sábado, 17 de enero de 2009

Lección 4: El don profético y la iglesia remanente de Dios / Notas de Elena de White

Sábado 17 de enero

La condición del mundo antes de la primera venida de Cristo es un cuadro de la condición del mundo precisamente antes de su segunda venida. Existirá la misma iniquidad. Satanás manifiesta el mismo poder engañoso en la mente de los hombres. Pone en acción sus instrumentos preparados y los emplea con intensa actividad. Dispone su ejército de instrumentos humanos para que participen en el último gran conflicto contra el Príncipe de la vida, para derribar la ley de Dios que es el fundamento de su trono. Satanás hará milagros para afirmar a los hombres en la creencia de que él es lo que pretende ser: el príncipe de este mundo, y que la victoria es suya. Empleará sus fuerzas contra los que son leales a Dios; pero aunque pueda causar dolor, angustia y agonía humana, no puede mancillar el alma. Puede afligir al pueblo de Dios como lo hizo con Cristo; pero no puede hacer que perezca uno de los pequeñitos de Cristo. El pueblo de Dios debe esperar en estos últimos días que entrará en lo más recio del conflicto, pues dice la palabra profética: "El dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo" (Comentario bíblico adventista, tomo 4, p. 1174).

El Bien contra el mal: Acto 1
Domingo 18 de enero

En el siglo VI el papado ya estaba firmemente establecido. La sede de su poder se hallaba en la ciudad imperial, y se declaró que el obispo de Roma era la cabeza de toda la iglesia. El paganismo había cedido su lugar al papado. El dragón había dado a la bestia "su poder y su trono, y grande autoridad" (Apocalipsis 13:2). Y entonces comenzaron los 1.260 años de opresión papal predichos en las profecías de Daniel y Juan. (Daniel 7:25; Apocalipsis 13:5-7). Los cristianos se vieron obligados a elegir entre renunciar a su integridad y aceptar las ceremonias y el culto católico, o pasarse la vida en las mazmorras, o morir en el potro, entre rejas o víctimas del hacha del verdugo. Entonces se cumplieron las palabras de Jesús: "Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros; y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre" (Lucas 21:16, 17). La persecución se desató sobre los fieles con mayor furia que antes, y el mundo se convirtió en un vasto campo de batalla. Por cientos de años la iglesia de Cristo encontró refugio escondiéndose y en la oscuridad. Así dice el profeta: "Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días" (Apocalipsis 12:6).

La ascensión de la Iglesia Católica al poder señaló el principio de la Edad Media. A medida que su poder aumentaba, las tinieblas se hacían más intensas. La fe se trasladó de Cristo, su verdadero fundamento, al papa de Roma. En lugar de confiar en el Hijo de Dios para obtener el perdón de los pecados y la salvación eterna, la gente recurría al papa, y los sacerdotes y los prelados en quienes éste delegaba su autoridad. Se les enseñó que el papa era su mediador, y que sólo podían acercarse a Dios a través de él, y más aún, que estaba en lugar de Dios para ellos, y por lo tanto debía ser obedecido sin vacilar. Cualquier desviación de sus requerimientos era causa suficiente para que se lanzaran los más severos castigos sobre los cuerpos y las almas de los ofensores. De ese modo la atención de la gente se desvió de Dios para dirigirse a hombres falibles y sujetos a error; todavía más, al mismo príncipe de las tinieblas que ejercía su poder por medio de ellos. El pecado, se cubrió con un manto de santidad. Cuando se suprimen las Escrituras y el hombre se considera supremo, todo lo que podemos esperar es fraude, engaño y degradante iniquidad. Con la elevación de las leyes y tradiciones humanas, se manifestó la corrupción que siempre resulta cuando se pone a un la-do la ley de Dios.

Eran días de peligros para la iglesia de Cristo. Los fieles portaestandartes eran pocos ciertamente. Aunque la verdad no quedó sin testigos, había momentos cuando parecía que el error y la superstición prevalecerían por completo, y la verdadera religión sería erradicada de la tierra. Se perdió de vista el evangelio, pero en cambio las formas de la religión se multiplicaron, y la gente recibía la carga de rigurosas exacciones (La historia de la redención, pp. 347-349).

Los "cuarenta y dos meses" y los "mil doscientos sesenta días" designan el mismo plazo, o sea el tiempo durante el cual la iglesia de Cristo iba a sufrir bajo la opresión de Roma. Los 1260 años del dominio temporal del papa comenzaron en el año 538 de J. C. y debían terminar en 1798. En dicha fecha, entró en Roma un ejército francés que tomó preso al papa, el cual murió en el destierro. A pesar de haberse elegido un nuevo papa al poco tiempo, la jerarquía pontificia no volvió a alcanzar el esplendor y poderío que antes tuviera.

La persecución contra la iglesia no continuó durante todos los 1260 años. Dios, usando de misericordia con su pueblo, acortó el tiempo de tan horribles pruebas. Al predecir la "gran tribulación" que había de venir sobre la iglesia, el Salvador había dicho: "Si aquellos días no fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados" (Mateo 24:22). Debido a la influencia de los acontecimientos relacionados con la Reforma, las persecuciones cesaron antes del año 1798 (El conflicto de los siglos, pp. 309, 310).

El Bien contra el mal: Acto 2
Lunes 19 de enero

"Entonces el dragón fue airado contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra los otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apocalipsis 12:17).

En el capítulo 12 de Apocalipsis se presenta el gran conflicto entre los obedientes y los desobedientes.

La señal de obediencia es la observancia del sábado del cuarto mandamiento.

El sábado constituye la prueba para esta generación. Al obedecer el cuarto manda-miento en espíritu y en verdad, los hombres obedecerán todos los preceptos del Decálogo. Para cumplir con este mandamiento uno debe amar a Dios sobre todas las cosas y ejercer amor hacia todas las criaturas que él ha creado.

Se acerca el tiempo cuando el pueblo de Dios sentirá la mano de la persecución sobre ellos por guardar el santo día séptimo... El hombre de pecado que pensó cambiar los tiempos y la ley y que siempre ha oprimido al pueblo de Dios promulgará leyes que refuercen la observancia del primer día de la semana (La fe por la cual vivo, p. 293).

Los momentos penosos que vivió el pueblo de Dios en tiempos de Ester no caracterizan sólo a esa época. El revelador, al mirar a través de los siglos hasta el fin del tiempo, declaró: "Entonces el dragón fue airado contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra los otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apocalipsis 12:17). Algunos de los que viven hoy en la tierra verán cumplirse estas palabras. El mismo espíritu que en siglos pasados indujo a los hombres a perseguir la iglesia verdadera, los inducirá en el futuro a seguir una conducta similar para con aquellos que se mantienen leales a Dios. Aun ahora se están haciendo preparativos para este último gran conflicto.

El decreto que se promulgará finalmente contra el pueblo remanente de Dios será muy semejante al que promulgó Asuero contra los judíos. Hoy los enemigos de la verdadera iglesia ven en el pequeño grupo que observa el mandamiento del sábado, un Mardoqueo a la puerta. La reverencia que el pueblo de Dios manifiesta hacia su ley, es una reprensión constante para aquellos que han desechado el temor del Señor y pisotean su sábado.

Satanás despertará indignación contra la minoría que se niega a aceptar las costumbres y tradiciones populares. Hombres encumbrados y célebres se unirán con los inicuos y los viles para concertarse contra el pueblo de Dios. Las riquezas, el genio y la educación se combinarán para cubrirlo de desprecio. Gobernantes, ministros y miembros de la iglesia, llenos de un espíritu perseguidor, conspirarán contra ellos. De viva voz y por la pluma, mediante jactancias, amenazas y el ridículo, procurarán destruir su fe. Por calumnias y apelando a la ira, algunos despertarán las pasiones del pueblo. No pudiendo presentar un "Así dicen las Escrituras" contra los que defienden el día de reposo bíblico, recurrirán a decretos opresivos para suplir la falta. A fin de obtener popularidad y apoyo, los legisladores cederán a la demanda por leyes dominicales. Pero los que temen a Dios no pueden aceptar una institución que viola un precepto del Decálogo. En este campo de batalla se peleará el último gran conflicto en la controversia entre la verdad y el error. Y no se deja en la duda en cuanto al resultado. Hoy, como en los días de Ester y Mardoqueo, el Señor vindicará su verdad y a su pueblo (Profetas y Reyes, pp. 444, 445).

El testimonio de Jesús.
Martes 20 de enero

La única seguridad consiste ahora en buscar como un tesoro escondido la verdad revelada en la Palabra de Dios. Los temas del sábado, la naturaleza del hombre y el testimonio de Jesús, son las grandes e importantes verdades que se han de comprender. Resultarán como un ancla que sostenga al pueblo de Dios en estos tiempos peligrosos. Pero la masa de la humanidad desprecia las verdades de la Palabra de Dios y prefiere escuchar las fábulas. "Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por tanto, pues, les envía Dios operación de error, para que crean a la mentira" (2 Tesalonicenses 2:10, 11) (Joyas de los testimonios, tomo 1, p. 99).

"¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre o desnudez, o peligro, o espada?... Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Romanos 8:35, 37).

Los siervos de Dios no reciben honores ni reconocimiento del mundo. Esteban fue apedreado porque predicaba a Cristo y Cristo crucificado. Pablo fue encarcelado, azotado, apedreado y finalmente muerto, porque era un fiel mensajero de Dios a los gentiles. El apóstol Juan fue desterrado a la isla de Patmos, "por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo" (Apocalipsis 1:9). Estos ejemplos humanos de constancia en la fuerza del poder divino, son para el mundo un testimonio de la fidelidad de sus promesas, de su constante presencia y gracia sostenedora.

Jesús no presentó a sus seguidores la esperanza de alcanzar la gloria y riquezas terrenas ni de vivir una vida libre de pruebas. Al contrario, los llamó a seguirle en el camino de la abnegación y el vituperio. El que vino para redimir al mundo fue resistido por las fuerzas unidas del mal...

En todas las épocas Satanás persiguió al pueblo de Dios. Torturó a sus hijos y los entregó a muerte, pero en su muerte llegaron a ser vencedores. Testificaron del poder de uno que es más fuerte que Satanás. Hombres perversos pueden torturar y matar el cuerpo, pero no pueden destruir la vida que está escondida con Cristo en Dios. Pueden encerrar a hombres y mujeres dentro de las paredes de una cárcel, pero no pueden amarrar el espíritu.

En medio de la prueba y la persecución, la gloria -el carácter- de Dios se revela en sus escogidos. Los creyentes en Cristo, odiados y perseguidos por el mundo, son educados y disciplinados en la escuela del Señor. En la tierra andan por caminos angostos; son purificados en el horno de la aflicción. Siguen a Cristo en medio de penosos conflictos; soportan la abnegación y experimentan amargos chascos, pero así aprenden lo que es la culpa y miseria del pecado, y llegan a mirarlo con aborrecimiento. Al ser participantes de los sufrimientos de Cristo, pueden ver la gloria más allá de las tinieblas (La maravillosa gracia de Dios, p. 280).
Las apariencias externas indicaban que los enemigos de la verdad estaban triunfando, pero, invisible, la mano de Dios se movía en la oscuridad. El Señor permitió que su siervo fuera puesto donde Cristo pudiera darle una revelación de sí mismo más maravillosa que la que algunas vez hubiera recibido; donde le fuera posible recibir una iluminación más preciosa para la iglesia. Permitió que fuera confinado en la soledad, para que su oído y su corazón pudieran estar más plenamente preparados para escuchar y recibir las revelaciones que se le darían. El hombre que envió a Juan al exilio no fue relevado de su responsabilidad en esto, pero fue un instrumento en las manos de Dios para llevar a cabo sus propósitos eternos. El esfuerzo para extinguir la luz destacó la verdad en marcado relieve.

Juan privado de la compañía de sus hermanos, pero ningún hombre podía apartarlo del compañerismo de Cristo. Una gran luz procedente de Jesús había de brillar sobre su siervo. El Señor cuidaba a su desterrado discípulo, y le dio una maravillosa revelación de sí mismo. Juan el amado fue ricamente favorecido. Con los demás apóstoles había caminado y hablado con Jesús, aprendiendo de él, y deleitándose con sus palabras. Su cabeza a menudo había descansado sobre le pecho del Salvador. Pero también debía verlo en Patmos.

Dios, Cristo y la hueste celestial fueron los compañeros de Juan en la solitaria isla, y de ellos recibió instrucción de infinita importancia. Allí escribió las visiones y revelaciones que recibió de Dios, y que se refieren a lo que ocurrirá en las escenas finales de la historia de esta tierra. Cuando su voz no pudiera testificar más acerca de la verdad, los mensajes que se le dieron en Patmos debían brillar como una lámpara encendida. Gracias a ellos, hombres y mujeres están conociendo los propósitos de Dios, no meramente acerca de la nación judía, sino con respecto a toda nación sobre la tierra (Recibiréis poder, p. 284).

El Espíritu de Profecía
Miércoles 21 de enero

"El testimonio de Jesús es el espíritu de profecía" (Apocalipsis 19:10).

Dios se ha dignado a comunicar la verdad al mundo por medio del instrumento huma-no, y él mismo, por su Santo Espíritu habilitó a hombres y los hizo capaces de realizar esta obra. Guió la inteligencia de ellos en la elección de lo que debían decir y escribir. El tesoro fue confiando a vasos de barro, pero no por eso deja de ser del Cielo. Aunque llevado a todo viento en el vehículo imperfecto del idioma humano, no por eso deja de ser el testimonio de Dios; y el hijo de Dios, obediente y creyente, contempla en ello la gloria de un poder divino, lleno de gracia y de verdad.

En su Palabra, Dios comunicó a los hombres el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad...

Presentada por diversas personalidades, la verdad aparece en sus variados aspectos. Un escritor percibe con más fuerza cierta parte del asunto; comprende los puntos que armonizan con su experiencia o con sus facultades de percepción y apreciación; otro nota más bien otro aspecto del mismo asunto; y cada cual, bajo la dirección del Espíritu Santo, presenta lo que ha quedado inculcado con más fuerza en su propia mente. De aquí que encontremos en cada cual un aspecto diferente de la verdad, pero perfecta armonía entre todos ellos. Y las verdades así reveladas se unen en perfecto conjunto, adecuado para satisfacer las necesidades de los hombres en todas las circunstancias de la vida...

La circunstancia de haber revelado Dios su voluntad a los hombres por su Palabra, no anuló la necesidad que tienen ellos de la continua presencia y dirección del Espíritu Santo. Por el contrario, el Salvador prometió que el Espíritu facilitaría a sus siervos la inteligencia de la Palabra; que iluminaría y daría aplicación a sus enseñanzas. Y como el Espíritu de Dios fue quien inspiró la Biblia, resulta imposible que las enseñanzas del Espíritu estén jamás en pugna con las de la Palabra (Meditaciones matinales, 1952, p. 42).

"Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados" (2 Crónicas 20:20). "¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido" (Isaías 8:20). En estos textos Dios coloca frente a su pueblo las condiciones para el éxito. La ley declarada por Dios mismo y el espíritu de profecía son las dos fuentes de sabiduría para guiara a su pueblo en cada experiencia. "Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es ésta" (Deuteronomio 4:6).

Tanto la ley de Dios como el espíritu de profecía son dados para guiar y aconsejar a la iglesia; y cuando ésta obedece su ley, el don de profecía es enviado para guiarla a la verdad. "Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apocalipsis 12:17). Esta profecía declara con claridad que la iglesia remanente reconocería a Dios y su ley, y tendría el don profético. La obediencia a la ley de Dios y al espíritu de profecía siempre han distinguido a los verdaderos creyentes, especialmente cuando el don se manifiesta en sus propios días (Loma Linda Messages, p. 33).

La iglesia remanente
Jueves 22 de enero

"Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús" (Apocalipsis 14:12).

El pueblo de Dios debe distinguirse como un pueblo que le sirve plenamente, de todo corazón, que no se honra a sí mismo, y que recuerda que mediante un solemne pacto está comprometido a servir a Dios, y únicamente a él...

Los hijos de Israel debían observar el sábado a través de todas las generaciones "por pacto perpetuo" (Éxodo 31:16). El sábado no ha perdido nada de su significado. Toda-vía es la señal entre Dios y su pueblo, y lo será para siempre. Ahora y siempre debemos ser un pueblo distinto y peculiar, libre de toda política mundana, no estorbados por la asociación con aquellos que carecen de sabiduría para discernir los derechos de Dios, tan plenamente establecidos en su ley.

Debemos demostrar que procuramos trabajar en armonía con el Cielo en la preparación de un camino para el Señor. Debemos dar testimonio ante todas las naciones, tri-bus y lenguas, de que somos un pueblo que ama y teme a Dios, un pueblo que santifica el séptimo día de reposo, y debemos demostrar plenamente que tenemos completa fe en que el Señor ha de regresar pronto en las nubes de los cielos...

"Y no habrá más maldición... y sus siervos les servirán: y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes" (Apocalipsis 22:3, 4). ¿Quiénes son éstos? -Son el llamado pue-blo de Dios: aquellos que en esta tierra han manifestado su lealtad. ¿Quiénes son ellos? -Aquellos que han guardado los mandamientos de Dios y la fe de Jesús; aquellos que han recibido al crucificado como su Salvador (Nuestra elevada vocación, p. 347).

En comparación con los millones del mundo, los hijos de Dios serán, como siempre lo fueron, un rebaño pequeño; pero si permanecen de parte de la verdad como está reve-lada en su Palabra, Dios será su refugio. Están bajo el amplio escudo de la Omnipoten-cia. Dios constituye siempre una mayoría. Cuando el sonido de la final trompeta pene-tre en la prisión de la muerte, y los justos se levanten con triunfo, exclamando: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (1 Corintios 15:55), para unirse con Dios, con Cristo, con los ángeles y con los fieles de todas las edades, los hijos de Dios serán una gran mayoría.

Los verdaderos discípulos de Cristo le siguen a través de duros conflictos, siendo ab-negados y experimentando amargos desengaños; pero eso les muestra la culpabilidad y la miseria del pecado y son inducidos a mirarlo con aborrecimiento. Participantes en los sufrimientos de Cristo, son destinados a ser participantes de su gloria. En santa vi-sión el profeta vio el postrer triunfo de la iglesia remanente de Dios (Los hechos de los apóstoles, p. 471).

En el tiempo del fin, ha de ser restaurada toda institución divina. Debe repararse la bre-cha, o portillo, que se hizo en la ley cuando los hombres cambiaron el día de reposo. El pueblo remanente de Dios, los que se destacan delante del mundo como reformadores, deben demostrar que la ley de Dios es el fundamento de toda reforma permanente, y que el sábado del cuarto mandamiento debe subsistir como monumento de la creación y recuerdo constante del poder de Dios. Con argumentos claros deben presentar la ne-cesidad de obedecer todos los preceptos del Decálogo. Constreñidos por el amor de Cristo, cooperarán con él para la edificación de los lugares desiertos. Serán reparado-res de portillos, restauradores de calzadas para habitar (Isaías 58:12) (Profetas y re-yes, p. 501).

Para estudiar y meditar
Viernes 23 de enero

Primeros escritos, pp. vii-xxx.

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