sábado, 31 de octubre de 2009

Lección 6: Planes para el futuro / Para el 7 de noviembre de 2009

Sábado 31 de octubre.

Lee Para el Estudio de esta Semana: Números 15; 2 Corintios 2:15, 16; Gálatas 3:26-29; Efesios 5:2; Colosenses 3:11.

Para Memorizar: “Antes dije en el desierto a sus hijos: No andéis en los estatutos de vuestros padres, ni guardéis sus leyes, ni os contaminéis con sus ídolos. Yo soy Jehová vuestro Dios; andad en mis estatutos, y guardad mis preceptos, y ponedlos por obra” (Eze. 20:18, 19).

AL COMIENZO DE NÚMEROS 15, las escenas de tumulto y rebelión, de vergüenza y derrota (a manos de los amalecitas y los cananeos), se han disipado. El pueblo había aprendido, por el camino duro, el sufrimiento que trae consigo la desobediencia.

Las masas están ahora en camino de regreso al desierto del cual habían salido antes. En este momento, Dios se comunica con Moisés al abrirse el capítulo: “Habla a los hijos de Israel, y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra de vuestra habitación que yo os doy [...]” (vers. 2).

A pesar de ese gran contratiempo, la promesa todavía es segura: Dios llevará a su pueblo a la Tierra Prometida. ¡De eso no hay dudas!

Además, nos encontramos con algunas instrucciones especiales dadas al pueblo elegido de Dios. Por singulares que sean las circunstancias, por singulares que sean los mandatos específicos, hay lecciones espirituales y principios que fueron dados no solo para ellos sino también para nosotros.

Gratitud.
Domingo 1 de noviembre

Lee Números 15:1 al 10, y 18 al 21. ¿Cuál era el propósito de estas ofrendas? ¿Qué representaban? ¿Cuál era el propósito de traer también aceite, bebidas y granos?

El término hebreo para “granos” es minchah, que significa “ofrenda”, o “tributo” Incluye harina, aceite de oliva y vino, y representan la gratitud del oferente por las bendiciones de Dios sobre los campos y las cosechas (ver Deut. 8:18).

En el contexto de Números 15, estas indicaciones realmente llevaban consigo una promesa, a la generación más joven, de que un día ellos plantarían campos de trigo, cebada y otros granos en su nuevo hogar en Canaán. Con sus propias manos establecerían viñedos en las colinas, y bosques de olivos y otros frutales, tales como higos y granados. En otras palabras, estas ofrendas sin sangre ayudaban a señalarles las bendiciones materiales que habían de ser suyas si permanecían fieles. Sin duda, todos estos pensamientos estaban resumidos en sus sacrificios a Dios, que ayudaban a señalarles, día tras día, a la tierra de la promesa que los esperaba.

¿De qué modo aplica el apóstol Pablo este concepto en los tiempos del Nuevo Testamento? Rom. 12:1; 2 Cor. 2:15, 16; Efe. 5:2.

Por difíciles que fueran sus circunstancias en ese momento, Dios quería que su pueblo cultivara una actitud de alabanza y gratitud por lo que él había hecho en favor de ellos y lo que les había prometido hacer por ellos en lo futuro. ¿No deberíamos hacer nosotros lo mismo?

Cualesquiera que sean tus ayes actuales, ¿por qué es importante meditar en la bondad, el amor y el cuidado de Dios? ¿De qué modo mantener la Cruz delante de ti te ayuda a darte cuenta mejor del amor y el cuidado de Dios por ti, aun en los tiempos difíciles? ¿De qué cosas puedes agradecer a Dios ahora, sin tomar en cuenta tu situación? ¿Por qué meditar en estas bendiciones es importante para nosotros?

El Extranjero que está Dentro de tus Puertas.
Lunes 2 de noviembre

Una de las ideas más radicales del antiguo Israel trataba acerca de la actitud de ellos hacia los extranjeros, hacia los que no eran de su herencia o de su fe.

¿Qué mandatos específicos se dieron para los israelitas de la segunda generación mientras contemplaban su establecimiento en Canaán? Núm. 15:14-16. ¿De qué modo este mismo principio se revela en el Nuevo Testamento? Gál. 3:26-29; Col. 3:11.

El extranjero sería una persona que, al establecerse entre los israelitas, debía aceptar plenamente la fe y, si era varón, debía circuncidarse. Debía ser tratado y amado como si fuera uno de los israelitas. “Una misma ley [...] tendréis, vosotros y el extranjero que con vosotros mora” (Núm. 15:16). ¡Eso sí que era ser “inclusivista”!

En la oración dedicatoria de la apertura del primer Templo, ¿qué pedido hizo Salomón a Dios con respecto a los no israelitas? 1 Rey. 8:41-43. ¿Qué tiene Isaías para decir acerca de los extranjeros que procuraban adorar en el templo? Isa. 56:6, 7.

Cuando uno considera todo el propósito de Dios al llamar a su pueblo y establecerlo en la Tierra Prometida, estos textos tienen un sentido completo. Israel tenía que mantener sus enseñanzas y sus verdades distintivas, enseñanzas y verdades que los hicieron los representantes especiales de Dios ante el mundo pagano. No obstante, al mismo tiempo, necesitaban estar abiertos y receptivos hacia los paganos que quisieran aprender acerca de su Dios y de seguirlo.

De muchas maneras, nuestra iglesia hoy tiene que hacer lo mismo. Tenemos verdades específicas que enseñar al mundo, verdades que necesitamos guardarlas y protegerlas, y no obstante, al mismo tiempo, tenemos que estar dispuestos a abrazar a todos los que procuran conocer a Dios y su mensaje para este tiempo.

¿De qué maneras es muy fácil ser exclusivistas, críticos y condenatorios hacia aquellos que no ven las cosas como las vemos nosotros? ¿Cómo podemos evitar esas actitudes y, al mismo tiempo, proteger las verdades que hemos recibido?

Pecados de Ignorancia.
Martes 3 de noviembre

Recordamos que la generación más joven a la que Dios se dirige en este capítulo (Núm. 15) había nacido en la esclavitud. Ellos habían sido influenciados por la cultura egipcia, así como habían recibido la influencia de sus padres, quienes como esclavos habían sido influenciados por esa cultura. Por eso, tenían muchas cosas malas que desaprender, y otras muchas cosas nuevas y buenas que aprender.

Si la congregación notaba que, como grupo, se había apartado de los mandamientos de Dios, ¿qué debía hacer? ¿Qué importancia tenía el traer una ofrenda “por el pecado” a Dios, por lo que habían hecho por ignorancia? Núm. 15:22-27.

La ofrenda por el pecado expiaba sus pecados. El holocausto representaba una renovación que hacía la congregación hacia Dios. Cuán interesante es que Dios distinguiera entre cosas hechas sin intención y las que eran deliberadas. Al mismo tiempo, aun las cosas hechas sin intención eran consideradas “pecado”, y necesitaban ser expiadas.

¿Cómo obtenía una persona la expiación por su pecado de ignorancia? ¿En qué forma este procedimiento difería del de la congregación? Núm. 15:27-29.

“Hay quienes han conocido el amor perdonador de Cristo y desean realmente ser hijos de Dios; sin embargo, reconocen que su carácter es imperfecto y su vida defectuosa, y están propensos a dudar de que sus corazones hayan sido regenerados por el Espíritu Santo. A los tales quiero decirles que no se abandonen a la desesperación. Tenemos a menudo que postrarnos y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestras culpas y errores; pero no debemos desanimarnos. Aun si somos vencidos por el enemigo, no somos desechados, ni abandonados, ni rechazados por Dios. No; Cristo está a la diestra de Dios e intercede por nosotros” (CC 63, 64).

¿Cuán a menudo dudas de si realmente has sido renovado por el Espíritu Santo? ¿Qué sucedió en la Cruz que debería darte valor para seguir adelante, aun cuando tengas dudas acerca de tu propia salvación? Ver Rom. 5:6-8.

Pecados de Provocación.
Miércoles 4 de noviembre

Lee Números 15:30 y 31. ¿Qué estaba sucediendo y qué lecciones obtenemos para nosotros mismos? ¿Por qué el castigo parece tan severo? ¿Dónde está la gracia en todo esto?

La expresión hebrea traducida “soberbia” es “con mano alzada”, una postura de arrogancia y rebelión. Israel realmente pecó “con mano alzada” contra Dios en Cades. Pero, Dios conmutó la sentencia de muerte por el exilio en el desierto. El punto es: Dios toma muy en serio los pecados. A menudo, en casos como este, los que más tarde dicen que lo lamentan están lamentándose porque se los descubrió, no tristes por los pecados mismos. Contra tal dureza de corazón, ¿qué puede hacer Dios? Hay que arrepentirse de verdad antes de que se lo pueda perdonar.

Lee Números 15:32 al 36. ¿Por qué crees que Dios hizo que toda la congregación tomara parte en esta ejecución? ¿Qué lección espiritual podemos obtener de esto?

Debió haber sido difícil, para los israelitas, apedrear a uno de sus miembros hasta matarlo. Pero, Dios estaba intentando mostrar a su pueblo la seriedad del pecado. “La paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23). Tal vez, también procuró mostrarles la naturaleza corporativa de su comunidad y que lo que hacían influía sobre otros que los rodeaban. Lo que cada uno hace, individualmente, produce un impacto en el bienestar de todo el grupo. Acaso, ¿no fue por causa de las quejas de algunas personas que todo el campamento tuvo que sufrir el seguir en el desierto?

Como cristianos, necesitamos percibir el hecho de que nuestros actos, sean para el bien o para el mal, impactan en otros, así como en nosotros mismos.

Aunque en la teocracia del antiguo Israel la muerte ocurría en forma inmediata, no deberíamos ser engañados. Aun cuando no somos muertos de inmediato por nuestro desafío, eso no significa que no cosecharemos nuestra justa recompensa algún día.

¿Cuán listo y dispuesto estás para arrepentirte, confesar y admitir tus pecados? O, ¿cuán a menudo te encuentras justificando tus pecados por una razón u otra? ¿Por qué es esto espiritualmente muy peligroso?

Franjas Azules.
Jueves 5 de noviembre

Si has visto un judío ortodoxo, puedes haber notado que viste debajo de sus camisas algo con franjas (o borlas) blancas en ella. Su origen se encuentra aquí, en la Biblia.

¿Qué ordenó Dios a Moisés que enseñara a los israelitas que agregaran a sus vestidos? Núm. 15:38.

Aparentemente, el agregar franjas de varios colores era una práctica común entre los pueblos antiguos del Cercano Oriente, y Dios adoptó esa práctica. Los “bordes”, o “franjas”, se agregaban a las cuatro esquinas de la ropa exterior con un hilo (“cordón”) azul. El manto para orar moderno tiene cuatro franjas, o borlas, una en cada esquina, unidas con un nudo tradicional con hilos blancos y azules.

¿Qué razón se dio para vestir esas franjas, o borlas? Es decir, ¿qué cosas específicas quería Dios que los israelitas recordaran? Núm. 15:39-41.

La palabra “acordarse” aparece dos veces en estos versículos. Se ordenaba que cada vez que un israelita mirara una de esas franjas, o borlas, “os acordéis, y hagáis todos mis mandamientos, y seáis santos a vuestro Dios” (vers. 40). Cuando se viera tentado a ir tras otros dioses –adulterio espiritual–, el azul de las franjas, o borlas, le recordaría la lealtad que había jurado a Dios, el Dios que había sacado a la Nación de la esclavitud egipcia (vers. 41).

Aparentemente, aun con la presencia de Dios entre ellos de esa manera notable, Dios quería darles algo aún más inmediato para ayudarlos a recordar lo que debían hacer.

Aunque nosotros no usamos franjas o borlas hoy, tenemos algo mucho más poderoso: la cruz de Cristo, que siempre debería llevar ante nuestra mente el costo del pecado, el costo de nuestra redención y la promesa de salvación para todos los que, por la fe, confíen en los méritos de Jesús y sigan “la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb. 12:14).

¿De qué manera el seguir las palabras de Jesús: “Velad, pues, en todo tiempo orando” (Luc. 21:36) te podría ayudar a recordar lo que Dios ha hecho por ti y lo que pide que hagas, a cambio?

Para Estudiar y Meditar.
Viernes 6 de noviembre

“Nuestra confesión de su fidelidad es el factor escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino.[...] Dios desea que nuestra alabanza ascienda a él señalada por nuestra propia individualidad. Estos preciosos reconocimientos para alabanza de la gloria de su gracia, cuando son apoyados por una vida semejante a la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación de las almas” (DTG 313).

Preguntas Para Dialogar:

1. Repasa la cita de Elena de White que antecede. ¿Qué principios importantes podemos obtener de ella? ¿Cómo entiendes que nuestra alabanza a Dios y una “vida semejante a la de Cristo” pueden ser una influencia poderosa para la salvación de otros?

2. En tu caminar con el Señor, ¿cómo te ayudó tu propia experiencia de alabar y glorificar a Dios? ¿Por qué es tan importante esta actitud?

3. Medita en la sección del lunes acerca del trato a los extranjeros que había entre ellos. ¿Qué lecciones podemos obtener de esto para nosotros hoy? ¿Cómo tratamos (y deberíamos tratar) a los que no son de nuestra fe, los que tienen puntos de vista diferentes que creemos que son equivocados? Al mismo tiempo, ¿cómo les mostramos que creemos que tenemos algo que necesitan conocer, sin actuar como si fuéramos superiores? ¿Qué lecciones podemos obtener de los israelitas en esta área?

4. Como comunidad, ¿qué podemos hacer para ayudarnos a recordar unos a otros no solo lo que Dios ha hecho por nosotros, sino también lo que él espera de nosotros como respuesta? ¿Qué lugar tiene la Cena del Señor en ayudarnos a recordar lo que tenemos en Jesús?

Resumen: Aunque la primera generación fue condenada a peregrinar por el desierto hasta morir, Dios quería animar a sus hijos a esperar entrar en Canaán. Por ello, Dios dio instrucciones adicionales con respecto a los sacrificios, una actitud amante hacia los extranjeros que se convirtieran a la fe, cómo tratar los pecados de ignorancia y los de abierta rebeldía, y el agregado de franjas o borlas azules a su ropa, para recordarles los mandamientos de Dios y que su obediencia a él era el único camino para llegar a la verdadera felicidad.


Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números /
Edición Adultos.
Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein

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Lección 6: Planes para el futuro / Notas de Elena de White

Sábado 31 de octubre.

Si se hubiera dado a los israelitas el régimen alimentario al cual estaban acostumbrados en Egipto, habrían manifestado el mismo espíritu rebelde que vemos en el mundo en la actualidad. En el régimen alimentario de los seres humanos de esta época hay muchas cosas que el Señor no habría permitido que comieran los hijos de Israel. La familia humana de la actualidad es una ilustración de lo que hubieran sido los hijos de Israel si Dios les hubiese permitido comer los alimentos de los egipcios, y seguir sus hábitos y costumbres.

La historia de la vida de Israel en el desierto fue registrada en beneficio del Israel de Dios hasta la consumación de los siglos.

El relato de la forma como trató Dios a los peregrinos mientras iban de un lugar a otro, mientras pasaban hambre, sufrían sed y cansancio, y en las sorprendentes manifestaciones de su poder para auxiliarlos, está lleno de amonestaciones para su pueblo de la actualidad. Los diversos incidentes por los que pasaron los hebreos constituyeron una escuela donde se prepararon para actuar en su prometido hogar de Canaán. Dios quiere que su pueblo repase ahora, con corazón humilde y espíritu abierto, las pruebas por las cuales pasó el antiguo Israel, a fin de que pueda recibir instrucción y prepararse para la Canaán celestial (Cada día con Dios, p. 77).

Gratitud.
Domingo 1 de noviembre

El estado mental tiene mucho que ver con la salud del cuerpo y especialmente con la salud de los órganos digestivos. Por regla general, el Señor no proporcionó a su pueblo alimentación de carne en el desierto porque sabía que ese régimen crearía enfermedad e insubordinación. A fin de modificar el carácter y colocar en ejercicio activo las facultades más elevadas de la mente, les quitó la carne de animales muertos. Les dio alimento de ángeles, maná del cielo (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 1126).

Al señalar el alimento para el hombre en el Edén, el Señor demostró cuál era el mejor régimen alimenticio; en la elección que hizo para Israel enseñó la misma lección. Sacó a los israelitas de Egipto, y emprendió la tarea de educarlos para que fueran su pueblo. Por medio de ellos deseaba bendecir y enseñar al mundo. Les suministró el alimento más adecuado para este propósito, no la carne, sino el maná, "el pan del cielo". Pero a causa de su descontento y de sus murmuraciones acerca de las ollas de carne de Egipto les fue concedido alimento animal, y esto únicamente por poco tiempo. Su consumo trajo enfermedades y muerte para miles. Sin embargo, nunca aceptaron de buen grado la restricción de tener que alimentarse sin carne. Esto siguió siendo causa de descontento y murmuración, en público y en privado, de modo que nunca revistió carácter permanente (El ministerio de curación, p. 240).

"Aún estaba la carne entre los dientes de ellos, antes que fuese masticada, cuando la ira de Jehová se encendió en el pueblo, e hirió Jehová al pueblo con una plaga muy grande" (Números 11:16-33).

En este caso el Señor dio al pueblo lo que no era para su mayor bien, porque éste lo quería tener. Ellos no quisieron resignarse a recibir del Señor las cosas que resultarían para su bien. Se habían entregado a una murmuración sediciosa contra Moisés, y contra el Señor, porque no habían aceptado el conocimiento de las cosas que los perjudicarían. Su apetito depravado los dominó, y Dios les dio carne, como deseaban, y permitió que sufrieran los resultados producidos por la gratificación de su apetito sensual. Fiebres ardientes destruyeron a un gran número del pueblo. Los que habían sido más culpables en sus murmuraciones murieron tan pronto como probaron la carne que habían codiciado. Si hubieran aceptado que el Señor les eligiera los alimentos que podían comer en abundancia y sin perjuicio, no habrían perdido el favor de Dios, ni habrían sido castigados por su murmuración rebelde cuando gran número de ellos pereció (Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 450).

Las murmuraciones del antiguo Israel y su descontento rebelde, como también los grandes milagros realizados en su favor, y el castigo de su idolatría e ingratitud, fueron registrados para nuestro beneficio. El ejemplo del antiguo Israel es dado como advertencia para el pueblo de Dios, a fin de que evite la incredulidad y escape a su ira. Si las iniquidades de los hebreos hubiesen sido omitidas del relato sagrado, y se hubiesen relatado solamente sus virtudes, su historia no nos habría enseñado la lección que nos enseña (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 438).

El Extranjero que está Dentro de tus Puertas.
Lunes 2 de noviembre

Moisés mismo estaba muy cerca de desconfiar del Señor. A pesar de estar en perfecto estado físico y poseer gran vigor intelectual, sus pesadas responsabilidades y las constantes y malvadas murmuraciones de la gente, lo hacían sentir que su carga le resultaba insoportable. Quizá ahora se preguntaba si no hubiera sido mejor aceptar la oferta divina de eliminar a ese pueblo y hacer de él una gran nación. Le entristecía grandemente que todas las quejas cayeran sobre él, como si él fuera el culpable de todas las privaciones que soportaban. ¡Y ese era el mismo pueblo por el cual había orado pidiendo que en lugar de que fuera destruido, su nombre fuera borrado del libro de la vida! Así le pagaban por su acto de abnegación. En su aflicción se dirigió al Único que podía ayudarlo en ese momento de prueba. Pero su oración estuvo saturada de quejas: "Y dijo Moisés a Jehová: ¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia en tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Lo engendré yo, para que me digas: Llévalo en tu seno, como lleva la que cría al que mama, a la tierra de la cual juraste a sus padres? ¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? Porque lloran a mí, diciendo: Danos carne que comamos. No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo haces tú conmigo, yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que yo no vea mi mal".

Esta oración no parece provenir del mismo Moisés que había visto tantas manifestaciones del poder de Dios; pero el peso de la carga que soportaba lo hacía tambalear. Por otra parte, sabía que la ira de Dios podía caer en cualquier momento sobre esta gente perversa, y prefería morir antes que ver la destrucción de Israel y la consiguiente alegría de sus enemigos.

El Señor escuchó la oración de su siervo y la respondió de manera directa y positiva, ordenándoles: "Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales; y tráelos a la puerta del Tabernáculo del reunión, y esperen allí contigo. Y yo descenderé y hablaré allí contigo, y tomaré del espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo (Números 11:16, 17). El Señor permitió que Moisés seleccionara a quienes él sabía que serían sus mejores ayudantes. Habían mostrado ser fieles en su tarea de dirigir a sus respectivas familias, y ahora serían llamados a asumir responsabilidades mayores. Tendrían autoridad para resolver los problemas que producían la violencia entre el pueblo y para extinguir cualquier intento de insurrección que se levantara.

Sin embargo, si Moisés hubiese mantenido su confianza plena en la dirección divina sabiendo que por su bondad y misericordia el Señor siempre lo fortalecía, estos hombres no hubieran sido elegidos. Su mayor autoridad trajo, posteriormente, mayores problemas. Si él hubiese confiado totalmente en el Señor, él lo hubiera guardado constantemente y lo hubiese fortalecido en cada emergencia. Moisés no tenía excusa al murmurar contra Dios como lo hacía el pueblo, ni de magnificar sus cargas y responsabilidades, puesto que el Señor era quien realizaba la obra y él era sólo su instrumento. ¡Cuán pobre y débil es la naturaleza humana! ¡Cuán poco se puede confiar en ella! (Signs of the Times, agosto 12, 1880).

Pecados de Ignorancia.
Martes 3 de noviembre

Ni María ni Aarón fueron consultados en el nombramiento de los setenta ancianos, y esto despertó sus celos contra Moisés...

Cediendo al espíritu de desafecto, María halló motivo de queja en cosas que Dios había sobreseído especialmente. El matrimonio de Moisés la había disgustado. El hecho de que había elegido esposa en otra nación, en vez de tomarla de entre los hebreos, ofendía a su familia y al orgullo nacional. Se la traba a Séfora con un menosprecio mal disimulado.

Aunque se la llama "mujer cusita" (V.M.) o "etíope", la esposa de Moisés era de origen madianita, y por lo tanto, descendiente de Abrahán. En su aspecto personal difería de los hebreos en que era un tanto más morena. Aunque no era israelita, Séfora adoraba al Dios verdadero. Era de un temperamento tímido y retraído, tierno y afectuoso, y se afligía mucho en presencia de los sufrimientos. Por ese motivo cuando Moisés fue a Egipto, consintió él en que ella regresara a Madián. Quería evitarle la pena que le significaría presenciar los juicios que iban a caer sobre los egipcios.

Cuando Séfora se reunió con su marido en el desierto, vio que las cargas que llevaba estaban agotando sus fuerzas, y comunicó sus temores a Jetro, quien sugirió que se tomasen medidas para aliviarle. Esta era la razón principal de la antipatía de María hacia Séfora. Herida por el supuesto desdén infligido a ella y a Aarón, y considerando a la esposa de Moisés como causante de situación, concluyó que la influencia de ella le había impedido a Moisés que los consultara como lo había hecho antes...

Dios había escogido a Moisés y le había investido de su Espíritu; y por su murmuración María y Aarón se habían hecho culpables de deslealtad, no sólo hacia el que fuera designado como su jefe sino también hacia Dios mismo... Entonces el furor de Jehová se encendió en ellos. La nube desapareció del tabernáculo como señal del desagrado de Dios, y María fue castigada. Quedó "leprosa como la nieve"... Entonces, humillado hasta el polvo el orgullo de ambos, Aarón confesó el pecado que habían cometido e imploró al Señor que no dejara perecer a su hermana por aquel azote repugnante y fatal. En respuesta a las oraciones de Moisés, se limpió la lepra de María...

Esta manifestación del desagrado del Señor tenía por objeto advertir a todo Israel que pusiera alto al creciente espíritu de descontento y de insubordinación. Si el descontento y la envidia de María no hubiesen recibido una señalada reprensión, habrían resultado en grandes males. La envidia es una de las peores características satánicas que puedan existir en el corazón humano, y es una de las más funestas en sus consecuencias (Patriarcas y profetas, pp. 401-405).

Pecados de Provocación.
Miércoles 4 de noviembre

El Señor dio orden a Moisés de enviar algunos hombres para que exploraran la tierra de Canaán, prometida a los hijos de Israel. A tal efecto, se seleccionó un representante de cada una de las doce tribus. Al cabo de cuarenta días de su partida regresaron de la exploración y acudieron a Moisés y Aarón, que habían congregado a todo el pueblo de Israel, y les mostraron los frutos de la tierra. Todos estuvieron de acuerdo en que era una buena tierra y exhibieron los ricos frutos que habían traído como prueba. Un racimo de uvas era tan grande que se necesitaban dos hombres para agarrarlo colgado de una vara. También trajeron higos y granadas diciendo que crecían en abundancia. Después de haber hablado de la fertilidad de la tierra, todos excepto dos dijeron palabras desalentadoras al respecto de su capacidad de conquistarla. Dijeron que las gentes que habitaban el país eran muy fuertes y las ciudades estaban rodeadas de murallas muy gruesas y altas. Aún más, habían visto a los hijos del gigante Anac. Luego explicaron cómo vivía la gente en Canaán y expresaron sus temores de que sería imposible que llegaran a conquistar esa tierra.

Cuando los israelitas hubieron escuchado este informe expresaron su decepción con amargos reproches y llantos. No se detuvieron a reflexionar y a pensar que el Dios que los había traído tan lejos también les daría esa tierra. Dejaron a Dios de lado. Actuaron como si para tomar la ciudad de Jericó, la llave de toda la tierra de Canaán, dependieran únicamente del poder de las armas. Dios había declarado que les daría el país y ellos deberían haber confiado plenamente que cumpliría su palabra. Pero sus corazones rebeldes no estaban en armonía con los planes de Dios; no reflejaban cuán maravillosamente había intervenido en su favor, sacándolos de la esclavitud de Egipto, abriendo paso a través de las aguas del mar y destruyendo el ejército de Faraón cuando los perseguía. su falta de fe limitaba la obra de Dios y desconfiaban de la mano que los había guiado sanos y salvos hasta ese momento. En esa ocasión repitieron el mismo y antiguo error: murmuraron contra Moisés y Aarón. "Éste es, por tanto, el fin de nuestras grandes esperanzas", dijeron: "Ésta es la tierra por cuya posesión hemos viajado desde Egipto". Culparon a sus dirigentes por haber traído la tribulación a Israel y, una vez más, les imputaron el cargo de haber engañado al pueblo y haberlo llevado a la perdición (Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 149, 150).

Esos hombres emprendieron un camino equivocado, dispusieron sus corazones contra Dios, contra Moisés y Aarón y contra Caleb y Josué. Cada paso que daban en la dirección equivocada los hacía más firmes en la decisión de desalentar al pueblo de cualquier intento de poseer la tierra de Canaán. Distorsionaron la verdad para llevar a cabo sus mortíferos propósitos. Dijeron que el clima era insalubre y que la gente tenía la estatura de gigantes. Dijeron: "También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecimos a ellos (Números 13:33).

Este informe no sólo era perverso, sino engañoso. Era contradictorio porque, si el país era insalubre y había tragado a sus habitantes, ¿cómo era posible que hubieran alcanzado proporciones tan imponentes? Cuando el corazón de los hombres que ocupan posiciones de responsabilidad es vencido por la falta de fe ya no hay límites para su progreso en las malas acciones. Pocos son los que se dan cuenta, al iniciar este peligroso viaje, hasta qué punto los guiará Satanás (Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 150, 151).

Franjas Azules.
Jueves 5 de noviembre

La historia del informe de los doce espías tiene una aplicación para nuestro pueblo. Las escenas de lamento cobarde y resistencia a actuar cuando hay que afrontar riesgos se repiten en nuestros días. Se manifiesta la misma reticencia a prestar la atención debida a los fieles informes y consejos que se dio en tiempos de Caleb y de Josué. Rara vez los siervos de Dios que llevan la carga de su causa, que practican la estricta negación de sí mismos y sufren privaciones por ayudar a su pueblo reciben una consideración mejor que la que se les daba en aquellos días.

Una y otra vez, el antiguo Israel fue probado y encontrado falto. Pocos recibían las fieles advertencias que provenían de Dios. Las tinieblas y la infidelidad no son menores ahora que nos acercamos al tiempo del segundo advenimiento de Cristo. La verdad se vuelve cada vez menos sabrosa para los que tienen una mente carnal; su corazón es lento para creer y tardo para el arrepentimiento. Si no fuera por las continuas pruebas de sabiduría y ayuda que su Maestro les proporciona, los siervos de Dios ya se habrían desalentado. Durante mucho tiempo el Señor ha sido paciente con su pueblo; ha perdonado sus desviaciones y ha esperado que le haga un lugar en el corazón, pero las falsas ideas, los celos y desconfianza han colmado su paciencia (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 155).

El mal informe de los espías tuvo un terrible efecto sobre el pueblo. Reprocharon a Moisés y Aarón con intensa amargura, diciendo: "¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto" (Números 14:2-4). Al hablar de esta manera le faltaron el respeto a Dios y a los dirigentes que él había señalado. No le preguntaron al Señor qué debían hacer sino declararon: "Designemos un capitán". Tomaron el asunto en sus manos creyéndose competentes para manejarse sin la ayuda divina. No sólo acusaron a Moisés de engañarlos sino también a Dios que les había prometido una tierra que no eran capaces de poseer. Y al designar a uno de ellos como su capitán para que los llevara nuevamente a la tierra de su esclavitud y sufrimientos, estaban diciéndole a Dios que se había equivocado al librarlos con su fuerte brazo de la omnipotencia...

Aunque Moisés nuevamente le rogó a Dios que perdonara a su pueblo por la arrogancia e incredulidad que habían expresado, el Señor no estaba más dispuesto a realizar milagros en su favor; por lo tanto les permitió que regresaran al desierto en dirección al Mar Rojo. Pero debido a su rebelión, todos los adultos que habían salido de Egipto, con excepción de Josué y Caleb, quedarían para siempre excluidos de entrar en Canaán. Sus hijos poseerían la tierra, pero los cuerpos de los rebeldes serían enterrados en el desierto por haber quebrantado el pacto y haber sido desobedientes. Y los diez espías, cuyo informe había producido tal murmuración y rebelión por parte de Israel, fueron inmediatamente visitados por el juicio divino ante los ojos de todo el pueblo (Review and Herald, junio 2, 1885).

Para Estudiar y Meditar.
Viernes 6 de noviembre

Patriarcas y profetas, pp. 391-416

CAPÍTULO 33. Del Sinaí a Cades

LA CONSTRUCCIÓN del tabernáculo no principió sino cuando hubo transcurrido cierto tiempo después de la llegada de Israel al Sinaí; y la sagrada estructura se levantó por primera vez al principio del segundo año después de la salida. Siguió luego la consagración de los sacerdotes, la celebración de la Pascua, el censo del pueblo y la realización de varios arreglos esenciales para su sistema civil o religioso, así que Israel pasó casi un año en el campamento del Sinaí. Allí su culto tomó una forma más precisa y definitiva. Se le dieron las leyes que habían de regir la nación, y se verificó una organización más eficiente en preparación para su entrada en la tierra de Canaán.

El gobierno de Israel se caracterizaba por la organización más cabal, tan admirable por su esmero como por su sencillez. El orden tan señaladamente puesto de manifiesto en la perfección y disposición de todas las obras creadas por Dios se veía también en la economía hebrea. Dios era el centro de la autoridad y del gobierno, el soberano de Israel. Moisés se destacaba como el caudillo visible que Dios había designado para administrar las leyes en su nombre. Posteriormente, se escogió de entre los ancianos de las tribus un consejo de setenta hombres para que asistiera a Moisés en la administración de los asuntos generales de la nación. En seguida venían los sacerdotes, quienes consultaban al Señor en el santuario. Había jefes, o príncipes, que gobernaban sobre las tribus. Bajo éstos había "jefes de millares, jefes de cientos, y jefes de cincuenta, y cabos de diez" (Deut. 1: 15), y por último, funcionarios que se podían emplear en tareas especiales.

El campamento hebreo se ordenaba en exacta disposición. Quedaba repartido en tres grandes divisiones, cada una de las cuales tenía señalado su sitio en el campamento. En el centro estaba el tabernáculo, la morada del Rey invisible. Alrededor asentaban los sacerdotes y los levitas. Más allá de éstos acampaban las demás tribus.

A los levitas se les confiaba el cuidado del tabernáculo y todo lo que se relacionaba con él, tanto en el campamento como cuando se viajaba. Cuando se levantaba el campamento para reanudar la marcha, eran ellos quienes desarmaban la sagrada tienda; y cuando se llegaba adonde se había de hacer alto, ellos debían levantarla. A ninguna persona de otra tribu se le permitía acercarse so pena de muerte. Los levitas estaban repartidos en tres divisiones, descendientes de los tres hijos de Leví, y cada una tenía asignadas su obra y posición especiales. Frente al tabernáculo, y cercanas a él, estaban las tiendas de Moisés y Aarón. Al sur estaban los coatitas, que tenían la obligación de cuidar del arca y del resto del mobiliario; al norte, estaban los meraritas, quienes tenían a su cargo las columnas, los zócalos, las tablas, etc.; atrás estaban los gersonitas a quienes se les había confiado el cuidado de los velos y del cortinado en general.

Se especificaba también la posición de cada tribu. Cada uno tenía que marchar y acampar al lado de su propia bandera, tal como lo había ordenado el Señor: "Los hijos de Israel acamparán cada uno junto a su bandera, según las enseñas de las casas de sus padres;" "de la manera que asientan el campo, así caminarán, cada uno en su lugar, junto a sus banderas." (Núm. 2: 2, 17.) A la "multitud mixta" que había acompañado a Israel desde Egipto no se le permitía ocupar los mismos cuarteles que las tribus, sino que había de habitar en las afueras del campamento; y sus hijos habían de que quedar excluídos de la comunidad hasta la tercera generación. (Deut. 23: 7, 8.)

Se mandó que se observara una limpieza escrupulosa así como también un orden estricto en todo el campamento y sus inmediaciones. Se impusieron meticulosas medidas sanitarias. La entrada al campamento estaba prohibida a toda persona que por cualquier causa fuese considerada inmunda. Estas medidas eran indispensables para conservar la salud de aquella enorme multitud; y era necesario también que reinase perfecto orden y pureza para que Israel pudiese gozar de la presencia de un Dios santo. Así declaró: "Jehová tu Dios anda por medio de tu campo, para librarte y entregar tus enemigos delante de ti; por tanto será tu real santo." (Vers. 14.)

En todo el peregrinaje de Israel, "el arca de la alianza de Jehová fue delante de ellos, . . . buscándoles lugar de descanso." (Núm. 10:33.) Llevada por los hijos de Coat, el arca sagrada que contenía la santa ley de Dios había de encabezar la vanguardia. Delante de ella iban Moisés y Aarón; y los sacerdotes, llevando trompetas de plata, se estacionaban cerca. Estos sacerdotes recibían instrucciones de Moisés, y a su vez las comunicaban al pueblo por medio de sus trompetas. Los jefes de cada compañía tenían obligación de dar instrucciones definitivas con respecto a todos los movimientos que habían de hacerse, tal como se los indicaban las trompetas. Al que dejaba de cumplir con las instrucciones dadas, se le castigaba con la muerte.
Dios es un Dios de orden. Todo lo que se relaciona con el cielo está en orden perfecto; la sumisión y una disciplina cabal distinguen los movimientos de la hueste angélica. El éxito sólo puede acompañar al orden y a la acción armónica. Dios exige orden y sistema en su obra en nuestros días tanto como los exigía en los días de Israel. Todos los que trabajan para él han de actuar con inteligencia, no en forma negligente o al azar. El quiere que su obra se haga con fe y exactitud, para que pueda poner sobre ella el sello de su aprobación.

Dios mismo dirigió a los israelitas en todos sus viajes. El sitio en que habían de acampar les era indicado por el descenso de la columna de nube; y mientras habían de permanecer en el campamento, la nube se mantenía asentada sobre el tabernáculo. Cuando era tiempo de que continuaran su viaje, la columna se levantaba en lo alto sobre la sagrada tienda. Una invocación solemne distinguía tanto el alto como la partida de los israelitas. "Y fue, que en moviendo el arca, Moisés decía: Levántate, Jehová, y sean disipados tus enemigos, y huyan de tu presencia los que te aborrecen. Y cuando ella asentaba, decía: Vuelve, Jehová, a los millares de millares de Israel." (Vers. 35, 36.)

Una distancia de sólo once días de viaje mediaba entre el Sinaí y Cades, en la frontera de Canaán; y fue con la esperanza de entrar rápidamente en la buena tierra cómo las huestes de Israel reanudaron su marcha cuando la nube dio por último la señal para seguir hacia adelante. Jehová había obrado maravillas al sacarlos de Egipto y ¿qué bendiciones no podrían esperar, ahora que habían pactado formalmente aceptarle como su Soberano, y habían sido reconocidos como el pueblo escogido del Altísimo?

No obstante, a muchos les costaba abandonar el sitio donde habían acampado por tan largo tiempo. Habían llegado casi a considerarlo como su hogar. Al abrigo de aquellas murallas de granito, Dios había reunido a su pueblo aparte de todas las demás naciones, para repetirle su santa ley. Se deleitaban en mirar el sagrado monte, en cuyos picos blanquecinos y cumbres estériles la divina gloria se había manifestado ante ellos tantas veces. Ese escenario estaba tan íntimamente asociado con la presencia de Dios y de los santos ángeles que les parecía demasiado sagrado para abandonarlo irreflexiva o siquiera alegremente.

A la señal de los trompeteros, sin embargo, todo el campamento se puso en marcha, llevando el tabernáculo en medio, ocupando cada tribu su sitio señalado, bajo su propia bandera. Todos los ojos miraron ansiosamente para ver en qué dirección les guiaría la nube. Cuando se movió hacia el este, donde sólo había sierras negras y desoladas, un sentimiento de tristeza y de duda se apoderó de muchos corazones.

A medida que avanzaban, el camino se les hizo más escabroso. Iba por hondonadas pedregosas y páramos estériles.

Alrededor de ellos estaba el gran desierto, estaban en "una tierra desierta y despoblada, por tierra seca y de sombra de muerte, por una tierra por la cual no pasó varón, ni allí habitó hombre." (Jer. 2: 6.) Los desfiladeros rocallosos, tanto los lejanos como los cercanos, estaban repletos de hombres, mujeres y niños, con bestias y carros, e hileras interminables de rebaños y manadas. El progreso de su marcha era necesariamente lento y trabajoso; y después de haber estado acampadas por tanto tiempo, las multitudes no estaban preparadas para soportar los peligros y las incomodidades de la jornada.

Después de tres días de viaje, se oyeron quejas. Estas se originaron entre la turba mixta que abarcaba a mucha gente que no estaba completamente unida a Israel, sino que se mantenía siempre alerta para notar cualquier motivo de crítica. A los quejosos no los satisfacía la dirección que se seguía en la marcha, y constantemente censuraban la manera en que Moisés los dirigía, aunque sabían que, como ellos mismos, él seguía la nube orientadora. El desafecto es contagioso y pronto cundió por todo el campamento.

Nuevamente comenzaron a clamar pidiendo carne para comer. A pesar de que se les había suministrado maná en abundancia, no estaban satisfechos. Durante su esclavitud en Egipto, los israelitas se habían visto obligados a sustentarse con una alimentación común y sencilla, pero su apetito aguzado por las privaciones y el trabajo rudo la encontraba sabrosa. Pero muchos de los egipcios que estaban ahora entre ellos, estaban acostumbrados a un régimen de lujo; y éstos fueron los primeros en quejarse. Cuando estaba por darles maná, un poco antes de que llegara Israel al Sinaí, Dios les concedió carne en respuesta a sus clamores; pero se la suministró por un día solamente.

Dios podría haberles suplido carne tan fácilmente como les proporcionaba maná; pero para su propio bien se les impuso una restricción. Dios se proponía suplirles alimentos más apropiados a sus necesidades que el régimen estimulante al que muchos se habían acostumbrado en Egipto. Su apetito pervertido debía ser corregido y devuelto a una condición más saludable a fin de que pudieran hallar placer en el alimento que originalmente se proveyó para el hombre: los frutos de la tierra, que Dios dio a Adán y a Eva en el Edén. Por este motivo quedaron los israelitas en gran parte privados de alimentos de origen animal.

Satanás los tentó para que consideraran esta restricción como cruel e injusta. Les hizo codiciar las cosas prohibidas, porque vio que la complacencia desenfrenada del apetito tendería a producir sensualidad, y por estos medios le resultaría más fácil dominarlos. El autor de las enfermedades y las miserias asaltará a los hombres donde pueda alcanzar más éxito. Mayormente por las tentaciones dirigidas al apetito, ha logrado inducir a los hombres a pecar desde la época en que indujo a Eva a comer el fruto prohibido, y por este mismo medio indujo a Israel a murmurar contra Dios. Porque favorece efectivamente a la satisfacción de las pasiones bajas, la intemperancia en el comer y en el beber prepara el camino para que los hombres menosprecien todas las obligaciones morales. Cuando la tentación los asalta, tienen muy poca fuerza de resistencia.

Dios sacó a los israelitas de Egipto para establecerlos en la tierra de Canaán, como un pueblo puro, santo y feliz. En el logro de este propósito les hizo pasar por un curso de disciplina, tanto para su propio bien como para el de su posteridad. Sí hubieran querido dominar su apetito en obediencia a las sabias restricciones de Dios, no se habría conocido debilidad ni enfermedad entre ellos; sus descendientes habrían poseído fuerza física y espiritual. Habrían tenido percepciones claras y precisas de la verdad y del deber, discernimiento agudo y sano juicio. Pero no quisieron someterse a las restricciones y a los mandamientos de Dios, y esto les impidió, en gran parte, llegar a la alta norma que él deseaba que ellos alcanzasen, y recibir las bendiciones que él estaba dispuesto a concederles.

Dice el salmista: "Pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto. Y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá poner mesa en el desierto? He aquí ha herido la peña, y corrieron aguas, y arroyos salieron ondeando: ¿podrá también dar pan? ¿aparejará carne a su pueblo? Por tanto oyó Jehová e indignóse." (Sal. 78: 18-21.) Las murmuraciones y las asonadas habían sido frecuentes durante el trayecto del mar Rojo al Sinaí, pero porque se compadecía de su ignorancia y su ceguedad Dios no castigó el pecado de ellos con sus juicios. Pero desde entonces se les había revelado en Horeb. Habían recibido mucha luz, pues habían visto la majestad, el poder y la misericordia de Dios; y por su incredulidad y descontento incurrieron en gran culpabilidad. Además, habían pactado aceptar a Jehová como su rey y obedecer su autoridad. Sus murmuraciones eran ahora rebelión, y como tal habían de recibir pronto y señalado castigo, si se quería preservar a Israel de la anarquía y la ruina. "Enardecióse su furor, y encendióse en ellos fuego de Jehová y consumió el un cabo del campo." (Véase Números 11.) Los más culpables de los quejosos quedaron muertos, fulminados por el rayo de la nube.

Aterrorizado, el pueblo suplicó a Moisés que implorase al Señor en su favor. Así lo hizo, y el fuego se extinguió. En memoria de este castigo Moisés llamó aquel sitio Taberah, "incendio."

Pero la iniquidad empeoró pronto. En vez de llevar a los sobrevivientes a la humillación y al arrepentimiento, este temible castigo no pareció tener en ellos otro fruto que intensificar las murmuraciones. Por todas partes el pueblo se reunía a la puerta de sus tiendas, llorando y lamentándose. "Y el vulgo que había en medio tuvo un vivo deseo, y volvieron, y aun lloraron los hijos de Israel, y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los cohombros, y de los melones, y de los puerros, y de las cebollas, y de los ajos: y ahora nuestra alma se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos." Así manifestaron su descontento con los alimentos que su Creador les proporcionaba. No obstante, tenían pruebas constantes de que ese alimento se adaptaba a sus necesidades; pues a pesar de las tribulaciones que soportaban, no había una sola persona débil en todas las tribus.

El corazón de Moisés desfalleció. Había suplicado que Israel no fuese destruido, aun cuando esa destrucción habría permitido que su propia posteridad se convirtiese en una gran nación. En su amor por los hijos de Israel, había pedido que su propio nombre fuese borrado del libro de la vida antes de que se los dejara perecer. Lo había arriesgado todo por ellos, y ésta era su respuesta. Le achacaban todas las tribulaciones que pasaban, aun los sufrimientos imaginarios, y sus murmuraciones inicuas hacían doblemente pesada la carga de cuidado y responsabilidad bajo la cual vacilaba. En su angustia llegó hasta sentirse tentado a desconfiar de Dios. Su oración fue casi una queja: "¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿y por qué no he hallado gracia en tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mi? ... ¿De dónde tengo yo carne para dar a todo este pueblo? porque lloran a mí, diciendo: Danos carne que comamos. No puedo yo solo soportar a todo este pueblo que me es pesado en demasía."

El Señor oyó su oración, y le ordenó convocar a setenta hombres de entre los ancianos de Israel, hombres no sólo entrados en años, sino que poseyeran dignidad, sano juicio y experiencia. "Y tráelos -dijo- a la puerta del tabernáculo del testimonio, y esperen allí contigo. Y yo descenderé y hablaré allí contigo; y tomaré del espíritu que está en ti, y pondré en ellos y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo.

El Señor permitió a Moisés que él mismo escociera lo hombres más fieles y eficientes para que compartieran la responsabilidad con él. La influencia de ellos serviría para refrenar la violencia del pueblo y reprimir la insurrección; no obstante, graves males resultarían eventualmente del ascenso de ellos. Nunca habrían sido escogidos si Moisés hubiera manifestado una fe correspondiente a las pruebas que había presenciado del poder y de la bondad de Dios. Pero había exagerado sus propios servicios y cargas, y casi había perdido de vista el hecho de que no era sino el instrumento por medio del cual Dios había obrado. No tenía excusa por haber participado, aun en mínimo grado, del espíritu de murmuración que era la maldición de Israel. Si hubiera confiado por completo en Dios, el Señor le habría guiado continuamente, y le habría dado fortaleza para toda emergencia.

A Moisés se le dieron instrucciones para que preparara al pueblo para lo que Dios iba a hacer en su favor. "Santificaos para mañana, y comeréis carne: pues que habéis llorado en oídos de Jehová, diciendo: ¡Quién nos diera a comer carne! ¡cierto mejor nos iba en Egipto! Jehová, pues, os dará carne, y comeréis. No comeréis un día, ni dos días, ni cinco días, ni diez días, ni veinte días; sino hasta un mes de tiempo, hasta que os salga por las narices, y os sea en aborrecimiento: por cuanto menospreciasteis a Jehová que está en medio de vosotros, y llorasteis delante de él, diciendo: ¿Para qué salimos acá de Egipto?"

"Seiscientos mil de a pie es el pueblo en medio del cual yo estoy--dijo Moisés;--y tú dices: Les daré carne, y comerán el tiempo de un mes. ¿Se han de degollar para ellos ovejas y bueyes que les basten? ¿o se juntarán para ellos todos los peces de la mar para que tengan abasto?"

Dios le reprendió así por su falta de confianza: "¿Hase acortado la mano de Jehová? ahora verás si te sucede mi dicho, o no."

Moisés repitió al pueblo las palabras del Señor, y le anunció el nombramiento de los setenta ancianos. Las instrucciones que el gran jefe les dio a estos hombres escogidos podrían muy bien servir como modelo de integridad judicial para los jueces y legisladores de los tiempos modernos: "Oíd entre vuestros hermanos y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el que le es extranjero. No tengáis respeto de personas en el juicio: así al pequeño como el grande oiréis: no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios." (Deut. 1: 16, 17.)

Luego Moisés hizo comparecer a los setenta ante el tabernáculo. "Entonces Jehová descendió en la nube, y hablóle; y tomó del espíritu que estaba en él, y púsolo en los setenta varones ancianos; y fue que, cuando posó sobre ellos el espíritu, profetizaron, y no cesaron." Como los discípulos en el día de Pentecostés, fueron "investidos de potencia de lo alto." (Luc 24: 49.) Plugo al Señor prepararlos así para su obra, y honrar los en presencia del pueblo, para que se estableciera confianza en ellos como hombres escogidos divinamente para participar con Moisés en el gobierno de Israel.

Nuevamente se manifestó el espíritu elevado y desinteresado del gran caudillo. Dos de los setenta ancianos, teniéndose humildemente por indignos de un cargo de tanta responsabilidad no habían, concurrido con sus hermanos ante el tabernáculo; pero el Espíritu de Dios descendió sobre ellos donde estaban, y ellos también ejercieron el don de profecía. Cuando se le informó esto a Josué, quiso poner coto a esta irregularidad, temiendo que pudiera fomentar la división. Celoso por el honor de su jefe, dijo: "Señor mío Moisés, impídelos." Pero él contestó: "¿Tienes tú celos por mí? mas ojalá que todo el pueblo de Jehová fuesen profetas, que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos." Un viento fuerte, que sopló entonces de la mar, trajo bandadas de codornices, "y dejólas sobre el real, un día de camino de la una parte, y un día de camino de la otra, en derredor del campo, y casi dos codos sobre la haz de la tierra. Todo aquel día y aquella noche, y el siguiente día, el pueblo trabajó recogiendo el alimento que milagrosamente se le había provisto. Recogieron grandes cantidades de codornices. "El que menos, recogió diez homeres." [V.M.] Se conservó por desecamiento todo lo que no era necesario para el consumo del momento, de manera que la provisión, tal como Dios lo había prometido, fue suficiente para todo un mes.

Dios dio a los israelitas lo que no era para su mayor beneficio porque habían insistido en desearlo; no querían conformarse con las cosas que mejor podían aprovecharles. Sus deseos rebeldes fueron satisfechos, pero se les dejó que sufrieran las consecuencias. Comieron desenfrenadamente y sus excesos fueron rápidamente castigados. "Hirió Jehová al pueblo con una muy grande plaga." Muchos fueron postrados por fiebres calcinantes, mientras que los más culpables de entre ellos fueron heridos apenas probaron los alimentos que habían codiciado.

En Haseroth, el siguiente sitio en donde acamparon después de salir de Taberah, una prueba aun mayor le esperaba a Moisés. Aarón y María habían ocupado una posición encumbrada en la dirección de los asuntos de Israel. Ambos tenían el don de profecía, y ambos habían estado asociados divinamente con Moisés en el libramiento de los hebreos. "Envié delante de ti a Moisés, y a Aarón, y a María" (Miq. 6: 4), declaró el Señor por medio del profeta Miqueas. En temprana edad María había revelado su fuerza de carácter, cuando siendo niña vigiló a la orilla del Nilo el cesto en que estaba escondido el niño Moisés. Su dominio propio y su tacto habían contribuido a salvar la vida del libertador del pueblo. Ricamente dotada en cuanto a la poesía y la música, María había dirigido a las mujeres de Israel en los cantos de alabanza y las danzas en las playas del mar Rojo. Ocupaba el segundo puesto después de Moisés y Aarón en los afectos del pueblo y los honores otorgados por el Cielo. Pero el mismo mal que causó la primera discordia en el cielo, brotó en el corazón de esta mujer de Israel, y no faltó quien simpatizara con ella en su desafecto.

Ni María ni Aarón fueron consultados en el nombramiento de los setenta ancianos, y esto despertó sus celos contra Moisés. Durante la visita de Jetro, mientras los israelitas iban hacia el Sinaí, la pronta aceptación por Moisés de los consejos de su suegro hizo temer a Aarón y María que la influencia que ejercía sobre el gran caudillo superase a la propia. En la organización del consejo de los ancianos, creyeron que tanto su posición como su autoridad habían sido menospreciadas. Nunca habían conocido María y Aarón la carga de cuidado y responsabilidad que había pesado sobre Moisés. No obstante, por haber sido escogidos para ayudarle, se consideraban copartícipes con él de la carga de dirigir al pueblo, y estimaban innecesario el nombramiento de más asistentes.

Moisés comprendía la importancia de la gran obra que se le había encomendado como ningún otro hombre la comprendió jamás. Se daba cuenta de su propia debilidad, e hizo a Dios su consejero. Aarón se tenía en mayor estima y confiaba menos en Dios. Había fracasado cuando se le había encomendado responsabilidad; y reveló la debilidad de su carácter por su baja condescendencia en el asunto del culto idólatra en el Sinaí. Pero María y Aarón, cegados por los celos y la ambición, perdieron esto de vista. Dios había honrado altamente a Aarón al designar su familia para los cargos sagrados del sacerdocio; sin embargo, aun esto contribuía ahora a intensificar su deseo de exaltación. "Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿no ha hablado también por nosotros?" (Véase Números 12.) Creyéndose igualmente favorecidos por Dios, pensaron que tenían derecho a la misma posición y autoridad que Moisés.

Cediendo al espíritu de desafecto, María halló motivo de queja en cosas que Dios había sobreseído especialmente. El matrimonio de Moisés la había disgustado. El hecho de que había elegido esposa en otra nación, en vez de tomarla de entre los hebreos, ofendía a su familia y al orgullo nacional. Se la trataba a Séfora con un menosprecio mal disimulado.

Aunque se la llama "mujer cusita" (V.M.) o "etíope," la esposa de Moisés era de origen madianita, y por lo tanto, descendiente de Abrahán. En su aspecto personal difería de los hebreos en que era un tanto más morena. Aunque no era israelita, Séfora adoraba al Dios verdadero. Era de un temperamento tímido, y retraído, tierno y afectuoso, y se afligía mucho en presencia de los sufrimientos. Por ese motivo cuando Moisés fue a Egipto, consintió él en que ella regresara a Madián. Quería evitarle la pena que le significaría presenciar los juicios que iban a caer sobre los egipcios.

Cuando Séfora se reunió con su marido en el desierto, vio que las cargas que llevaba estaban agotando sus fuerzas, y comunicó sus temores a Jetro, quien sugirió que se tomasen medidas para aliviarle. Esta era la razón principal de la antipatía de María hacia Séfora. Herida por el supuesto desdén infligido a ella y a Aarón, y considerando a la esposa de Moisés como causante de la situación, concluyó que la influencia de ella le había impedido a Moisés que los consultara como lo había hecho antes. Si Aarón se hubiese mantenido firme de parte de lo recto, habría impedido el mal; pero en vez de mostrarle a María lo pecaminoso de su conducta, simpatizó con ella, prestó oídos a sus quejas, y así llegó a participar de sus celos.

Moisés soportó sus acusaciones en silencio paciente y sin queja. Fue la experiencia que adquiriera durante los muchos años de trabajo y espera en Madián, el espíritu de humildad y longanimidad que cultivara allí, lo que preparó a Moisés para arrostrar con paciencia la incredulidad y la murmuración del pueblo, y el orgullo y la envidia de los que hubieran debido ser sus asistentes firmes y resueltos. "Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra," y por este motivo Dios le otorgó más de su sabiduría y dirección que a todos los demás. Dice la Escritura: "Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera." (Sal. 25: 9.) Los mansos son dirigidos por el Señor, porque son dóciles y dispuestos a recibir instrucción. Tienen un deseo sincero de saber y hacer la voluntad de Dios. Esta es la promesa del Salvador: "El que quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina si viene de Dios." (Juan 7: 17.) y declara por medio del apóstol Santiago: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada." (Sant. 1: 5.) Pero la promesa es solamente para los que quieran seguirle del todo. Dios no fuerza la voluntad de nadie; por consiguiente, no puede conducir a los que son demasiado orgullosos para recibir instrucción, que se empeñan en hacer su propia voluntad. Acerca de quien adolezca duplicidad mental, es decir quien procura seguir los dictados de su propia voluntad, mientras profesa seguir la voluntad de Dios, se ha escrito: "No piense pues el tal hombre que recibirá ninguna cosa del Señor." (Vers. 7.)

Dios había escogido a Moisés y le había investido de su Espíritu; y por su murmuración María y Aarón se habían hecho culpables de deslealtad, no sólo hacia el que fuera designado como su jefe sino también hacia Dios mismo. Los murmuradores sediciosos fueron convocados al tabernáculo y careados con Moisés. "Entonces Jehová descendió en la columna de la nube, y púsose a la puerta del tabernáculo, y llamó a Aarón y a María." No negaron sus aseveraciones acerca de las manifestaciones del don de profecía por su intermedio; Dios podía haberles hablado en visiones y sueños. Pero a Moisés, a quien el Señor mismo declaró "fiel en toda mi casa," se le había otorgado una comunión más estrecha. Con él Dios hablaba "boca a boca." "¿Por qué pues no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés? Entonces el furor de Jehová se encendió en ellos; y fuése." La nube desapareció del tabernáculo como señal del desagrado de Dios, y María fue castigada. Quedó "leprosa como la nieve." A Aarón se le perdonó el castigo, pero el de María fue una severa reprensión para él. Entonces, humillado hasta el polvo el orgullo de ambos, Aarón confesó el pecado que habían cometido e imploró al Señor que no dejara perecer a su hermana por aquel azote repugnante y fatal. En respuesta a las oraciones de Moisés, se limpió la lepra de María. Sin embargo, ella fue excluida del campo durante siete días. Tan sólo cuando quedó desterrada del campamento volvió el símbolo del favor de Dios a posarse sobre el tabernáculo. En consideración a su elevada posición, y en señal de pesar por el golpe que ella había recibido, todo el pueblo permaneció en Haseroth, en espera de su regreso.

Esta manifestación del desagrado del Señor tenía por objeto advertir a todo Israel que pusiera coto al creciente espíritu de descontento y de insubordinación. Si el descontento y la envidia de María no hubiesen recibido una señalada reprensión, habrían resultado en grandes males. La envidia es una de las peores características satánicas que puedan existir en el corazón humano, y es una de las más funestas en sus consecuencias. Dice el sabio: "Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién parará delante de la envidia?" (Prov. 27: 4.) Fue la envidia la que causó la primera discordia en el cielo, y el albergarla ha obrado males indecibles entre los hombres. "Porque donde hay envidia y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa." (Sant. 3: 16.)

No debemos considerar como cosa baladí el hablar mal de los demás, ni constituirnos nosotros mismos en jueces de sus motivos o acciones. "El que murmura del hermano, y juzga a su hermano, este tal murmura de la ley, y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres guardador de la ley, sino juez." (Sant. 4: 11.) Sólo hay un juez, "el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los intentos de los corazones." (1 Cor. 4: 5.) Y todo el que se encargue de juzgar y condenar a sus semejantes usurpa la prerrogativa del Creador.

La Biblia nos enseña en forma especial que prestemos cuidado a no acusar precipitadamente a los llamados por Dios para que actúen como sus embajadores. El apóstol Pedro, al describir una clase de pecadores empedernidos, los llama "atrevidos, contumaces, que no temen decir mal de las potestades superiores: como quiera que los mismos ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor." (2 Ped. 2: 10, 11.) Y Pablo, en sus instrucciones dadas a los que dirigen las iglesias, dice: "Contra el anciano no recibas acusación sino con dos o tres testigos." (1 Tim. 5: 9.) El que impuso a ciertos hombres la pesada carga de ser dirigentes y maestros de su pueblo, hará a éste responsable de la manera en que trate a sus siervos. Hemos de honrar a quienes Dios honró. El castigo que cayo sobre María debe servir de reprensión para todos los que, cediendo a los celos, murmuren contra aquellos sobre quienes Dios puso la pesada carga de su obra.

CAPÍTULO 34. Los Doce Espías

ONCE días después de abandonar Horeb, la hueste hebrea acampó en Cades, en el desierto de Parán, cerca de las fronteras de la tierra prometida. Allí propuso el pueblo que se enviasen espías a reconocer el país. Moisés presentó el asunto al Señor, y el permiso le fue concedido con la indicación de elegir para este fin a uno de los jefes de cada tribu. Los hombres fueron elegidos según lo ordenado, y Moisés les mandó que fuesen y viesen el país, cómo era, y cuáles eran su situación y ventajas naturales, qué pueblos moraban allí, si eran fuertes o débiles, muchos o pocos, y asimismo que observasen la clase de tierra y su productividad, y que trajesen frutos de ella.

Fueron pues y, entrando por la frontera meridional, procedieron hacia el extremo septentrional, y reconocieron toda la tierra. Regresaron después de una ausencia de cuarenta días. El pueblo abrigaba grandes esperanzas, y aguardaba en anhelosa expectación. Las noticias de regreso de los espías cundieron de una tribu a otra y fueron recibidas con exclamaciones de regocijo. El pueblo salió apresuradamente al encuentro de los mensajeros, que habían regresado sanos y salvos a pesar de los peligros de su arriesgada empresa. Los espías habían traído muestras de frutos que revelaban la fertilidad de la tierra. Era la estación de las uvas, y traían un racimo tan grande que lo habían de transportar entre dos. También habían traído muestras de los higos y las granadas que se cosechaban allí en abundancia.

El pueblo se llenó de alborozo ante la perspectiva de entrar en posesión de una tierra tan buena, y escuchó atentamente los informes presentados a Moisés para que no se le escapara una sola palabra. "Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste -principiaron a decir los espías,- la que ciertamente fluye leche y miel; y éste es el fruto de ella." (Núm. 13: 17-33.) El pueblo se llenó de entusiasmo; ansiaba obedecer la voz del Señor, e ir inmediatamente a tomar posesión de la tierra. Pero después de describir la hermosura y la fertilidad de la tierra, todos los espías, menos dos de ellos, explicaron ampliamente las dificultades y los peligros que arrostraría Israel si emprendía la conquista de Canaán. Enumeraron las naciones poderosas que había en las distintas partes del país, y dijeron que las ciudades eran muy grandes y amuralladas, que el pueblo que vivía allí era fuerte, y que sería imposible vencerlo. También manifestaron que habían visto gigantes, los hijos de Anac, en aquella región; y que era inútil pensar en apoderarse de la tierra.

Entonces cambió la escena. Mientras los espías expresaban los sentimientos de sus corazones incrédulos y llenos de un desaliento causado por Satanás, la esperanza y el ánimo se fueron trocando en cobarde desesperación. La incredulidad arrojó una sombra lóbrega sobre el pueblo, y éste se olvidó de la omnipotencia de Dios, tan a menudo manifestada en favor de la nación escogida. El pueblo no se detuvo a reflexionar ni razonó que Aquel que lo había llevado hasta allí le daría ciertamente la tierra; no recordó cuán milagrosamente Dios lo había librado de sus opresores, abriéndole paso a través de la mar y destruyendo las huestes del faraón que lo perseguían. Hizo caso omiso de Dios, y obró como si debiera depender únicamente del poder de las armas.

En su incredulidad, los israelitas limitaron el poder de Dios, y desconfiaron de la mano que hasta entonces los había dirigido felizmente. Volvieron a cometer el error de murmurar contra Moisés y Aarón. "Este es pues el fin de todas nuestras esperanzas -dijeron.- Esta es la tierra para cuya posesión hicimos el largo viaje desde Egipto." Acusaron a sus jefes de engañar al pueblo y de atraer tribulación sobre Israel.

El pueblo estaba desilusionado y desesperado. Se elevó un llanto de angustia que se entremezcló con el confuso murmullo de las voces. Caleb comprendió la situación, y lleno de audacia para defender la palabra de Dios, hizo cuanto pudo para contrarrestar la influencia maléfica de sus infieles compañeros. Calló el pueblo un momento para escuchar sus palabras de aliento y esperanza con respecto a la buena tierra. No contradijo lo que ya se había dicho; las murallas eran altas, y los cananeos eran fuertes. Pero Dios había prometido la tierra a Israel. "Subamos luego, y poseámosla -insistió Caleb;- que más podremos que ella."

Pero los diez, interrumpiéndole, pintaron los obstáculos con colores aun más sombríos que antes. "No podremos subir contra aquel pueblo -dijeron;- porque es más fuerte que nosotros." "Todo el pueblo que vimos en medio de ella, son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes: y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos."

Estos hombres, habiéndose iniciado en una conducta errónea, se opusieron tercamente a Caleb y Josué, así como a Moisés y a Dios mismo. Cada paso que daban hacia adelante los volvía más obstinados. Estaban resueltos a desalentar todos los esfuerzos tendientes a obtener la posesión de Canaán. Tergiversaron la verdad para apoyar su funesta influencia. "La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores," manifestaron. No sólo era éste un mal informe, sino que era una mentira y una inconsecuencia. Los espías habían declarado la tierra fructífera y próspera, todo lo cual habría sido imposible si el clima hubiese sido tan malsano que se pudiera decir de la tierra que se tragaba "a sus moradores." Pero cuando los hombres entregan si corazón a la incredulidad, se colocan bajo el dominio de Satanás, y nadie puede decir hasta dónde los llevará.

"Entonces toda la congregación alzaron grita, y dieron voces: y el pueblo lloró aquella noche." A esto siguió pronto la rebelión abierta y el amotinamiento; porque Satanás ejercía absoluto dominio,, y el pueblo parecía estar privado de razón. Maldijeron a Moisés y a Aarón, olvidando que Dios oía sus inicuos discursos, y que, envuelto en la columna de nube, el Ángel de su presencia era testigo de su terrible explosión de ira. Con amargura clamaron: "¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto!" Luego sus sentimientos se exacerbaron contra Dios: " ¿Por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a cuchillo, y que nuestras mujeres y nuestros chiquitos sean por presa? ¿no nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Hagamos un capitán, y volvámonos a Egipto." En esa forma no sólo acusaron a Moisés, sino también a Dios mismo, de haberlos engañado, al prometerles una tierra que ellos no podían, poseer. Y llegaron hasta el punto de nombrar un capitán que los llevara de vuelta a la tierra de su sufrimiento y esclavitud, de la cual habían sido libertados por el brazo poderoso del Omnipotente.
En humillación y angustia, "Moisés y Aarón cayeron sobre sus rostros delante de toda la multitud de la congregación de los hijos de Israel," sin saber qué hacer para desviarlos de su apasionado e impetuoso propósito. Caleb y Josué trataron de apaciguar a la multitud tumultuoso. Habiendo rasgado sus vestiduras en señal de dolor e indignación, se precipitaron entre la gente y sus voces enérgicas se oyeron por sobre la tempestad de lamentaciones y rebelde pesar: "La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, él nos meterá en esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de aquesta tierra, porque nuestro pan son: su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová: no los temáis."

Los cananeos habían colmado la medida de su iniquidad, y el Señor ya no podía tolerarlos. Ahora que les había retirado su protección, iban a resultar una presa fácil. El pacto de Dios había prometido la tierra a Israel. Pero el falso informe de los espías infieles fue aceptado, y todo el pueblo fue engañado por él. Los traidores habían realizado su obra. Aun cuando sólo dos hombres hubiesen dado malas noticias y los otros diez lo hubiesen animado a poseer la tierra en el nombre del Señor, el pueblo, por su perversa incredulidad, habría seguido el consejo de los dos en preferencia al de los diez. Pero eran sólo dos los que abogaban por lo justo, mientras que diez estaban de parte de la rebelión.

A grandes voces los espías infieles denunciaban a Caleb y a Josué, y se elevó un clamor para pedir que se los apedreara. Asiendo el populacho enloquecido piedras para matar a aquellos hombres fieles, se precipitó hacia delante gritando frenéticamente, cuando de repente las piedras se le cayeron de las manos, y temblando de miedo enmudeció. Dios había intervenido para impedir su propósito homicida. La gloria de su presencia, como una luz fulgurante, iluminó el tabernáculo. Todo el pueblo presenció la manifestación del Señor. Uno más poderoso que ellos se había revelado, y ninguno osó continuar la resistencia. Los espías que trajeron el informe perverso, se arrastraron aterrorizados, y con respiración entrecortada, en busca de sus tiendas.

Moisés se levantó entonces y entró en el tabernáculo. El Señor le declaró acerca del pueblo: "Yo le heriré de mortandad, y lo destruiré, y a ti te pondré sobre gente grande y más fuerte que ellos." Pero nuevamente Moisés intercedió por su pueblo. No podía consentir en que fuese destruido, y que él, en cambio, se convirtiese en una nación más poderosa. Apelando a la misericordia de Dios, dijo: "Ahora, pues, yo te ruego que sea magnificada la fortaleza del Señor, como lo hablaste, diciendo: Jehová, tardo de ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, . . . perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí."

El Señor prometió no destruir inmediatamente a los israelitas; pero a causa de la incredulidad y cobardía de ellos, no podía manifestar su poder para subyugar a sus enemigos. Por consiguiente, en su misericordia, les ordenó que como única conducta segura, regresaran al mar Rojo.

En su rebelión el pueblo había exclamado: "¡Ojalá muriéramos en este desierto!" Ahora se les había de conceder lo pedido. El Señor declaró: "Vivo yo, ... que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros: en este desierto caerán vuestros cuerpos; todos vuestros contados según toda vuestra cuenta, de veinte años arriba, los cuales habéis murmurado contra mí; vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, ... mas vuestros chiquitos, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis." Y con respecto a Caleb dijo: "Empero mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y cumplió de ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su simiente la recibirá en heredad." Así como los espías habían estado cuarenta días de viaje, las huestes de Israel iban a peregrinar en el desierto durante cuarenta años.

Cuando Moisés comunicó la decisión divina al pueblo, la ira de éste se trocó en luto. Todos sabían que el castigo era justo. Los diez espías infieles, heridos divinamente por la plaga, perecieron a la vista de todo Israel; y en la suerte de ellos el pueblo leyó su propia condenación...

Los israelitas parecieron arrepentirse entonces sinceramente de su conducta pecaminosa; pero se entristecían por el resultado de su mal camino y no porque reconocieran su ingratitud y desobediencia. Cuando vieron que el Señor era inflexible en su decreto, volvió a despertarse su terca voluntad, y declararon que no volverían al desierto. Al ordenarles que se retiraran de la tierra de sus enemigos, Dios probó la sumisión aparente de ellos, y vio que no era verdadera. Sabían que habían pecado gravemente al permitir que los dominaran sentimientos temerarios, y al querer dar muerte a los espías que les habían incitado a obedecer a Dios; pero sólo sintieron temor al darse cuenta de que habían cometido un error fatal cuyas consecuencias iban a resultarles desastrosas. No habían cambiado en su corazón y sólo necesitaban una excusa para rebelarse otra vez. Esta excusa se les presentó cuando Moisés les ordenó por autoridad divina que regresaran al desierto.

El decreto de que Israel no entraría en la tierra de Canaán por cuarenta años fue una amarga desilusión para Moisés, Aarón, Caleb y Josué; pero aceptaron sin murmurar la decisión divina. Por el contrario, los que habían estado quejándose de cómo Dios los trataba y declarando que querían volver a Egipto, lloraron y se lamentaron grandemente cuando les fueron quitadas las bendiciones que habían menospreciado. Se habían quejado por nada, y ahora Dios les daba verdaderos motivos de llorar. Si se hubieran lamentado por su pecado cuando les fue presentado fielmente, no se habría pronunciado esta sentencia; pero se afligían por el castigo; su dolor no era arrepentimiento, y por lo tanto, no podía obtener la revocación de su sentencia.

Pasaron toda la noche lamentándose; pero por la mañana, renació en ellos la esperanza.

Resolvieron redimir su cobardía. Cuando Dios es había mandado que siguieran hacia adelante y tomaran posesión de la tierra, habían rehusado hacerlo; ahora, cuando Dios les ordenaba que se retiraran, se negaron igualmente a obedecer sus órdenes. Decidieron apoderarse de la tierra; pudiera ser que Dios aceptara su obra, y cambiara su propósito hacia ellos.

Dios les había dado el privilegio y el deber de entrar en la tierra en el tiempo que les señalara; pero debido a su negligencia voluntaria, se les había retirado ese permiso. Satanás había logrado su objeto de impedirles la entrada a Canaán; y ahora los incitaba a que, contrariando la prohibición divisa, hicieran precisamente aquello que habían rehusado hacer cuando Dios se lo había mandado. En esa forma, el gran engañador logró la victoria al incitarlos por segunda vez a la rebelión. Habían desconfiado de que el poder de Dios acompañara sus esfuerzos por obtener la posesión de Canaán; pero ahora confiaron excesivamente en sus propias fuerzas y quisieron realizar la obra sin la ayuda divina. "Pecado hemos contra Jehová -gritaron;- nosotros subiremos y pelearemos, conforme a todo lo que Jehová nuestro Dios nos ha mandado." (Deut. 1: 41) ¡Cuán terriblemente enceguecidos los había dejado su transgresión! jamás les había mandado el Señor que subieran y pelearan. No quería él que obtuvieran posesión de la tierra por la guerra, sino mediante la obediencia estricta a sus mandamientos.

Aunque sin sufrir el menor cambio de corazón, el pueblo había confesado cuán inicua y estúpida había sido su rebelión al oír el relato de los espías. Ahora veían el valor de la bendición que tan impetuosamente habían desechado. Confesaron que su propia incredulidad era la que les había vedado la entrada a Canaán. "Pecado hemos contra Jehová," dijeron, y reconocieron que la culpa era de ellos, y no de Dios, a quien tan inicuamente habían acusado de no cumplir las promesas que les hiciera. A pesar de que su confesión no provenía de un arrepentimiento verdadero, sirvió para vindicar la justicia con que Dios los había tratado.

Aun hoy obra el Señor en forma similar para glorificar su nombre e inducir a los hombres a reconocer su justicia. Cuando los que profesan amarle se quejan de su providencia, menosprecian sus promesas, y, cediendo a la tentación, se unen a los ángeles malos para hacer fracasar los propósitos de Dios, con frecuencia el Señor predomina sobre las circunstancias de tal manera que trae a estas personas al punto donde, aunque no se hayan arrepentido de corazón, se convencerán de que son pecadoras y se verán obligadas a reconocer la maldad de su camino, y la justicia y la bondad con que las trató Dios. Así es cómo Dios crea medios de contrarrestar y hacer manifiestas las obras de las tinieblas. Y a pesar de que el espíritu que incitó a aquellas personas a seguir su impía conducta no ha cambiado radicalmente, ellas hacen confesiones que vindican el honor de Dios, y justifican a aquellos que las reprendieron fielmente y a quienes resistieron y calumniaron. Así será cuando por fin se derrame la ira de Dios, cuando el Señor venga "con sus santos millares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad." (Jud. 14, 15.) Todo pecador se verá compelido a ver y reconocer la justicia de su condenación.

Despreciando la sentencia divina, los israelitas se prepararon para emprender la conquista de Canaán. Equipados con armaduras y armas de guerra, se creían plenamente apercibidos para el conflicto; pero a la vista de Dios y de sus siervos entristecidos, adolecían de una triste deficiencia. Cuando casi cuarenta años más tarde, el Señor les ordenó a los israelitas que subieran y tomaran Jericó, prometió acompañarlos. El arca que contenía su ley era llevada delante de sus ejércitos. Los jefes que él designara habían de dirigir sus movimientos bajo la dirección divina. Con tal dirección ningún daño podía sucederles, pero ahora, contrariando el mandamiento de Dios; y la solemne prohibición de sus jefes, sin el arca y sin Moisés, salieron al encuentro de los ejércitos enemigos.

La trompeta dio un toque de alarma, y Moisés se apresuró en pos de ellos con la advertencia: "¿Por qué quebrantáis el dicho de Jehová? Esto tampoco os sucederá bien. No subáis, porque Jehová no está en medio de vosotros, no seáis heridos delante de vuestros enemigos. Porque el Amalecita y el Cananeo están allí delante de vosotros, y caeréis a cuchillo."

Los cananeos habían oído hablar del poder misterioso que parecía guardar a ese pueblo, y de las maravillas obradas en su favor; y reunieron un ejército poderoso para rechazar a los invasores. El ejército atacante no tenía jefe. Ninguna oración se elevó para pedir a Dios que le diese la victoria. Emprendió la marcha con el propósito desesperado de revocar su suerte o morir en la batalla. Aunque no tenía preparación guerrera alguna, constituía una multitud inmensa de hombres armados, que esperaban aplastar toda oposición mediante un feroz y repentino asalto. Presuntuosamente desafiaron al enemigo que no había osado atacarlos.

Los cananeos se habían establecido en una meseta rocallosa a la cual sólo se podía llegar por pasos difíciles de transitar y un ascenso escarpado y peligroso. El número inmenso de los hebreos sólo podía servir para hacer más terrible su derrota. Lentamente fueron cubriendo los senderos del monte, expuestos a las mortíferas armas arrojadizas del enemigo que estaba arriba.

Lanzaban rocas macizas que bajaban con retumbante fragor y marcando su trayectoria con la sangre de los hombres destrozados. Los que lograron llegar a la cumbre, agotados con el ascenso, fueron ferozmente rechazados y obligados a retroceder con grandes pérdidas. Por el campo de la matanza quedaron esparcidos los cadáveres. El ejército de Israel fue derrotado totalmente. La destrucción y la muerte fueron las consecuencias de aquel experimento de los rebeldes.

Obligados por fin a retirarse en derrota, los sobrevivientes volvieron y lloraron "delante de Jehová; pero Jehová no escuchó" su voz. (Deut. 1: 45.) En virtud de su señalada victoria, los enemigos de Israel, que antes habían aguardado con temblor la aproximación de aquella poderosa hueste, se envalentonaron con confianza para resistirles. Ahora consideraron falsos todos los informes que habían oído respecto a las cosas maravillosas que Dios había hecho en favor de su pueblo, y creyeron que no había motivo para temer. Esa primera derrota de Israel aumentó grandemente las dificultades de la conquista, por cuanto inspiró valor y resolución a los cananeos. No les quedaba a los israelitas otro recurso que retirarse de delante de sus enemigos victoriosos, al desierto, sabiendo que allí había de hallar su tumba toda una generación.


Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números / Notas de Elena de White.

Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein

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Lección 6: Planes para el futuro / Edición para Maestros

El sábado enseñaré...

Texto Clave: Ezequiel 20:18, 19.

"...antes bien, dije en el desierto a sus hijos: "No andéis en los estatutos de vuestros padres ni guardéis sus leyes ni os contaminéis con sus ídolos. Yo soy Jehová, vuestro Dios: andad en mis estatutos, guardad mis preceptos y ponedlos por obra ".

Enseña a tu clase a:

Saber cómo Dios guió e instruyó a los israelitas durante su largo tiempo de disciplina en el desierto.
Sentir aprecio por la atención de Dios a las circunstancias individuales mientras nos guía y enseña.
Hacer que presentemos nuestras vidas como sacrificios vivos, en servicio agradecido y alegre, siguiendo el ejemplo de Cristo.

Bosquejo de la Lección

1. Saber: Dios prescribe la obediencia

A. Aunque Israel fue castigado por rebelión, Dios seguía dándole instrucción al bosquejar cuidadosamente cómo debía responder adecuadamente en adoración agradecida. ¿Qué otras instrucciones le dio Dios con respecto a los extranjeros, los pecados deliberados y los inadvertidos, y cómo vestir, como recordativos de su ley?
B. ¿Cómo ayudarían estas instrucciones específicas a un pueblo débil e ignorante, inclinado a dudar y a la rebeldía?

2. Sentir: La importancia de la experiencia individual

A. ¿Qué podemos aprender de la distinción que hace Dios de los pecados deliberados y los inadvertidos, y el cuadro chocante de una comunidad que apedrea a un hombre?
B. ¿De qué modo nos trata Dios como personas individuales?

3. Hacer: De nuestras vidas en Cristo, un aroma agradable

A. Pablo nos recuerda que, al vivir nuestras vidas en Cristo, el aroma de su sacrificio es el que asciende al Padre en nuestro favor. ¿Qué podemos hacer cada día para recordar el sacrificio que hizo Dios, por medio de su Hijo, por nosotros?
B. Siendo que no actuamos bajo el sistema de sacrificios, ¿qué espera Dios que hagamos con los pecados inadvertidos, así como con aquellos que hacemos conscientemente?

Resumen: Podemos estar agradecidos para siempre porque nuestro Dios es un Dios de orden y detalle, tanto en la misericordia como en la justicia.

CICLO DE APRENDIZAJE

PASO 1: ¡Motiva!

Concepto clave: A pesar de nuestra falta de fidelidad, Dios es misericordioso, y cumplirá las promesas que nos hizo.

Solo para los maestros: Después de leer la siguiente cita, analiza la naturaleza de la misericordia de Dios y ofrece, a los miembros de la clase, la oportunidad de presentar ejemplos personales de aquellos que les extendieron misericordia a ellos.

Jim Bakker, que una vez fue un televangelista, cuenta acerca de lo que ocurrió poco antes de que saliera de la prisión:

“Cuando fui transferido a mi última prisión, Franklin [Graham] dijo que quería ayudarme cuando saliera, con un trabajo, una casa en que vivir y un automóvil. Era mi quinta Navidad en la cárcel. Yo lo pensé, y dije: ‘Franklin, no puedes hacer esto. Te va a hacer daño. La familia Graham no necesita mi bagaje’. Él me miró y me dijo: ‘Jim, tu fuiste mi amigo en lo pasado, y eres mi amigo ahora. Si a alguien no le gusta, estará buscando pelea’.

“Así que, cuando salí de la cárcel, la familia Graham me patrocinó y pagó una casa en la que pudiera vivir, y me dio un auto para manejar. El primer domingo afuera, Ruth Graham llamó al centro de rehabilitación donde yo vivía, en el Ejército de Salvación, y pidió permiso para que yo fuera a la Iglesia Presbiteriana Montreat con ella el domingo de mañana. Cuando llegué allá, el pastor me dio la bienvenida y me sentó con la familia Graham. Había como unas dos filas de bancos llenos con ellos: yo pienso que todas las tías y los tíos Graham estaban allí con los primos. El órgano comenzó a tocar y el lugar estaba lleno, excepto por un asiento a mi lado. Entonces, se abrió la puerta y entró Ruth Graham. Ella caminó por el pasillo y se sentó junto al prisionero 07407-058. Apenas hacía 48 horas que había salido de la cárcel, pero ella le dijo al mundo esa mañana que Jim Bakker era su amigo”.–“The Re-education of Jim Bakker”, en Christianity Today, del 7 de diciembre de 1998, citado en Perfect Illustrations for Every Topic and Ocassion, pp. 182, 183.

PASO 2: ¡Explora!

Comentario de la Biblia

I. Gratitud (Repasa, con la clase, Núm. 15:1-21; Rom. 12:1; 2 Cor. 2:15, 16; Efe. 5:2).

Aunque algunas religiones consideran al cuerpo como algo desdeñable o del cual deberíamos escapar, el cristianismo considera al cuerpo y todos los aspectos físicos de la creación como dones de Dios, sobre los cuales nos ha puesto como administradores (mayordomos). Las promesas de Dios adquieren dimensiones físicas: tierras, riqueza material y salud física.

No debería sorprendernos, entonces, que las expresiones humanas de gratitud por los dones de Dios asumieran también dimensiones físicas. Los sacrificios que reconocían la gracia de Dios eran cosas que uno podía tocar, oler y degustar. Las leyes con respecto a las ofrendas de gratitud contenían una promesa latente de prosperidad y éxito futuros. Aunque en su peregrinación por el desierto no tenían acceso fácil al aceite, la harina y el jugo de uva (vino), que representaban la productividad de una población establecida, vendría un tiempo cuando Dios cumpliría sus promesas a pesar de su infidelidad.

Considera: Cuando escuchamos una apelación pidiendo una ofrenda, ¿estamos tentados a pensar: “Oh, ellos solo quieren mi dinero”? ¿Cómo cambiaría nuestra actitud si reconociéramos que nuestra salud física y nuestra riqueza material son dones inmerecidos confiados a nosotros por un Dios que misericordiosamente perdona nuestra falta de fidelidad?

II. El extranjero que está dentro de tus puertas (Repasa, con la clase, Núm. 15:14-16; 1 Rey. 8:41-43; Isa. 56:1-8; Luc. 10:25-37; Gál. 3:26-29; Efe. 2:11-18; Col. 3:11).

Cuando el corazón humano reconoce la profundidad de la misericordia de Dios y acepta el perdón que él ofrece libremente, la respuesta más inmediata es agradecer a Dios por todo lo que él ha hecho. La siguiente parte de nuestra respuesta a la gracia involucra a los demás seres humanos. Si Dios nos ha perdonado –y aun el pecado “más pequeño” es digno de la condenación eterna–, ¿qué derecho tenemos a elevarnos por sobre los demás seres humanos? ¿Podríamos hacerlo con derecho sobre la base del color de la piel, la extensión de las posesiones materiales, el idioma, las conexiones familiares, o cualquier otra característica superficial? ¿No es cierto que yo estoy naturalmente más cerca de una persona de una piel que contrasta con la mía pero que comparte mi compromiso con Jesús, de lo que estoy con respecto a alguien de piel idéntica a la mía pero que rechaza al Señor?

La base fundamental, entonces, para aceptar a otros es que todos estamos relacionados por igual con Dios; pero, hay también un propósito evangelizador. El mundo iguala la realización y el estatus con la aceptación. En la economía satánica basada en el pecado, este concepto disfuncional ha sido responsable por el dolor innecesario y los problemas psicológicos que vienen por la exclusión.

El evangelio ofrece incluir a todos los que quieran venir, no importa su pasado o su condición mundanal. En Cristo, ¡cada persona es alguien!

Considera: ¿Qué pasos puedo dar, en la vida real, para practicar la aceptación de aquellos que no son parecidos a mí, aun de aquellos que me han herido?

III. Pecados de ignorancia, pecados de provocación (Repasa, con la clase, Núm. 15:22-36; Luc. 12:42-48).

Aquí, como muestra Números 15:22 al 36, Dios establece un principio de la ley, que se refleja en las leyes de las naciones modernas hasta el día de hoy. Se consideran el motivo y la actitud cuando se establece el grado de culpabilidad.

Jesús enunció el mismo principio en la parábola de los siervos registrada en Lucas 12. Por ejemplo, si una persona ebria golpea y mata a una persona con su vehículo, sería convicto de homicidio impremeditado. Sin embargo, si el fiscal puede establecer que el conductor intencionalmente atropelló al muerto, el conductor es culpable de asesinato. Nota que, en cualquiera de los dos casos, se ha cometido un crimen. Sin embargo, el castigo en el segundo caso será mayor que en el primero. El pecado, sea intencional o no, siempre requiere expiación, pero ¡ay! de la persona que con arrogancia y provocación se opone a Dios.

Considera: Cuando se distribuyen las facturas por el pecado, no solo el pecador recibe la factura sino también la familia y los amigos. ¿De qué manera debería esto afectarnos cuando estamos confrontados con la tentación?

PASO 3: ¡Aplica!

Solo para los maestros: A pesar de nuestras mejores intenciones, todos hemos pecado y no llegamos a la gloria de Dios, el ideal de Dios para sus hijos. La Biblia está llena de personas que han luchado con la tentación y han perdido. (Ver Rom. 7:14-25).

La historia de esta semana es otro ejemplo de la misericordia y la paciencia de Dios con la voluntad humana. A pesar de los muchos ejemplos bíblicos acerca de la misericordia de Dios, a menudo somos incapaces emocionalmente de sentir su gracia hacia nosotros. Lee Romanos 5:6 al 11, y 1 Juan 3:19 y 20, como preparación para la siguiente actividad.

Actividad: En la Biblia, Dios usa ilustraciones muy sencillas extraídas del mundo físico para enseñar conceptos y principios espirituales. Estas prevalecen en ciertos libros, tales como Jeremías, Ezequiel y Zacarías. Jesús hace mucho uso del mundo físico para hacer avanzar su Reino espiritual. Por ejemplo, meramente podría haber hablado y sanado al ciego; pero, en cambio, formó algo de barro y lo aplicó a los ojos del hombre. Dios sabe que hay una dimensión de la personalidad humana que comprende y siente mejor el ámbito espiritual cuando se usan elementos del mundo físico para enseñar conceptos espirituales, por sencillas que sean las ilustraciones.

Para esta actividad, necesitarás un buen trozo de plastilina (o plasticina, masa plástica para modelar), como para formar una bola grande, varias herramientas de mano, tales como cuchillos, martillos, destornilladores, etc., y una tablita de madera para hacer los cortes. Pon la bola sobre la tablita y pásala a varios miembros de la clase, que dañarán la bola con las herramientas. Después que ha sido “marcada”, el maestro debiera tomar la masa malograda, y volver a formar una bola lisa y simétrica.

Puntos por destacar: 1) Analicen si hay alguna cicatriz o marca que Dios no pueda sanar. Si Dios puede sanar o volver a dar forma después de que la hemos arruinado con malas elecciones o que haya sido abusada por otros, ¿por qué cuestionar la integridad de la vida que nos ha dado? 2) ¿Qué sucedería si permitiéramos que la plastilina se secara y se endureciera? Si la bola se pusiera dura, ¿cuán fácil o difícil sería eliminar las marcas y cicatrices de nuestras herramientas? ¿Qué podemos hacer a fin de que quedemos blandos y flexibles en las manos del Alfarero, en vez de volvernos espiritualmente secos?

PASO 4: ¡Crea!

Sólo para los maestros: Esta tarea puede ser la más difícil del trimestre, ya que requiere sacrificio personal. Es sencilla, en el sentido de que todos podemos entenderla. Es desafiante, porque es muy real. El desafío es elegir una acción por medio de la cual el miembro de la clase comparta con otra persona las misericordias que Dios le ha mostrado durante esta semana. Aquí van algunas sugerencias:

1. Acércate a alguien que te ha hecho daño, y ofrécele el mismo perdón que Dios te ha extendido a ti.

2. Visita a alguien que se ha alejado de la iglesia o está luchando espiritualmente, y anima a esa persona contándole cómo la gracia de Dios te ha ayudado a vencer en tu vida.

3. Si tú has hecho daño a alguien, pídele que te perdone.


Guía de Estudio de la Biblia: Un pueblo en marcha: El libro de Números / Edición para Maestros.

Periodo: Trimestre Octubre-Diciembre de 2009
Autor: Frank B. Holbrook. B.D., M.Th. Teólogo adventista ya desaparecido. De 1981 a 1990, fue director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Conferencia General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Silver Spring, Maryland. También fue Profesor de Religión de la hoy Southern Adventist University.
Editor: Clifford Goldstein

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