca plenamente. Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia, y meditemos en la vida de Cristo y el plan de redención, estos grandes temas se revelarán más y más a nuestro entendimiento (La fe por la cual vivo, p. 45).

Hijos de Dios (1 Juan 3:1).
Domingo 9

Los temas de la redención son temas trascendentes, y sólo los que tienen su mente dirigida a las cosas espirituales pueden discernir su profundidad y significado. Nuestra vida, nuestra seguridad y nuestro gozo se aumentan al espaciarnos en las verdades del plan de salvación. La fe y la oración son necesarias para poder contemplar las profundas cosas de Dios. Nuestras mentes están tan atadas por ideas estrechas que apenas tenemos una visión limitada de la experiencia que es nuestro privilegio tener. Poco comprendemos lo que quiso decir el apóstol cuando expresó: "Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en él hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestro corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén" (Efesios 3:14-21) (Review and Heral, noviembre 17, 1891).

¡Qué amor incomparable éste, que permite que siendo pecadores y extranjeros, podamos volver a Dios y ser adoptados en su familia! Podemos dirigirnos a él usando el tierno nombre de "Padre", que es una muestra del afecto que le profesamos y una prenda de su tierno cuidado por nosotros. Al contemplar a los herederos de la gracia, el Hijo de Dios "no se avergüenza de llamarlos hermanos". Tienen una relación con Dios más sagrada que la de los ángeles que nunca cayeron (Meditaciones matinales 1952, p. 298).

Que nadie piense que se está rebajando al convertirse en hijo de Dios. Fue el unigénito Hijo de Dios quien se rebajó.... Abandonando su esplendor, su majestad, su alto mando, y vistiendo su divinidad con humanidad, para que la humanidad pudiera tocar a la humanidad, y la divinidad se aferrara a la divinidad, él vino a esta tierra, y en nuestro beneficio sufrió la muerte de cruz...

Cristo ha hecho un sacrificio infinito. Él dio su propia vida por nosotros. Él tomo sobre su alma divina los resultados de la transgresión de la ley de Dios. Dejando de lado su corona real, condescendió a descender paso a paso hasta el nivel de la humanidad caída. Él pendió de la cruz del Calvario, muriendo por nosotros, para que nosotros pudiéramos tener vida eterna... ¿Parece una cosa muy pequeña que él haya tenido que soportar todo, para que nosotros pudiéramos ser llamados hijos de Dios? ¿Le parece a uste una cosa muy pequeña llegar a ser miembro de la familia real, hijo del Rey celestial, participante de la herencia inmortal?

Es tal la infinita bondad de Dios, que a través de los méritos de Cristo Jesús, él no sólo se compadece sino que nos perdona y justifica, y mediante la justicia de Cristo nos imputa justicia a nosotros, y nos exalta y ennoblece haciéndonos hijos de su adopción. Nos convertimos en miembros de la familia real, en hijos de su adopción. Él eleva a los hombres y a las mujeres de su degradación y los exalta hasta la justicia...

Él los llama joyas suyas, y un tesoro peculiar para él. Ellos son trofeos de su gracia y poder, y de su grandeza, riqueza y gloria. Por lo tanto ellos no se pertenecen a sí mismos, sino que han sido comprados por precio, y a través del extraordinario oficio de la expiación de Cristo, han sido llevados a una relación más cercana y sagrada con Cristo Jesús. Son llamados herencia suya, hijos suyos, los miembros del cuerpo de Cristo, de su carne y de sus huesos, sí, se unen al Señor por una relación más íntima con él (Nuestra elevada vocación, p. 19).

Resultados y responsabilidades (1 Juan 3:2, 3).
Lunes 10

"Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Juan 3:2). La herencia del pueblo de Dios se discierne por medio de la fe en la Palabra de Dios. "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (S. Juan 17:3).

Mediante la fe los hijos de Dios obtienen un conocimiento de Cristo y acarician la esperanza de su aparición para juzgar al mundo con justicia, hasta que llega a ser una gloriosa expectación; porque entonces le verán tal como él es, y serán hechos semejantes a él, y estarán siempre con el Señor. Los santos que duermen en sus tumbas serán entonces resucitados para recibir una gloriosa inmortalidad. Cuando llegue el día de la liberación, "entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia... entre el que sirve a Dios y el que no le sirve". Cuando Cristo venga, será para ser admirado por todos los que creyeron, y los reinos de este mundo han de ser los reinos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Los que están esperando la manifestación de Cristo en las nubes del cielo con poder y gran gloria, como Rey de reyes y Señor de señores, mediante su vida y carácter procurarán representarlo ante el mundo. "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1 Juan 3:3). Aborrecerán el pecado y la iniquidad, así como Cristo aborreció el pecado. Guardarán los mandamientos de Dios, como Cristo guardó los mandamientos de su Padre. Comprenderán que no es suficiente asentir a las doctrinas de la verdad, sino que la verdad debe ser aplicada en el corazón y practicada en la vida, a fin de que los seguidores de Cristo puedan ser uno con él, y que los hombres puedan ser tan puros en sus esferas como Dios lo es en la suya (Fe y obras, pp. 118, 119).

Satanás comenzó su revuelta contra Dios en el cielo porque aspiraba ser igual a Dios y deseaba tener un poder independiente de él. Su historia ha revelado una perseverante determinación de establecer su propio imperio, con leyes y recursos independientes de Dios. El resultado de su orgulloso y exaltado plan ha sido toda especie de idolatría, sensualidad, crimen, rebelión e irreligiosidad (Review and Herald, junio 21, 1898).

Nuestros primeros padres decidieron creer las palabras de una serpiente, según pensaban, que no les había dado prueba alguna de su amor. No había hecho nada por su felicidad y su beneficio, mientras Dios les había dado todo lo que era bueno para comer y agradable a la vista. Doquiera descansaba la mirada había abundancia y belleza; sin embargo, Eva fue engañada por la serpiente, y llegó a pensar que se les había ocultado algo que podía hacerlos tan sabios como Dios mismo. En vez de creer en Dios y confiar en él, rechazó mezquinamente su bondad y aceptó las palabras de Satanás (La historia de la redención, pp. 38, 39).

Una Definición de Pecado (1 Juan 3:4).
Martes 11

Un destino terrible aguarda al pecador, y por lo tanto es necesario que sepamos qué es el pecado, a fin de que podamos escapar de su poder. Juan dice: "Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley" (1 Juan 3:4). Aquí tenemos la verdadera definición de pecado; es "infracción de la ley". Cuán a menudo el pecador es instado a abandonar sus pecados y acudir a Jesús; pero, el mensajero que debería conducirlo a Cristo ¿le ha señalado claramente el camino? ¿Le ha señalado el hecho de que "el pecado es infracción de la ley", y de que debe arrepentirse y dejar de quebrantar los mandamientos de Dios?

Dios no podía alterar una jota ni una tilde de su santa ley a fin de ir al encuentro del hombre en su condición caída; porque esto habría producido descrédito sobre la sabiduría de Dios al hacer una ley por la cual había de gobernarse el cielo y la tierra. Pero Dios podía dar a su Hijo unigénito para que llegara a ser el Sustituto y Garante del hombre, para que sufriera la penalidad que merecía el transgresor y para que impartiera al alma penitente su perfecta justicia. Cristo vino a ser el sacrificio inmaculado en favor de una raza caída, convirtiendo a los hombres en prisioneros de esperanza, de manera que, mediante el arrepentimiento ante Dios por haber quebrantado su santa ley, y por medio de la fe en Cristo como su Sustituto, Garante y Justicia, pudieran ser traídos de vuelta a la lealtad a Dios y a la obediencia a su santa ley (Fe y obras, p. 121).

La ética presentada en el evangelio no reconoce otra norma que la perfección de la mente de Dios, de la voluntad de Dios. La imperfección de carácter es pecado, y el pecado es la transgresión de la ley. Todas las virtudes del carácter se encuentran en Dios como un todo armonioso y perfecto. Todo el que recibe a Cristo como su Salvador personal tiene el privilegio de poseer estos atributos. Esta es la ciencia de la santidad.

¡Cuán gloriosas son las posibilidades para la raza caída! Por medio de su Hijo, Dios ha revelado la excelencia que el hombre es capaz de alcanzar. Por medio de los méritos de Cristo, el hombre es elevado de su estado depravado, es purificado y hecho más precioso que el oro de Ofir. Le resulta posible llegar a ser compañero de los ángeles en gloria y reflejar la imagen de Jesucristo, que brillará aun ante el esplendor del trono eterno. Es su privilegio tener la fe que por medio del poder de Cristo lo haga inmortal. Sin embargo, ¡cuán pocas veces se da cuenta de las alturas que podría alcanzar si permitiera que Dios guíe cada uno de sus pasos! (Reflejemos a Jesús, p. 27).

No es la magnitud del acto de desobediencia lo que constituye el pecado sino el desacuerdo con la voluntad expresa de Dios en el detalle más mínimo, porque demuestra que todavía hay comunión entre el alma y el pecado. El corazón está dividido en su servicio. Niega realmente a Dios, y se rebela contra las leyes de su gobierno (El discurso maestro de Jesucristo, p. 48).

La Aparición de Jesús (1 Juan 3:5, 8).
Miércoles 12

Únicamente el manto que Cristo mismo ha provisto puede hacernos dignos de aparecer ante la presencia de Dios. Cristo colocará este manto, esta ropa de su propia justicia sobre cada alma arrepentida y creyente. "Yo te amonesto -dice él- que de mí compres... vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez".

Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de invención humana. Cristo, en su humanidad, desarrolló un carácter perfecto, y ofrece impartirnos a nosotros este carácter. "Como trapos asquerosos son todas nuestras justicias". Todo cuanto podamos hacer por nosotros mismos está manchado por el pecado. Pero el Hijo de Dios "apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él". Se define el pecado como "transgresión de la ley". Pero Cristo fue obediente a todo requerimiento de la ley. Él dijo de sí mismo: "Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón". Cuando estaba en la tierra dijo a sus discípulos: "He guardado los mandamientos de mi Padre". Por su perfecta obediencia ha hecho posible que cada ser humano obedezca los mandamientos de Dios. Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida. Esto es lo que significa estar vestidos con el manto de su justicia (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 253).

Gracias a Dios que quien derramó su sangre por nosotros vive para rogar en nuestro favor, para hacer intercesión por cada alma que lo recibe: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad". La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado... Siempre debiéramos recordar la eficacia de la sangre de Jesús. La sangre purificadora y sustentadora de la vida, aceptada mediante fe viviente, es nuestra esperanza. Nuestro aprecio por su inestimable valor debiera crecer, porque habla en favor nuestro sólo cuando clamamos por fe su virtud, si tenemos la conciencia limpia y estamos en paz con Dios (Hijos e hijas de Dios, p. 228).

La misma ley que fue grabada en tablas de piedra es escrita por el Espíritu Santo sobre las tablas del corazón. En vez de tratar de establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su obediencia es aceptada en nuestro favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu Santo producirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos obedeciendo a la le de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo. Por medio del profeta, Cristo declaró respecto a sí mismo. "El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas" (Salmo 40:8). Y cuando vivió entre los hombres, dijo: "No me ha dejado el Padre; porque yo, lo que a él agrada, hago siempre" (S. Juan 8:29) (Patriarcas y profetas, p. 389).

¡Sin Pecado! (1 Juan 3:6, 9).
Jueves 13

"Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro".

¿Significa este texto que el ser humano puede quitar una mancha de pecado de su alma? No. Entonces, ¿qué significa purificarse a sí mismo? Significa contemplar la gran norma moral de justicia, la santa ley de Dios, y ver que es un pecador a la luz de esa ley. "Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él".

Por medio de la fe en Jesucristo la verdad es aceptada en el corazón, y el ser humano es purificado y limpiado... Dispone de un principio permanente en el alma que lo capacita para vencer la tentación. Todo aquel que permanece en él, no peca". Dios tiene poder para guardar el alma que está en Cristo, que sufre la tentación...

Una simple profesión de piedad no tiene valor. Es cristiano el que permanece en Cristo... A menos que la mente de Dios se convierta en la mente del hombre, será inútil todo esfuerzo para purificarse a sí mismo, pues es imposible elevar al hombre a menos que sea mediante un conocimiento de Dios (Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 962).

"El que es nacido de Dios no practica el pecado" (1 Juan 3:9; 5:8). Siente que ha sido comprado por la sangre de Cristo y que está sujeto por los votos más solemnes a glorificar a Dios tanto en su cuerpo como en su espíritu, los cuales pertenecen a Dios. El amor al pecado y el amor propio están en sujeción en su ser. Diariamente se pregunta: "¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?" (Salmo 116:12). "Señor, qué quieres que haga?" El verdadero cristiano nunca se quejará de que el yugo de Cristo es una mortificación. Considera el servicio a Jesús como la libertad más plena. La ley de Dios es su delicia. En lugar de procurar rebajar los mandamientos divinos para que coincidan con sus propias deficiencias, se esmera constantemente para colocarse al nivel de la perfección de ellos (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 204).

"Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (1 Juan 2:1). Aun aquellos que están tratando con sinceridad de guardar la ley de Dios, no siempre están libres de pecado. Mediante tentaciones disfrazadas son engañados y caen en el error. Sin embargo, cuando su conciencia les muestra el pecado, se ven a sí mismos condenados por los santos preceptos de la ley; pero no se rebelan contra la ley sino que se arrepienten de su pecado y buscan el perdón mediante los méritos de Cristo, quien murió para que pudieran ser justificados por la fe en su sangre. No intentan excusarse para evitar la confesión y el arrepentimiento. En cambio los que pretenden se justos y santos dicen: Estoy santificado, soy justo, no puedo pecar. Es a esta clase de personas a quienes el apóstol reprende, diciéndoles: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Juan 1:8). Es evidente que cuando alguien asevera estar sin pecado, la ley de Dios no ha sido escrita en el corazón, porque el Señor conoce los pensamientos y las intenciones del corazón. El apóstol escribe palabras de ánimo a todos aquellos que comprenden que son pecadores: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9) (Signs of the Times, abril 30, 1896).


Guía de Estudio de la Biblia: Amadas y llenas de amor: Las Epístolas de Juan / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Julio-Septiembre de 2009
Autor: Ekkehardt Mueller, nacido en Alemania, doctor en Teología y Ministerio. Es uno de los directores asociados del Instituto de Investigaciones Bíblica (Biblical Research Institute) de la Asociación General. Sus especialidades son Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis, hermenéutica y teología aplicada. Es casado y tiene dos hijos adultos.
Editor: Clifford Goldstein

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