sábado, 22 de agosto de 2009

Lección 9: Creer en el Hijo de Dios / Notas de Elena de White

Sábado 22

Muchos se apartan de una vida tal como la que vivió nuestro Salvador. Sienten que requiere un sacrificio demasiado grande imitar al Modelo, llevar frutos en buenas obras, y luego soportar pacientemente las podas de Dios para poder llevar más frutos. Cuando el cristiano se considera a sí mismo solo como un humilde instrumento en las manos de Cristo, y trata de realizar con fidelidad todos los deberes, descansando en la ayuda que Dios ha prometido, entonces llevará el yugo de Cristo y lo encontrará liviano; llevará cargas por Cristo, y las hallará ligeras. Alzará su vista con valor y confianza y dirá: "Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día" (2 Timoteo 1:12).

Si hacemos frente a obstáculos en nuestra senda, y los vencemos fielmente; si hallamos oposición y vituperio, y en el nombre de Cristo obtenemos la victoria; si llevamos responsabilidades y cumplimos nuestros deberes con el espíritu de nuestro Maestro, entonces, por cierto, obtenemos un precioso conocimiento de su fidelidad y poder. No dependemos más de la experiencia de otros, porque tenemos el testimonio de nosotros mismos. A semejanza de los samaritanos de antaño, podemos decir: "Nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo" (S. Juan 4:42) (Reflejemos a Jesús, p. 89).

Creer en Jesús y la Victoria (1 Juan 5:1-5).
Domingo 23

Los que niegan que Dios sea una persona, están negando tanto a Dios como a su Hijo Jesucristo. "Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre" (1 Juan 2:24). Al creer y obedecer las verdades que aceptamos desde el principio con relación a las personalidades del Padre y del Hijo, nos mantendremos unidos a ellos en amor, y llegaremos a la unión por la que Cristo oró antes de su juicio y crucifixión:

"Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros; para que el mundo crea que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado" (S. Juan 17:17-23).

Cristo es glorificado en sus santos. Aquel que es la propiciación por nuestros pecados es glorificado por todos aquellos que lo reciben como su Salvador, lo aceptan como su Guía y comparten sus intereses. Están del lado de Cristo y manifiestan su poder para salvar. Obtienen victoria tras victoria sobre el mundo, la carne y el diablo, y esas victorias los llevan hacia la perfección (Review and Herald, marzo 8, 1906).

El fiel apóstol Pedro habla de los peligros que enfrentaría la iglesia cristiana en los últimos días y describe en detalle las herejías que estos blasfemos levantarían para arrastrar a las almas detrás de ellos: "Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado" (2 Pedro 2:1, 2).

Aquí el Señor nos da la prueba para confrontar a esta clase de personas. Rehúsan reconocer a Cristo como el Hijo de Dios, y no tienen más reverencia por el Padre eterno que la que tienen por su Hijo Jesucristo. No tienen ni al Padre ni al Hijo, y al igual que su gran dirigente, están en rebelión contra la ley de Dios y desprecian la sangre de Cristo (Signs of the Times, abril 12, 1883).

El Jesús en quien Creemos (1 Juan 5:6-8).
Lunes 24

El don de Cristo en el festín de bodas fue un símbolo. El agua representaba el bautismo en su muerte; el vino, el derramamiento de su sangre por los pecados del mundo. El agua con que llenaron las tinajas fue traída por manos humanas, pero sólo la palabra de Cristo podía impartirle la virtud de dar vida. Así sucedería con los ritos que iban a señalar la muerte del Salvador. Únicamente por el poder de Cristo, obrando por la fe, es como tienen eficacia para alimentar el alma (El Deseado de todas las gentes, p. 122).

Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, y al salir del agua, los cielos fueron abiertos y la gloria de Dios, simbolizada por una paloma dorada, lo rodeó. Entonces, desde el cielo se escucharon las palabras: "Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia". Estas palabras le dieron seguridad a Juan de que Cristo era el Hijo de Dios. ¿Qué nos dicen estas palabras a nosotros y a cada miembro de la familia humana sin importar su posición o nacionalidad? Nos dicen a todos que hay esperanza y misericordia; que mediante la fe en la provisión que Dios ha hecho en favor del ser humano, todos son aceptados en el Amado mediante sus méritos.

Muchos que leen esta historia no comprenden su importancia. Significa que la oración de Cristo en beneficio de la humanidad atravesó las sombras infernales de Satanás y alcanzó el Santuario celestial; el mismo trono de Dios. Significa que mis oraciones y sus oraciones, y las oraciones de cada alma que se allega a Dios con hambre y sed de justicia le añaden fragancia -como santo incienso- a nuestras oraciones que ascienden a Dios (The Bible Echo, noviembre 12, 1894).

Cuando el cristiano se somete al solemne rito del bautismo, los tres poderes más altos del universo -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- dan su aprobación a ese acto, comprometiéndose a ejercer su poder en beneficio de él mientras él se esfuerza por honrar a Dios. Es sepultado, a semejanza de la muerte de Cristo, y es levantado a semejanza de su resurrección...

Los tres grandes poderes del cielo se comprometen a proporcionar al cristiano toda la asistencia que requiera. El Espíritu cambiar el corazón de piedra en un corazón de carne. Y al participar de la Palabra de Dios, los cristianos obtienen una experiencia que busca la semejanza divina. Cuando Cristo habita en el corazón por la fe, el cristiano es el templo de Dios. Cristo no habita en el corazón del pecador, sino en el corazón de quien es susceptible a las influencias del cielo (Reflejemos a Jesús, p. 99).

En la cruz, Cristo no sólo mueve a los hombres al arrepentimiento hacia Dios por la transgresión de la ley divina (pues aquel a quien Dios perdona hace primero que se arrepienta), sino que Cristo ha satisfecho la justicia. Se ha ofrecido a sí mismo como expiación. Su sangre borbotante, su cuerpo quebrantado, satisfacen las demandas de la ley violada y así salva el abismo que ha hecho el pecado. Sufrió en la carne para que con su cuerpo magullado y quebrantado pudiera cubrir al pecador indefenso. La victoria que ganó con su muerte en el Calvario, destruyó para siempre el poder acusador de Satanás sobre el universo y silenció sus acusaciones de que la abnegación era imposible en Dios y, por lo tanto, no era esencial en la familia humana (Mensajes selectos, t. 1, pp. 400, 401).

La sangre del Hijo de Dios era simbolizada por las víctimas inmoladas, y Dios quería que tuvieran ideas claras y definidas para distinguir entre lo sagrado y lo común. La sangre era sagrada, porque sólo mediante el derramamiento de la del hijo de Dios podía haber expiación por el pecado. También se empleaba la sangre para purificar el santuario de los pecados del pueblo, para representar de este modo el hecho de que la sangre de Cristo únicamente puede purificar del pecado (Hijos e hijas de Dios, p. 227).

Jesús y el Testimonio de Dios (1 Juan 5:9, 10).
Martes 25

Cristo declaró que el Espíritu Santo no hablaría de sí mismo sino que daría testimonio de él. El Espíritu glorificaría al Redentor del mundo, quien había venido a demostrar el amor del Padre al vivir una vida de sufrimiento, humillación, vergüenza y muerte. Y la forma de glorificarlo sería manifestar en la vida de los miembros de la iglesia la abnegación, el sacrificio y la devoción de aquellos que siguieran el gran Modelo. Los que esto hacen derraman una influencia celestial y revelan en sus caracteres la hermosura del carácter de Cristo. No hacen alarde de sus propias vidas finitas, pero hablan de la infinita grandeza de la vida de Cristo, y despiertan el interés de conocerlo al revelar su maravilloso amor. Anuncian las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (Review and Herald, enero 27, 1891).

"También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí". En su bautismo, el Espíritu Santo había descendido sobre Cristo, y la voz de Dios había declarado: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". Pero los fariseos no escucharon la voz ni vieron al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Por eso Jesús declaró: "Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto".

En varias ocasiones la divinidad de Cristo había fulgurado a través de su humanidad. Al transfigurarse delante de la gente, los dirigentes judíos se habían impresionado profundamente. Pero al hablar de ello con los demás oficiales, su incredulidad se fortaleció y las evidencias que los hubieran convencido fueron rechazadas. Por más extraordinaria que fuera la evidencia, ya no los convencía, mientras que por más débil que fuera el argumento en contra de las verdades que presentaba el Salvador, les parecía respetable en su estimación. Los dirigentes ya caminaban en la senda que los llevaría a la ruina (Review and Herald, marzo 26, 1901).

Aunque los hombres que lo interrogaban personalmente no habían escuchado la voz, sin embargo había escuchado los informes y sabían que el testimonio de Juan había sido dado ante muchos testigos. Su testimonio había sido positivo, con una demostración del Espíritu y de poder. Lo que sus ojos había visto y lo que sus oídos habían escuchado, era lo que confirmaba su testimonio. "Otro es el que da testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y el dio testimonio de la verdad" (S. Juan 5:32, 33). Los escribas y fariseos habían creído el testimonio de Juan cuando él lo dio. Pero el orgullo y la incredulidad obraron en sus corazones como resultado del trabajo satánico, y se manifestaron en celos, envidia y odio contra Cristo (Signs of the Times, noviembre 13, 1893).

Sin el reino de Dios, estamos perdidos... y sin esperanza en el mundo; pero se nos proporciona la salvación por la fe en Jesucristo. Él es el tesoro, y cuando se han barrido las basuras del mundo, podemos discernir su valor infinito...

La divinidad de Cristo era un tesoro escondido. Mientras estuvo en la tierra, a veces la divinidad fulguraba a través de la humanidad y se revelaba su verdadero carácter. El Dios del cielo testificó de su unidad con su Hijo. Los cielos se abrieron en su bautismo, la gloria de Dios, en forma de una paloma bruñida como el oro, se manifestó sobre el Salvador y una voz del cielo dijo: "Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento" (S. Mateo 3:17) (A fin de conocerle, p. 60).

El Tema de La Trinidad (1 Juan 5:7, 8).
Miércoles 26

Aunque Jesús había dado evidencias de su poder divino, los gobernantes no le permitían presentar sus enseñanzas sin intervenir. Intentaban ponerlo en ridículo delante de la gente, interrumpiéndolo constantemente para que no pudiera expresar sus ideas y doctrinas de una manera relacionada. Sin embargo la luz de sus palabras revestidas de poder iluminaba la mente de centenares de personas que estaban encantadas con sus enseñanzas. Esto enfurecía a los gobernantes, quienes lo acusaron, diciendo: "¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?" Con dignidad y sin temor Jesús enfrentó las acusaciones, declarando que el pacto estaba basado en sí mismo y no en Abrahán. "De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy". La furia de los judíos no conoció límites y se prepararon para apedrearlo; pero los ángeles de Dios, invisibles para los humanos, lo sacaron rápidamente del recinto (Signs of the Times, mayo 26, 1890).

Jesús pronunció estas palabras [S. Juan 10:17, 18] ante una gran concurrencia y produjeron una impresión profunda en los corazones de muchos de los que las escucharon. Los escribas y fariseos se llenaron de celo debido al favor con que muchos lo recibían.. Mientras él se manifestaba al pueblo como el Pastor verdadero, los fariseos decían: "Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?". Pero otros, distinguiendo la voz del verdadero Pastor, decían:

"Estas palabras no son de endemoniado, ¿puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?... Y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón, Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis... Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen... Yo y el Padre uno somos".

Con cuánto poder y firmeza pronunció estas palabras. Los judíos jamás habían escuchado palabras semejantes de labios humanos, y una influencia persuasiva se apoderó de ellos; porque pareció que la divinidad fulguró a través de la humanidad cuando Jesús dijo: "Yo y el Padre una sola cosa somos"... Jesús los miró con calma y les dijo intrépidamente. "Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?"

La majestad del cielo permaneció en perfecta calma, como un Dios delante de sus adversarios. No se intimidó ante sus rostros amenazadores y sus manos cargadas de piedras. Él sabía que estaba rodeado de fuerzas invisibles y legiones de ángeles dispuestos, con una sola palabra procedente de sus labios, a paralizar a la multitud si se atrevían a amenazarle con lanzarle una sola piedra. Permaneció impávido ante ellos. ¿Por qué no volaron las piedras sobre él? fue porque la divinidad fulguró a través de su humanidad, y recibieron una revelación y se convencieron de que las pretensiones de Cristo no eran comunes. Las manos se relajan y las piedras caen al suelo. Sus palabras habían confirmado su divinidad, pero ahora su presencia personal, la luz de sus ojos, la majestad de su porte, dan testimonio del hecho de que es el amado Hijo de Dios (Exaltad a Jesús, p. 220).

El Resultado de Creer en Jesús (1 Juan 5:11, 12).
Jueves 27

Cristo ha identificado sus intereses con los de la sufriente humanidad. Ha mostrado cuánto estima a las almas al dejar toda la gloria y honor que gozaba en el cielo, y al hacerse pobre para que por su pobreza fuésemos enriquecidos. Vino a este mundo para sufrir burlas, reproches, rechazo y crucifixión, para poder ofrecer la salvación a todos: ricos y pobres, elevados y humildes. ¿Por qué - me preguntó- los que hemos sido tan favorecidos por el Hijo de Dios, no haríamos la tarea que se nos ha encomendado de llevar la luz a otros para que tengan vida eterna? ¿Qué estamos haciendo para salvar a nuestros prójimos? Jesús declaró: "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1 Juan 5:12).

Sin Cristo el alma está muerta en sus delitos y pecados. Y a menos que sea despertada por la gracia de Dios y llegue a ser una con Cristo, estará perdida. El que mora con Cristo tendrá un profundo sentimiento de hacer todo lo que le es posible para revelar la verdad a los que están lejos y cerca. Cristo dice a sus seguidores: "Vosotros sois la luz del mundo". Tener un conocimiento de la verdad y guardarlo solamente para nosotros, sería una maldición que podría llevarnos a la perdición.

Dios es vida, amor y luz. El evangelio de verdad que proviene de Dios debe ser absorbido por sus seguidores, así como el pámpano se nutre de la savia que proviene de la vid. Entonces la mente y el corazón no sólo serán iluminados sino lavados y purificados. Todos los que moran en Cristo harán las obras de Cristo. La invitación nos llega del pasado hasta nuestros días: "El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" (Apocalipsis 21:17). La invitación incluye a todos: jóvenes y ancianos, ricos y pobres; educados e ignorantes; libres y siervos (Review and Herald, enero 8, 1889).

Cristo es un Salvador resucitado, pues aunque estuvo muerto, ha resucitado y vive siempre para interceder por nosotros. Hemos de creer con el corazón para justicia y con la boca hemos de hacer confesión para la salvación. Los que son justificados por la fe confesarán a Cristo. "El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida" (S. Juan 5:24). La gran obra que ha de efectuarse para el pecador que está manchado y contaminado por el mal es la obra de la justificación. Éste es declarado justo mediante Aquel que habla la verdad. El Señor imputa al creyente la justicia de Cristo y lo declara justo delante del universo. Transfiere sus pecados a Jesús, el representante del pecador, su sustituto y garantía. Coloca sobre Cristo la iniquidad de toda alma que cree. "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Corintios 5:21).

Cristo pagó por la culpabilidad de todo el mundo y todo el que venga a Dios por fe, recibirá la justicia de Cristo, "quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados" (1 Pedro 2:24). Nuestro pecado ha sido expiado, puesto a un lado, arrojado a los profundo de la mar. Mediante el arrepentimiento y la fe somos liberados del pecado y contemplamos al Señor, nuestra justicia. Jesús sufrió, el justo por el injusto (Mensajes selectos, t. 1, pp. 459, 460).


Guía de Estudio de la Biblia: Amadas y llenas de amor: Las Epístolas de Juan / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Julio-Septiembre de 2009
Autor: Ekkehardt Mueller, nacido en Alemania, doctor en Teología y Ministerio. Es uno de los directores asociados del Instituto de Investigaciones Bíblica (Biblical Research Institute) de la Asociación General. Sus especialidades son Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis, hermenéutica y teología aplicada. Es casado y tiene dos hijos adultos.
Editor: Clifford Goldstein

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